Burger se había cambiado y también había tenido tiempo para perfumarse. Un perfume de viejos que conocía bien: Eau Sauvage.
Estaba más charlatán que nunca.
—Los gerentes del camping son viejos amigos, antiguos colegas de cuando trabajaba en el este, antes de Marconi. Los ayudé a instalarse aquí. Son fanáticos de la pesca, como yo.
Tenía ganas de explicarse. ¿Por qué no? Yo no quería morir. Pero su vida, su obra… Yo tenía otros centros de interés.
—Lo que me gustaría sería que contaras tus más hermosas locuras, que pueda reírme un rato antes de que acabes conmigo.
Me dio una ligera patada en mi pierna izquierda. Me interrumpí para gritar.
—Está rota —constató él.
Primera noticia.
—¿Por qué no te limitas a escucharme por una vez, señor sabelotodo?
El vasco grande no pudo evitar reírse. Su acólito se había marchado cuando llegó Burger.
—Y tú, cállate también. Jesús se ha ido con el coche de este señor, así que muy bien puede tocarte volver a pie si continúas tocándome los cojones —luego se giró hacia mí y dijo—: Como ves, no hay dónde sentarse aquí. Este sitio no está hecho para hablar. Pero quiero contarte algo antes de mandarte al otro barrio. El doctor Daniel no supo mostrarse agradecido con el contrato que obtuve para él. Acababa de embolsarse treinta mil euros, lo que es bastante, ¿no? Cuando me monté en el coche al lado de él pensaba que me lo iba a agradecer calurosamente, que iba a decirme que iba a ser su amigo para siempre e incluso que me pediría que le buscara nuevos contratos. ¿Por qué no? La mafia siempre necesita cirujanos discretos y simpatizantes. Pero en lugar de eso va y me dice: «Así que es usted quien está detrás de toda esta tenebrosa historia». Tenebrosa historia, te juro que ésas fueron las palabras que empleó. No me gusta que utilicen un tono de superioridad conmigo. Y lo que menos me gustó fue su pequeña cólera y las amenazas que se atrevió a soltarme cuando lo llevamos en el coche tu amigo Valentin y yo.
Mi cerebro se puso a bullir. Aquello no cuadraba con la historia de Valentin. Según él, el doctor había dormido todo el trayecto y Burger y él no habían intercambiado ni una sola palabra. Sin embargo, Burger no tenía ningún motivo para mentirme.
—Había que actuar rápidamente —siguió Burger—. El doctor Daniel sabía demasiado sobre mí, conocía mi guarida secreta y mis lugares de pecado preferidos. Eso es por culpa del azar de la vida: lo había visto varias veces en mi rincón secreto, allí donde tú pescas con granadas. Marconi es un alma sensible. Llevaba bastante tiempo sin mandar matar a nadie. Jamás me hubiera dejado cargarme al hombre que acababa de operar su pobre corazón de nenaza.
El vasco volvió a reírse, pero Burger no le prestó atención.
—Tu amigo Valentin es harina de otro costal. Tenías razón, es alguien válido. No me costó convencerlo para que me ayudara. Sólo tenía que abrir la ventana, con eso fue suficiente. Nos distribuimos el salario del doctor. Pero desgraciadamente Marconi no se dejó engañar tan fácilmente. Cuando se enteró de que la viuda me había encargado el transporte de su salvador, ató cabos con lo del suicidio. Parece ser que me busca para matarme —ahora quien se echó a reír fue él—. Pero he conseguido salir sano y salvo, ¿no?
Aquello no tenía sentido. Burger ignoraba que Al seguía con vida. Ahora bien, este último no había reconocido a Valentin cuando lo tuvo enfrente en el campamento gitano. No podía haber visto a Valentin abrir la ventana sin que sus rasgos se le quedaran grabados a fuego.
Me di cuenta de que tampoco Valentin había reconocido al doctor Alix Daniel…
Habría tenido que reconocerlo.
¿Pudiera ser que sólo hubiera entrevisto su cara en el retrovisor?
Era tarde para preguntárselo.
Luego me puse a pensar en la amnesia que puede golpear a la víctima de una agresión y que la lleva a olvidar los momentos más penosos. Con mis últimas fuerzas intentaba encontrar la prueba de la inocencia del cantante de los Fucking Puppets.
Pero no podía intentar arrancarle la verdad a Burger sin contarle que Al había sobrevivido a su último crimen. Me contenté con hacerle otra provocación:
—Qué suerte que la viuda se interpusiera para protegerte.
Me lanzó una mirada aviesa.
—Cuando Valentin me llamó para decirme que había visto al doctor Daniel en la playa de Largos, no me lo creí. Le dije que soñaba. Pero luego fui a verificarlo y ya sabes cómo sigue la historia. Sólo tenías que cruzarte conmigo en la cafetería de Largos.
Pensé en mi benefactor Marconi, quien sin duda estaba muerto junto a su fiel Antoine. Burger me lanzó la estocada final:
—Lo que no sabes es que el viejo estúpido de Marconi intentó protegerte y que fue a hablar con la viuda para que no te tocara ni un pelo. Pero la viuda lo mandó a la mierda y se insultaron.
No quería escuchar lo que seguía. Prefería morirme en ese instante antes que escucharlo.
—Fui a ver al tipo calvo que vivía en la duna. Un colega me contó que ese pobre idiota había sido testigo de mi último trabajo. Figúrate que incluso le había pedido protección. Quería pagar a alguien que lo protegiera. Imagínate que casi pone precio a mi cabeza. Pero luego se portó bien cuando me dio tu dirección, reconozco que la idea de dispararte mientras dormías no era muy amigable, pero ya conoces mi lema: «Ante todo la profesionalidad».
—¿Y tu profesionalidad fue la que te llevó a confundirme con una rubia de metro setenta?
Se echó a reír con una risa de malo de película.
—Tienes razón. Tendría que haber encendido la luz, pero no pude. No había electricidad.