Capítulo 13

—Bueno, si hay un demonio por aquí es de los tranquilos, desde luego. —El jefe Mann se reclinó en su chirriante silla de oficina y apoyó las manos enlazadas sobre un estómago que Cynna podría utilizar de tabla de planchar. Si alguna vez planchara, claro está. El policía les lanzó una sonrisa tranquila y relajada—. No ha provocado ningún problema por aquí.

Nutley era pequeño. La ciudad tenía un único semáforo y el límite de velocidad era de cuarenta kilómetros por hora. La cárcel y la comisaría compartían espacio en el sótano del juzgado, un recio edificio de ladrillo rojo que se alzaba en un extremo de la calle principal.

Cynna se sintió como si accidentalmente hubiera aterrizado en Mayberry.

Aunque el jefe Mann no se parecía nada a Andy Griffith. No, el jefe de policía era todo un hombre: metro ochenta de puro músculo como el que los culturistas adoraban ver en el reflejo de sus espejos. Pero tenía un aire pueblerino y era lo suficientemente blanco como para que pudiera vivir en Mayberry.[5] Tan blanco como todos los demás miembros del reparto. Para ser una ciudad sureña, era de lo más extraño.

—Quiere decir, aparte del asesinato de Randall Frey.

—No sabemos qué le ocurrió a Randall exactamente. Su padre no ha dicho nada.

—Y usted no ha creído oportuno preguntarle, claro —replicó el agente Timms.

Si el jefe de policía de Nutley era Andy entonces Cynna había traído consigo a Opie; una versión crecida y peleona de Opie.[6] Uno que parecía que tomara anfetas. El agente de la DCM Steve Timms era bajo, enjuto, fuerte y apasionado. Su rostro infantil iba a juego con el cabello rojo y un montón de pecas, rasgos que chocaban con su pasión por las armas. Cynna había oído más de lo que quería saber sobre las propiedades del MLAT M72 que habían pedido prestado del ejército. Eso de MLAT era uno de esos pequeños acrónimos que adoraban los tipos del Gobierno. En este caso significaba «misil ligero antitanque».

Pero Timms también sabía usar una pistola de dardos. Solía utilizar una para disparar a los lupi antes de que la Ley de Registro fuera derogada por inconstitucional; y había sobrevivido, lo que decía mucho de su habilidad. Los dardos eran su arma de apoyo. Si el demonio poseía a alguien iban a tener que dormir al anfitrión a base de dardos.

Cynna no creía que fueran a necesitarlo. Algunos demonios adoraban las oportunidades que se les brindaban por medio de la posesión, pero si el que buscaban se parecía al que ella había matado la noche anterior, entonces lo que quería era pelear, no esconderse.

Sin embargo, Cynna se había equivocado en una cosa: no le caía mal a Timms. Para el agente, ella era el billete de entrada para el mayor y más peligroso espectáculo al que el joven hubiera asistido jamás. Timms temblaba de excitación al pensar que iba a tener la oportunidad de enfrentarse a un demonio.

El jefe Mann se encogió de hombros; unos hombros impresionantes, por otra parte. Vestía una vieja camisa de franela, téjanos y botas.

—No es asunto mío. La ley no tiene nada que decir sobre la muerte de un lobo.

—Así que Randall fue asesinado cuando estaba en forma de lobo. —No era una sorpresa: Rule también se había visto obligado al cambiar al enfrentarse con el demonio. Sin embargo…—. ¿Ha visto el cuerpo?

Aquella pregunta divirtió al policía.

—Sí, señorita, lo he visto. Estaba bastante destrozado, pero un lobo destrozado no se parece en nada a un humano.

Cynna luchó contra el impulso de decirle a aquel hombre que dejara de llamarla «señorita». Pero estaba segura de que entonces él empezaría a llamarle «corazón» o «nena» y entonces ella se vería obligada a atizarle. Aquella no era la mejor forma de llevarse bien con las autoridades locales y, además, le dolía la cabeza.

Cynna no era una sanadora y no podía hacer nada para remediar la hinchazón de su mandíbula. Pero conocía un pequeño hechizo muy útil para bloquear el dolor, aunque solo funcionara con ella. Cynna tenía que tener cuidado con ese hechizo porque el dolor era la forma que tenía el cuerpo de decir «atención», pero un poco más de intensidad en el hechizo no le haría ningún mal. Un hilo de magia se arrastró por su piel para alimentar el hechizo.

—¿Ha interrogado a Víctor Frey sobre qué o quién ha matado a su hijo?

—Claro que sí, señorita. Ya se lo dije al otro agente del FBI. Víctor dijo que no tenía ni idea.

—¿Le dio una descripción?

—No vio al asesino.

Cynna asintió como si el policía hubiera dicho algo razonable.

—¿Ha interrogado a alguien más? ¿Digamos a alguien que, de hecho, fuera testigo del asesinato?

—Al parecer Randall estaba solo cuando ocurrió.

Timms hizo un ruido sarcástico.

—Y usted se lo cree.

El jefe Mann lo miró.

—Hijo, esos tipos siempre están solos cuando se matan entre ellos. No sirve de nada que se te caigan las bragas por eso.

Timms se inclinó hacia él temblando de emoción y excitación.

—Al parecer ha establecido usted una relación muy cómoda con ese hombre lobo, jefe. Me pregunto si él le paga para que mire usted a…

—Oye. —Cynna le puso la mano en el brazo—. Tranquilo. Te estás pasando. —Cynna nunca había sido de las que se cortaban un pelo a la hora de acosar a la policía local. Si Abel la viera ahora, se partiría de risa.

Timms la miró muy serio, pero volvió a reclinarse en su asiento.

—Jefe, espero que pueda acompañarnos al Hogar del Clan Leidolf —dijo Cynna mientras intentaba componer una gran sonrisa para suavizar la situación.

¡Ay! Al parecer en aquel momento no estaba en condiciones de lucir grandes sonrisas. Cynna resistió la tentación de añadir más magia al hechizo que bloqueaba el dolor.

—Le estaría muy agradecida si me presentara al rho. Tengo una orden de registro, pero me gustaría no tener que utilizarla si no es necesario. Espero que el rho nos brinde su colaboración.

—Bueno, eso está bien pensado. A Víctor no le gusta que lo acosen. Pero… ¿Hogar del Clan? ¿Rho? ¿Por qué no habla en cristiano?

¿Era posible que aquel hombre supiera tan poco sobre los lupi viviendo tan cerca de ellos?

—Víctor Frey es el rho o líder del clan Leidolf. Y el clan tiene su Hogar del Clan, eh… la tierra propiedad del clan, aquí en Nutley.

—Víctor es el jefe, cierto —dijo el jefe asintiendo con la cabeza—. Y es dueño de unos pocos acres. No sé nada sobre eso del Hogar del Clan, pero puedo llevarla a ver a Víctor. —Alargó la mano para coger su sombrero Stetson que descansaba en una esquina del escritorio, cogió la cazadora que colgaba del respaldo de la silla y le lanzó una mirada a Timms—. Espero que sepan ser amables y educados. Ese hombre ha sufrido una gran pérdida.

Cynna agarró su bolso y siguió al policía. Dentro llevaba varios viales de agua bendita envueltos en porexpán. Los viales habían sido diseñados para romperse al menor impacto. Era recomendable estar lejos de un demonio cuando se le aplicaba el agua bendita.

Era una lástima que no se le hubiera ocurrido hacerlo así con Rule.

Salieron al exterior y vieron que la luz del sol poniente bañaba la calle con una luz dorada. El aire era fresco y seco; y los árboles invernales y los blancos edificios de madera arrojaban sombras detrás de ellos. En algún lugar ladró un perro una y otra vez en una aburrida cantinela. En tres de los lados de aquella ciudad, motas marrones y verdes trepaban por las laderas de las montañas hasta encontrarse con el horizonte azul. Hacia el oeste, las colinas estaban envueltas en oscuridad, eclipsadas por el resplandor del sol que seguía descendiendo.

Maldición. Casi eran las cinco. El viaje hasta Nutley tan solo les había llevado dos horas, pero antes de salir de Washington Cynna había creído oportuno cambiarse de ropa porque su traje de ir a reuniones no era lo más adecuado para perseguir demonios. También tuvo que hacer la maleta y recoger a Timms y su arsenal. Para cuando terminaran de interrogar a Víctor Frey ya se habría hecho de noche. A Cynna no le hacía ni pizca de gracia perseguir demonios de noche.

Quizá no fuera necesario hacerlo. Por el momento no había localizado a ningún demonio al acecho. Disimuladamente alzó la mano y lanzó un hechizo, una comprobación rápida que no le exigió todo su poder. Incluso aunque contara solo con una trama parcial, Cynna podría localizar a aquella criatura si estuviera a menos de cinco kilómetros.

—¿Está intentando parar un taxi, señorita? —preguntó el jefe Mann, divertido.

—No. —Ni rastro del demonio. Quizá el destino de Timms era llevarse una gran decepción—. Lo seguiremos en nuestro coche —añadió—, si a usted le parece bien.

El jefe Mann asintió amistosamente y se dirigió a su coche patrulla aparcado en medio de los espacios reservados delante del juzgado. Cynna habló seriamente con Timms mientras caminaban hacia el aparcamiento público al otro lado de la calle.

—No estamos aquí para investigar al jefe.

Timms frunció el ceño.

—Si el jefe comparte cama con esos hombres lobo…

—Nuestra misión es el demonio —insistió Cynna, que había compartido cama con un hombre lobo y le había gustado mucho, desde luego—. Si sigue por aquí lo mataremos. Y esté aquí o no tenemos que hablar con aquellos que lo vieron, comprobar el escenario del crimen, examinar el cuerpo de la víctima… ya sabe; lo que se llama investigar. Para eso necesitamos la cooperación de Víctor Frey y el jefe puede ayudarnos a conseguirla.

Timms murmuró algo y Cynna hizo como que no había oído nada.

De pronto, parecía como si alguien hubiera dado el pistoletazo de salida para los trabajadores del juzgado. Cuando Cynna y Timms llegaron al aparcamiento, una mujer regordeta estaba maniobrando su Mustang rojo brillante para salir; dos hombres con maletines fueron directos a sendos todoterrenos idénticos; y una furgoneta hecha polvo salió del aparcamiento.

Pero había un coche que llegaba en ese instante, uno que no se marchaba. Un Camry blanco último modelo con matrícula de Washington entró en el aparcamiento y se detuvo en una plaza vacía muy cerca del Ford que Cynna había tomado prestado de Lily. Cynna echó un vistazo al conductor mientras este salía del coche y se detuvo en seco. Sus hormonas hicieron la ola a modo de saludo.

Cullen Seabourne estaba allí de pie, sonriendo. Vestía una camiseta vieja que le quedaba muy pegada, una cazadora vaquera que estaba en peor estado que la de Cynna y unos téjanos gastados en los sitios más interesantes. Una barba de dos días adornaba aquel rostro imposiblemente hermoso y hacía por lo menos un mes que tenía que haberse cortado el pelo.

Por lo menos había allí una persona que iba peor vestida que Cynna, a pesar de que en ese estilo Cullen tuviera mejor aspecto que ella. Cynna puso las manos en las caderas.

—¿Pero qué demonios…?

—Oh sí, tengo muchos amigos de esos —respondió Cullen de lo más alegre—. ¿No vas a presentarme a tu compañero?

—¿Qué haces aquí?

Cullen arqueó las cejas.

—¿No es obvio? Voy a ayudarte a liquidar a tu demonio.

—No es mi demonio y tú no vas a…

Timms la interrumpió.

—¿Quién es ese?

Cynna suspiró fastidiada.

—Agente Timms, este es Cullen Seabourne. Cullen es un lupus —añadió sin estar muy segura de a cuál de los hombres quería darle una paliza, aunque sabía que se la merecían los dos.

Timms fijó sus ojos en Cullen.

—No tienes aspecto de pertenecer a la Unidad.

—Oh, no —respondió Cullen alegremente—. Suelo echar una mano cuando surge la oportunidad, pero el FBI no está interesado en mis habilidades profesionales. Me quito la ropa para ganarme la vida.

 

Cynna le había dicho a Cullen que no iba a acompañarlos a hablar con el rho de los Leidolf. Le había ordenado que volviera a Washington donde quizá podría ser útil. Cynna había sido muy firme. Le había dejado muy claro que no necesitaba su ayuda.

Entonces, ¿por qué Cullen estaba sentado a su lado en el asiento de atrás del Ford de Lily mientras Timms iba al volante?

Bueno, Cynna tenía muy claro por qué había dejado que condujera Timms: quería tener las manos libres para lanzar un hechizo de localización de vez en cuando. Pero ¿cómo demonios aquel hombre con la cara de un dios y el sentido moral de un gato callejero había terminado en el coche con ellos?

Por lo menos, Cynna no había cedido a la necesidad que sentía su cuerpo de tocar a Cullen, a pesar de que estaba tan cerca de él que solo tenía que alargar la mano. Pero no iba a tocarlo. No, no, ni hablar. Cynna estaba trabajando, maldita sea.

Además, él era un imbécil. Bueno, no un imbécil completo, Cynna tenía que admitirlo. Cullen lo había arriesgado todo por salvar a Rule, así que en algo valoraba la amistad. Pero en lo que se refería a mujeres, Cullen se salía de la escala de imbecilidad.

Cynna identificaba a un imbécil en cuanto se sentía atraída por uno, cosa que solía ocurrirle con frecuencia, admitió. Rule era la única excepción en lo que se refería a su pésimo gusto en hombres. Tampoco es que Cynna estuviera buscando a Míster Perfecto. De hecho, no podía imaginarse viviendo con un mismo hombre toda su vida y no le cabía en la cabeza que hubiera gente que lo hiciera de la forma más natural del mundo. ¿Cómo demonios podían saberlo?

Pero Cynna estaba cansada de despertarse cada mañana con un hombre que nada más mirarlo provocaba en ella la siguiente pregunta: « ¿En qué demonios estaría pensando?». Tenía intención de cambiar eso, aunque sus estúpidas hormonas todavía no hubieran aceptado el trato.

—Quizá Víctor Frey no te deje entrar en sus tierras.

—Víctor cree que soy basura —respondió Cullen. Estaba sentado cómodamente ocupando más espacio del que le correspondía y con una rodilla casi rozaba el muslo de Cynna—. Pero eso significa que creerá que puede utilizarme. A Víctor le encanta utilizar a la gente.

—Supongo que enseguida lo descubriremos. —El coche patrulla que les indicaba el camino giró para tomar un camino de tierra señalizado con un pequeño cartel en el que se leía «Propiedad privada. Prohibido el paso»—. ¿No tienen guardias como en el Hogar del Clan Nokolai?

—No los verás a no ser que decidan detenernos. ¿Todavía no has localizado ni rastro del demonio que mató a Randall?

Cynna negó con la cabeza.

—Aunque mi alcance es limitado porque obtuve la trama de un demonio muerto y estoy intentando localizar a uno vivo. Además, tampoco he lanzado un hechizo completo todavía, solo pequeñas pruebas.

Entraron en el camino de tierra. La superficie sin pavimentar subía a través de un grupo de árboles.

Cynna era una chica de ciudad. No le gustaban mucho los árboles. Por lo menos no le gustaban los árboles salvajes y menos en esas cantidades y, sobre todo, no le gustaban aquellos cuyas ramas caían sobre la carretera como si quisieran apresar a los intrusos.

Ya basta de pensar en árboles, se dijo.

—Eh… supongo que Lily y Rule te habrán puesto al día.

—Y tanto. De hecho, me han dado tanta información que Lily se ha sentido obligada a amenazar mi lengua. Es su forma amable de decirme que no hable de secretos ultrasecretos delante de gente que carece de mi discreción y sabiduría.

—Fijó los ojos en la nuca de Timms—. Y hablando de informar, ¿Rule te ha hablado de Víctor Frey?

—Es mezquino, inteligente e impredecible.

—Es una manera de describirlo. Víctor es un hijo de puta traicionero. Intentará conquistarte.

—Soy difícil de conquistar.

—Entonces haz como si lo hubiera conseguido. No tiene en mucha consideración a las mujeres así que levantarás sospechas en él; y vas a necesitar toda la ventaja que puedas conseguir. Si te vas a la cama con él…

—¿Qué?

—Está bien, lo dejo. No te culpo por ello, por alguna razón un montón de mujeres se han ido a la cama con Víctor… A la cama o a otros lugares, da igual. Pero estoy intentado ser delicado, ¿sabes? ¿Te ha dicho Rule que el único hijo que le queda a Víctor, su posible heredero, está loco?

Cynna arqueó las cejas.

—¿Estás hablando en sentido figurado?

—No, estoy seguro de que es el diagnóstico acertado. Brady Gunning es un psicópata sádico.

—¿Gunning? ¿No es Frey?

—No a no ser que sea nombrado heredero. Mamá y papá no se casan si papá es un lupus, ya lo sabes. Así que llevamos el apellido de nuestra madre.

—Rule no.

—Un heredero oficial normalmente adopta el apellido de su padre.

Así que Rule no había sido siempre un Turner. Quizá por eso el FBI apenas había podido reunir información sobre él antes de que se diera a conocer como príncipe Nokolai.

—¿Ese tal Brady Gunning estará allí hoy?

Cullen se encogió de hombros.

—Si no está, no tardará en aparecer. El Hogar del Clan Leidolf es más pequeño que el Hogar del Clan Nokolai. De hecho, pocos miembros del clan viven allí, pero suelen estar cerca. Y supongo que muchos llegarán para el nombramiento.

—¿El nombramiento? ¿Del nuevo heredero?

Cullen asintió y frunció el ceño, ausente, como si casi hubiera olvidado que Cynna estaba allí con él.

Esa era otra de las otras razones para no tocar. Cullen Seabourne era el material perfecto para un lío de una noche y Cynna se había visto tentada de seguir ese camino la primera vez que se vieron. Pero después lo había conocido mejor; y aunque Cullen era sexi, caliente y prometía sesiones de sexo sudoroso y apasionado, tenía tendencia a olvidar que existías.

No es que importara mucho, porque Cynna no tenía intención de entregarse a ninguna sesión de sexo sudoroso y apasionado. Así que se obligó a centrar sus pensamientos de nuevo en la misión. Cullen no había respondido a su pregunta de por qué estaba allí en vez de persiguiendo dragones, pero Timms estaba escuchando. Cynna decidió que repetiría la pregunta cuando estuvieran solos.

Mientras tanto, Cynna decidió comprobar si no había nada desagradable escondido detrás de aquellos árboles. Cynna reunió una cantidad de magia en el kielezo del demonio muerto y sintió la picazón mientras el poder crecía. Después alzó la mano y…

—¡Ay!

El coche había pasado un bache a tal velocidad que Cynna se había golpeado la cabeza contra el techo.

—Lo siento. —Timms no parecía sentirlo mucho.

Cynna frunció el ceño con los ojos fijos en la nuca del agente. El dolor de cabeza que casi había desaparecido retornó con fuerza.

—Vete más despacio. No puedo lanzar un hechizo si estoy dándome con el techo todo el rato.

—¿Qué importa? No has encontrado nada todavía.

Al parecer la autoridad que comportaba llevar el volante se le había subido a Timms a la cabeza.

—Vete-más-despacio.

—La rebelión de la tropa —dijo Cullen comprensivo—. ¿Quieres que le pegue un mordisco?

Los hombros de Timms sufrieron un espasmo.

—Mejor no —respondió Cynna—. El te dispararía y Lily se enfadaría mucho por devolverle el coche lleno de sangre.

Cullen sonrió.

—No, Timms no lo haría. No antes de que yo…

—Cullen…

—Cállate de una puta vez —intervino Timms.

Cynna se volvió hacia el agente.

—¿Qué?

—Tú no. El. No tengo por qué trabajar con un hombre lobo. Un maldito hombre lobo que trabaja de estríper.

—Pues sí, sí vas a trabajar con él. ¿Y sabes por qué? Porque soy yo la que está al mando. —Por Dios. ¿Acababa de pronunciar aquellas palabras? Si Cynna no tenía cuidado acabaría diciéndole a Timms que ella era la que tomaba las decisiones en aquel equipo y después tendría que lavarse la boca con jabón.

—Yo sé que no puedo ser poseído —añadió Timms—. Tú dices que también tienes fe, así que estás a salvo. ¿Pero él? —Timms rió sarcástico—. Si un hombre lobo pagano y ateo se deja poseer, entonces estamos acabados.

—No te preocupes por eso —replicó Cullen reclinándose en el asiento para ponerse aún más cómodo—. Este hombre lobo pagano y ateo en particular no puede ser poseído.

—Ya lo sabes, Timms —dijo Cynna exasperada—. O al menos deberías saberlo porque te lo he explicado por el camino. Los lupi afirman que no pueden ser poseídos; y será mejor que creas que es cierto porque vamos a estar rodeados de un buen número de lupi y sería un gran inconveniente que el demonio estuviera dentro de uno de ellos. A todo esto, mientras estemos allí tú vas a estar bien calladito. No quiero que tus prejuicios nos pongan las cosas más difíciles.

Timms guardó silencio durante unos segundos mientras hacía notar su desacuerdo a base de resoplidos. Cuando por fin habló, sonó más a viejo gruñón que a un tipo enfadado.

—Si aminoro perderé de vista el coche del jefe.

—No pasa nada —intervino Cullen—. El camino lleva directo a casa de Víctor. No te vas a perder.

Cynna miró a Cullen.

—Ya has estado aquí antes.

—Hace mucho, pero sí, he estado aquí antes.

Cullen no dio ninguna señal de que estuviera incómodo: no frunció el ceño ni tensó los músculos ni desvió la mirada. No cambió el tono de su voz y cada lujurioso centímetro de su cuerpo permaneció tranquilo dando a entender que aquel tema le importaba bien poco. Pero entonces, ¿por qué Cynna tenía la impresión de que aquel viaje era como abrir el baúl de los recuerdos para él? Un baúl que no contenía buenos recuerdos precisamente.

Cynna pensó en un barrio de Chicago y en cómo se sentiría ella si volviera allí acompañada por las personas que formaban parte de su nueva vida. Personas que más o menos tenían una buena opinión de ella. Lo último que ella querría era que los demás se dieran cuenta de su reacción.

—¿Es normal que haya tantos árboles por aquí?

Cullen parpadeó sorprendido.

—¿No has oído hablar de los bosques?

—Una vez estuve en uno. —Había participado en la búsqueda de una niña de once años… Cynna dejó de lado aquel recuerdo—. Pero en esa ocasión había espacio entre los árboles, por no decir que los mismos árboles eran mucho más altos. Estos están todos entremezclados. Y se inclinan sobre la carretera.

—Voy a pasar por alto el hecho de que hayas llamado carretera a este camino de tierra… —Otro bache subrayó lo que Cullen quería decir—. Este es un bosque formado por árboles de hoja caduca que fue talado en el pasado. Lo que ves ahora son árboles nuevos que crecen en competición con los arbustos. Los bosques más antiguos, especialmente si son de coníferas, no tienen que competir tanto para crecer.

—Sí, estos árboles compiten con tanto interés que han decidido adueñarse de la carretera. Están intentando echarnos de aquí.

—Oh, por favor. No me digas que eres una de esas idiotas que lo personifica todo.

—Oye, la personificación se utiliza como herramienta en muchos sistemas mágicos. Y los wiccan y otros paganos dicen que las plantas poseen intención, así que…

Cullen rió sarcástico.

—Deberías dejar de ver los dibujos animados de los sábados por la mañana. Las plantas no son conscientes y no pueden formar una voluntad independiente, aunque cuando se agrupan de forma masiva pueden llegar a desarrollar una versión desarrollada de conciencia. Pero es ridículo atribuirles motivos humanos.

Cynna se dispuso a disfrutar de la discusión.

—Soy una chica simple. Incluso a pesar de que esos árboles no sean conscientes tal como nosotros entendemos esa palabra, quizá haya una dríada o algo que cuide de ellos.

—¿Una dríada? —repitió Cullen sin poder creérselo—. ¿En un bosque nuevo tan cerca de la civilización?

Cynna desechó el comentario con un gesto de la mano.

—Vale, no es muy probable. Pero un buen número de tradiciones africanas, celtas y de los nativos americanos afirman que los árboles tienen espíritu y que la gente puede comunicarse con ellos, ¿me equivoco? Hay toneladas de leyendas al respecto.

—Las leyendas son alegóricas en su mayoría. Lo que significa —explicó Cullen como si estuviera hablándole a un niño de tres años—, que no hay que tomarlas al pie de la letra.

—Conozco la diferencia entre simbólico y literal, gracias. Resulta que es bastante complicado hacer funcionar un hechizo si no se tiene cierto conocimiento sobre el simbolismo. Pero quizá la parte del espíritu del árbol sea cierta literalmente. Conozco a un chamán que realiza sacrificios al roble de su jardín cada vez que hay luna nueva enterrando hojas de tabaco entre las raíces.

—Las prácticas chamánicas conectan al chamán con espíritus o dioses de la tierra mayores y menores, no con árboles individuales.

—El chamán que yo conozco dice que contacta con el árbol, no con un espíritu cualquiera.

—Está equivocado. Bueno, su roble probablemente sí contenga energía. Los árboles absorben grandes cantidades de magia a lo largo de los años, pero no todos los objetos que poseen magia son conscientes. ¿O acaso crees que los cristales están vivos y traman cosas contra ti?

Cynna suspiró.

—El sarcasmo no es un argumento. ¿No sientes algo amenazador en esos árboles?

Cynna sabía que no hacía falta animar mucho a Cullen para que se enzarzara en una discusión. Por eso siempre acababan discutiendo. Fue una distracción de lo más agradable mientras llegaban al Hogar del Clan, y no solo para Cullen. Timms estaba tan ocupado escuchando la conversación que redujo la velocidad y no abrió la boca en todo el trayecto.

Después de todo, quizá Cynna no fuera tan inepta en lo que se refería a estar al mando, aunque sus métodos no fueran convencionales. Llegaron a su destino sin que se derramara ni una gota de sangre.

El territorio de los Leidolf no se parecía nada al de los Nokolai. El camino los llevó hasta un claro del tamaño de dos campos de fútbol. Cynna vio cuatro edificios en total: un granero, una estructura alargada y de una sola planta que parecía un barracón y dos casas. La primera casa era pequeña y había sido construida en piedra gris. Salía humo por la chimenea. Justo enfrente, delante del edificio que parecía un barracón, había aparcados un coche y dos furgonetas.

Cynna vio que se dirigían a la casa más grande, un edificio de dos pisos situado al final de aquel claro. Había dos coches aparcados en su puerta: un Bronco de hacía dos años y el coche patrulla del jefe Mann.

—¿Hay más casas por aquí? —Preguntó Cynna a Cullen—. ¿Escondidas entre los árboles, quizá?

—No que yo sepa. Los Leidolf son pobres en comparación con los Nokolai, pero podrían permitirse construir más casas aquí. Es Víctor quien no quiere. No confía en el movimiento que anima a los lupi a darse a conocer, no quiere que sus lobos salgan del armario y ninguno de los que vive aquí admite que es un lupus.

La casa de Víctor Frey tenía el encanto de una gran caja blanca. El amplio porche de la entrada era su único detalle destacable. Había un garaje independiente en la parte de atrás y Cynna vio un par de columpios al otro lado de la calle antes de que detuvieran el coche.

El Mundo de los Lupi 03 - Líneas de sangre
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