Liquidar a un individuo que había sobrevivido a una caída semejante era un delito raro, un crimen contra la suerte. Me preguntaba cómo se sentiría Burger al ahogar a Al, cinco años después de haberlo defenestrado. Y sobre todo empecé a pensar qué le habría sucedido a Al.

Valentin movía la cabeza al ritmo frenético de los Buzzcocks. Siempre me ha sorprendido la capacidad de una mente para poder evadirse y bailar al ritmo del punk en vez de poner en orden sus ideas.

Llegamos al aparcamiento de la clínica Saint-Maur y dejé de lado mis reflexiones.

Antes de entrar en el edificio, cogí el teléfono de Valentin.

—¿Cómo funciona?

Se rio de mí y luego marcó el número que le había dado.

—Realmente, eres un viejo anacrónico.

Perle descolgó antes de que sonara el primer pitido.

—¡Por fin!

Su voz sonaba clara y bella. Tendría que haber sacado conclusiones o haber hecho algunas preguntas, pero no me di cuenta.

—Vale, ya sé que vas a reprocharme el que no tenga un teléfono, pero ya sabes que yo siempre me he resistido a la invasión de los móviles. Además, me acaban de llamar viejo anacrónico, así que…

—Para. Tengo una cosa muy importante que decirte. ¿Puedes hablar?

—Estoy con un amigo, puedes hablar.

Dudó un momento antes de que yo retomara la palabra.

—¿Sigues con mis amigos los ladrones? No te muevas de allí. No te dejes ver, ¿vale? Es por tu seguridad. Te lo explicaré cuando te vea, en sólo unas horas si todo va bien…

—Tengo algo muy, muy importante que decirte, Jon. Pero no sé si te lo puedo decir por aquí. ¿Quién es ese amigo?

—Un antiguo compañero. Me ha dejado su móvil. No me llames a este número.

Hubo un silencio. Se tomaba el tiempo de reflexionar.

—Suéltalo, por favor; tengo un poco de prisa.

Perle no era de esas a las que se les pueda meter prisa.

—Escucha, abuelito —en ese momento me divirtió que me llamara así—, no te puedo decir nada ahora, pero es superimportante. Llámame desde una cabina telefónica cuando nadie pueda escucharte.

Colgó.

¿Una cabina telefónica? Pues vaya. ¿Existían todavía las cabinas telefónicas? No veía ninguna cerca.

Entré en el vestíbulo de la clínica después de pedirle a Valentin que me esperara en el coche.

Un papel que él sabía interpretar a la perfección.

Lo dejé mientras sonaba «Complicated Game», de XTC, un fragmento que se correspondía perfectamente con el humor que sentía.

En el vestíbulo de la clínica reinaba un frescor climatizado, perfumado como el desinfectante. Olisqueando, pude distinguir también efluvios de perfume Shalimar.

La secretaria de la recepción era una verdadera pija. En esa clínica habían erradicado del todo al proletariado.

—¿A quién busca?

No sabía muy bien a quién buscaba.

Aquella mujer no tenía un aspecto ni muy amable ni todo lo contrario. Era del tipo eficaz y que puede darte lo que buscas. Decidí ir derecho al grano.

—¿Podría ver al gran jefe?

Ella se echó a reír.

—Tendría que tomarse mi petición en serio —le dije sin precisar por qué.

Tragó saliva y me observó atentamente.

—Dígale al doctor Di Vica que tengo que darle malas noticias.

Descolgó el teléfono y repitió mi petición.

—Hay aquí un señor que trae malas noticias para el doctor Di Vica.

Probad esta fórmula mágica, las puertas siempre se abren.

Una enfermera vino a buscarme y me condujo a un despacho digno de un ministro.

—Siéntese, el doctor Di Vica llegará en un minuto.

Un asiento de cuero de aspecto cómodo esperaba a su ocupante detrás de una mesa. Observé las fotos de niños en sus marcos y las de una mujer deseable en diferentes situaciones: en la ópera, en la playa… Me detuve en la foto de un hombre musculoso de mediana edad que sostenía un pez con una sola mano. El mismo hombre hizo su aparición en ese momento con un polo blanco. Bronceado y sonriente, parecía una caricatura.

Llevaba unas gafas en la punta de la nariz.

Un verdadero cliché sobre piernas.

Me tendió la mano.

—¿Es usted amigo de Alix Daniel? —le pregunté.

Su aplomo desapareció inmediatamente.

—¿Suele usted resucitar a menudo a los muertos? —añadí.

Su sonrisa se desinfló como un neumático pinchado.

Un gramo de odio
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