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¿Una broma de Yorgos? No solía jugar con ese tipo de cosas y tampoco era de los que se aventuraban a saltar del trapecio si no estaba convencido de que la red estaba bien puesta. Sus razonamientos, siempre sólidos, los había traído a España en busca de algo que bien podría haber estado en cualquier parte del mundo. Pero él estaba convencido de que ese algo estaba aquí; ahora iba a decirles dónde.
—Os estaréis preguntando qué es lo que me ha llevado a una conclusión tan singular —dijo Yorgos—. Ha sido algo tan simple y evidente como las relaciones alfanuméricas y la disposición espacial de las letras arameas. Como veis, hay unos signos en la parte derecha del ojo de la llave y otros en la parte inferior. Cuando se mira un mapa, ¿qué significa que algo está a la derecha? —preguntó.
—Que está al este —respondió Sara.
—Exacto. Y por la misma razón, lo que está abajo corresponde al sur. ¿De acuerdo? Pues bien, el hecho de que los signos arameos se encuentren grabados a la derecha y abajo significa que el grabador nos está diciendo que debemos buscar en dirección este y en dirección sur. Pero dicho así resulta absolutamente impreciso, podríamos pasarnos la vida excavando el terreno sin hallar nada y entonces esta llave sería cualquier cosa menos un plano. Pero resulta que sí es un plano y los planos deben ser precisos porque de otro modo no servirían para nada. ¿Me seguís?
Sara y Spyros asintieron.
—Pues sigamos. Hemos visto que hay una correspondencia entre las letras del alfabeto arameo y las del hebreo, pero a partir de aquí vamos a olvidarnos del primero y nos centraremos únicamente en las letras hebreas que, como sabéis, no solo sirven para leer y escribir, sino que cada una tiene un valor numérico que es la base de la cábala y la gematría.
—Creo que sé por dónde vas —comentó Sara—. Si no me equivoco, vas a asignarle un número a cada letra de la llave.
—En efecto, por ahí van los tiros. Vamos a hacerlo y veremos qué es lo que resulta. Empecemos por la derecha, es decir, por el este. Acabamos de ver que esta parte del ojo de la llave correspondía a las letras qof, he, alef. Escribámoslas y veamos cuáles son sus equivalencias.
Yorgos buscó una de las muchas tablas de equivalencias numéricas del alfabeto hebreo que hay en internet. Después copió las tres letras que le interesaban y el número que le correspondía a cada una:
qof |
→ |
100 |
= |
ק |
he |
→ |
5 |
= |
ה |
alef |
→ |
1 |
= |
א |
—Visto así, esto no significa nada, pero en realidad nos va a dar uno de los puntos claves del plano: una coordenada. Sí, una coordenada —repitió—. Las letras qof, he y alef no parece que formen ningún nombre, pero sus valores numéricos sí tienen sentido, aunque no hay que dejarse engañar, porque el número no es 10.051, o 15.100 si lo leemos de abajo arriba, que sería lo lógico si ponemos las letras una a continuación de otra. El verdadero resultado es 100 + 5+1, es decir, 106. Ya tenemos el primer punto: 106 al este. Veamos ahora el segundo, el correspondiente al tetragrámaton.
Yorgos repitió la operación:
yod |
→ |
י |
= |
10 |
he |
→ |
ה |
= |
5 |
waw |
→ |
ו |
= |
6 |
he |
→ |
ה |
= |
5 |
—Y ya tenemos la segunda coordenada, 10 + 5 + 6 + 5 = 26, y dos coordenadas determinan un punto, que en nuestro caso está definido por 106 este y 26 sur. Ahí está lo que buscamos. Y ahora os preguntaréis por qué el autor ha usado estos números. No ha sido por puro capricho, sino que responden a un criterio religioso. Si sumamos los números del primero, hemos visto que nos da 106, es decir, 1 + 0 + 6 = 7. Y el 7 es el número cabalístico por excelencia. Representa a la divinidad en su perfecta unidad. Nunca es negativo y es un número sagrado para los hebreos. Siete son los días de la Creación; Dios descansó el séptimo día; siete son los brazos de la menorá, el candelabro del Templo; Moisés nació y murió, según la tradición, el séptimo día del mes de adar, y muchas cosas más. Es el número perfecto y muchas religiones lo consideran un número mágico. A la letra qof le corresponde el número 100, que simboliza a Dios en lo absoluto como Señor de lo infinito y de todo cuanto ha sido creado. El número 5, equivalencia de la letra he, es según la cábala el que indica el camino de la sabiduría. Tal vez sea una alusión al camino que hemos seguido para llegar hasta el final. Puede que no, pero me gustaría que fuese así. Y por último está la letra alef, que según el Libro de Enoc es el primer sonido que articula el ser humano y expresa la idea de unidad y principio, es decir, la idea de persona como unidad colectiva. Por eso se le otorga el valor 1. En definitiva, todo está medido y pensado en la primera coordenada. Veamos ahora la segunda. Esta es mucho más clara: se trata del tetragrámaton, las letras del nombre divino, y eso lo resume todo. Por tanto, parece claro que las coordenadas no fueron elegidas al azar, sino que responden a un sentimiento profundamente religioso y esotérico… Y esto es todo cuanto tengo que contaros. Si mi razonamiento es correcto, el tesoro está enterrado en el barranco de Gótolas, en un lugar situado en el punto 106 este y 26 sur.
Yorgos tomó la botella de agua y dio un buen trago.
—Muchacho, me descubro ante ti —Spyros hizo el gesto de quitarse un invisible sombrero—. Admirable. Sin duda ha merecido la pena que me despertaras —añadió antes de tomarse el resto de whisky que le quedaba en el vaso—. Ahora sí que necesito otra copa —comentó, agitando el vaso ya vacío. Se levantó y fue al minibar.
Sara seguía callada, mirando a Yorgos con fijeza. Bajó el rostro y sacudió la cabeza de modo casi imperceptible; luego cogió la mano de Yorgos y se la besó.
—¿Te ocurre algo? —le preguntó Yorgos.
—No, no me ocurre nada —le respondió Sara, que pugnaba por sonreír.
Se levantó y se dirigió al cuarto de baño. Abrió uno de los grifos y se lavó la cara con abundante agua fría para hacer desaparecer el rastro de la emoción que a punto estuvo de delatarla. Era la segunda vez en esa noche que le ocurría lo mismo y la causa era idéntica en ambos casos: Yorgos, el joven y guapo profesor de pantalón vaquero y pelo largo que más parecía un actor de cine que el sabio que en realidad era; Yorgos, su Yorgos…
—Sara Misdriel —dijo a la imagen que se reflejaba en el espejo—, eres una mujer muy afortunada.
Se sonrió a sí misma y salió del cuarto de baño. Se sentía feliz.
Yorgos y Spyros charlaban animadamente.
—¿Me he perdido algo importante? —preguntó.
—Le decía a Yorgos que no sabemos a qué medidas se refieren los números de las coordenadas.
—Dada la época en que se escribió el pergamino hay que descartar los metros. Y tampoco sabemos a partir de qué punto hay que comenzar a medir —apuntó Sara.
—Veamos si hay algo en la red.
Yorgos se sentó de nuevo ante el ordenador y buscó páginas de metrología, confiado en encontrar algún documento sobre unidades de medida antiguas.
—Aquí hablan de una medida antigua, la vara. —Abrió el documento—. A ver qué dice… —Leyó despacio el contenido—. Dice que la vara se emplea en España desde el siglo XIII por lo menos, un dato importante. Sigamos buscando. Este parece interesante. Centro Español de Metrología. «Medidas antiguas».
Yorgos abrió el documento y en la pantalla apareció una reproducción de la cubierta de un libro publicado en 1886: Equivalencias entre las pesas y medidas usadas antiguamente en las diversas provincias de España. En la parte superior, un buscador indicaba que se eligiera una provincia. Yorgos pinchó y apareció un menú desplegable con todas las provincias españolas. Seleccionó Huesca y al instante se mostró un cuadro de medidas. La primera era la vara.
—¡Bien! —exclamó—. Aquí está: 0,772 metros.
—Selecciona otra; por ejemplo… Toledo —sugirió Spyros.
Yorgos repitió la operación y apareció una página semejante a la anterior.
—Lo que suponía —comentó Spyros—. La vara de Toledo equivale a 0,837 metros, no es igual que la de Huesca. Al ver que aparecían todas las provincias españolas he imaginado que las unidades de medida podían variar de unas a otras.
Probaron con otras provincias y ocurrió algo parecido. Al final las recorrieron todas y anotaron los valores que alcanzaban las varas en cada una de ellas. Había uno que aparecía con mayor frecuencia: 0,835905 metros. Ese valor, averiguaron, correspondía a la vara castellana, la más empleada.
—Tendremos que elegir entre esta vara y la de Huesca —propuso Yorgos.
—No sabemos de dónde era el autor del pergamino, por lo que, puesto que nos ha traído hasta aquí, tal vez convenga emplear la de Huesca —propuso Sara—. La diferencia en metros de los valores de las coordenadas no es muy grande y todo lo que puede pasar es que nos toque rastrear un par de metros cuadrados más.
—Coincido con Sara. No es ningún disparate suponer que si el tesoro está enterrado en tierras aragonesas, las medidas también lo sean, aunque por otra parte, conociendo al autor y su gusto por complicar las cosas, no sería raro que la buena fuese la vara castellana —observó Spyros.
—Puede ser cualquiera de las dos, pero hemos de elegir una —manifestó Yorgos—, aunque estamos dando por sentado que se trata de varas, pero ¿y si no lo son?
—Si estamos equivocados o no, lo sabremos cuando nos pongamos a buscar en el barranco de Gótolas —opinó Sara—. Mientras tanto, tan válida es una como la otra.
—Queda otra cuestión pendiente: a partir de qué punto tomaremos las medidas —advirtió Yorgos.
—Si la llave estaba escondida en la pared del agujero por el que sale el aire, es lógico pensar que ahí está el punto de partida. Creo que deberíamos empezar en la misma vertical del agujero, pero en la base de la pared —argumentó Spyros.
—Pues si estamos de acuerdo, convirtamos en metros nuestras coordenadas y pongamos manos a la obra.
—Ya los he calculado —dijo Sara, que mostró una hoja del cuaderno de Yorgos con varias cifras—: 81,832 metros al este y 20,072 metros al sur. Si tenemos en cuenta que la llave estaba a unos 2 metros de altura, que la cueva tiene 3,90 de profundidad y que el ancho del camino hasta el comienzo del barranco es de unos 2 metros, nos queda 20,072 - (2 + 3,90 + 2) = 12,172. El tesoro está enterrado a poco más de 12 metros del borde del barranco y a menos de 82 a la derecha de la cueva.
En ese momento sonó el teléfono móvil de Spyros. En la pantalla apareció un icono de uno de los monasterios del monte Athos. Al verlo supo que se trataba de su amigo Andreas y atendió la llamada.
—Perdona lo intempestivo de la hora, pero debes saber que el pájaro ha estado en la ciudad, aunque ha buscado mejores aires. Ha volado y se ha escondido en Atenas, pero sabemos dónde está la nueva jaula —contó Andreas.
—¿Estás seguro?
—Completamente. Lo cuidaremos bien para que cuando tú vengas lo encuentres con buena salud.
—No me cabe duda de que lo haréis. Estaré pronto por ahí. Saluda a los muchachos de mi parte.
Cortó la comunicación y sonrió. Levantó el vaso de whisky e hizo un brindis imaginario, apuró la bebida, chascó la lengua y dejó el vaso sobre una mesa con un ligero golpe sobre la madera.
—La gran rata sebosa y repugnante de Natán Zudit ha estado en Salónica —les anunció. Sara y Yorgos sabían lo que eso significaba—. Debe de tener mala conciencia —ironizó— y se ha escondido en Atenas, pero unos amigos han logrado averiguar dónde se oculta. ¡Algún día lo cogeré, y cuando lo haga…! —dijo, apretando los dientes; luego, conteniéndose, añadió—: Hay que encontrar el tesoro para volver allá; tengo una cuenta pendiente con esa sanguijuela y quiero saldarla cuanto antes. Pronto amanecerá, así que no estaría de más que nos largásemos para el barranco antes de que sea más tarde y empiece a llegar gente.