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Sentados en el sofá de la sala de estar con unas cervezas delante, el periodista les comunicó la noticia:
—Acaban de despedirme por la publicación del artículo —dijo Juan con tristeza. Se presentaba un futuro negro antes sus ojos.
—¿Qué? —dijo Paul incrédulo.
—Lo siento mucho —dijo Kala boquiabierta.
—Tras ser despedido, subí para pedir explicaciones al director general, y le he visto el tatuaje del que me hablaste, Lili. Tiene el puñetero tatuaje. Es socio del club.
—Le habrán llamado de Coliseum pidiéndole explicaciones y le habrán exigido que lo arreglara —dedujo Paul.
—A partir de ahora voy a investigar en serio. Decidme la localización de la finca —pidió el periodista.
—Creo que sería mejor que desaparecieras por un tiempo —propuso Kala—. Te buscarán para hacerte preguntas, puede que incluso ya te estén siguiendo para encontrar tus fuentes. No pienses que te niego la información, simplemente no me gustaría que tuvieras más problemas de los que ya tienes.
—Lili tiene razón —intervino Paul—. Tienes que alejarte un tiempo, hasta que se calmen las cosas.
—No puedo hacerlo. Esa gente me ha jodido la vida. No podré volver a trabajar como periodista a menos que me gane de nuevo mi reputación. Mañana publicarán un artículo para desmentir lo que he publicado y acusarme de que me lo he inventado todo.
—Juan, esa gente secuestra y mata gente, ¿sabes? Y no dudarán en hacer lo mismo contigo si les sigues incordiando —dijo Paul—. Nosotros podemos investigar porque no saben quiénes somos, pero a ti te conocen, saben dónde vives… Es peligroso.
—Lo sé, pero no pienso quedarme de brazos cruzados viendo cómo acaban con mi carrera. Mi única opción es llegar al fondo de todo esto.
Paul y Kala intercambiaron miradas; era evidente que no podrían disuadirle.
—Podrías empezar por investigar a Elizabeth Ponce de León —dijo Paul intentando mantenerlo alejado de la finca Coliseum—. Según parece, es quien dirige el club, y no encuentro casi nada sobre su pasado. Habría que ir al registro civil y comprobar sus datos.
—De acuerdo. Estaré allí mañana a primera hora.
—Es posible que te sigan. Ten cuidado —advirtió Kala.
—Cómprate un móvil nuevo y llámame solo desde ese número. Y no lo pierdas de vista ni un instante. Podrían instalarte un software de rastreo.
El periodista asintió y se marchó poco después.
—Paul, habéis tomado el relevo dejándome a mí de lado —dijo Kala molesta cuando se quedaron solos—. Soy yo la que debe resolver esto.
—Solo te estamos ayudando, Kala.
—La información que necesitamos para acabar con el club está en casa de Elizabeth. ¿Has logrado encontrar algo? —preguntó Kala.
—Aún no. Debo idear otro modo de entrar en su ordenador. Si no lo consigo, te dejaré un pen drive con un software de rastreo para que intentes instalarlo en su ordenador, aunque si no lo suele dejar abierto, no va a servirnos de mucho.