Capítulo 16
—¡Mierda! —Cynna agarró su bolso y echó a correr sin molestarse siquiera en calzarse de nuevo.
—¿Dónde? —Quiso saber Cullen alcanzándola con facilidad—. ¿Dónde está? ¿Muy lejos?
—En la casa. Está en la casa.
—No puede ser. Aunque yo no lo haya olido cuando hemos estado ahí, Víctor o sus guardias sí que lo habrían hecho. Quizá esté detrás de la casa.
—No. Está en la segunda planta. —Estaba segura de que el demonio estaba allí, dentro. La conexión se había establecido en aquella dirección e indicaba la distancia adecuada y que el objetivo estaba a varios metros sobre el suelo—. La conexión es un poco rara, pero es clarísima.
—¿Qué significa «rara»?
—Localizar un objetivo es como una cuerda que queda atada entre él y yo. La textura de esta cuerda en concreto es extraña. Me produce una sensación parecida a cuando intento localizar a una persona viva y encuentro un fantasma, pero no exactamente idéntica. Aunque eso da igual porque los demonios no pueden dar lugar a fantasmas.
—Quizá esté dashtu. Eso explicaría… no, la verdad es que no —dijo Cullen mientras discutía sobre las posibilidades con él mismo—. Aunque estuviera dashtu yo pude oler al demonio que me persiguió.
—¿Fuiste perseguido por un demonio? ¿Cuándo? ¿Dónde?
—Más tarde. Ellos no van a dejarnos entrar. —Pero Cullen siguió corriendo al lado de Cynna, aunque supiera que no iba a servir para nada—. No te creerán. Los demonios apestan. Incluso los humanos pueden olerlos si están suficientemente cerca.
—Quizá este haya usado desodorante.
—Yo lo habría visto. Creo. Si el demonio estuviera dentro de alguien yo lo habría visto.
—Así que quizá esté dentro de alguien a quien no has visto. Trae a Timms.
—Puedes estar condenadamente segura de que no van a dejarlo salir del coche. Si esa sensación extraña que has mencionado… —Cullen no terminó la frase. Se detuvo en seco—. Madre de Dios.
Cynna también se detuvo, aunque se sentía impaciente por continuar.
—¿Qué?
—Soy un estúpido. Un imbécil. Hay humanos dentro de esa casa. Nosotros no podemos ser poseídos, pero hay humanos dentro de esa casa.
—¡Oh, Dios! —Cynna le lanzó las llaves del coche—. El M-16 está en el maletero. —Y siguió corriendo.
Cullen corrió a su lado, maldita sea.
—¡Ve a coger el arma! —gritó Cynna.
—¿Y disparar a quién? ¡Está dentro de una mujer!
Se oyó la puerta del coche y Timms echó a correr hacia ellos con su arma del calibre 357 en la mano y la semiautomática colgada del hombro.
—¡Coja la pistola de dardos! —gritó Cynna.
Timms se detuvo, se giró y volvió al coche.
Los guardias, humanos y lobos, bloquearon la entrada principal de la casa.
—Alto.
El que habló fue el que tenía sangre africana. Alex. El jefe.
—¡Nos has oído, maldita sea! —Cynna patinó hasta detenerse en los escalones del porche. Sentía que el corazón le latía con fuerza, pero no tenía nada que ver con la carrera. En la parte de atrás. En la casa. El demonio está en la planta superior en la parte de atrás de la casa. No puede oírnos. Tan solo cuenta con los sentidos humanos de su anfitriona—. Hay un demonio ahí dentro. Tenemos que entrar. Ahora.
—El rho está descansando. Quiere tranquilidad.
—¡Si el demonio llega hasta él no tendrá nada de tranquilidad!
Por fin Timms llegó hasta ellos.
—¿Qué ocurre?
Cynna contestó sin dejar de mirar a los guardias.
—El demonio ha poseído a una de las mujeres. Por eso los lupi no han podido olerlo. Mira —dijo al jefe de los guardias—. Soy una dizi y una localizadora. Conozco a los demonios y lo sé todo sobre localizar. Hay un demonio bajo el mismo techo que vuestro rho y todo apunta a que está ahí para matarlo. Ha sido Ella la que ha enviado al demonio y es probable que su intención sea decapitar a los clanes.
—¿Ella? —repitió el jefe a la vez que fruncía el ceño.
—La Gran Zorra —explicó Cullen—. La enemiga de la Dama.
—¿Podéis probarlo?
—No desde aquí fuera —replicó Cynna—, pero llevo encima una provisión de agua bendita. Si una de las mujeres reacciona a ella, ¿lo aceptarás como prueba?
El jefe lo meditó durante más tiempo del que le hubiera gustado a Cynna, pero por fin asintió.
—Esperad aquí. Despertaré al rho.
—Tengo que entrar ahora mismo. Soy una agente federal. Si tú no…
Cullen apoyó una mano en el brazo de Cynna y dijo algo en latín. O por lo menos a ella le sonó a latín. Cullen habló en voz tan baja que Cynna apenas pudo oírlo.
Sin embargo, el jefe de los guardias le oyó muy bien. Miró a Cynna con una expresión que era mezcla de asombro y escepticismo, y luego volvió a fijar los ojos en Cullen.
—Está bien. Gary, vete a buscarla. —Uno de los lobos, uno con el pelaje rojizo, saltó por encima de la barandilla del porche, aterrizó en el suelo y desapareció corriendo en menos de lo que se tardaba en parpadear.
—¿Dónde está…?
El jefe de los guardias habló sin hacerle caso.
—Si has mentido, Nokolai…
—Me sacarás las tripas y con mis restos alimentarás a los cachorros. De acuerdo. —Cullen saltó al porche sin molestarse en subir los escalones—. Adelante —le dijo a Cynna.
Desde luego, era una mierda como líder, se dijo Cynna. Tenía que haber previsto esta posibilidad. Lily lo habría hecho.
Cynna tendría que improvisar.
—Timms —dijo—, vamos a enfrentarnos a esto como si se tratara de una situación con rehenes, solo que esta vez el rehén quizá intente matarnos o tomar otros rehenes. Tenemos que reducirla, no matarla. Si es posible me gustaría tomarla por sorpresa, así que quédese atrás e intente que ella no lo vea. Prepare la pistola de dardos. —Y rece para que la dosis que tenemos preparada sea suficiente—. Cullen, esta vez ir por ahí quemando cosas no servirá de nada. ¿Qué más puedes hacer?
—Soy un tipo que se inclina más por la fuerza bruta que por otra cosa, pero conozco un hechizo que induce el sueño.
—Bien. Eso está muy bien. ¿Cuánto durará el efecto sobre ella?
Cullen se encogió de hombros.
—Puede hacer que un humano duerma durante una semana si no se le molesta, pero nunca lo he intentado con un demonio. Y la única manera de que sea efectivo es que esté tocando la piel del objetivo mientras lanzo el hechizo.
Genial. Cynna no creía que el demonio quisiera estarse quieto tranquilamente para que Cullen pudiera hacerlo.
—Quizá nos sea útil de todas maneras. Si Timms consigue alcanzarla con un dardo, el anestésico surtirá su efecto, pero no sabemos durante cuánto tiempo. —Resultaba muy difícil estar allí quieta cuando el objetivo estaba tan cerca: la conexión con la criatura tiraba de Cynna.
El jefe de los guardias negó con la cabeza.
—No vais a disparar a nadie a no ser que probéis que está poseído.
—Tendrás tu prueba. ¿Cuántas mujeres hay en la casa?
—Tres adultos y dos niñas.
¡Oh, Dios! Cynna no había pensado en eso. No importaba. Contara lo que contara El exorcista, los demonios raramente poseían a un niño. Los niños estaban limitados por su tamaño y su rol social y carecían de Visa, lo que reducía mucho las posibilidades de diversión. Pero Cynna ya se había equivocado una vez con este demonio.
—Timms, si la criatura no está en una de las niñas puede disparar un dardo. La dosis está pensada para un adulto.
—Pero si no puedo detenerla con un dardo, ¿cómo podremos sujetarla el tiempo suficiente como para hacer un exorcismo?
—Ya pensaremos en algo. —No había sonado nada convincente. Cynna miró al jefe de los guardias—. ¿Cuántos de vosotros vendréis conmigo?
—Yo y David. —Señaló a uno de los guardias que permanecía en forma humana y luego le dijo al lobo que vigilara la puerta.
—Muy bien. Recordad que la anfitriona tendrá una fuerza demoníaca. Más de la que tenéis vosotros. Pero no será tan rápida.
—Si es que hay un demonio.
A Cynna le preocupaba aquel tipo. Su falta de seguridad en lo que iban a hacer podría hacerle dudar en un momento crítico; y ese segundo de duda bastaría para matarlos a todos. Pero Cynna no sabía qué más podía decir al respecto.
—Este es el plan. Yo la localizo y la rocío de agua bendita. Ella reaccionará de una manera que te servirá como prueba de que está poseída. —Excepto que no todos los demonios reaccionaban al agua bendita… aunque este encajaba en la trama del demonio que había matado; y sabía con seguridad que el veneno de aquel demonio había reaccionado al agua bendita, así que este tenía que verse afectado también. O eso esperaba.
No importaba. Cynna no tenía tiempo para pensar en otro plan.
—En cuanto ella reaccione, vosotros dos os quitaréis de en medio. —Cynna se apoyó en el otro pie. Quería ponerse en marcha de una vez y seguir el rastro de lo que había localizado—. Si la poseída es una adulta, Timms le disparará un dardo y vosotros, los lupi grandes y fuertes, la reduciréis si es necesario. Entonces Cullen la pone a dormir.
El jefe de los guardias y Cullen intercambiaron una mirada.
—Bien —murmuró Cullen—, tiene la virtud de la simplicidad.
El jefe de los guardias gruñó.
—¿Y si ese supuesto demonio está dentro de una de las niñas?
—Somos tres —respondió Cullen—. Quizá podamos sujetarla el tiempo suficiente como para que mi hechizo le haga efecto.
O no, y en ese caso… Maldición, a Cynna no se le ocurría ningún plan alternativo. Realizó una inspiración profunda, se santiguó, sacó un frasco de agua bendita de su bolso y abrió la puerta.
No había nadie en la entrada, ni en el vestíbulo ni en las escaleras. Cynna examinó rápidamente la sala de estar. Vacía. No podía oír ninguna voz pero alguien había puesto música en el piso superior: algo refinado lleno de violines. Cynna empezó a subir.
Su conexión con el objetivo localizado tiraba de ella. Si no se hubiera concentrado en subir lentamente y alerta, Cynna no habría podido resistir el impulso de correr escaleras arriba. Sigilo se recordó, y se concentró en apoyar los pies en los bordes de los escalones para evitar que la madera crujiera.
La música aumentó de volumen a medida que subía, pero a pesar de todo sonaba amortiguada. Alguien estaba escuchándola en una de las habitaciones, pensó Cynna, y deseó que fuera el rho de los Leidolf, porque de ese modo él no saldría al pasillo para crearles problemas. También deseó que estuviera solo en su habitación.
Estaban cerca. Muy cerca. Cuatro metros. Tres y medio.
Cynna hizo una señal a los que la seguían: esperad. Cynna subió los últimos escalones.
Merilee, la embarazada, estaba en medio del pasillo. También estaba allí Víctor Frey. Ella estaba agachaba sobre su enorme barriga, con los brazos apoyados en la pared, el jersey subido a la altura de los pechos y los pantalones y la ropa interior desaparecidos en combate. Los téjanos, concretamente, estaban enrollados a la altura de las rodillas; y no habían bajado más porque Merilee tenía las piernas abiertas. Víctor estaba follándosela desde atrás y no parecía estar siendo muy delicado.
Merilee giró la cabeza y sus ojos encontraron los de Cynna. Tenía el rostro colorado, pero su boca sonrió y sus ojos reflejaron placer. Le gustaba lo que Víctor le estaba haciendo.
Qué típico de los malditos demonios. Cynna guardó su arma y echó mano del frasco de agua bendita.
Frey la vio. Su rostro se contorsionó por la ira, pero sus caderas no aminoraron el ritmo con el que chocaban contra las nalgas de Merilee. Su mano se movió veloz y agarró el frasco de Cynna antes de que golpeara a su objetivo.
¡Malditos reflejos de los lupi! Cynna sacó otro frasco, soltó el bolso y echó a correr por el pasillo.
—¡Timms, dispárele un dardo! —gritó mientras se maldecía a sí misma por haber ordenado a los demás que se quedaran atrás—. ¡Frey! ¡Está poseída! ¡Ella… joder!
Sin dejar de sonreír ni de follar, Merilee giró su cuerpo de forma imposible para rodear el cuello de Frey con sus brazos. Y apretó. Los ojos de Frey parecieron salirse de sus órbitas.
Con el frasco en la mano, Cynna se lanzó al suelo como si quisiera aplacar a alguien.
Y Cullen, que nunca había recibido una orden sin desobedecerla, pasó a su lado como una exhalación.
Él llegó primero y se agachó en cuanto Merilee se abalanzó sobre él para derribarlo. Cullen sujetó el brazo que se enroscaba con fuerza alrededor del cuello de Frey y tiró hacia atrás. El resultado fue que todos perdieron el equilibrio.
Estaban todos en el suelo cuando Cynna tropezó con un gran lío de piernas. Vio por el rabillo del ojo una piel suave y una pantorrilla desnuda y rompió el frasco de agua bendita sobre ella.
Merilee aulló. Un gran peso se desplomó sobre la espalda de Cynna, que cayó al suelo al no poder mantener el equilibrio. Sintió que no podía respirar. Alguien gritó. Unos pasos resonaron en el pasillo. Un mazo la golpeó en la cabeza y todo se volvió negro.