11
Aquella noche, Hugo acudió a la mansión a conocer a su nueva mujer. Estaba impaciente, expectante, deseoso de cambiar de juguete. Se preguntó cómo sería su nueva esclava. ¿Rubia, morena, pelirroja? Se la imaginaba joven, perfecta, una flor delicada solo para él. Apretó el acelerador inquieto.
Como el año anterior, nada más cerrarse la puerta del garaje, Antón salió por la puerta de la suite.
—Es un placer verle de nuevo, señor Harris —dijo Antón a modo de saludo.
—El placer es mío —contestó Hugo con una sonrisa de oreja a oreja—, aunque verte significa que soy un año más viejo —bromeó.
—Seguro que ha sido un buen año, señor —dijo Antón.
—Fantástico —aseguró Hugo de muy buen humor—. En eso tienes razón. ¿Me vas a presentar a la nueva? —preguntó expectante.
—Para eso estoy aquí.
—Estoy impaciente.
—Entonces no le haré esperar más —dijo Antón dirigiéndose a la puerta del dormitorio. Todo había sido limpiado a fondo, preparado e incluso redecorado —en esta ocasión predominaba el rojo y el negro— para la nueva chica.
Hugo se adelantó presuroso hacia la puerta del dormitorio para ver a su nueva esclava y la abrió. Al otro lado encontró a una mujer delgada, muy joven, de ojos azules, un metro noventa de estatura, precioso cabello rubio natural, que le miraba inocente forzándose a sonreír a pesar del miedo que se percibía en sus ojos.
—Sois la leche —dijo Hugo entusiasmado sin poder apartar la mirada de la joven.
—Es un placer conocerte, Cristina. ¿Puedo llamarte Cristina? —preguntó Hugo tendiéndole la mano.
—Sí —contestó la joven en voz baja.
—Eres preciosa, Cristina.
—Gracias —dijo tímida.
—¿Desea hacerme alguna pregunta, señor? —preguntó Antón.
—No, muchas gracias. Pediré algo de cenar ahora.
—Felicidades de nuevo, señor —Antón se marchó dejando que el hombre pudiera disfrutar a sus anchas de su regalo de cumpleaños, de su nuevo juguete. Eso es lo que aquellas chicas eran para los miembros del Club Coliseum.