No me había enterado de nada nuevo y estaba totalmente cocido.
La chica quiso pagarme otra copa «en un lugar más tranquilo». Me llevó hasta una cafetería que acababa de abrir, a la salida de la zona industrial.
Nos encontrábamos sentados en la terraza y el sol estaba a punto de salir. Un barco se alejaba por el océano.
Ella acercó su frente a la mía y me tomó de la mano.
—Tiene usted algo muy atractivo.
Pensé en las píldoras azules. El alcohol y las horas habían restablecido el orden natural. Mis setenta se acercaban. La frente de aquella chica contra la mía tenía algo de extraño, pero no me sentía con fuerzas para resistirme. Mi cuerpo pesaba tanto como un cadáver plantado en mitad del camino.
Si Burger aparecía con intenciones de matarme, no le costaría demasiado hacerlo.
—Soy menor… —me dijo—. Tengo quince años —y sacó su carnet de identidad—. Son doscientos euros, pero lo hago todo.
Tuve ganas de llorar y de matar, pero no forzosamente a ella.
También tenía ganas de vomitar.
Permaneció conmigo cuando salí al espigón.
Pensé rápidamente en Louise. Era la pequeña luz en mi oscura vida.
—Lárgate —le dije.
Lo comprendió a la primera.