68.
En cuanto al movimiento de liberación nacional en las colonias la perspectiva parecía clara. Desde la revolución de octubre la importancia de este "frente" de la revolución mundial no hacía más que crecer, confirmando enteramente las previsiones de Lenin. Los documentos y la acción práctica de la IC le conceden bastante atención, pero viéndolo siempre como un "frente" subordinado al "frente principal": el de los países capitalistas desarrollados.
El IV y el V Congreso de la IC (1922 y 1924) no cambian nada importante en el esquema global de la marcha de la revolución mundial concebido en el III Congreso. Poco después del V se introduce la constatación de que se ha iniciado una fase de "estabilización relativa" del capitalismo, cuya duración se piensa breve, y al final de la cual puede situarse la nueva gran ruptura revolucionaria.
Los primeros interrogantes sobre la pertinencia de este esquema, ya clásico, de la revolución mundial, y del optimismo que lo impregna, vienen de su principal autor. En los últimos trabajos de Lenin, particularmente en su último artículo (febrero 1923) se transparenta la duda y la preocupación por la suerte de la revolución rusa y de la revolución mundial. Por primera vez se insinúan notas pesimistas sobre las posibilidades revolucionarias en los países capitalistas avanzados. Lenin busca la salida en tres direcciones fundamentales: la lucha de los pueblos oprimidos de Asia, la explotación de las contradicciones interimperialistas, y la industrialización a ritmo forzado de la Rusia soviética. La perspectiva del triunfo de la revolución mundial se difumina en una borrosa lejanía. Los planteamientos de ese artículo pueden sintetizarse así69:
- Lenin ve todo el mundo envuelto en la órbita de la revolución mundial y dividido en dos campos: a un lado los países capitalistas vencedores y prósperos del Occidente y del Oriente (Japón); en el otro, los países coloniales y semi-coloniales, más los países europeos vencidos en la guerra. El eje magistral del desarrollo de la revolución mundial pasa por la lucha entre esos dos campos.
- El panorama en el campo de los países oprimidos no es halagüeño. En Rusia ha vencido la revolución, pero el país está en ruinas y predomina en él la pequeña producción. A Alemania le es muy difícil enfrentarse con los vencedores, porque "todas las potencias capitalistas del llamado Occidente clavan en ella sus garras y no le permiten levantarse". Por otra parte, "todo el Oriente, con sus centenares de millones de trabajadores explotados, llevados al extremo de la miseria, ha sido puesto en condiciones tales que sus fuerzas físicas y materiales no pueden ni compararse, en manera alguna, con las fuerzas físicas, materiales y militares de cualquiera de los Estados de Europa occidental, pese a ser éstos mucho más pequeños".
- En cuanto a los Estados capitalistas vencedores, Lenin considera que están en condiciones, gracias a la explotación de las colonias y de los Estados europeos vencidos, de hacer concesiones a las clases oprimidas que retarden el movimiento revolucionario en ellos.
- Ante este cuadro de la revolución mundial, Lenin se vuelve extremadamente prudente en cuanto a las perspectivas: "Sólo se puede prever el desenlace de la lucha en su conjunto basándose en que el propio capitalismo, a fin de cuentas, enseña y educa a la inmensa mayoría de la población del mundo". "El desenlace de la lucha - agrega - depende, en definitiva, del hecho que Rusia, la India, China, etc., constituyen la inmensa mayoría de la población. Y precisamente esta mayoría de la población es la que se incorpora en los últimos años, con inusitada rapidez, a la lucha por su liberación [...]". En el horizonte de la evolución mundial Lenin ve "la colisión militar entre el Occidente imperialista contrarrevolucionario y nacionalista, entre los Estados más civilizados del mundo, y los Estados atrasados al modo oriental, los cuales, sin embargo, constituyen la mayoría". (Como se ve, Lenin incluye entre esos Estados la Rusia soviética.) Pero para que esta mayoría pueda vencer "es preciso que tenga tiempo para civilizarse". Y refiriéndose concretamente a Rusia, dice: "A nosotros nos hace falta civilización para pasar directamente al socialismo, aunque tengamos para ello las premisas políticas". (En estos planteamientos de Lenin, "civilización" quiere decir, sobre todo, industrialización y desarrollo cultural de tipo occidental. Por eso habla en otro lugar del mismo artículo de que los pueblos de Oriente han entrado definitivamente en la vía general del capitalismo europeo).
Como se ve, hay un neto desplazamiento en la articulación y el papel de las fuerzas revolucionarias mundiales, si comparamos ese esquema con los anteriores de Lenin. El proletariado occidental pasa a un segundo plano como fuerza revolucionaria durante un cierto periodo. Las masas oprimidas de lo que hoy se llama "tercer mundo", más el Estado "oriental" soviético, pasan al primer plano. Al mismo tiempo, para que esta nueva fuerza, que se levanta con "inusitada rapidez" a la lucha por su liberación, pueda imponerse, necesita tiempo, bastante tiempo. El problema de "ganar tiempo" se sitúa en el primer plano de las preocupaciones de Lenin.
Extrayendo las conclusiones de ese análisis para la revolución rusa, Lenin plantea que el problema central es asegurar su existencia hasta la colisión militar entre el Occidente imperialista y el Oriente revolucionario y nacionalista. La orientación que preconiza para conseguirlo se articula en torno a los siguientes principios: en el orden interno, asegurar la dirección de la clase obrera sobre las masas campesinas, y aplicar una política de máximas economías para concentrar los recursos en acelerar la industrialización del país; en política internacional, aprovechar las contradicciones entre los Estados imperialistas para evitar una colisión con ellos. En una palabra, ganar tiempo, preparándose activamente, hasta que los conflictos entre los Estados imperialistas más la agravación de sus "contradicciones internas", por un lado, y el fortalecimiento de la república soviética, más el del movimiento de liberación nacional en los pueblos oprimidos, por otro, produzca una correlación internacional de fuerzas favorable a la revolución mundial.
Es inútil especular con las prolongaciones teóricas y políticas que este germen de revisión hubiera podido tener en la obra de Lenin si la muerte no se cruza prematuramente en su camino. Algunas de las ideas que ahí quedan esbozadas han pasado a las concepciones maoístas y, en general, a las estrategias que ponen como protagonista principal de la revolución mundial a las masas del "tercer mundo". Otras han servido de norte a la estrategia estaliniana, sobre todo el principio de mantener al Estado soviético al margen de los conflictos militares entre las potencias imperialistas, explotando con ese fin las contradicciones entre ellas; la idea, también, de dar primacía en el desarrollo de las fuerzas mundiales revolucionarias al fortalecimiento económico y militar del Estado soviético, idea que no es claramente formulada por Lenin pero puede deducirse fácilmente de sus últimos planteamientos.
Diversos analistas del leninismo han concluido un poco precipitadamente que esas ideas de Lenin significaban la revisión radical de la concepción de la revolución socialista en Marx. Mientras para éste el resorte fundamental de la revolución socialista son las contradicciones específicamente capitalistas, y la "madurez" óptima para esa revolución se alberga en el capitalismo avanzado, para Lenin la condición óptima de la revolución socialista sería el "retraso". Según la expresión de Alfred G. Meyer, Lenin sustituía la "dialéctica del retraso", como motor de la revolución, a la dialéctica marxiana, concebida en función del alto desarrollo de las fuerzas productivas70. Esta conclusión de Meyer y de otros reposa en dos confusiones. La primera, entre dos tipos de revoluciones. Cuando Lenin se refiere a las revoluciones del Oriente, no piensa en revoluciones socialistas, sino en revoluciones de carácter democrático-burgués, que habrán de recorrer un largo camino para poder transformarse en socialistas. La segunda confusión es la ya indicada anteriormente (véase p. 25); la confusión entre revolución en sentido amplio y revolución en sentido estricto. Desde antes de la revolución de octubre y hasta el fin de sus días Lenin mantiene invariablemente la tesis de que la revolución en sentido estricto, y con el carácter antedicho, es más fácil en los países menos desarrollados, pero el paso al socialismo ofrece grandes dificultades. Mientras que en los países capitalistas desarrollados es más difícil la revolución en sentido estricto (la toma del poder), pero la construcción del socialismo es más fácil. Lenin no revisa en ningún momento la tesis esencial de Marx: "Nosotros siempre hemos profesado y repetido esta verdad elemental del marxismo: la victoria del socialismo necesita los esfuerzos conjugados de los obreros de varios países avanzados", escribe en febrero de 192271 Lo que Lenin comienza a revisar efectivamente en los planteamientos más arriba sintetizados es su concepción del curso concreto de la revolución mundial: en primer lugar, dilatándolo en el tiempo, sustituyendo la perspectiva corta por la perspectiva a muy largo plazo; en segundo lugar, viendo la necesidad de un nuevo "prólogo" al paso decisivo (el cual sigue siendo para Lenin la revolución en los países capitalistas avanzados): la revolución democrático-burguesa en los países del Oriente oprimido.
Puede suponerse que en una mente teórica como la de Lenin las dudas e inquietudes que afloran en sus últimos trabajos habrían conducido a profundizar en los nuevos fenómenos del capitalismo y del imperialismo, del despertar revolucionario de los pueblos "atrasados", del comportamiento del proletariado en los "avanzados", etc., que le hubieran conducido a revisar la estrategia y la táctica de la IC y, posiblemente, hasta la concepción misma de sus estructuras y funcionamiento. No fue casual, sin duda, que en el IV Congreso de la IC (noviembre de 1922), refiriéndose a la resolución sobre la estructura, los métodos y la acción de los partidos comunistas, aprobada en el III Congreso, Lenin objetara: "La resolución es magnífica, pero es rusa hasta la médula, está basada en las condiciones rusas [...] Tengo la impresión de que hemos cometido un gran error con esta resolución, que nosotros mismos hemos levantado una barrera en el camino de nuestro éxito ulterior"72. No deja de ser significativo, asimismo, que la principal recomendación de Lenin, en ese congreso, a los comunistas extranjeros y soviéticos, sea la de estudiar: "Opino que lo más importante para nosotros, tanto para los rusos como para los camaradas extranjeros, después de cinco años de revolución rusa, es estudiar"73. Evidentemente, cuestiones muy importantes no estaban claras. Por eso Lenin recomienda también no adoptar decisiones sobre el proyecto de programa de la IC y estudiarlo mejor, entre otras cosas "porque no hemos analizado en absoluto la cuestión de un posible repliegue y la manera de asegurarlo"74.
Stalin revisionista, o el socialismo integral en un solo país
El problema de la revolución mundial - su marcha, su articulación, el papel de la revolución rusa, la fijación de la estrategia correspondiente - había constituido el fondo teórico de la lucha interna en el núcleo dirigente bolchevique cuando las "tesis de abril", en el momento de la insurrección de octubre, a la hora de Brest-Litovsk. Volvía a serlo cuando la derrota de los intentos revolucionarios en Europa occidental crea una situación mundial nueva que exige objetivamente la revisión de los viejos esquemas.
En los años que siguen a la muerte de Lenin, el problema se presenta bajo la forma de discusión acerca de la posibilidad o imposibilidad de la plena victoria del socialismo en un sólo país. En el IV Congreso de la IC, el último en el que participa Lenin, se había aprobado una resolución "sobre la revolución rusa" en la que se reafirmaba la tesis marxista tradicional:
"El IV Congreso recuerda a los trabajadores de todos los países que la revolución proletaria no podrá vencer jamás en el interior de un solo país, sino en el marco internacional, como revolución proletaria mundial"75
En mayo de 1924, Stalin se atiene rigurosamente a esa tesis:
"Para derribar a la burguesía - escribe - bastan los esfuerzos de un sólo país, como lo indica la historia de nuestra revolución. Para el triunfo definitivo del socialismo, para la organización de la producción socialista, ya no bastan los esfuerzos de un solo país, sobre todo en un país tan campesino como Rusia; para esto hacen falta los esfuerzos de los proletarios de unos cuantos países adelantados"76
Pero ya a finales de ese mismo año, en el contexto de la lucha contra la oposición trotsquista, Stalin comienza a revisar la teoría del carácter internacional de la revolución socialista, y a postular la posibilidad de la realización plena del socialismo en el marco nacional. En el artículo "Octubre y la táctica de los comunistas rusos" (diciembre de 1924), Stalin comienza por atribuir a "los oportunistas de todos los países" la tesis de que "la revolución proletaria sólo puede comenzar en los países industrialmente desarrollados", incluyendo en esos "oportunistas", naturalmente, a Trotski77. Pero ésta había sido la tesis de Marx y Engels, así como de Lenin hasta las tesis de abril de 1917. A menos de considerar como oportunistas a Marx, Engels y Lenin, Stalin falsifica groseramente la historia. Más adelante, Stalin atribuye a Trotski la tesis de que ese comienzo de la revolución en los países desarrollados tiene que ser "simultáneo", pero no puede citar una sola línea de Trotski que lo demuestre. Y una vez fabricado el maniqueo, con la finalidad no sólo de facilitar el ataque polémico contra Trotski, sino de ocultar que la polémica va dirigida, en realidad, contra Marx, Engels y Lenin, Stalin concluye:
"Es indudable que la teoría universal del triunfo simultáneo de la revolución en los principales países de Europa, la teoría de la imposibilidad de la victoria del socialismo en un solo país, ha resultado ser una teoría artificial, una teoría no viable. La historia de siete años de revolución proletaria en Rusia no habla en favor, sino en contra de esa teoría"78
Después de fabricar una teoría absurda prima facie (la del comienzo simultáneo), Stalin la destruye brillantemente... con la historia de los siete años soviéticos. Pero esta historia no habla ni a favor ni en contra de la nueva tesis estaliniana; es la constatación de un hecho empírico - que el poder proletario en Rusia se ha mantenido siete años pese a la derrota de los intentos revolucionarios en Occidente - lo cual no demuestra ni la posibilidad de la plena realización de la revolución socialista en Rusia, ni la invulnerabilidad del Estado soviético frente a una nueva intervención del capitalismo. Para afirmar lo primero Stalin no tiene más asidero que algunas líneas entresacadas de la obra de Lenin (cuya última edición suma 45 tomos) e interpretadas muy libremente79. Para lo segundo no cuenta ni con ese mínimo argumento de autoridad, por lo que Stalin se ve obligado a hacer una sutilísima distinción entre "la posibilidad de edificar la sociedad socialista completa en un solo país" y "la garantía completa contra la restauración del régimen burgués". Lo primero es una "verdad indiscutible" lo segundo exige la victoria de la revolución en unos cuantos países avanzados, es decir, la victoria de la revolución a escala mundial80.
Stalin no se molesta en fundamentar la "verdad indiscutible" ni empírica, ni teóricamente. Para darle un fundamento empírico hubiera tenido que presentar el hecho consumado de un socialismo integralmente realizado en el marco nacional, cosa que desde luego no existía en 1924; para fundamentarla teóricamente hubiera tenido que demostrar la falsedad de la tesis de Marx: las fuerzas productivas sobre las que es posible construir el socialismo tienen que dominar la economía mundial, implican la división internacional socialista del trabajo a escala mundial. Stalin no refuta esa tesis, que Lenin no había puesto nunca en duda. Se limita a "ignorarla".
En cuanto al problema de la "garantía completa contra la restauración", Trotski replica muy justamente: si se admite lo primero (la posibilidad de la edificación completa del socialismo en la URSS) lo segundo (la "garantía completa contra la restauración del régimen burgués" exige la victoria de la revolución en unos cuantos países avanzados) es falso, puesto que entonces la potencia económica y militar de la Unión Soviética sería tal que la hipótesis de la restauración quedaría prácticamente descartada. La intervención concebible, en ese caso, sería la de la URSS contra el mundo capitalista; pero, ¿sería necesaria? La realidad de semejante sociedad socialista asestaría el golpe de gracia al capitalismo mundial y casi permitiría hacer la economía de la revolución proletaria mundial.
"He aquí por qué - agrega proféticamente Trotski - toda la concepción de Stalin lleva, en el fondo, a la liquidación de la Internacional Comunista. ¿Qué papel histórico le quedaría, en efecto, si el destino del socialismo dependiese en última instancia del "plan de Estado" de la URSS? En ese caso la Internacional Comunista [...] no tendría otro objeto que proteger la construcción del socialismo contra una intervención; en otros términos, quedaría reducida a un papel de guardafrontera"81.
El deus ex machina de la teoría del socialismo nacional de Stalin es la famosa "ley del desarrollo desigual del capitalismo". La lógica que pone en marcha es simple: puesto que el capitalismo se desarrolla desigualmente, la revolución se producirá desigualmente, primero en un país, más tarde en otro, u otros, etc.; en cada caso la "ruptura" de la "cadena imperialista" se producirá por el eslabón más débil (cosa natural, no va a romperse por el más fuerte); una vez que la revolución ha triunfado en un país, el desarrollo desigual le permite mantenerse frente a los Estados capitalistas - gracias a que el desarrollo desigual agrava cada vez más las contradicciones entre éstos -, y llevar a término la edificación del socialismo, etc. El desarrollo desigual resuelve todas las dificultades teóricas. Lo malo para la lógica estaliniana es que el desarrollo desigual es también una de las fuentes de las crisis generales del sistema capitalista, guerras mundiales, etc., que tienden a "igualizar" hasta cierto punto, en determinadas fases, el movimiento revolucionario; a articular más estrechamente entre sí los movimientos revolucionarios de una serie de países (como sucedió durante la primera y segunda guerra mundiales, y en el periodo culminante de la crisis del sistema colonial). Por lo tanto, sobre la simple constatación empírica del desarrollo desigual no puede descartarse la perspectiva de una coyuntura en la que la revolución socialista se produzca en cadena en una serie de países capitalistas avanzados, de acuerdo con la hipótesis de Marx. Por otra parte, la ley del desarrollo desigual no nos dice nada acerca de por qué la "ruptura revolucionaria" no se ha producido hasta hoy en los países capitalistas desarrollados, que es el máximo interrogante para la teoría marxista de la revolución. Y, finalmente, la famosa "ley" no invalida en absoluto el necesario carácter mundial - según Marx - de las fuerzas productivas del socialismo, y por tanto no puede fundamentar teóricamente la posibilidad de la "edificación completa" del socialismo en un solo país. El error metodológico de Stalin es tomar esa "ley" metafísicamente, aislada de las otras tendencias de la economía y la política mundiales, como por ejemplo la aceleración geométrica de la internacionalización económica, técnica, social, etc. En la forma metafísica en que es utilizada por Stalin sirve para todo y no sirve para nada.
La teoría del socialismo en un solo país se convierte en la doctrina oficial de la IC (una vez que el trotsquismo ha sido puesto fuera de la ley en la Unión Soviética y en los partidos comunistas de todos los países) y pasa a ser el principio directriz de la concepción de la revolución mundial que formula el programa aprobado en el VI Congreso (1928).
"La desigualdad del desarrollo económico y político es una ley absoluta del capitalismo. Esta desigualdad se acentúa y agrava en la época imperialista. De ello resulta que la revolución proletaria internacional no puede ser considerada como una acción única, simultánea y universal. La victoria del socialismo es posible, por tanto, al comienzo, en algunos países capitalistas, incluso en uno solo tomado aisladamente"82
Y la marcha de la revolución internacional será, la siguiente:
"La transición de la dictadura mundial del imperialismo a la dictadura mundial del proletariado engloba un largo periodo de luchas, de reveses y victorias del proletariado, un periodo de crisis continua del sistema capitalista y de crecimiento de las revoluciones socialistas [...] de guerras nacionales y de sublevaciones coloniales [...]; un periodo que comprende la coexistencia, en el seno de la economía mundial, de los sistemas sociales y económicos capitalista y socialista, con sus relaciones "pacíficas" y sus luchas armadas, periodo de formación de uniones de Estados soviéticos socialistas y periodo de guerras de los Estados imperialistas entre ellos; periodo de ligazón cada vez más estrecha entre los Estados soviéticos y los pueblos coloniales, etc.".
Esta marcha de la revolución mundial está dominada por la "nueva contradicción fundamental, de envergadura y significación históricas mundiales, surgida a continuación del primer ciclo de guerras mundiales: la contradicción entre la URSS y el mundo capitalista"83. La URSS se convierte en el "motor internacional de la revolución proletaria", en "la base del movimiento universal de las clases oprimidas, el hogar de la revolución internacional, el factor más grande de la historia del mundo". En consecuencia, "el proletariado internacional, del que la URSS es la única patria, la ciudadela de sus conquistas, el factor esencial de su liberación internacional, tiene el deber de contribuir al éxito del socialismo en la URSS y de defenderla por todos los medios contra los ataques de las potencias capitalistas". La lucha de clases en cada país y la lucha de liberación nacional de los pueblos oprimidos por el imperialismo, siguen siendo factores importantes de la revolución mundial, pero el factor esencial es la construcción del socialismo en la URSS. De ahí que "la dictadura del proletariado en la URSS detenta la hegemonía del movimiento revolucionario mundial"84.
En esta serie de fórmulas aparece toda la significación político-práctica para el movimiento revolucionario mundial de la concepción estaliniana. Hasta la muerte de Lenin, e incluso en el V Congreso de la IC realizado poco después, a la consolidación de la dictadura del proletariado en la URSS se le reservaba un papel de gran importancia como primera base estatal, económica y militar de la revolución mundial, pero subordinado, de todas maneras, a la lucha del proletariado en los países desarrollados. Era la conclusión lógica de la concepción de Marx y Lenin, según la cual la sociedad socialista no podía ser construida plenamente más que a partir de la victoria de la revolución en las zonas económicamente más desarrolladas del planeta. Tanto la revolución rusa, como las revoluciones en los pueblos oprimidos por el imperialismo, pese a su inmensa importancia, no podían ser más que el "prólogo" al paso decisivo de la revolución mundial: su triunfo en los centros decisivos del imperialismo. Desde el momento que se admite la posibilidad de la edificación integral del socialismo en un país de la extensión, la demografía y los recursos potenciales de la URSS, toda la perspectiva de la revolución mundial quedaba modificada. No hay que olvidar, en efecto, que al mismo tiempo estaba en plena vigencia la tesis de que el capitalismo había entrado en su agonía, era incapaz de pasar a una fase nueva, más alta, de desarrollo de las fuerzas productivas (aunque se admitiese la posibilidad de periodos de estabilización o auge "relativos"). La dirección recíprocamente inversa de ambos procesos tenía que traducirse al cabo de un cierto periodo - concebido más bien como breve: Stalin habla en 1931 de alcanzar a los países capitalistas avanzados en diez años - en la modificación radical de panorama de la economía mundial. La zona desarrollada pasaría a ser, cada vez más, la zona soviética, y la zona capitalista quedaría atrás, abocada a una continua decadencia, "putrefacción", hasta la hora de la revolución. El desenvolvimiento de este doble proceso llevaría forzosamente a que la "nueva contradicción fundamental" se resolviese a favor de la URSS. Sería la victoria decisiva del socialismo a escala mundial. Naturalmente, todas las revoluciones que en el curso de ese proceso resultaran triunfantes en otros países contribuirían a favorecerlo, debilitando al capitalismo y aproximando el desenlace final. Pero ya no eran una condición absolutamente necesaria del desenlace.
Desde el momento que la construcción del socialismo en la URSS era considerada como el factor esencial, determinante, de la revolución mundial, todos los otros movimientos revolucionarios pasaban objetivamente a tener un papel subordinado. Bajo ese ángulo tenían que ser enfocados en la estrategia y la táctica de la IC. No huelga recordar que el principio de la "subordinación" de los intereses parciales del movimiento revolucionario a sus intereses generales es adoptado por la IC desde que nace (véase nota 5, cap. I). El VI Congreso lo reafirma vigorosamente: "La coordinación de las acciones revolucionarias y su buena dirección imponen al proletariado una disciplina internacional de clase [...], que debe traducirse por la subordinación de los intereses parciales y locales del movimiento a sus intereses generales y permanentes"85. Lo que equivale a reconocer que pese a la comunidad esencial de intereses entre todos los Componentes del movimiento revolucionario mundial pueden aparecer contradicciones transitorias que exijan una jerarquización de intereses, prioridades, opciones, etc. Desde el momento que la construcción del socialismo en la URSS era definida como el factor esencial, determinante, de la revolución mundial, pasaba a ser también el representante por excelencia de los "intereses generales y permanentes" del movimiento revolucionario. Todos los demás - "parciales y locales" - debían subordinársele. Pero como la expresión franca de esta subordinación se prestaba al ataque fácil del enemigo - a sus "calumnias", como diría Stalin en 1943 - era conveniente negarla. Se proclamó la identificación absoluta y permanente de todos los pasos de la política interior o exterior de la URSS con los intereses de la lucha revolucionaria en cualquier punto del globo, o internacionalmente considerada. No podía existir contradicciones entre unos y otros. Decir lo contrario pasó a ser un sacrilegio para los comunistas. Había que negar la subordinación para que pudiera ser efectiva.
La teoría del socialismo en un solo país, convertida en fundamento teórico de la estrategia de la Internacional Comunista significaba, en resumen, subordinar la revolución mundial - cada una de sus fases y episodios - a las exigencias de la construcción del socialismo en la URSS. Entendámonos. La revolución, allí donde realmente hace acto de presencia, no se somete a ninguna autoridad ni teoría. Lo que quedaba sometido era la acción política y teórica de la IC, de sus secciones nacionales. Las estructuras ultracentralizadas de la IC, con el todopoderoso Comité Ejecutivo en la cúspide de la pirámide, controlado a su vez por la dirección del partido soviético, constituían el mecanismo idóneo para asegurar la subordinación en la práctica.
Como es bien sabido, Trotski fue el principal contradictor teórico de Stalin en el problema que nos ocupa. La importancia de Trotski en la crítica de los fenómenos de degeneración burocrática y nacionalista de la revolución rusa es hoy evidente para todo el que no cierre los ojos a la verdad histórica. Es muy valiosa, asimismo, su aportación al análisis de una serie de problemas del movimiento revolucionario en diferentes países (sobre todo los relativos a Alemania en el periodo que precede a la victoria del fascismo). Pero en lo referente al concepto de revolución mundial, Trotski no va más allá de los viejos esquemas de Marx y Lenin, poniéndolos bajo la etiqueta "revolución permanente". En el trabajo fundamental que dedica a este tema, se distinguen tres aspectos principales de su problemática: "La cuestión del paso de la revolución democrática a la revolución socialista" (origen histórico de la teoría, donde se localizan sus principales divergencias con Lenin); "la caracterización de la revolución socialista en sí misma" (que no contiene innovaciones respecto a Marx y Lenin); y "el carácter internacional de la revolución socialista"86. La tesis principal de este tercer punto es formulada de la siguiente manera: "La revolución socialista no puede llevarse a término en los límites nacionales [...] comienza sobre el terreno nacional, se desarrolla sobre la arena internacional, y se concluye en la arena mundial. Así la revolución socialista se hace permanente en el sentido nuevo y más amplio del término: no termina más que con el triunfo definitivo de la nueva sociedad sobre nuestro planeta"87. Trotski no resuelve el problema que verdaderamente está planteado: el problema de la discontinuidad en ese proceso "permanente", el de la articulación dentro de él de las revoluciones en sentido estricto con las fases no revolucionarias, evolutivas. La práctica histórica había comenzado a poner de manifiesto que la "permanencia" del proceso revolucionario a lo largo de la gran "época de revolución social" se verificaba... negándose. Como dice Gramsci, la teoría de la revolución permanente "no es otra cosa que una previsión genérica que se presenta como un dogma y se destruye a sí misma por el hecho de no manifestarse en los hechos"88.
Cuando la concepción trotsquiana de la revolución mundial pasa de ese nivel abstracto a los análisis concretos de la situación y perspectivas mundiales aparece la repetición dogmática de los esquemas construidos por Lenin, y el mismo Trotski, en el periodo de la primera guerra mundial. Las derrotas de los años que siguen a esa primera gran crisis del capitalismo, la fidelidad de la mayoría del proletariado a la socialdemocracia, la demostración que hace el capitalismo de su capacidad de recuperación (o lo que es lo mismo, pero revela mejor el fondo del fenómeno, la potencialidad reestructuradora del capitalismo - potencialidad económica y política - que contienen sus grandes crisis) han enseñado poco a Trotski. Todo lo explica por el viejo dato de la "traición" de la socialdemocracia, al que suma ahora la "traición" de la IC. En su "programa de transición" (1938)89 escribe: "Las fuerzas productivas de la humanidad han cesado de crecer"; incluso "los países históricamente privilegiados" [Estados Unidos, Inglaterra, Francia, etc.] si "pueden permitirse aún, durante cierto tiempo, el lujo de la democracia, es a cuenta de la acumulación nacional anterior"; en este "capitalismo en putrefacción", ya "no puede hablarse de reformas sociales sistemáticas, ni de elevación del nivel de vida de las masas"; el New Deal "no representa más que una forma particular de desbarajuste...Las premisas objetivas de la revolución proletaria no sólo están maduras sino que incluso comienzan a pudrirse...Todo depende del proletariado, es decir, ante todo, de su vanguardia revolucionaria. La crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria. "
La salida es... la IV Internacional.
"La orientación de las masas está determinada, de un lado, por las condiciones objetivas del capitalismo en putrefacción; de otro lado, por la política de traición de las viejas organizaciones obreras. De estos dos factores, el factor decisivo es, bien entendido, el primero: las leyes de la historia son más poderosas que los aparatos burocráticos. Cualquiera que sea la diversidad de métodos de los socialtraidores - de la legislación "social" de León Blum a las falsificaciones judiciales de Stalin - no conseguirán romper la voluntad revolucionaria del proletariado. De más en más sus esfuerzos desesperados por detener la rueda de la historia demostrarán a las masas que la crisis de la dirección del proletariado, convertida en crisis de la civilización humana, no puede ser resuelta más que por la IV Internacional"
Por eso Trotski es resueltamente optimista no ya a largo plazo, sino en lo más inmediato:
"El peligro de guerra y de derrota de la URSS - escribe poco antes de lo anterior - es real. Pero si la revolución no impide la guerra, la guerra podrá ayudar a la revolución. Un segundo parto es generalmente más fácil que el primero. ¡La primera revuelta no se hará esperar dos años y medio en la próxima guerra! Y una vez comenzadas las revoluciones no se detendrán a mitad de camino"90
Parece escucharse el eco del Lenin de 1914-1919, con la "pequeña" diferencia de que ahora ya son dos las Internacionales traidoras, y el problema lo va a resolver la IV. Pero en 1938 la experiencia histórica se había ampliado considerablemente, y sin tenerla en cuenta, sin dar respuesta adecuada a los nuevos problemas que planteaba, era vana toda tentativa de reconstrucción de la dirección revolucionaria. ¿Por qué esa siniestra reincidencia histórica de las Internacionales en la "traición"? ¿Podía explicarse porque los jefes de la II se habían "vendido" a la burguesía y los de la III a Stalin? ¿Cómo explicarse el ascendiente de esos jefes sobre todas las fracciones del proletariado si en éste existe una "voluntad revolucionaria", como afirma Trotski? ¿Por qué si las "leyes de la historia" son más poderosas que los aparatos burocráticos no habían roto el de la II Internacional, que contaba con medio siglo de existencia, ni impedido que se crease el de la III? ¿Pueden explicarse todos esos fenómenos fijando la atención únicamente en los niveles más altos de las superestructuras políticas? ¿No era necesario plantearse de nuevo el problema de la investigación de todo el cuerpo social como condición sine qua non de la elaboración de la estrategia y la táctica revolucionarias? ¿No era necesario preguntarse qué era, en realidad, el capitalismo salido de la primera guerra mundial? ¿Qué era el proletariado? Hoy sabemos que, efectivamente, ese era el problema, o al menos un aspecto esencial del problema; que en el New Deal, y también en la reestructuración del capitalismo monopolista al amparo del fascismo, se contenían ya los primeros pasos hacia una nueva fase del capitalismo, el capitalismo monopolista de Estado; que ese proceso implicaba cambios estructurales fundamentales en el proletariado, los cuales se iniciaron en aquel periodo. Y habría que añadir los nuevos problemas suscitados por la construcción del socialismo en la URSS y el movimiento de liberación nacional en las colonias y países dependientes, a los cuales no se encuentra respuesta en los documentos comunistas de la época más que a un nivel empírico, y casi exclusivamente en la esfera de la táctica a aplicar. Se planteaba, por ejemplo, la cuestión de la alianza con el campesinado, problema central de la construcción del socialismo en la URSS y del movimiento liberador en los países oprimidos por el imperialismo, pero es raro encontrar estudios sociológicos de qué es ese campesinado, sus estructuras reales, su universo cultural.
En una palabra, lo que estaba en crisis no era sólo la dirección revolucionaria en un sentido reducido, de dirección estratégica y táctica, sino la teoría revolucionaria, su capacidad de investigación de la realidad para poder transformarla. Lo importante, naturalmente, no es registrar este fenómeno - cosa fácil desde nuestra perspectiva histórica - sino explicárselo. ¿Por qué el marxismo se había paralizado? No pretendemos, obvio es decirlo, dar aquí una respuesta satisfactoria a este interrogante, que sin duda concierne de manera directa al objeto de nuestro estudio - la crisis de la IC - pero lo rebasa considerablemente. En la parte que dedicamos, más adelante, al análisis de la crisis de la IC en el plano de las estructuras organizacionales y de la acción política, encontraremos elementos fragmentarios que contribuyen a explicar la parálisis teórica, que a su vez, a medida que se acentúa, repercute negativamente sobre la acción política y facilita el anquilosamiento organizacional. Al final de este capítulo aventuraremos algunas hipótesis sobre las causas más generales, y a nuestro juicio más fundamentales, de la crisis teórica en la IC. Pero antes vamos a terminar con el análisis de la controversia Stalin-Trotski sobre el problema de la revolución mundial, y de las consecuencias que la concepción estaliniana tiene para la IC.
Como se desprende de lo anteriormente expuesto, mientras Stalin ve subordinado todo el proceso de la revolución mundial a la construcción completa del socialismo en la URSS, Trotski lo ve subordinado a la victoria de la revolución socialista europea en el periodo inmediato. De esta victoria depende la suerte misma de la Unión Soviética ("sólo el proletariado europeo, irreductiblemente levantado contra su burguesía, podrá impedir la derrota de la URSS"91). El "europeocentrismo" extremo de Trotski se enfrenta irreductiblemente con el "rusocentrismo" no menos extremo de Stalin.
En el fuego de la polémica con el "rusocentrismo" estaliniano, Trotski incurre en una contradicción de bulto. Mientras por un lado ve el capitalismo en crisis extremadamente aguda, económicamente impotente y desgarrado por contradicciones interimperialistas insuperables, por otro lado considera que en caso de guerra mundial la derrota de la URSS es inevitable, de no intervenir la revolución europea, tanto si se encuentra sola frente a los Estados capitalistas, como si la estrategia estaliniana de llegar a la alianza con uno de los bloques imperialistas logra materializas-se. En el primer caso, la derrota de la URSS sería inevitable, dice Trotski en 1936, porque "en la técnica, la economía, el arte militar, el imperialismo es infinitamente más poderoso que la URSS"92. En el segundo caso, porque llegada la guerra a un determinado punto, "los antagonismos imperialistas se resolverán siempre por un compromiso para impedir la victoria militar de la URSS"93. La única manera de impedir dicho compromiso sería que la Unión Soviética hiciera concesiones decisivas en cuanto al régimen social, o sea, que aceptara la restauración capitalista94. Por tanto, concluye Trotski: "Sin intervención de la revolución [europea] las bases sociales de la URSS se derrumbarían, tanto en caso de victoria como en caso de derrota"95.
Trotski incurre aquí en un error metodológico que es frecuente en él: la absolutización de los antagonismos de clase - a escala nacional o internacional - subestimando las mediaciones, a veces extremadamente complejas, que intervienen. En el presente caso considera inevitable que los antagonismos de clase entre los Estados capitalistas y el Estado obrero predominen sobre los antagonismos intercapitalistas, a partir del momento en que el juego de estos últimos puede facilitar la victoria del Estado obrero en una guerra. La práctica demostró que en la situación histórica concreta de la segunda guerra mundial las rivalidades interimperialistas podían predominar, dentro de ciertos límites, sobre las contradicciones de clase en el plano nacional e internacional. El acierto de Stalin consistió en moverse dentro de esos límites, sin hacer las concesiones absolutas que según Trotski eran ineluctables. En lugar de hacer concesiones sobre los fundamentos del régimen social soviético, Stalin las hizo a costa de la lucha revolucionaria en los países del capital. En el periodo del pacto germanosoviético, ese crudo realismo imprimió un siniestro perfil a la política soviética. En la segunda fase de la guerra, abierta con el histórico error de Hitler de atacar a la Unión Soviética, la política de Stalin coincidió con intereses reales y vitales de grandes masas, de pueblos enteros. Pero la lucha revolucionaria por el socialismo en los países capitalistas quedó relegada a un segundo o tercer plano. No fue la revolución europea la que dijo la última palabra sobre la Unión Soviética, sino la Unión Soviética la que dijo la última palabra sobre la revolución europea.
Este resultado no probaba que el socialismo podía edificarse integralmente en la URSS, sin que la revolución hubiese triunfado en los centros vitales del imperialismo, pero sí ponía de relieve con gran vigor cual era la base real en que se sustentaba la concepción estaliniana: la autonomía relativa de la revolución soviética respecto de la revolución mundial. El periodo entre las dos guerras había aportado ya una cierta demostración empírica de esa autonomía. La segunda guerra mundial dio a la demostración gran consistencia.
La teoría de la revolución socialista de Marx y Engels no reconocía análoga autonomía más que desde el punto de vista de la improbabilidad de una conquista simultánea del poder por la clase obrera en los países capitalistas desarrollados (por donde obligatoriamente debía iniciarse dicha conquista). Si la revolución comenzaba en uno de los centros vitales del sistema capitalista no podía por menos de extenderse sin solución de continuidad a los otros centros vitales, o perecer. La revolución rusa puso sobre el tapete dos hechos nuevos: que la conquista del poder podía no comenzar por los centros vitales del capitalismo (cosa que Lenin ve desde abril de 1917); y que esta revolución podía mantenerse, consolidarse, aunque la revolución socialista se retrasara en los países capitalistas desarrollados, durante un periodo de tiempo cuyos límites era difícil precisar (al principio, los dirigentes bolcheviques piensan que será breve, luego - últimas reflexiones de Lenin - consideran que puede ser prolongado).
La concepción del "socialismo en un solo país" no es más que la generalización empírica del segundo hecho, pero dándole una significación absoluta, como prueba suficiente de que el socialismo puede construirse integralmente en la URSS, independientemente de que la revolución haya triunfado o no en el área capitalista desarrollada. Pero el "segundo hecho" lo único que "demostraba" es que la edificación socialista podía iniciarse y era posible progresar en esa dirección. La fundamentación teórica del "salto" que daba Stalin (secundado por Bujarin) exigía, como ya dijimos, demostrar a nivel teórico que la formación economicosocial socialista plenamente desarrollada era compatible con un marco regional, no requería como condición necesaria la estructura mundial, supuesta por Marx, cosa que Stalin y Bujarin no hicieron. Todos sus razonamientos se concentran en demostrar que la reconstrucción socialista de la agricultura es compatible con el mantenimiento de la alianza obrera-campesina, base política del régimen soviético96. Trotski no niega esta posibilidad, pero argumenta, con toda razón, que ello no resuelve el otro problema. Este es el punto fuerte de la posición de Trotski. Su punto débil es que subestima la autonomía relativa de la revolución rusa en relación con el proceso de la revolución mundial. Mientras Stalin lleva esa autonomía a lo absoluto, Trotski la reduce a su mínima expresión.
La autonomía relativa de la revolución rusa respecto al proceso revolucionario mundial fuera de la URSS, implicaba la autonomía relativa de las revoluciones pendientes - revoluciones en los países del Occidente y del Oriente - respecto a la revolución rusa. El reconocimiento consciente, teóricamente fundamentado, de esta autonomía recíproca y de su carácter relativo, de sus límites, determinados en cada caso por la situación concreta, hubiera sido extraordinariamente fecundo para el movimiento revolucionario, para la IC. Hubiera despejado la vía para la autonomía teórica, política y organizacional de los partidos comunistas, y para una nueva estructura de su organización internacional. Hubiera permitido plantear el problema capital de la defensa de la URSS, no en términos de incondicionalidad respecto al modelo soviético - tanto en lo relativo a la vía revolucionaria seguida para llegar al poder, como en cuanto al modelo de construcción socialista -, ni hacia la política exterior del partido soviético, sino en términos de colaboración y apoyo mutuos que no excluyeran la crítica recíproca; en términos que correspondieran, además, a las condiciones específicas de la acción de cada partido comunista.
Pero en la concepción estaliniana se alojaba la siguiente paradoja. Mientras en cierta forma - "objetivamente", como dice Magri97 - reconocía la existencia de esa autonomía, al mismo tiempo la contradice en un doble sentido: llevándola al extremo - es decir, desconociendo su carácter relativo - en lo que concierne a la autonomía del socialismo soviético respecto a la revolución mundial, y reduciéndola a una dimensión desdeñable, negándola en la práctica, cuando se trata de la autonomía del movimiento revolucionario en el mundo capitalista respecto a la revolución rusa.
Magri tiene razón, sin duda, al decir que la "paradoja" no se explica únicamente por errores o deficiencias teóricas del grupo dirigente bolchevique; hay que contabilizar también las condiciones objetivas extremadamente difíciles en que se realiza el experimento ruso. Ambos lados del problema se interfieren y condicionan recíprocamente, y sólo una investigación histórica minuciosa y objetiva, hasta hoy inexistente, podrá delimitar la gravitación relativa de cada componente en las sucesivas fases del régimen soviético. Por ahora sólo pueden formularse hipótesis globales aproximativas. La intensa lucha política que se desarrolla en el partido, en los soviets y los sindicatos, durante los primeros años del régimen soviético; la posición en flecha contra el burocratismo, el nacionalismo granruso, la autosatisfacción teórica, que adopta Lenin en vísperas de su muerte, indican claramente que la vía y los métodos adoptados por Stalin no eran una opción ineluctable: fueron el resultado de la derrota de otras tendencias y opciones. Derrota no a nivel teórico - la fracción de Stalin no pudo nunca dar un fundamento teórico marxista a sus opciones - sino a nivel de la acción política y organizacional. La perspectiva de la construcción integral del socialismo no fue una meta científicamente elaborada sino el mito que se agitó ante el pueblo soviético para dar una justificación a los inmensos sacrificios que se le demandaban. Y por eso no sirvió para formar a las masas como sujeto consciente, exigente y crítico, de su propia obra, sino al contrario, para cultivar en ellas una actitud acrítica, conformista; para convertirlas en objeto de fácil manipulación. Como todos los mitos que responden a exigencias de la realidad no resueltas científicamente, el mito de la construcción integral del socialismo a la postre de unos cuantos planes quinquenales, cumplió un papel instrumental eficaz, despertó ilusiones, encendió la fe, facilitó la movilización de las masas y el aplastamiento de toda posición crítica. Pero cuando los plazos se cumplieron y hubo que declarar: éste es el socialismo, ya está construido, el mito comenzó a derrumbarse. La fe empezó a dejar paso al escepticismo, los sentimientos generosos al cinismo, la ebullición política al apoliticismo. Para apuntalar el mito hubo que recurrir al terror. Los problemas eran cada vez más complejos, sus dimensiones cuantitativas dejaban paso a las cualitativas, pero el nivel teórico para abordarlos era cada vez más bajo, las ideas en circulación más escasas, los cerebros más atrofiados por el terror y, sobre todo, por el hábito de no pensar por cuenta propia. La guerra llegó cuando este proceso apenas se iniciaba, cuando sólo una minoría había comenzado a tomar conciencia de la existencia del mito, y había pagado caro su lucidez. Los sentimientos Patrióticos vinieron en ayuda del mito, y la gran victoria le comunicó nueva savia, pero por poco tiempo. El gigantesco "salto" industrial, técnico, cultural de Rusia (salto, en este último aspecto, a una cultura de masas conformista, instrumental), era indiscutible, pero ¿era eso el socialismo? El XX Congreso dio la respuesta: en la URSS no existía aún el socialismo. Durante treinta años había existido una autocracia burocrática, no una democracia proletaria. Y sin democracia proletaria no hay propiedad social de los medios de producción. En la Unión Soviética existían - y siguien existiendo - unas relaciones de producción no capitalistas y no socialistas, cuya caracterización teórica está aún por hacer desde el punto de vista marxista. Por el momento, lo más seguro es definirlas por lo que no son.
Pero, volvamos a la IC. A la altura del VI Congreso el mito estaliniano entraba en su época de esplendor. Muy pocos fueron los comunistas no soviéticos que pusieron en duda la concepción de Stalin sobre el "socialismo en un solo país" y la prioridad absoluta de la revolución soviética en el proceso de la revolución mundial98. La oposición bolchevique al estalinismo dentro de la URSS se encontró trágicamente aislada en el movimiento comunista internacional. Este no reclamó la autonomía que se expresaba objetivamente, aunque de manera deformada, en la idea del "socialismo en un solo país", y aceptó la sumisión incondicional a la interpretación que en cada caso daba Stalin de los intereses supremos de la URSS. Lo que no excluía, naturalmente, la posibilidad de que esa interpretación coincidiera, en uno u otro momento y en mayor o menor grado, con los intereses del movimiento revolucionario mundial. Pero esta posibilidad quedaba a extramuros del movimiento comunista éste no tenía medios efectivos de someter a análisis y control las decisiones de la dirección soviética. Y sin embargo tenía la obligación de ajustarse a ellas, desde el momento que la salvaguardia de la construcción del socialismo en la URSS era la cuestión clave de la revolución mundial. La IC y los partidos comunistas debían enfocar su estrategia y táctica en función, ante todo, de la política soviética. Si el Kuomintang era considerado por Moscú como un aliado seguro de la URSS, los comunistas chinos tenían que plantearse, por encima de toda otra consideración, el entendimiento con el Kuomintang; si la socialdemocracia alemana se alejaba del espíritu de Rapallo, los comunistas alemanes debían "concentrar el fuego" contra la social- democracia; si León Blum observaba una actitud positiva respecto a la URSS, los comunistas franceses debían cuidar de no enfrentarse con él, aunque Blum sacrificara a la república española y estrangulara las grandes luchas del proletariado francés en 1936; si Largo Caballero no aceptaba dócilmente los "consejos" soviéticos, los comunistas españoles debían sacrificarlo a Negrín, que comprendía mejor las exigencias de la política exterior soviética; si la salvaguardia del pacto con la Alemania hitleriana en 1939-1941 exigía que los comunistas de todos los países cesaran de considerar el fascismo como el enemigo principal, los comunistas no debían vacilar en decir negro donde la víspera decían blanco. Y si la IC era un estorbo para el mejor entendimiento con Roosevelt y Churchill, los comunistas de todo el mundo debían saludar la disolución de la IC, el momento y la forma de llevarla a cabo, como la solución ideal, única, a la imposibilidad revelada por la experiencia histórica de la IC de dirigir el movimiento obrero de cada país desde un centro internacional. La historia ha confirmado la caracterización que hacía Trotski en 1936:
"Actualmente la Internacional Comunista no es más que un aparato dócil, presto a todos los zig-zags, al servicio de la política exterior soviética"