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Kala llegó en coche a la urbanización que le indicaba el navegador de camino a la casa de Paul. Pensó que debía tratarse de un error. Por algún motivo estaba convencida de que Paul vivía en un barrio obrero, no en una urbanización de lujo. Aquella tarde, tras ver salir a Alicia y a su acompañante de la casa de la que suponía que era su hermana, las siguió de cerca hasta una parada de metro donde la joven bajó del coche y se adentró en los túneles del suburbano. Alicia se quedó junto a la boca de metro hablando por teléfono durante algunos minutos, por lo que Kala no pudo seguir a la muchacha.
El navegador llevó a Kala frente a una mansión de estilo vanguardista. Comprobó la dirección del mensaje con la del navegador una última vez, y coincidían. Llamó al videoportero. Alguien abrió la puerta y Kala accedió al jardín delantero. Había una distancia de al menos diez metros hasta la casa. Dio unos pasos en dirección a la puerta de entrada y la vio abrirse. Al otro lado apareció un chico apuesto vestido con una camisa celeste y pantalones blancos. Bajo el foco de la entrada, por efecto de la luz, el cabello del chico parecía mucho más castaño de lo que era en realidad, casi rubio.
—¿Por eso me has hecho venir aquí? ¿Piensas que soy una de tus amiguitas que se deja impresionar por la casa de los papis de un niño pijo? —preguntó Kala con una sonrisa en los labios.
—Siento que pienses eso de mí, amiga —dijo Paul poniendo énfasis en la última palabra—. Lo cierto es que esta casa la he comprado con mi dinero. Pero entremos —dijo Paul invitándola a entrar la primera.
—Gracias.
—No quiero impresionarte, solo quiero que me hagas un sitio en tu corazoncito. Ya sabes que estoy enamorado de ti desde el primer momento en que te vi —se sinceró Paul sonriendo.
—¡Qué bonito! —exclamó Kala con tono burlón—. ¿Te funciona eso con alguna chica?
—No lo he intentado nunca. Es la primera vez que me enamoro. Amor a primera vista. Pensaba que era solo un cuento —aseguró Paul.
—Paul, contigo una nunca sabe si hablas en serio o no —dijo Kala al mismo tiempo que admiraba la decoración minimalista de la casa.
—Hablo muy en serio.
Llegaron a la sala de estar. Por dentro la casa era inmensa. Casi se podría jugar un partido de futbol allí. Unos ventanales enormes que llegaban hasta el techo alto de la estancia daban a un jardín de un verde intenso. A un lado de este se observaba la piscina, azul como el cielo. Las paredes de la sala estaban decoradas con modernos cuadros abstractos de mucho colorido. Un enorme sofá en forma de U ocupaba el centro de la sala.
—¿Has encontrado algo acerca de Hugo? —preguntó Kala sin pérdida de tiempo.
—Sí, aunque no tengo muchos datos aún. He estado muy ocupado.
—Cuéntame.
—¿Quieres tomar un coctel antes de cenar? —preguntó Paul ignorando la solicitud de Kala—. Se me da muy bien hacerlos.
—¿Tengo elección?
—Oye, ¿no sabes que es de mala educación contestar con una pregunta a otra pregunta?
—Entonces tú también eres un mal educado. Acabas de responderme con otra pregunta —dijo alegre.
—Prepararé los cocteles —anunció.
Kala se acercó al mueble de salón para ver los retratos del que debía de ser Paul de niño, con sus padres. Formaba parte del mueble un pequeño expositor en el que había trofeos y diplomas de todo tipo de concursos de programación, ya fuera como ganador o finalista; incluso de la Olimpiada Internacional de Informática. Poco después Paul regresó con dos cocteles y se sentaron en el sofá.
—¿Cómo has conseguido esta casa, Paul?
—Trucos informáticos —contestó divertido.
—Me pregunto a quién le habrás robado el dinero para poder comprarla —bromeó Kala.
—Te aseguro que me he ganado cada euro —dijo Paul sonriendo.
—Sí, seguro. Un estudiante puede ganar mucho dinero en su tiempo libre…
—La mayoría de la gente piensa que solo se puede ganar dinero trabajando para otros. A mí nadie me emplea. Huelo las oportunidades y apuesto fuerte.
—¿Y a qué has apostado para ganar esta casa?
—Desarrollo de aplicaciones. ¿Sabes cuántos teléfonos inteligentes existen en todo el mundo ahora mismo?
—No, me temo que no lo sé.
—Yo tampoco —contestó divertido—, pero sé que hay más de mil millones. Y pronto llegaremos a dos mil. Si creas una aplicación que pueda ser útil para el uno por ciento de los mil millones de usuarios y cobras un solo euro al año por el uso de esa aplicación, tienes diez millones de ingresos anuales. Yo he hecho algo parecido, aunque por ahora solo tengo la mitad de usuarios que me gustaría y no llego al uno por ciento ni de lejos. Lo bueno es que puedo cobrar bastante más de un euro al año —dijo sonriendo—. El incremento exponencial de los usuarios de la aplicación y el aumento de los ingresos me ha permitido vender una parte de las acciones a muy alto precio. Eso me ha proporcionado mucho dinero.
—¡Vaya! Es increíble.
—En realidad no la he desarrollado solo, trabajo con un amigo que ahora también es mi socio.
—¿Y para qué sirve esa aplicación?
—Pone en contacto a los conductores que quieren compartir coche en sus trayectos con quienes buscan un medio de transporte barato, rápido y cómodo para sus desplazamientos. Un fondo de inversión ha pagado varios millones a cambio de un tercio de las acciones, y ahora nos quieren comprar las restantes. De hecho, esa era su intención desde el principio. Tienen una opción de compra sobre la empresa, pero hay varias condiciones. Una de ellas es que debemos entrar en otros segmentos de mercado y duplicar los ingresos del negocio en el plazo de un año, pero para ello tenemos que rediseñar la aplicación, hacerla más práctica, útil y conocida… En fin, ya te lo explicaré con más detalle en otro momento. Ahora, cuéntame algo acerca de todo esto. ¿Qué es lo que intentas hacer con la información que te proporciono? —preguntó Paul.
—No sé si puedo decírtelo. Dijiste que no te fiabas de mí porque no me conocías. Yo tampoco te conozco. La vida me ha enseñado que no puedes fiarte de nadie.
—Necesito saber qué tienes que ver con esa gente. ¿Qué relación tienes con Bruno, un exmilitar de Europa del Este con antecedentes por tráfico de armas y de seres humanos, o con Hugo, uno de los hombres más ricos, respetados y poderosos del país?
—Te aseguro que hay algo que los une.
—Y a menos que no quieras que te ayude, me vas a contar de qué se trata.
—Han hecho cosas muy malas a muchas personas, incluida yo, y me he jurado a mí misma pararles los pies —aseguró Kala.
—Ah, qué maravilla. ¡Es por venganza! ¡Me encantan las venganzas! Dime qué te han hecho y recibirán su merecido —aseguró Paul divertido.
—¿Crees que es una broma?
—No, pero puedo destruir a esta gente sin que sepan de dónde les ha llegado el golpe si me convences de que se lo merecen.
—Paul, no insistas, aún no puedo a decirte nada. Pero si me ayudas, dentro de poco te lo diré. Lo prometo.
—¿Tienen estas personas algo que ver con tu desaparición?
—¿Cómo sabes tú eso? —preguntó Kala sorprendida, con el ceño fruncido.
—Eres tan misteriosa que no tuve más remedio que investigarte. Te saqué una foto a escondidas y utilicé un rastreador facial para buscar algo acerca de ti en Internet, y hay muchas noticias de tu desaparición.
—¿Cómo te has atrevido a investigarme? —preguntó Kala enfadada.
—Lo siento. Todavía figuras como desaparecida, según un amigo mío que es policía.
—¡Eres un cabrón! ¡No tenías ningún derecho a investigarme o a meter a la Policía y levantar sospechas sobre mí! —espetó Kala—. Para la gente que me ha secuestrado estoy muerta, y así debe seguir siendo si quiero seguir con vida y hacerles pagar por lo que hicieron. Dame la información que hayas conseguido acerca de Hugo y olvídate de mí para siempre —dijo tendiendo la mano.
Paul sacó una hoja doblada de uno de los bolsillos reticente.
—He tenido poco tiempo para investigarle.
—Me da igual. Dame lo que tengas —exigió quitándoselo de las manos y levantándose para marcharse.
—Lo siento, Kala, déjame ayudarte.
—Ya me has ayudado bastante —contestó la chica sin mirar atrás—. No vuelvas a llamarme. Y no vuelvas a pronunciar ese nombre.
Salió de la propiedad de Paul y subió al furgón. Leyó la hoja en la que había unas líneas impresas: la dirección de la casa de Hugo Harris y la del trabajo, así como varios números de teléfono y matrículas de vehículos registrados a su nombre. Kala comprobó si las matrículas coincidían con alguna de su libreta. Había una que sí.
Al poco recibió un mensaje de Paul en el que le pedía disculpas y prometía guardar su secreto. Kala bloqueó el móvil y lo arrojó sobre el asiento del copiloto.