Capítulo 37

La luna ya había ocupado su lugar en el firmamento cuando entraron en el aparcamiento frente al juzgado de Nutley. Habían elegido aquel lugar por sugerencia de Cullen: era territorio neutral y estaba tan despejado que resultaba complicado que cualquiera de las dos partes pudiera preparar una emboscada.

Eran casi las dos de la mañana. El viaje hasta allí había sido corto, pero antes de salir de Washington habían hecho unas cuantas paradas: primero en casa para recoger el portátil de Lily y hacerse con algunas armas del arsenal de Benedict; después en el hospital para ver que Toby estaba bien y pedir ayuda a Benedict.

El hermano de Rule raras veces mostraba su enfado abiertamente, pero cuando le informaron de que no podía acompañarlos porque alguien tenía que quedarse para proteger a Toby, se pasó dos minutos maldiciendo coloridamente. Después se sentó, estudió los documentos que contenía el CD que les había dado Jiri y enseguida les sugirió un plan de ataque.

Solo había otro coche en el aparcamiento, uno solo: el Mercedes de Rule. Alex Thibodaux y otros cuatro hombres esperaban a su lado. Uno de ellos era Brady.

Que Brady estuviera allí no había entrado en el acuerdo al que habían llegado con Alex. Rule aparcó y bajó despacio del coche. Cynna y Lily salieron por el otro lado, pero siguieron las instrucciones de Rule y no abrieron la boca.

—Espero que tengas una buena razón para haber traído a ese —preguntó Rule mientras señalaba a Brady.

—Randall era su hermano —respondió Alex—. Si lo que dices es cierto, tiene derecho a participar en la matanza.

Cuando Rule había llamado a Alex para establecer un lugar de encuentro, le había informado también de casi todo lo que sabía. El rho de los Leidolf seguía inconsciente, incapaz de tomar decisiones en nombre de su clan, y la verdad era que resultaba ser una suerte. Víctor habría encontrado la manera de convertir aquella reunión en una trampa mortal para Rule. Sin embargo, Alex no se dejaría llevar por el instinto, no si Rule manejaba las cosas adecuadamente.

Es decir, si manejaba adecuadamente el manto de heredero.

Rule apenas solía recurrir a la autoridad que le otorgaba el manto de heredero Nokolai. Nunca lo había necesitado. El clan lo respetaba y todos percibían la presencia del manto dentro de él, aunque descansara tranquilamente y no estuviera activado. Pero sabía cómo hacerlo, de ser necesario. Y también sabía que una vez invocado el poder del manto, este no le permitiría dejar a medias cualquier misión que hubiera iniciado. Esa era su naturaleza.

Lily, Cullen y Cynna se situaron detrás de Rule, a un par de metros. Cullen sabía lo que tenía que hacer y, más concretamente, lo que no tenía hacer. Lily y Cynna habían prometido no interferir, pero Rule no estaba muy seguro de poder confiar en la palabra de Lily si las cosas se ponían feas.

Tenía que asegurarse de que aquella reunión no se torciera.

Alex se irguió, con los brazos colgando a ambos lados y el rostro impasible.

—¿Por qué estás aquí, Nokolai?

Rule se concentró y trató de alcanzar el más problemático de los dos mantos que descansaban en su interior. El poder lo invadió como una ola, como una bestia salvaje que acabara de despertarse; primero lentamente, luego más rápido hasta que lo sintió por completo. Así, una vez desatado el poder, el manto Nokolai también rugió dentro de Rule y se mezcló con el nuevo. Las dos magias se unieron y Rule sintió que se le erizaba hasta el último cabello mientras la noche se volvía afilada y dolorosamente brillante.

Aquello no formaba parte del plan, pero allí estaba, sintiendo ese ritmo que se parecía tanto al canto de la luna pero que sin embargo era dolorosamente físico. Y sí. Sí. Lo sabía. Cantaba con él y tenía la absoluta certeza de que no podía ser derrotado.

Pero los mantos no lo convertían en un ser invulnerable. Ni siquiera le proporcionaban esa ilusión. Rule sabía que aquella noche podía morir. Su plan podía fallar y verse abocado al desastre. Pero ni la muerte ni el desastre significaban una derrota para los mantos.

Rule se acercó a Alex. El aire estaba impregnado de seru, la esencia de la violencia y las ansias de dominio.

—He venido, Alex Thibodaux, como heredero de tu clan mientras el rho está incapacitado, sin poder guiar a su clan. He venido para darte órdenes.

Rule sintió más que vio el movimiento de Brady y cómo los demás hombres lo sujetaban para que no se acercara a él. Los ignoró. Brady no suponía ninguna amenaza en aquel momento. Todo dependía de Alex.

Si el heredero no puede dominar al guerrero más fuerte del clan, no puede ser rho.

Rule no tenía deseos de convertirse en el rho de los Leidolf, pero tenía que conseguir dominar a aquel hombre, porque todos los demás lo seguirían sin dudar. Y Alex tenía que saber que podía ser dominado. Rule miró a Alex a los ojos y esperó.

Alex era un alfa. No se rindió inmediatamente, sino que se quedó allí de pie, tenso e inmóvil, con los puños apretados y los ojos fijos en Rule.

—¿Por qué has venido, Nokolai? —preguntó de nuevo.

—He venido porque la enemiga de todos los lupi quiere destruirnos y ha asesinado al antiguo heredero de los Leidolf. He venido para llamar a los Leidolf a la caza. Tú eres lu nuncio. Sabes que esto es necesario. Sabes que tengo derecho. Aceptarás que sea el líder en esta cacería.

Alex mantuvo la mirada durante unos segundos más, pero después, lentamente, la bajó. Poco a poco cayó sobre una rodilla y agachó la cabeza para mostrar su nuca desnuda a Rule.

—Acepto tu liderazgo… heredero de los Leidolf.

Brady ahogó un gritó. Rule lo miró y los ojos de Brady se dirigieron al suelo. Uno a uno Rule miró a los demás hombres; y uno a uno todos bajaron la mirada.

Doblemanto. El poder era embriagador… y asustaba un poco. Aquellos hombres no formaban parte de su clan y en circunstancias normales serían sus enemigos y, sin embargo, con una simple mirada suya, se habían sometido a él.

Rule decidió que Cullen tenía que contarle aquella historia Etorrí de principio a fin.

Los dos mantos empezaron a asentarse de nuevo ahora que los demás habían aceptado su liderazgo; aunque Rule los sentía un poco inquietos. Procuró tranquilizarlos del modo que imaginaba que haría cualquier jinete con un caballo nervioso y después tocó la nuca de Alex para demostrar que aceptaba su sumisión.

—Levántate.

Alex obedeció.

—He cargado vuestras armas en el maletero del coche, como pediste. El depósito está lleno. Hennings ha traído los aparejos de escalada y nosotros llevamos nuestras propias armas. Dices que tienes un mapa y un plan. Me gustaría ver el primero y escuchar el segundo.

Llegaron al punto de encuentro diez minutos después de las cuatro de la mañana. Era el comienzo de un camino con más grietas y vegetación que asfalto. El mar estaba cerca y su sonido y su olor tranquilizaron el corazón de Rule. Pensó que Lily también encontraría cierto consuelo en el ritmo intemporal de las olas. Incluso en el infierno, Lily se había sentido aliviada al sentir cerca el mar.

Cullen había dormido durante todo el viaje hasta Nutley y luego había conducido el resto del camino para que Rule pudiera descansar. Rule sabía cómo desconectar completamente antes de una batalla, y así lo había hecho; aunque sospechaba que a Lily le habría costado más conciliar el sueño. Sin embargo, Lily también había dormido. Rule tuvo que despertarla cuando estaban a punto de llegar.

El monovolumen se detuvo detrás de ellos. Alex, Brady y los demás salieron enseguida. Harían el resto del camino a pie.

El camino avanzaba directamente entre unos árboles achaparrados durante casi un kilómetro y después bajaba en una cuesta muy pronunciada a través de rocas hasta llegar a una playa estrecha. Jiri los esperaba allí, como había prometido. Su demonio no estaba a la vista, aunque Cynna les había dicho que andaba cerca.

—Por aquí —dijo Jiri con brusquedad mientras los guiaba hacia la playa.

A su derecha, el mar susurraba sin cesar y el aire llegaba suave y fresco. Rule mantuvo un brazo alrededor de Lily con la intención de infundirle algo de calor. Ojalá hubiera podido dejarla fuera de todo aquello.

Lily no se lo habría agradecido, desde luego. Era una luchadora y tanto sus habilidades como su don les serían muy útiles en la batalla que se acercaba. Pero su inmunidad a la magia era ineficaz contra los colmillos, las garras o las balas.

Rule sabía que a Cullen también le resultaba muy difícil aceptar la participación de Cynna en aquel ataque, aunque por razones diferentes… o quizá no lo fueran tanto. El amor podía adquirir muchas formas y Rule no tenía ninguna duda de que Cullen ya amaba aquella vida que acababa de surgir.

A su izquierda, la tierra se alzaba, rocosa e implacable, hasta convertirse en un acantilado de más de quince metros de alto. Pronto llegaron a su base. Jiri se detuvo, los miró y habló por segunda vez.

—Habéis llegado tarde.

—No sé cómo sueles viajar tú —dijo Cynna sarcástica—, pero nosotros tenemos que utilizar coches. Ya sabías que habíamos llegado en cuanto se ha ido la luz ahí arriba.

La mujer le lanzó una mirada contenida y después la ignoró para centrarse en Cullen.

—Los escudos de protección están en lo alto del acantilado.

Cullen echó la cabeza hacia atrás.

—Los veo.

—¿No me digas? ¿Y serás capaz de anularlos?

—Tengo vista de hechicero no de águila —replicó Cullen—. Están a quince metros de altura. Voy a tener que acercarme para poder examinarlos; pero confío en que podré anularlos para que pueda entrar tu mascota.

—Te veo muy seguro de ti mismo —murmuró Jiri y levantó la mirada durante un segundo. Desde allí no podía verse la casa, pero los escudos eran visibles; quizá no para ojos humanos, pero la luz de la luna le facilitaba mucho las cosas a Cullen.

Quizá no pudieran ver la casa, pero estaban seguros de que estaba a oscuras. Se habían detenido a unos kilómetros de allí, en el transformador que proporcionaba electricidad a aquella zona. Cullen lo había frito y así había eliminado el sistema de alarma convencional. Ahora se encargaría del sistema mágico, el escudo que solo él podía ver.

—Es la hora —dijo Rule. No se acercó a Lily para un último beso. Aunque, de todas, maneras, no habría sido el último. Se lo prometió a sí mismo. Sin embargo, Rule dejó una mano apoyada en las caderas de Lily y la miró, simplemente la miró, durante un rato largo.

—Que la Dama te bendiga con su suerte —dijo por fin.

Lily sonrió, alcanzó a Rule y le dio un beso rápido.

—Y a ti. —Se colgó del hombro el AK-47 que les había devuelto Alex y se fundió con la oscuridad del bosquecillo.

Los escudos de Córdoba no podían detener a una empata. Ni darían la alarma, porque no percibirían su presencia.

Aquella era la única noche en la que Jiri podía lanzar un ataque, así que tenían que prescindir del elemento sorpresa: Córdoba los estaría esperando. Dependía de ellos que estuvieran a la altura de sus expectativas… aunque sorprendiéndolo un poco.

Lily se acercaría a la casa por la puerta principal y esperaría a la señal de Rule. Una vez recibiera luz verde, entraría en la casa, sola. Córdoba también tenía montado un sistema de seguridad tradicional, pero como habían cortado la electricidad, estaría inactivo. Además de con el arma, Lily contaba con la llave de la puerta principal y con un pequeño amuleto que contenía un mechón de la hija de Jiri y que ella había preparado para que guiara a Lily hasta donde estuviera la niña.

El resto del grupo escalaría el acantilado y se enfrentaría a cualquier demonio que tuviera interés en morir en sus manos. Jiri y su demonio se unirían a ellos una vez Cullen anulara los escudos mágicos, y ayudarían a crear toda la distracción posible para que Lily encontrara a la niña antes que Córdoba tuviera la oportunidad de utilizarla para chantajearlos y disuadirlos de seguir atacando.

Rule sintió un nudo en el estómago. Era el plan de Benedict. Y era muy bueno. Lo odiaba.

—¿Estás listo? —preguntó a Cullen.

Cullen terminó de oscurecerse el rostro con la sustancia negra que los guerreros de piel clara de Benedict utilizaban para pasar desapercibidos por la noche.

—Listo. —Le lanzó la lata a Rule y luego se volvió hacia Cynna—. ¿Un beso de buena suerte?

Cynna dudó, pero finalmente tomó la cara de Cullen con ambas manos y le dio lo que le había pedido. A conciencia. Después, dio un paso atrás y frunció el ceño.

—Estás loco, pero a pesar de todo ten cuidado, ¿vale?

Cullen sonrió. Después, trotó hasta la base del acantilado y empezó a trepar. Alex lo siguió. El vigilaría mientras Cullen estaba ocupado con los escudos mágicos y avisaría a Rule cuando estuviera hecho. Después Rule le daría la señal a Lily.

Rule empezó a teñirse de oscuro la cara y el dorso de las manos. Después le pasó la lata a Cynna.

—Úntate, rápido. —Después se volvió hacia el más fornido de los Leidolf—. Hennings.

 

No todo el equipo que iban a necesitar provenía del almacén de Benedict. La cuerda de escalar era de Hennings y el guerrero se dispuso enseguida a atarla al arnés de Cynna. Él le serviría de ancla a ella.

Cynna hizo un gesto de disgusto.

—Ya te he dicho que no es necesario.

—Tú sígueme la corriente, ¿quieres?

Cynna suspiró fastidiada y se puso el gorro negro que había comprado en el Wal-Mart de camino allí.

Todos los que seguían allí abajo necesitaban oscurecer sus rostros. Rule pasó la lata de pintura entre los hombres y se detuvo a examinar cómo cada uno de ellos se enfrentaba al miedo. Llegó a la conclusión de que Alex había elegido a los mejores. Apenas pudo oler el terror en ellos. Ni siquiera en Brady.

Brady le sonrió desafiante cuando le entregó la lata de pintura.

—Si nos has traído aquí para una cacería inútil, te retaré a un Desafío, te arrancaré las tripas y después las escupiré.

Rule no se molestó en responder. Brady tenía intención de matarle sin importar lo que ocurriera aquella noche. Rule tan solo esperaba que aquel loco pudiera contener su ansia de sangre hasta que hubieran acabado con su enemigo común.

Ahora no podían hacer otra cosa más que esperar. Para ello se acuclilló, aunque no dejó de observar lo alto del acantilado. Ya no podía ver ni a Cullen ni a Alex, lo que resultaba tranquilizador. El viento soplaba en la dirección incorrecta y llevaría su olor hasta la casa, pero los demonios no tenían el sentido del olfato muy desarrollado. Aquella era una de las ventajas que él había tenido sobre Gan y al demonio no le había hecho mucha gracia. Aunque en realidad, no le había hecho mucha gracia nada que tuviera que ver con Rule.

Rule sintió un escalofrío. En general, procuraba no pensar demasiado en su estancia en el infierno, pero aquella noche, al mirar a lo alto del acantilado, los recuerdos volvieron sorprendentemente vividos. Allí también se habían visto atrapados al pie de un acantilado, aunque era más alto que este y se alzaba por encima de la cueva en la que se habían refugiado.

El acantilado que había matado a Lily. Mientras él yacía inconsciente e inútil, ella había corrido hacia el borde y…

Sus hombros se tensaron cuando se impulsó hacia arriba y su pie izquierdo encontró automáticamente una grieta en la roca donde apoyarse. Se quedó helado.

Dios. Había ocurrido de nuevo.

Tras unos segundos miró hacia arriba: la cima del acantilado estaba apenas a unos metros. Cullen los esperaba allí y Rule vio el rostro de su amigo que miraba hacia abajo. Rule miró a su lado y después hacia abajo. Lo seguían varias figuras oscuras. Tenía que seguir avanzando.

Y así lo hizo, metódicamente, sin dejar de pensar en lo que había sucedido. Aquel no era, precisamente, el momento más adecuado para que el talismán de Cullen perdiera eficacia. Sin embargo, Rule confiaba en que, aunque el amuleto dejara de funcionar completamente, él no sufriría otra pérdida de conocimiento mientras estuvieran allí. En general, solo había sufrido dos ataques en un día, como mucho, y bastante espaciados.

Pero ¿estaba dispuesto a poner en peligro la vida de todo el mundo basándose en una suposición?

Mientras se impulsaba para llegar a la estrecha franja de tierra de la cima, cerca de la verja, Rule se dio cuenta de que no tenía otra opción. Los hombres Leidolf no seguirían a Cullen ni a Cynna; y Cullen no seguiría al lu nuncio de los Leidolf. Rule era el único que podía mantener unido aquel grupo y era impensable suspenderlo todo a aquellas alturas.

Dios. Esperaba que hasta entonces todo hubiera transcurrido como habían planeado. No recordaba nada, pero supuso que había dado la señal a Lily como estaba pensado.

Cullen se agachó a su lado.

—¿Algún problema?

Alex vigilaba. Rule lo vio agachado al lado del agujero que habían recortado en la verja, a unos escasos metros.

—Aquí apesta a demonio.

—Andan por ahí. No están cerca ahora mismo, pero un par de criaturas de ojos rojos han estado patrullando el perímetro. Alex debería olerlos si se acercan, incluso aunque estén dashtu. —Y añadió subvocalizando—: ¿Qué ocurre?

—Otra pérdida de conocimiento.

El rostro perplejo de Cullen expresó más que las palabras que surgieron a continuación.

—¿Sabes lo que estás haciendo aquí?

—No he perdido tanto tiempo. Lo último que recuerdo… —Y se detuvo. Su último recuerdo era precisamente un recuerdo—. Ha sucedido inmediatamente después de que llegaras a la cima y he vuelto en mí mientras escalaba el acantilado.

—Entonces han sido quince o veinte minutos.

Rule asintió.

—No digas nada de esto.

—¿Seguimos adelante?

—Probablemente Lily ya esté dentro.

Cullen asintió y se alejó del borde para que el siguiente hombre tuviera espacio para impulsarse hasta la cima. Era Hennings. Cynna llegó instantes después, jadeante e intentando disimularlo. Cullen le desató la cuerda y la ayudó a quitarse el arnés. Los demás llegaron enseguida. Cynna había sido la más lenta en escalar, por supuesto: aunque estaba en forma no podía compararse con un lupus.

—¿Y los escudos? —preguntó Rule a Cullen en voz baja, aunque sin subvocalizar.

Cullen respondió en el mismo tono.

—He abierto un agujero en ellos que coincide con el que hemos practicado en la verja. Podremos entrar por ahí sin que salten las alarmas, pero no puedo anularlos del todo sin alertar a Córdoba. Son muy buenos —gruñó—, fastidiosamente buenos, y están respaldados por un montón de poder mágico.

—¿Tanto como para detener incluso a la enorme mascota de Jiri?

—No soy un experto en la mascota, pero probablemente sí.

—¿Puedes anularlos?

—Claro. Pero tengo que estar muy cerca, a menos de diez metros. Y Córdoba lo sabrá.

—La distracción será más eficaz si sabe que estamos aquí, pero espera a que todos hayamos cruzado la verja.

El agujero no era muy grande. Rule pasó el primero y permaneció agachado una vez estuvo al otro lado. Los demás se arrastraron de uno en uno, sujetando las armas con cuidado. Rule estaba satisfecho con la forma en la que se movían los hombres de Alex: habían sido muy bien entrenados. Cynna fue la última en cruzar y lo hizo casi tan silenciosamente como los lupi.

La casa era un edificio alargado y bajo como un búngalo. Entre ellos y la estructura no había más una franja de tierra y hierba seca del tamaño de medio campo de fútbol. A la izquierda, los árboles trepaban por la cuesta que llevaba a la casa y se detenían a diez metros de la pared sur. Hacia el norte, frente al grupo, no había más que hierba, tan seca y a ras de suelo que parecía recién cortada. No les quedaba otro remedio que cruzar por allí, a pesar de que caminar por hierba seca no fuera lo más indicado para mantener el sigilo.

Aunque el plan no fuera infiltrarse en silencio, Rule hubiera preferido acercarse más sin hacer notar su presencia antes de enfrentarse al enemigo. Pero ahora todo iba a resultar más complicado. Se giró a hacia los demás, les indicó que lo siguieran y echó a andar por el campo, agachado, con el rifle listo para disparar.

Y de pronto, Cullen se irguió y gritó:

—¡Va! —Y alargó una mano.

El fuego iluminó la noche. Hubo un chillido de dolor. Gracias al brillo del fuego, Rule vio algo, unas oscuras masas de aire que se dirigían hacia ellos a toda velocidad desde el extremo norte de la verja.

—¡Hennings, Robbins, ahora! —Rule apoyó la culata del rifle en un hombro y disparó a los demonios apenas visibles que cargaban contra ellos. El fuerte crac de su arma fue inmediatamente seguido por otros mientras los dos que él había nombrado se apresuraban a cambiar.

—¡Joder! —gritó Cynna. Rule se permitió una breve mirada en su dirección y vio a Cynna mirando hacia el cielo, desde donde caía hacia ellos un ser de auténtica pesadilla.

Las alas del ser abarcaban por lo menos diez metros de lado a lado. Tenía colmillos, estaba cubierto de una piel correosa y la cabeza reptiliana era casi todo mandíbula. El cuerpo era compacto, con musculosos cuartos traseros, patas cortas y unas garras enormes. Y Rule ya había visto antes algo parecido.

En el infierno. Gan había dicho que era una de las mascotas de Xitil.

—¡Atácale con tu hechizo! —gritó Rule mientras apuntaba hacia arriba.

—¡No es un maldito demonio!

Mierda, tenía razón.

—Hennings, Robbins —gritó a los lobos—. Mantened a los otros alejados de nosotros. Todos los demás disparad a esa cosa. Cullen, los escudos. —Rule disparó a la cabeza de la criatura, pero el ser caía en picado a tanta velocidad que falló el tiro.

En el último segundo, el ser viró bruscamente hacia el norte. Rule lo siguió con el arma y disparó de nuevo; y esta vez le dio. Estaba seguro de que le había dado y los demás, que seguían disparando, también. Pero la criatura no se detuvo, sino que volvió, planeó y agarró a uno de los lobos con sus garras.

El peso del lobo no parecía preocuparle más que las balas. Batía las enormes alas con fuerza y empezó a elevarse.

Los demonios de ojos rojos casi habían llegado hasta ellos, aunque Hennings había intentado detenerlos situándose entre ellos y el grupo. Las criaturas se hicieron totalmente visibles cuando estaban a unos veinte metros, mientras los aullidos de muerte de Robbins se oían sobre sus cabezas. Rule también aulló, lleno de rabia, y cargó contra el demonio que iba en cabeza. La criatura se detuvo, desconcertada, pero solo durante unos segundos. Después, saltó.

Rule disparó directamente a la boca del demonio y la parte posterior de la cabeza explotó.

Después, Rule giró, con el rifle listo para disparar de nuevo, pero los otros dos demonios de ojos rojos le rodeaban sin llegar a atacarlo. Rule disparó de todos modos.

—¡Alto! ¡Deteneos o ella muere!

Aquellos gritos provenían de la casa. Rule miró hacia allí… y se quedó helado.

Un hombre bajo de piel oscura y vestido con un pulcro traje marrón avanzaba por la hierba y llevaba algo sujeto con una tela azul que de alguna manera tenía sujeta al hombro. Iba a la cabeza de otros cuatro humanos; los cuatro ataviados con las túnicas de los azá y armados con rifles… que apuntaban a Lily. Ella caminaba delante de ellos con las manos atadas a la espalda.

—Estaban esperándome —dijo Lily. Habló en voz baja, pero Rule la oyó con facilidad desde el otro lado del campo que los separaba.

Habían sido traicionados.

El Mundo de los Lupi 03 - Líneas de sangre
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