11

Las últimas luces de la tarde fueron dejando tras de sí un ambiente caliginoso que olía a humedad. Una lluvia fina y persistente, que no había parado de caer en todo el día, formaba regueros que discurrían por la pendiente para acabar perdiéndose entre las rejas del alcantarillado. La calle, estrecha y poco iluminada, estaba desierta. Guarecidos dentro del portal, Loukas y Nikos esperaban en silencio al abrigo que les brindaba la penumbra del vestíbulo. Fuera, un tercer hombre montaba guardia sentado al volante de un coche aparcado a escasos metros de la casa.

Se acercaba un vehículo. Las luces de los faros rompieron la monotonía de la lluvia y alertaron al hombre que aguardaba en el coche. Dentro del portal, sus dos compañeros esperaban la señal.

—Ya viene —les dijo cuando comprobó que el coche que se aproximaba era el que estaban esperando.

—Muy bien, Tassos. Prepárate —respondió Loukas.

Después de aparcar, un hombre no muy alto, delgado, se bajó del vehículo y anduvo deprisa con la cabeza agachada para protegerse de la lluvia: Savas, el Camaleón. Abrió el portal y cuando fue a pulsar el interruptor de la luz, Nikos y Loukas cayeron sobre él. Le taparon la boca con cinta adhesiva, le colocaron una capucha de tela negra y le sujetaron los brazos en la espalda para impedirle cualquier movimiento. Nikos abrió la puerta y se asomó para comprobar si había alguien en la calle. El coche ya los esperaba delante de la casa con el motor en marcha y una puerta trasera abierta. Cogieron en vilo a Savas y lo obligaron a entrar. El vehículo arrancó y se perdió a toda prisa entre las calles.

* * *

—El Camaleón, así es como te llaman, ¿no? Un nombre muy apropiado para un bicho como tú. ¿A qué se debe el apodo, a tu facilidad para colarte en las casas disfrazado de lo que no eres o a lo feo que sí eres? —se mofó Loukas.

Savas, con los ojos vendados y atado a una silla, se mantenía en silencio. Sabía, por su modo de actuar, que aquellos hombres no eran policías. Si lo fuesen, lo habrían llevado a alguna comisaría para interrogarlo, pero el sitio en el que se hallaba no era una comisaría, de eso estaba seguro. Olía a humedad y no se oía a nadie más, parecía que allí estuviesen solo ellos. Además —razonó—, si fuesen policías, no les habría importado que les viese la cara. Sin embargo, le habían quitado la capucha, pero continuaba con los ojos tapados por una venda, prueba de que no querían ser identificados. Tampoco eran de la Mafia. Él no tenía ninguna cuenta pendiente con esa gente; de haberla tenido, ya estaría muerto a esas horas. ¿Quiénes eran entonces aquellos tres tipos que lo sabían todo de él, hasta las veces que se había ido de putas? Le preguntaban por el pergamino que había robado para el judío Natán. ¿Quién se tomaría tantas molestias por un jodido trozo de piel garabateado? ¿Qué tenía ese pergamino para que tanta gente anduviese tras él? La mente de Savas trabajaba con rapidez, pero no encontraba respuestas a las muchas preguntas que lo asaltaban.

—Muy bien, chico listo, ahora te vas a portar como un buen muchacho y nos vas a contar todo lo que sepas —le dijo Loukas.

—Ya lo has oído, Savas: absolutamente todo —recalcó Tassos—. Se han acabado las contemplaciones, Camaleón. O nos dices quién te pagó para que robaras el pergamino o lo vas a pasar muy mal.

—Bueno, ¿qué dices? —intervino Nikos—. ¿Hacemos un trato? Tú nos revelas quién te dio la pasta y nosotros seremos buenos contigo. Y no trates de negar que has trabajado por encargo, porque nadie se va a tragar que una cucaracha como tú, que apenas sabe leer, se interese por las antigüedades. Te damos unas cuantas hostias por meter las manos donde no te llaman y después desapareces de la ciudad para siempre. Y para siempre significa eso: para siempre. Ese es el trato. En caso contrario, tendremos que recurrir a métodos… digamos que más… convincentes. ¿Aceptas?

—Es un buen trato, Savas —añadió Loukas—, y yo en tu lugar no dudaría en aceptarlo, sobre todo si tienes en cuenta que también sabemos que has matado a Vasilios Stefanis, así que no te hagas el duro porque antes o después vas a decir todo lo que queramos. Estos dos amigos —Tassos y Nikos lo flanqueaban sentados— son bastante persuasivos, pero tienen un pequeño defecto: se ponen nerviosos enseguida y cuando eso ocurre se vuelven muy, pero que muy desagradables.

Savas persistió en su silencio pese a que el tono de voz de Loukas declaraba una palpable amenaza. En ese instante, Nikos se levantó con brusquedad y asió a Savas por el pelo.

—Escúchame atentamente, cabronazo, porque no te lo pienso repetir y ya estoy empezando a perder la paciencia —le espetó con evidente desprecio—. Eres muy valiente para robar, pegarle y manosear a una mujer, pero esta vez te has pasado, no sabes con quién te has dado de frente. Soy muy poco tolerante con los excrementos de rata como tú y ya te han dicho mis amigos que pierdo los nervios con facilidad, así que empieza a largar o vas a comprobar que no bromeo. Tienes tres segundos. Uno…, dos… y tres.

La fuerza de la bofetada hizo que la cabeza de Savas girase como si se tratara de un muñeco; un hilo de sangre comenzó a bajarle por una de las comisuras de la boca. Un segundo golpe estuvo a punto de lanzarlo al suelo con la silla, pero antes de que cayese, la mano de Tassos lo sujetó y le propinó un puñetazo en la nariz, que empezó a sangrar abundantemente. Savas trató de hablar, pero la lluvia de golpes se lo impidió.

—Se acabó, ya no hay trato. A partir de ahora se han terminado las delicadezas. Os lo dejo. Haced que hable —ordenó Loukas, que permanecía sentado frente a Savas—. Nuestro tiempo es muy valioso para perderlo con ladronzuelos de mierda. Si dentro de cinco minutos no ha dicho quién le pagó, dadle un paseo en la lancha para que aprenda que con nosotros no se juega. Que haga esquí acuático… pero sin esquíes, y cuando os canséis de pasearlo cortad la cuerda. A ver si el agua del mar le refresca la sesera. No creo que nadie se moleste en preguntar dónde ha ido a parar esta escoria. A nosotros nos da igual lo que le pase, porque antes o después vamos a averiguar quién lo contrató.

Savas sintió un estremecimiento cuando oyó mencionar la lancha y el mar. Esos tipos no se andaban con rodeos y él no tenía ningún motivo para jugársela por Natán, pensó. Ese cabrón tenía que haberlo advertido de que no se trataba de un robo más, tenía que haberle dicho dónde se metía, pero no lo hizo, así que no veía razón alguna por la que tuviera que guardar silencio para protegerlo.

—¡Natán Zudit! ¡Me lo encargó Natán Zudit, el judío anticuario! —consiguió gritar con la boca llena de una sustancia pastosa mezcla de sangre y saliva. Bajo la venda que le cubría los ojos, el Camaleón sintió el escozor de las lágrimas provocadas por el miedo.

—Bueno, ya sabemos quién es la asquerosa sanguijuela, ahora solo hay que aplastarla. Yo sé de uno que se va a poner muy contento —comentó Tassos en alusión a Spyros.