Rodeé el coche y entré por el lado del acompañante.
—Abre la guantera —me dijo Valentin mientras me tendía una llave.
No soy un fanático de las sorpresas, pero ya no estaba preparado para luchar contra su espíritu caprichoso.
Los White Stripes comenzaron a entonar «Blue Orchid». La música de los White Stripes es una de las más hermosas de principio de siglo. No es extraño que se entone el estribillo de «Seven Nation Army» en los estadios, del mismo modo que tiempo atrás se cantaba «Centerfold», de J. Geils Band.
—Busca bien, está al fondo.
Aparté un estuche de gafas de sol y sentí el tacto de un peluche.
Lo cogí. Era un Hitler rosa con el brazo tendido, bigotito y el mechón de pelo.
—Muy divertido. ¿Y se supone que esto me va a ayudar a olvidar mi pena?
—¿Eso? No, es el regalo de un fan que venía a fastidiarme a la salida de todos mis conciertos. Me dijo que lo había conseguido en una página web gay nazi. ¿Te das cuenta de que existen los gays nazis?
—Me perdonarás si desde ahora me cuesta seguir hablando sobre un tema tan interesante.
Se permitió un suspiro de exasperación.
—¿Hacía cuánto que conocías a tu Dulcinea?
—Se fue adueñando de mi alma lentamente durante cinco años. Pero sólo pude permitirme una semana de amor loco. Ten cuidado con lo que vas a añadir ahora, y no se te ocurra decirme que en estas condiciones no estoy en mi derecho de hacer un drama.
—Cinco años antes no la conocías.
—Eres el genio del consuelo.
El Mercedes dio media vuelta en el aparcamiento de la residencia. Los faros iluminaron un lugar en el que las dunas habían desaparecido para dejar paso a una larga extensión de arena. Se podía ver el movimiento constante de las olas a lo lejos, hundidas en la noche. Valentin no pudo evitar seguir divulgándome los grandes axiomas de su filosofía.
—¿Alguna vez piensas que si ahora mismo nos sepultara una ola habríamos vivido para nada?
—Vivimos para nada.
Yo había dejado de buscar en la guantera. Me la señaló con la barbilla.
—Por eso quiero hacerte ese regalo. Venga, busca bien. Está en una bolsa de terciopelo. Es el regalo que necesitas.
Encontré lo que me decía. Parecía el corazón de una mujer, sólo que más pesado y sólido. Era una granada de asalto en un estuche de terciopelo.
—También fue el regalo de un fan. Un tipo que se tomaba las letras de los Puppets al pie de la letra. Un legionario. Me preguntaba qué podía hacer con ella. Seguramente puedas encontrarle su utilidad, ¿no? Estoy seguro de que Burger se espera cualquier cosa salvo eso, ¿no te parece?
Acabábamos de cruzar una nueva frontera hacia el caos.
—Lo que yo decía, eres el genio del consuelo.