Capítulo 39
—Lo he pasado muy mal —gimió Toby—. De verdad que necesito abrir un regalo antes de tiempo.
Lily se detuvo un momento en su frenética actividad de sacar brillo al espejo. Sonrió y alargó el brazo para revolver el pelo del muchacho.
—Y yo necesito terminar de limpiar toda la casa antes de que vengan los invitados y que no podamos ni movernos. Creo que podrás esperar un día más.
Faltaban dos días para Navidad, pero Toby solía abrir los regalos en Nochebuena. Aquello no encajaba con la forma con la que se hacían las cosas en la familia de Lily, pero a ella no le importaba. Quizá a sus padres sí, pero ya cruzarían ese puente cuando llegaran a él.
Después de que se estrellara otro avión y dos estuvieran a punto de hacerlo, las autoridades habían decidido por fin cerrar todos los aeropuertos a los vuelos que no fueran de emergencias. Los nodos todavía perdían magia y aunque la nueva unidad había encontrado algunas soluciones, no eran más que provisionales. Wall Street había vuelto a funcionar y Houston había dejado de arder, pero la Guardia Nacional había sido estacionada en Texas. Durante el último viento mágico, más intenso y violento que los demás, habían sucedido demasiadas cosas extrañas.
Por eso, como era imposible volar, los padres de Lily y su hermana pequeña estaban cruzando el país por carretera para pasar las fiestas con todos ellos: con ella y con Rule, con Toby y Benedict, con la abuela y Li Qin, y Cullen. Incluso Timms había sido invitado en caso de que el hospital le diera el alta a tiempo. La hermana mayor de Lily, que acababa de casarse, había decidido, en un extraño ataque de rebeldía, quedarse en California.
Lily estaba al borde de un ataque de nervios con los preparativos. También era muy feliz.
Su madre la había perdonado y estaba dispuesta a dormir bajo el mismo techo que Rule. Aquello era un paso enorme a la hora de aceptar el papel que el lupus jugaba en la vida de Lily.
—Pero Lily —dijo Toby—, tú vas a abrir uno ya. No es justo.
Lily pensó en su abrigo nuevo y en la noche en la que había cambiado todo, y sintió un nudo en el estómago. Habían muerto tantos.
—Y tú —intervino Rule desde la puerta del comedor—, eres muy malo guardando secretos.
—¡No le he dicho nada! —dijo Toby indignado.
Rule meneó la cabeza pero sonreía. Estaba totalmente recuperado salvo por el cabestrillo en el que llevaba el brazo izquierdo. Los lupi no se molestaban en escayolar los huesos a no ser que la fractura fuera muy grave, y esta no lo había sido.
—Madame Yu quiere hablar contigo. Está en la cocina.
El niño salió corriendo.
—¿De verdad que la abuela ha dicho eso? —preguntó Lily sarcástica.
—No exactamente, pero sé que se lo pasa bien con el niño. Últimamente parece que él la adora, aunque puede llegar a ser un poco pesado. Además, tu abuela está jugando al mah-jongg con Benedict.
—Y supongo que él va ganando, otra vez.
Rule sonrió.
Toby no había visto cambiar a la abuela, pero se lo habían contado. Desde entonces, el niño se había convertido en el feliz esclavo de Li Lei. Lily lo entendía. A su edad, ella también había pasado todo el tiempo posible con su abuela. La anciana era arrogante, tirana y difícil… y había estado dispuesta a morir por un niño al que apenas conocía. Su amor por los niños brillaba siempre con una pureza que todos podían reconocer, aunque ella intentara disimularlo.
Rule se acercó a Lily, le quitó el trapo de las manos, lo dejó caer al suelo y la besó antes de que Lily pudiera formular una protesta. De todas maneras, a ella no le molestó acomodarse entre los brazos de Rule mientras giraban la cabeza para mirar el árbol con una sonrisa.
El árbol de Navidad había llegado el día anterior, decorado completamente con tambores de juguete, soldados y ese tipo de cosas; y con cientos de lucecitas parpadeantes tal como había ordenado la abuela. Los regalos habían empezado a acumularse debajo de forma casi inmediata. A esas alturas ya había una buena cantidad de ellos.
—Mañana la abuela quiere llevar a Toby al hospital —dijo Lily—. Cree que unas cuantas partidas a mah-jongg ayudarán a Timms a recuperarse antes.
—Las normas del hospital no permiten que un niño de esa edad… Pero qué estoy diciendo. Eso no la detendrá, ¿no?
Lily sonrió.
—¿Cómo está Cullen?
Rule acababa de regresar de visitar a su amigo. Cullen no había querido quedarse en la casa Nokolai como a ellos dos les hubiera gustado, porque decía que había demasiada gente. Tenía razón. Pero también se había negado a que le pagaran una habitación de hotel y había preferido recuperarse en el apartamento de Timms. Al parecer la extraña amistad que había florecido entre aquellos dos seguía adelante: Cullen había visitado a Timms en el hospital un par de veces y Rule decía que era todo un récord.
—De un humor de perros —respondió Rule—. Está especialmente molesto con el hecho de que se quedara sin el pie derecho, porque así no puede conducir.
—¿Conducir? Rule, todavía Cullen no puede pensar en conducir.
—¿Cynna ya te ha dicho qué va a hacer en Nochebuena?
El cambio de tema le dijo a Lily que Cullen no solo estaba pensando en conducir, sino que ya lo había hecho. Frunció el ceño, pero decidió no seguir discutiendo. Perdería irremediablemente.
—No sé nada de ella, pero me dijo que me daría una respuesta esta noche.
Habían invitado a Cynna a la gran cena familiar de Nochebuena. Lily había hecho especial hincapié en que Cynna no estaba obligada a acudir si no quería: la casa estaría abarrotada de gente, y sería complicado que su familia y la de Rule se llevaran bien desde el principio. Pero Lily no quería que Cynna pasara la noche sola.
O casi sola. En un impresionante despliegue de voluntad de negación, Cynna insistía en que no estaba embarazada. Ni siquiera quería hacerse una prueba. Pero antes o después tendría que aceptar el hecho de que Cullen y ella habían creado una nueva vida.
Sin embargo, por el momento, Cynna estaba evitando a Cullen como si fuera la peste.
Lily y Rule se quedaron allí de pie, mirando el árbol, disfrutando del placer de ese breve momento a solas. Pero la mente de Lily no la dejaba descansar ni un segundo y no pudo evitar darle vueltas a los hilos sueltos del caso.
La magia que continuaba manando de los nodos seguía provocando problemas; algunos menores, pero otros bastante graves. Las predicciones económicas que había hecho su padre, desgraciadamente, habían resultado ser acertadas. Pero la perspectiva de Lily era un poco diferente: cuando la economía flaqueaba, subía el índice de criminalidad y lo más probable es que ahora tuvieran que enfrentarse a delincuentes con dones. Los vientos mágicos, al parecer, habían despertado dones en personas que antes apenas tenían trazas de poseer uno. Y la Unidad todavía tenía muy pocos agentes.
Después estaba el tema de los dos mantos de Rule. Víctor seguía vivo, pero en coma. No podría soportar que el manto volviera a él. Las rhejes de varios clanes estaban consultando las memorias con el fin de encontrar una manera de que Rule pudiera deshacerse del manto sin que este tuviera que regresar al rho. Si no daban con una solución antes de que Víctor muriera, y al rho le quedaba un año como mucho, Rule se convertiría en el rho del clan de sus más enconados enemigos.
Llegados a este punto, Lily no pudo evitar pensar en Isen, que reía socarronamente lleno de regocijo cada vez que pensaba en esa posibilidad. No era precisamente la reacción que ella o Rule hubieran esperado.
—Es una pena que tu padre no pueda venir también.
Rule miró a Lily.
—Eres una mujer fuerte, pero ¿de verdad estarías dispuesta a soportar la presencia de tu abuela y de mi padre bajo el mismo techo?
—Quizá no —decidió Lily.
—Pero ¿por qué? —La queja de Toby llegó desde la cocina—. Iba ganando.
Lily oyó la voz de su abuela, pero no pudo distinguir las palabras. Llena de curiosidad, se giró para mirar la puerta.
La abuela entró y se dirigió hacia ellos, su figura tan recta como siempre. Ya no tenía que ponerse el cabestrillo, aunque Lily sospechaba que habría estado más cómoda si hubiera seguido utilizándolo. Ese día Li Lei había decidido vestir un traje chino de lo más tradicional, quizá en honor a la inminente llegada de su hijo: pantalones negros lisos y una larga túnica bordada con hilo de oro.
—Es hora de irse —anunció.
—¿Irse? —Lily arqueó las cejas—. Mis padres llegarán en menos de una hora.
—Es una pena, pero quizá puedan unirse a nosotros cuando lleguen.
Exasperada, Lily empezó a decir que no iban a ninguna parte.
—Abuela…
—¿Ir adonde, madame?—preguntó Rule con voz suave.
—A la Casa Blanca, creo. —Inclinó la cabeza a un lado como si estuviera escuchando algo. La expresión de su rostro de volvió súbitamente dulce, algo que Lily nunca había visto en su abuela—. Sí. Esperaremos en la Casa Blanca.
Li Lei disfrutó de la expresión de sorpresa que apareció en el rostro de su nieta cuando su contacto en el FBI, Rubén Brooks, la llamó para informarle de en qué puerta de la Casa Blanca debían presentarse. Sin embargo, Rule Turner no estaba tan sorprendido como a Li Lei le hubiera gustado, pero eso no era más que un tributo a la opinión que él tenía de ella, por lo que lo interpretó como un halago.
Mientras se dirigían allí, Li Lei tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no retorcerse de nervios como un niño. Pero al final se las ingenió para conservar su dignidad.
Rubén Brooks había ido a visitarla el mismo día en el que a Li Lei le habían dado el alta en el hospital. A Li Lei aquel hombre le había gustado desde el principio y había decidido confiar en él, un poquito. Al principio Brooks no la había creído, claro, pero había sido cortés y había prometido llamarla si lo que ella afirmaba que iba a ocurrir, de hecho, ocurría.
Y, por supuesto, había ocurrido.
Ya casi estamos allí, dijo la voz que Li Lei no había oído desde hacía al menos cuatrocientos años. ¿Estás segura de que no me dispararán?
Me han prometido que no lo harán si los demás no se acercan demasiado al hogar de su líder. Li Lei se encogió de hombros y frunció el ceño, porque su brazo no se había curado aún del todo. Nosotros también estamos a punto de llegar; dijo Li Lei a la voz, aliviada de que por fin pudieran ver el famoso edificio.
Incluso a pesar de contar con la ayuda de Rubén Brooks, todavía tuvieron que superar varias medidas de seguridad: guardias, puertas y alguien que quería registrarla. Li Lei no estaba dispuesta a permitirlo y su negativa retrasó las cosas ligeramente, y eso que había aceptado pasar por debajo de su estúpido arco detector de metales. Creía que eso ya era una concesión suficiente.
Al final el secretario de Estado aceptó que Li Lei se negara a ser registrada aunque a los del Servicio Secreto no les hiciera ninguna gracia. Después, madame Yu supo que el presidente no acudiría a aquella primera reunión.
A Li Lei no le gustaba el secretario de Estado, pero todo el mundo decía que era un buen negociador. Como tener que relacionarse con uno malo no suponía ningún desafío para ella, Li Lei aceptó con su gracia habitual que el secretario de Estado actuara en nombre del presidente. Tuvo que explicárselo a Sun Mzao, por supuesto, y a él no le gustó; pero entendió que quizá ellos tuvieran miedo de que su líder se presentara ante él.
Al final, Li Lei llegó con Li Qin a un lado y Lily al otro. Era una pena que su hijo no hubiera llegado a tiempo, pero no lamentaba la ausencia de su nuera. Al lado de Lily estaban Rule Turner y Toby, que no estaba comportándose muy bien. Estaban ocurriendo muchas cosas excitantes y era normal que el niño estuviera nervioso. Detrás de ellos estaban el secretario de Estado, Rubén Brooks y otros personajes con cargos oficiales que Li Lei no conocía.
No tuvieron que esperar mucho. La Casa Blanca estaba muy iluminada y los focos hacían que el cielo pareciera una tabla lisa y negra, como si las estrellas se hubieran escondido. En esa oscuridad surgió una sombra aún más oscura que empezó a formarse lentamente. Al principio parecía una figura pequeña, porque estaba muy alta en el cielo; pero a medida que descendía en una hermosa espiral, el tamaño de la criatura se hizo evidente.
Al igual que su forma. Los presentes ahogaron gritos de sorpresa como si no pudieran creer lo que sus radares indicaban y sus ojos confirmaban.
—¡Oh, Dios! —Susurró Lily—. Es él de verdad.
Lentamente, y con tal gracia que parecía que no pesara más que una mariposa, el dragón negro de enormes alas, el más anciano y más poderoso de su especie, aterrizó en el prado sur de la Casa Blanca.
El corazón de Li Lei se rompió y cantó, y la alegría manó de los pedazos rotos. Dio un paso adelante y llegado un punto se olvidó de su dignidad, se olvidó de su edad avanzada y de todas las personas importantes que había presentes; y corrió hacia él.
Se detuvo cerca de la enorme cabeza, que él bajó hasta el suelo a modo de saludo, con esos ojos brillantes que ella nunca había olvidado. Aunque en aquella época, Li Lei había sido mucho más grande… Ella tocó con una mano las escamas gigantescas de la mejilla del dragón.
Eres un desastre. Dijiste que volverías, pero nunca imaginé que tendría que esperar tanto.
Te has hecho vieja, observó el dragón.
Es lo que les ocurre a los mortales. Incluso a los que tienen magia de dragón en su interior.
Durante largos segundos, ninguno de los dos dijo nada. Después, el dragón preguntó:
Li Lei, ¿algunas vez lamentaste tu decisión?
Ella sintió la nostalgia que emanaba del dragón, un eco del mismo sentimiento que a ella le había causado dolor hacía tantos años… Él había querido que Li Lei fuera con él, desesperadamente. Y ella se había negado.
Todos los días, respondió Li Lei con honestidad. Y, sin embargo, nunca.
Tuviste el hijo que deseabas.
Sí. El hijo que no podía tener con él, porque aunque durante muchos años él había podido darle mucho incluso en aquella forma; no había podido concederle ese deseo.
Ayudaste a mi nieta a volver a casa conmigo.
Es fuerte e inteligente. Me gusta. Tu descendencia es buena.
Li Lei carraspeó y disimuladamente se secó la humedad de sus ojos.
Bueno, ya tendremos tiempo para ponernos al día. Creo que ahora será mejor que empecemos a negociar. Por eso has querido que yo esté presente.
Esa era una de las razones, Li Lei, dijo el primer amante que madame Yu había tenido nunca, mientras una extraña calidez cubría aquella voz mental normalmente tan fría. Y lo sabes muy bien. Pero empecemos.
Li Lei se volvió hacia los demás y miró a su familia, a los representantes oficiales y al secretario de Estado. La satisfacción la invadió.
Aquella iba a ser una negociación como ninguna otra. Li Lei se encargaría de que Sun y los demás recibieran todo lo que necesitaban: oro, espacio para cazar y guaridas donde vivir. Las necesidades básicas de un dragón. A cambio, los dragones resolverían la crisis en la que estaba inmerso el mundo haciendo algo que para ellos era de lo más natural.
Absorberían la magia.
El hecho de que los dragones necesitaran la magia para sobrevivir no anulaba, en opinión de Li Lei, su derecho a pedir algo a cambio.
—Señor secretario —dijo Li Lei con voz alta y clara—, si se acerca hasta aquí será para mí un placer presentarle a Sun Mzao, a quien algunos… —No pudo resistir guiñar de forma muy poco digna a su nieta y al hombre que estaba de pie a su lado—… conocen como Sam.
* * *
Querido lector:
Foxie, mi labrador retriever de catorce años, está tumbada entre la hierba crecida del jardín de atrás, disfrutando de la calidez del sol de septiembre. Levanta la cabeza y me sonríe, como hacen los perros, y después se pone de pie.
Foxie es mayor. Se tambalea mientras da su acostumbrado paseo por el jardín, oliéndolo todo, arañando la hierba con sus patas traseras. Hasta donde yo sé, sus pasos inseguros me preocupan más a mí que a ella. Hoy, Foxie tiene sol y hierba. No se preocupa por su viejo corazón o por algún día lejano en el que las piernas dejarán de sostenerla. Siempre que yo esté cerca, ella estará contenta. Confía en mí plenamente y se entrega a mí sin reservas.
La confianza es algo que a los humanos nos cuesta más conceder. Cuando llegamos a la edad adulta, ya hemos sentido en nuestras propias carnes la traición, la decepción, la tragedia, el desamor… Y eso solo en nuestra vida pública. Lo normal es que en nuestra vida privada también nos hayamos visto obligados a tragar venenos similares. Quizá más de una vez.
El cinismo es un recurso fácil. Y también tiene un precio.
En Líneas de sangre los mundos de Cynna y Cullen cambian. Cada uno de ellos juega un papel crucial en los acontecimientos que cambian el mundo tras los vientos mágicos, pero también tienen que enfrentarse a un cataclismo personal. Por mucho que Cynna se niegue a aceptarlo, lleva en su vientre al hijo de Cullen, y ninguno de los dos puede hacerse una idea de lo que serán sus vidas de ahora en adelante.
En el próximo libro, Night Season, lo descubrirán.
Un mensajero extraño envía a Cynna a otro mundo, a uno donde la magia es el pan nuestro de cada día. Cullen también va, porque no está dispuesto a permitir que ella vague por el mundo de las hadas sin él. Pero la búsqueda de un medallón perdido se convertirá también en un reto personal, y quizá estos dos cínicos de campeonato no se sorprendan tanto cuando se encuentren con la traición en un mundo en el que nunca sale el sol. Pero ¿qué ocurrirá cuando su supervivencia dependa de su habilidad para confiar el uno en el otro?
Feliz lectura,
Eileen Wilks
* * *