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Kala llegó frente a la mansión de Elizabeth Ponce de León a las doce del mediodía. A través del portón, pudo observar a un jardinero regar las plantas. A la una le vio marcharse. Una mujer desempolvó una pequeña alfombra por una de las ventanas de la primera planta. Quince minutos después, vio llegar una furgoneta de reparto de un conocido supermercado. Un hombre del servicio, de origen asiático, atendió a los dos repartidores, que llevaron unas cajas de plástico llenas de bolsas hasta la puerta de la cocina. Los repartidores volvieron con las cajas vacías y se marcharon.
A las dos y diez minutos, una mujer regordeta salió de la casa y caminó apretando el paso calle abajo. Kala decidió intentar abordarla para intentar obtener información acerca de Elizabeth. Siguió a la mujer con el furgón, de lejos, hasta una parada de autobús. La vio subir al autobús. Recorrió una distancia de varios kilómetros antes de bajar en una parada, donde se subió a otro con el que recorrió otros dos o tres kilómetros antes de apearse y dirigirse a una zona de chalés. La urbanización contaba con personal de vigilancia en la puerta de acceso, por lo que no pudo seguirla al interior. Debía esperar hasta verla salir de nuevo. La mujer regordeta salió acompañada de un infante, media hora después, y caminaron hasta un parque cercano. Llevaba uniforme. El niño comenzó a jugar mientras la mujer le vigilaba sentada en un banco. Había poca gente en el parque a aquella hora.
Kala caminó hasta el banco donde estaba la mujer y preguntó si podía sentarse.
—Sí, claro.
—¿Trabajando? —preguntó Kala.
—Sí.
—Yo trabajo aquí al lado —mintió Kala—. Llevo solo unos días. He quedado con una amiga que trabaja por aquí también y que me recomendó. Se llama Sandra. Puede que la conozcas.
—Mmmm… No, por el nombre no la conozco…
—Seguro que cuando la veas te suena su cara. Sus jefes no tienen niños así que no viene por el parque, pero quizás del autobús…
—Puede ser.
—El caso es que he quedado aquí con ella para coger el autobús juntas. Estará a punto de llegar. Me dijo que tenía que ir a Madrid porque tiene una cita médica, ¿sabes?… Por cierto, mi nombre es Lili —dijo Kala tendiéndole la mano.
—Encantada. Yo soy María. —La mujer no perdía de vista al niño más de cinco segundos.
Kala miró a la mujer. Tenía los ojos oscuros y el pelo castaño graso. Los brazos eran el doble de gruesos que los de ella.
Charlaron unos minutos de cosas sin importancia.
—¿Trabajas de interna? —preguntó Kala.
—No, solo trabajo aquí por las tardes. Limpio la casa antes de recoger al niño del colegio y después cuido de él hasta que viene su madre de trabajar. Pero ahora que están de vacaciones, me dedico más a cuidar de él.
—¿Y por la mañana trabajas?
—Sí, ayudo a limpiar una casa. Allí llevo poco, apenas dos meses. Una amiga regresó a su país y me recomendó a la señora, aunque estoy buscando otra cosa.
—¿Y eso? —fingió interesarse la joven.
—Esa mujer es muy rara.
—No sé cómo será la tuya, pero no puede ser más rara que la vieja asquerosa para la que trabajé yo hasta hace poco. La dejé porque no podía aguantarla más —dijo Kala al mismo tiempo que intentaba pensar qué mentira inventar sobre su supuesta señora—. Venía de trabajar y lo primero que hacía era… desnudarse completamente. Las pieles le colgaban por todas partes y… Solo de pensarlo me revuelve el estómago. Llegaba, se tumbaba en el sofá, ponía la tele a tope y vaciaba una botella de vino viendo cualquier programa mientras yo le preparaba un aperitivo tras otro. Y luego ponía la radio a todo trapo y se ponía a limpiar el polvo de su colección de peluches y muñecas de porcelana, porque a mí no me dejaba tocarlos. Los iba levantando uno por uno para pasar el paño por debajo… todo eso desnuda, claro. Una cosa muy desagradable. Te digo yo que estaba loca. Pero loca de remate.
—La mujer de donde voy yo por la mañana también es muy rara. Los que trabajan allí dicen que pertenece a un club secreto. De vez en cuando se reúnen hombres en su casa, que son de ese club o lo que sea, y hacen cosas muy raras. Y luego se da unos aires… Yo no puedo hablarle. Cuando entra en una habitación en la que estoy limpiando, debo dejar de limpiar y quedarme mirando al suelo hasta que se va, y si tarda mucho en irse, tengo que irme yo.
—¿En serio? —dijo Kala con cara de asombro, feliz de que su treta para soltarle la lengua a la buena señora hubiera funcionado.
—Y no te imaginas lo escrupulosa que es. Desde que pongo un pie en la casa tengo que llevar guantes. Si tocara, por ejemplo, el lavabo sin guantes lo cambiaría por completo. Me han dicho que una vez hizo cambiar el fregadero porque una de las empleadas se lavó las manos allí, y que a otra chica la pilló utilizando el servicio de la planta baja en vez del servicio de los trabajadores, que está en el sótano, y ordenó que lo tiraran todo abajo y lo hicieran nuevo. Las despidió a las dos, eso por descontado.
—Qué fuerte. Sí que es rara.
—Uy, si yo te contara…
—Cuenta, cuenta —la animó Kala.
—Dicen los internos que también hace brujería. Que algunas noches hace sus rituales… unas cosas raras. Tiene un cuarto en el sótano en el que está prohibido entrar, se encarga ella de limpiarlo personalmente. Dicen que le llegan paquetes de todas partes del mundo con todo tipo de plantas, botellas, libros, velas, y un montón de cosas más. En fin, de lo más raro. En mi contrato había una cláusula en la que ponía que me comprometía a no decir nada de lo que ocurre en su casa.
—Pues ahora lo estás incumpliendo —dijo Kala, y las dos rieron.
—Que se joda. Además, no te he dicho de quién estoy hablando.
—Es verdad. ¿Y es vieja?
—Me han dicho que tendrá cuarenta y tantos, pero aparenta la mitad.
—¿En serio?
—No sé cómo lo hace, pero es verdad. Aunque con la vida relajada que lleva, y teniendo gente en la casa que se lo hace todo, no me extraña. Así cualquiera…
—¿A qué se dedica?
—No te creas que hace gran cosa. Cuando su marido murió le dejó mucho dinero. Me parece que es presidenta de una empresa que era de su marido o algo así, pero siempre está en casa. Solo sale por la noche. El resto del tiempo lo dedica a hacer deporte, a comer bien, a tirarse a uno y a otro de los que invita a cenar a su casa y a hacer sus brujerías.
—Bueno, hay unos pocos afortunados en el mundo que pueden dedicarse a holgazanear, y a todos los demás nos toca dar el callo…
—Ya, ya, pero a esta no la aguanto. Se cree tan superior, tan distinguida, y solo es una puta loca asquerosa.
—¿Y por qué no cambias de trabajo?
—No, ahora está muy mal la cosa como para encontrar otro empleo.
—¿Hasta qué hora trabajas por la tarde?
—Hasta las ocho. Tengo cuatro horas por la mañana y cinco por la tarde. Nueve en total.
—¿Tienes hijos?
—Sí, tengo un hijo de la misma edad que él —respondió haciendo una señal con la cabeza en dirección al niño del que cuidaba.
—¿Y quién cuida de tu hijo mientras tú estás trabajando?
—Mi padre no trabaja ahora, así que se queda con él hasta las nueve que llego yo a casa.
—Ves muy poco a tu hijo entonces. —La mujer asintió apenada—. ¿Y no has probado a buscar un trabajo con un horario mejor?
—Ya lo hice, pero no hay nada. Y solo con las horas de la tarde no me llega.
—Una amiga mía me ofreció anoche uno de lunes a viernes de diez a cuatro —mintió Kala—. Sus jefes buscan a alguien de confianza, pero lo rechacé. Para mí son demasiadas horas y además, a mi novio le gusta tener la casa limpia y la comida en la mesa cuando llega a casa. ¿Quieres que la llame y le pregunte si aún buscan a alguien para ese trabajo?
—Vale —dijo la mujer un poco reticente aunque obviamente interesada.
Kala buscó en la agenda el número de Paul y llamó.
—Hola, soy Lili, ¿cómo estás?
—Hola. En casa, trabajando. Cuéntame.
—¿Aún buscas a alguien para el trabajo del que me hablaste anoche? Estoy aquí con una amiga a la que le interesa.
—¿Qué?
—Oh, genial. Mi amiga tiene muy buenas referencias y le viene bien el horario porque podría llevar a su hijo al colegio por la mañana y recogerlo por la tarde y estar con él en casa.
—Supongo que luego me explicarás de qué va esto… —dijo Paul sin entender nada.
—Estupendo. Nos vemos allí. —Y colgó—. Me ha dicho que sí, que te pases esta misma tarde a hacer la entrevista cuando salgas de trabajar porque necesitan a alguien urgentemente.
—Muchas gracias, Lili, pero ¿seguro que es un buen sitio?
—Seguro, y además pagan muy bien. Tú ve a ver qué te ofrecen y te lo piensas. Le diré a mi amiga que hable bien de ti, y yo iré contigo si quieres.
—Muchas gracias, Lili.
—No tienes por qué dármelas. Siempre nos ayudamos entre nosotras —dijo Kala restándole importancia.
—Sí, es verdad.
Kala fingió llamar a la tal Sandra, la mujer con la que había quedado para coger el autobús, para preguntar dónde estaba. Luego se despidió de María diciéndole que iría a esperarla en la puerta de la urbanización cuando saliera de trabajar y se marchó.
Unas horas después, Kala acompañó a María a casa de Paul, donde fue entrevistada por el informático. Paul ya tenía personal suficiente para atender la casa, pero contratar a María era la única forma de que Kala pudiera acceder a la casa de Elizabeth. Además, no le vendría mal un poco de ayuda para cuidar de su madre durante buena parte del día. Cuando María indicó que antes de aceptar el empleo debía recomendar a alguien para trabajar en casa de Elizabeth en su lugar, Kala sonrió complacida. Todo salía según lo previsto. Kala pidió permiso para llamar a una amiga suya, por si acaso conocía a alguien, y cuando regresó, le aseguró a María que no había problemas, que ya habían encontrado a alguien que la sustituyera.
María no lo pensó. Telefoneó desde el comedor a casa de Elizabeth y habló con la interna; se disculpó por tener que dejar el trabajo de forma tan repentina, pero le mintió diciendo que tenía que hacer un viaje urgente a su país. También recomendó a la chica que le había propuesto Kala y la interna aceptó entrevistarla telefónicamente.
Kala regresó con María a Madrid en autobús. Antes de despedirse, María le dio las gracias de nuevo, tremendamente feliz por su nuevo trabajo.
La interna de la casa de Elizabeth llamó a Kala por teléfono por la noche y quedaron en verse al día siguiente para una entrevista presencial. Cuando colgó, vio que Paul había intentado contactar con ella tres veces, por lo que le devolvió la llamada.
—He hablado con Juan, viene para mi casa. No me ha contado nada, solo que quiere hablar con nosotros.
—Está bien, voy para allá. Mientras, veme falsificando un currículo y algunas referencias. Mañana tengo la entrevista con la interna de la casa a primera hora.