118 Inmediatamente después de la primera guerra mundial la organización sindical de la clase obrera dio un verdadero salto cuantitativo: de 1913 a 1919, el número de obreros organizados pasó en Alemania de cuatro millones a once millones; en Inglaterra de cuatro millones a ocho millones; en Francia de un millón a dos millones y medio; en Italia de casi un millón a casi dos; en Austria, de unos doscientos cincuenta mil a ochocientos mil. (Se trata de cifras redondas.) Los dirigentes reformistas o sindicalistas apolíticos conservaron la dirección y la influencia decisiva en la aplastante mayoría de esa masa organizada sindicalmente.
Entre 1918 y 1924 hubo elecciones en todos los países citados, que probablemente fueron las realizadas en condiciones de más amplia libertad burguesa entre las dos guerras. Los resultados dan una cierta idea de la correlación de influencias en la clase obrera entre los partidos socialistas tradicionales y los nuevos partidos:
Según Arthur Rosenberg (Op. cit., p. 239-240), “en 1919 y 1920 la mayoría de los obreros europeos era favorable a la III Internacional”. Esta apreciación se compagina mal con los datos anteriores y con los resultados de las luchas revolucionarias, pero en ella hay una parte de verdad. Importantes sectores obreros simpatizaban con la nueva Internacional, en la que veían la representante de la revolución rusa, pero no aceptaron ni su apreciación de la situación, ni sus métodos. En particular las “21 condiciones”. A esto alude sin duda Rosenberg, cuando dice: “Las escisiones y la exclusiva pronunciada contra importantes fracciones de la clase obrera pusieron de nuevo a los comunistas en minoría. En Alemania, el partido socialista, reforzado por los elementos del partido socialista independiente que no habían adherido a la III Internacional, era superior en número, con mucho, a los comunistas. Análogamente, en 1921 los socialdemócratas habían reconquistado de nuevo una mayoría aplastante en Italia, Suecia, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Austriay Suiza. Los comunistas no conservaban la mayoría más que en Francia, Checoslovaquia y Noruega. En los Balcanes, en Polonia y en Hungría el movimiento comunista había sido aplastado por la fuerza. Los sindicalistas, que tenían tras ellos la mayoría de los obreros en España, rompieron también sus relaciones con la III Internacional [...] Fuera de Europa, la influencia comunista era en todas partes muy débil.”
En su ensayo sobre la IC, ya citado, Togliatti dice: “Resultó que era más fácil romper con los jefes socialdemócratas que liberarse del socialdemocratismo.” Pero no saca ninguna conclusión crítica acerca de los métodos utilizados para la “ruptura”.<<