Luna se arrojó a los brazos de su madre mientras gritaba:
—¡Lo he visto! ¡He visto a Al!
Como para no traumatizar a la madre y la hija.
—¿De qué me estás hablando?
—Nos encontramos con una vidente que tuvo una visión. No sé cómo lo hizo, pero consiguió impresionarnos. Sobre todo a la pequeña.
—¿Me lo puedes explicar?
Le conté todo salvo lo de la raya de cocaína y la merienda de tres mil calorías.
—¿Quieres decir que no tuviste que explicarle que la persona a la que buscamos es un chico guapo y lisiado?
—Sorprendente, ¿no?
—¿Y todavía no estás convencido?
Me rasqué la cabeza.
—No sé, se me debió de escapar en algún momento durante nuestra conversación.
—¡Pero yo lo vi, yo vi a Al! —dijo la pequeña.
Tras lo cual, pedí a Perle que me llevara a casa y ella comenzó a buscarme las cosquillas:
—Si lo quisieras un poco estarías buscándolo en vez de pasar el día con Luna.
(No me podía creer que me reprochara eso). Continuó en el mismo tono:
—Incluso si Flamby tiene razón y vio a ese estrangulador en la playa…, incluso si Al está muerto… ¿por qué no intentas buscar a su asesino? ¿Por qué no te vengas intentando matar a su verdugo? Ése era tu oficio, matar gente.
—¿Y cómo quieres que encuentre a tu asesino? ¡No soy el comisario Maigret!
Salí sin decir siquiera adiós. Me pareció que se había pasado. No soy ni poli ni detective. No tengo lo que hay que tener. Sabía que el asesino era Burger, pero no tenía ni idea de dónde se escondía. Por si todo esto fuera poco, en el momento de pasar a la acción, un enorme hastío me impedía moverme.
¿Era por la poca amistad que me unía a Al? No lo sé, jamás he estado muy dotado para los exámenes de conciencia. Intenté visualizarlo, y su cara de vaquero con el mar de fondo me arrancó una sonrisa. Me acordé de las lágrimas que habían manado de mis ojos la tarde anterior, al darlo por muerto. Me di cuenta de que no me producía una total indiferencia.
¿Acaso temía a Burger? Pensar en su facha de viejo narizón sólo provocó en mí un leve desprecio.
¿Acaso tenía miedo de volver a caer en las garras del mundo de los asesinos? Absolutamente. Era demasiado viejo, demasiado remilgado, demasiado obsesivo.
Tenía que lidiar con estos misterios.
Me dejé llevar por la vida de Musashi por el resto de la tarde, pero estaba nervioso y vagamente deprimido. La cocaína de Paco me había abierto el apetito y en la nevera sólo tenía unas sobras viejas de pato confitado y judías verdes algo mustias.
La droga y el alcohol me habían provocado el deseo de tomar más alcohol, coca, éxtasis… y todo lo que va detrás. Me puse un pantalón de lino, una camisa blanca, unos mocasines con borlas —única concesión al mal gusto en los regalos de Perle— y una chaqueta de ante beis. Cogí mi pistola de todos los días y salí.
Mientras cruzaba el jardín, arranqué las borlas y las tiré entre las capuchinas.