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Spyros miraba distraído por la ventanilla del talgo que los llevaba a Málaga. Sentado junto a él, Villena seguía las peripecias de los personajes de la película que se proyectaba en los monitores de vídeo anclados en el techo del vagón. Sara y Yorgos, que ocupaban los asientos de delante, charlaban en voz baja. Sobre ellos, en el portaequipajes de mano, una bolsa de deportes negra. Al otro lado del pasillo, en un asiento individual, Garcimartín escuchaba música con un MP3.

Spyros sospechaba que Villena era algo más que un simple ayudante. El hecho de enviarlo a Madrid para que les prestase ayuda significaba que sir Francis McGhalvain, un viejo zorro del MI6, confiaba en él para asuntos que estaban más allá de la mera colaboración en las tareas marineras o de su trabajo como conductor del elegante Daimler Jaguar MK2 del 63. Si su olfato no lo engañaba, y no solía hacerlo, se dijo Spyros, Villena tenía un hilo conductor con los servicios de inteligencia ingleses. Una de las veces que se levantó para ir al servicio, Spyros observó que bajo la parte trasera de la cazadora se le formaba un bulto que le resultaba muy familiar: el de una pistola, algo que no todo el mundo iba paseando por ahí, y mucho menos en los trenes. También él conservaba la suya. Sonrió para sí y se sintió más seguro porque, llegado el caso, no estaría solo si tenía que defenderse de los sicarios de los Siervos del Tabernáculo o de los matones de Natán Zudit. Además, también estaba Garcimartín, quien, posiblemente, pertenecía al círculo de colaboradores especiales de sir Francis McGhalvain.

El viaje transcurría sin contratiempos. Spyros, Villena y Garcimartín se mantuvieron atentos y vigilantes durante todo el trayecto para evitar verse sorprendidos por alguna inesperada maniobra de sus supuestos seguidores, pero no ocurrió nada. La bolsa de deportes negra siempre estuvo protegida.

* * *

—No convenía dejar cabos sueltos, así que nos deshicimos del detector de metales y del medidor láser. Los enviamos a la Universidad Aristotélica de Salónica por medio de una empresa de mensajería, a la atención del profesor Yorgos Poulianos —contó Spyros—. A nadie le extrañará que un departamento universitario como ese reciba instrumentos de medida para sus investigaciones. Para conseguir que el contenido del arcón pasara inadvertido tuvimos que recurrir al ingenio. Era muy probable que al someterlo al escáner de la estación de Atocha para el control de equipajes, los agentes de seguridad se preguntaran qué era aquello, así que había que camuflarlo para que no levantara sospechas. Lo que hicimos fue meterlo en una caja de cartón, envolverlo con papel de regalo y llevarlo en una bolsa para que pareciera algo que habíamos comprado en Madrid. —Spyros señaló una bolsa con el logotipo de unos conocidos almacenes; dentro había un paquete envuelto en papel del mismo establecimiento—. Y funcionó.

—¡Ja, ja, ja! —se rio sir Francis, que miró divertido la bolsa con el paquete que había sobre la mesa de su apartamento—. ¿Lo camuflasteis con una bolsa de El Corte Inglés? ¿De quién fue la idea?

—De Sara —repuso Spyros.

—Debí suponerlo. Ya te dije que tu hermana, además de guapa, es muy inteligente. Deberías aprender de ella —bromeó sir Francis—. Y ahora hablemos de cosas serias. Por lo visto habéis tenido algunos problemillas.

—Bueno, si llamas problemillas a que no han dejado de vigilarnos, que se han cargado a dos matones albanokosovares y que dos sicarios de los Siervos del Tabernáculo se han hecho papilla cuando intentaban matarnos, sí, podría decirse que hemos tenido problemillas, pero al margen de eso todo ha ido a pedir de boca… —respondió Spyros. Hizo una pausa para dar un trago del whiskey irlandés que le había servido sir Francis y añadió con seriedad—: Me temo que los verdaderos problemas van a empezar ahora. Esos malditos Siervos parece que están dispuestos a todo para arrebatarnos el contenido del arcón. No me gustaría ponerlos a ellos en peligro —dijo en alusión a Sara y a Yorgos—, pero la única manera de que eso no ocurra es acabando con esa maldita secta y eso es imposible, a no ser que…

—¿Qué estás pensando?

—Que puede que exista un modo de neutralizarlos. Ya lo hice una vez en Beirut y salió bien.

—¿Qué fue lo que hiciste en Beirut?

—¿Recuerdas a aquellos salvajes que querían pegarte un tiro?

—Claro que me acuerdo —respondió sir Francis—. Gracias a ti estoy aquí ahora, pero no sé adónde quieres llegar.

Spyros calló unos instantes antes de responder.

—Justo a lo mismo que llegué entonces. Aquellos bestias eran solo tres matones que no pintaban nada y no me costó mucho deshacerme de ellos; pero no jugaban solos, por encima había unos cuantos más, bien organizados, y te tenían en el punto de mira de sus pistolas. Tarde o temprano te hubiesen liquidado, era cuestión de tiempo, así que les filtré cierta información a sus supuestos aliados y se acabó el problema.

—Explícate —dijo sir Francis con interés—. ¿Me estás diciendo que fuiste tú el que…?

—Exactamente.

—¿Y puede saberse qué fue lo que les filtraste?

—Les hice llegar que esos tipejos que se proclamaban partidarios de la ocupación del Líbano por las tropas de Siria eran en realidad una facción escindida de las Falanges Libanesas que actuaban como topos de los israelíes. Y ya sabes el amor que los prosirios les profesan a sus enemigos.

—¡Serás cabrón! —exclamó sir Francis sin poder ocultar su asombro—. Y yo que pensaba que habían sido mis queridos compatriotas.

—Tus queridos compatriotas, como tú llamas a los del MI6, habrían tardado demasiado y mientras tanto a ti te habrían pegado un tiro cuando menos te lo esperases. Yo te había tomado cariño y no podía permitir que eso ocurriera —bromeó Spyros.

—Y supongo que estás considerando hacer algo parecido con los Siervos del Tabernáculo.

—Más o menos.

—Pero ahora se trata de los israelíes y a estos no los podrás engañar tan fácilmente —objetó sir Francis.

—Cierto. Será cuestión de ponerles un buen señuelo.

—Que ya tienes pensado, claro.

—Así es. ¿Qué tal si llega a sus oídos que los Siervos mantienen algunas relaciones… con Irán?

—¿Con Irán?

—He podido saber que algunos de los miembros de la secta de los Siervos tiene contactos mercantiles en buena parte de Oriente Próximo, y no sería la primera vez que por medio de esas redes hagan negocios encubiertos con el régimen iraní, lo que sería considerado una doble traición: negociar con el enemigo y vulnerar las sanciones que pesan sobre Irán.

—No está mal pensado. Los Siervos del Tabernáculo, unos relevantes miembros de la sociedad israelí, trabajando para un régimen que pide la destrucción y desaparición del Estado de Israel. No, no está nada mal.

—Si esa información les llegara por dos fuentes distintas, seguro que el Shabak y el Mossad mostrarían bastante interés.

Sir Francis miró a Spyros.

—¿Me estás pidiendo que yo…?

—No tienes por qué hacerlo directamente. Seguro que hay algún compatriota tuyo que estaría dispuesto a hacer llegar el recado a Israel si tú lo informas adecuadamente.

—Sabes que ni el Mossad ni el Shabak tienen fama de incautos. Puede que no funcione.

Spyros se inclinó para acercarse a su amigo.

—Francis —le dijo Spyros con rostro serio—. De sobra sabes que el MI6 tiene suficiente crédito como para que se crean cualquier cosa que les digáis. Si también lo hacemos nosotros, no creo que hagan oídos sordos, sobre todo si les hacemos llegar algunas pruebas digamos que… convincentes. Sabes que eso no es difícil de obtener. Al menos lo investigarán y seguro que sacan una buena tajada. Esa gentuza del Tabernáculo no es gente limpia y puede que hasta les hagamos un favor a los israelíes.

Sir Francis dio un trago de whiskey y se reclinó sobre el respaldo del sofá sin soltar el vaso de la mano. Spyros lo observó en silencio. Lo que le estaba pidiendo era muy importante y de su colaboración podía depender que él, Sara y Yorgos pudiesen seguir viviendo sin contratiempos.

—De acuerdo —accedió—. Hablaré con algún amigo… Esos tipejos del Tabernáculo son unos indeseables y no me extrañaría nada que mantengan relaciones con Irán o con el mismísimo demonio con tal de conseguir dinero. Quienes trafican con diamantes de sangre son capaces de todo. Además, lo que le hicieron a Sara lo tienen que pagar.

—Gracias, Francis, pero hay algo más que quiero pedirte. —Sir Francis le dirigió una mirada inquisitiva—. Me sentiría mucho más tranquilo si pudiese hacer llegar a Salónica el regalo —señaló la bolsa de plástico que había sobre la mesa— por un medio más seguro que el avión.

—Por ejemplo, por valija diplomática, ¿me equivoco? —se adelantó sir Francis; el viejo zorro no cambiaría nunca—. Ya lo había pensado, pero te va a costar una buena cena. Guardemos ahora el regalo en la caja fuerte y vayamos al hotel a recoger a tu hermana y a Yorgos. No es de buena educación dejarlos solos tanto tiempo.

—Y un caballero inglés como tú… —bromeó Spyros.

—Escocés, querido Spyros, escocés y medio irlandés, no lo olvides —lo corrigió sir Francis.