Capítulo 24

Shetanni rakibu, «jinete de demonios».

Cullen lo sabía. Lo sabía y al parecer no le importaban lo que implicaba. Pero a Cynna sí le importaba, y al recordárselo Cullen había echado agua fría sobre sus hormonas. Por lo menos gracias a eso Cynna no tuvo que poner el agua demasiado fría al ducharse. Se metió en la cama con el pelo aún mojado, la cabeza dolorida y el cuerpo insatisfecho.

No creía que se quedaría dormida nada más descansar la cabeza sobre la almohada, pero lo hizo.

«…Eres demasiado pequeña para ir sola tan lejos», le había dicho la señora Johnson. «Sobre todo por este barrio. Será mejor que te quedes en casa y ayudes a tu mamá».

—Amy García vendrá con Sarita y conmigo —prometió ella y echó a correr antes de que su vecina tuviera tiempo de decirle qué más cosas podía o no podía hacer. Los adultos estaban llenos de «debes» y «no debes» y Cynna estaba muy contenta de ser una niña.

Hacía fresco y a la chaqueta comprada el año anterior le faltaban algunos botones y las mangas ya no le llegaban a las muñecas. Su madre le había prometido que pronto le compraría una de verdad, pero eso de «pronto» no significaba nada en realidad. Cynna caminó rápidamente para entrar en calor. Conocía el camino. Incluso aunque no hubiera sido capaz de localizar el parque, sabía cómo llegar allí.

Cynna no iba allí para montarse en los columpios o deslizarse por el tobogán. Iba por las hojas, las hojas muertas, marrones y secas, que crujían cuando las pisabas. Le encantaba ese sonido.

—¡Eh, Cynna! —La llamó Sarita—. ¡Espera!

Cynna esperó dando saltitos sobre cada pie alternativamente mientras una niña de su edad, pero más bajita, más morena y un poco regordeta, corría hacia ella.

—¿Ya estáis listas? —Gritó Cynna—. ¿Dónde está tu hermana?

—Amy no puede ir. No quiere ir —se corrigió Sarita e hizo una mueca—. Se está tiñendo el pelo y cuando mamá vuelva del trabajo se la va a cargar. Mamá le dijo que no podía teñirse el pelo hasta que cumpliera los dieciséis, pero ella lo ha hecho de todas maneras. Ha comprado tinte Miss Cairol Rojo Atardecer. Así que no puedo ir, no sin Amy.

—Pero tenemos que ir hoy. —Las hojas permanecían crujientes muy poco tiempo. Tras unos días se ponían blandas y ya no eran tan divertidas.

Sarita suspiró fastidiada.

—Nunca quieres esperar. Amy dice que nos llevará el sábado. Solo faltan dos días.

—Pero si va a estar castigada…

—Mamá nunca la castiga durante tanto tiempo. Amy le grita y mamá se enfada, pero luego siempre le levanta el castigo.

Pero quizá no se lo levantara a tiempo. Era posible que lloviera, y si llovía las hojas ya no estarían en condiciones.

No, no. No vayas al parque. Ahora no.

Como un nadador que se estuviera quedando sin aire, Cynna se obligó a levantarse para salir a la superficie. Abre los ojos, maldita sea. Pero era muy duro… estaba tan cansada…

El semáforo se puso verde. Cynna corrió por la calle esquivando a los adultos. Le gustaba correr y además, era muy rápida. Tenía las piernas largas y podía ganar a casi todos los niños de su clase.

A veces resultaba muy útil ser capaz de correr tan rápido.

La hermana mayor de Sarita iría al parque con Tom-Tom, así que sería mucho más seguro ir con ellos, pero Cynna sabía cuidarse. ¿Acaso no se veía obligada a hacerlo? Su madre no estaba bien y no podía llevarla al parque como solía hacer. Su madre no estaba bien y ya no hacía nada de nada.

El cielo estaba gris y parecía que fuera a llover, o incluso nevar. Cynna no podía retrasar lo de ir al parque. Los adultos siempre hablaban de lo maravillosa que era la primavera con toda esa hierba reciente y las flores, pero en aquel barrio nadie tenía hierba en casa, y las únicas flores eran las que vendían en macetas de plástico en el supermercado Thompson's, donde su madre solía hacer la compra. Los cupones de comida no servían para comprar flores, así que Cynna nunca tuvo una.

A ella le gustaba el otoño. Era la época en la que empezaba el colegio y, en general, el colegio era seguro. Había que tener cuidado con algunos de los niños mayores, pero Cynna solía ir siempre con los de su edad. Los días se volvían más fríos, y tras todo un verano sin aire acondicionado, esas tardes frescas eran muy bien recibidas.

Pero, sobre todo, a Cynna le gustaba el otoño porque era cuando caían las hojas. Después de estar en el árbol durante todo el verano, las hojas saltaban y se reunían con ella en el suelo.

Estaba claro que sería mejor ir al parque que quedarse en casa. Mamá se había vuelto a quedar dormida, como desmayada.

Su mamá estaba enferma. No podía evitarlo. Eso era lo que decía la señora Johnson y quizá tuviera razón. Cynna no podía hacer nada para ayudarla. Lo había intentado muchas veces, pero no podía. Antes solía pensar que podía, que si cuidaba mejor de ella conseguiría que su mamá volviera a ser como antes, la que le leía por las noches, le preparaba la cena todos los días y la llevaba al parque y le daba impulso en el columpio.

Cuando Cynna había vuelto del colegio aquel día, mamá estaba tumbada en el sofá, fría y apestando a Jim Beam. Cynna se había enfadado mucho. Se había enfadado más que nunca. Había sacudido a su madre, una y otra vez, pero ella no se había despertado.

Cynna se había sentido tentada de pegar a su madre. Ella ni siquiera se habría dado cuenta. Cynna podría darle puñetazos en el estómago, que mamá no se daría cuenta. Sintió un nudo en su propio estómago. Sería mejor que se fuera al parque y le diera patadas a las hojas secas.

El problema para ir al parque no eran las manzanas que había que caminar para llegar, sino los chavales que solían andar por allí. Chavales que habían empezado a formar pandillas, como Tom-Tom, Raphael o Derek. El parque era su territorio y había que pagar un peaje.

Cynna no tenía dinero, así que robó un billete de cinco dólares y tres de uno de la lata de café donde su madre guardaba el dinero. Quizá así era mejor. Su madre lo usaría para beber o para fumar. El billete de cinco le serviría a Cynna para comprarse la cena, porque la nevera estaba vacía a excepción de un bote de mayonesa, unos pepinillos y algo metido en una vieja lata de mantequilla que era verde por arriba. Los billetes de uno le servirían para pagar el peaje.

Si Cynna tenía suerte, Derek no estaría allí. Tom-Tom era legal y Raphael no era tan malo. Pero Derek le daba miedo. Era un chico que se aburría con facilidad; y cuando eso ocurría le gustaba meterse con el primero que se le pusiera a tiro. A no ser que estuviera drogado. Entonces se volvía malo, punto. Sí Amy la hubiera acompañado y se hubiera puesto cariñosa con Tom-Tom, entonces Cynna no tendría necesidad de pagar nada. Pero Amy no estaba allí.

Cynna no sabía por qué a Amy le gustaba besar a Tom-Tom…

Espera un segundo. Sí que lo sé. A mí gusta besar también. Acabo de besar a alguien. A Cullen. Sí. Ha sido un beso increíble y yo… yo…

Esta vez Cynna consiguió abrir los ojos. Oscuridad. Estaba muy oscuro, aunque veía un rayo de luz… la cortinas, claro, no había echado las cortinas. Estaba en un hotel. ¿En cuál? ¿Dónde?

Intentó dar respuestas a esas preguntas, pero estaba demasiado cansada. El sueño la atrapó de nuevo. Cynna no quería volver allí. Otra vez no. Pero no podía mantener los ojos abiertos, no podía…

…Cynna agitó los brazos y las hojas crujieron a su alrededor. Había hecho toda una pila para tumbarse encima. Normalmente no había hojas suficientes para levantar una, pero esa vez…

¿De verdad había hecho una pila de hojas? Cynna se detuvo confusa. Esta parte era diferente, pero el resto transcurrió igual. Iba a ocurrir algo malo; de hecho, algo malo había ocurrido, e iba a ocurrir otra vez…

Un par de zapatillas negras se detuvieron cerca de la cara de Cynna.

—¿Qué haces en el territorio de Ángel, niña?

Era la voz de Derek. Eran las zapatillas de Derek. Cynna sintió que el miedo le atenazaba la cabeza.

—He pagado el peaje. —Cynna empezó a levantarse, pero una de esas enormes zapatillas la pisaron en el estómago y la mantuvieron tumbada en el suelo.

—No me has pagado a mí.

—Le he pagado a Raphael.

De pronto, Cynna sintió algo húmedo en su oreja. Una lengua.

—¿Me has echado de menos? —Dijo la voz de una mujer—. Con esa piel limpia y desnuda eres una cosita muy bonita.

¿Jiri? No, no podía ser. Allí no, en aquel momento no. Jiri estaba…

Inclinada sobre ella con esa gran sonrisa suya. Tenía dientes grandes y planos, muy blancos y muy rectos. Su piel era tan oscura que parecía que se hubiera teñido de noche. Llevaba el pelo muy corto, pero no tenía la cabeza afeitada; así que era una Jiri antigua, antes de… antes de…

—Oye, puedo aparecerme donde me dé la gana. Es tu sueño, pero es mi cuerpo. Más o menos. Cuidado. El chico te va a…

La enorme zapatilla le pateó en un costado. Cynna gritó y se encogió, y el dolor bloqueó todo lo demás: la vista, los sonidos y a Jiri. Que no podía estar allí. Cynna no había conocido a Jiri hasta…

El enorme pie le volvió a golpear. Una y otra vez. El dolor explotó en su cuerpo.

¡No! ¡No había ocurrido así! El me pateó, pero conseguí escapar.

—Eso fue entonces —dijo Jiri—. Esto es ahora. Esta vez no consigues escapar.

Si me escaparé. Cynna se deslizó por el suelo al ver caer el pie hacia ella y se levantó; y descubrió que su tamaño era el de una adulta, no el de una niña pequeña. Su propio pie salió disparado y le partió la rótula a Derek.

—Escucha ese crac —dijo Jiri mientras se erguía para mostrar toda su envergadura: era casi tan alta como Cynna—. ¿De verdad quieres que esto termine como lo hizo la primera vez?

No. No, no quería.

—¿Qué haces aquí?

—Puedes cambiarlo, lo sabes.

No se puede cambiar el pasado.

—Pero esto no es el pasado. Esto es ahora y estás soñando. Los sueños pueden cambiar.

Soñando. Sí, ella estaba… Pero Jiri estaba allí realmente. Aquello estaba mal. Que Cynna hablara con Jiri en un sueño solo podía traer consecuencias nefastas. No podía recordarlo, pero empezó a luchar, deseando poder despertarse. Despertarse.

—Dios, mira que eres cabezota —dijo Jiri y la agarró por el brazo. Cynna intentó liberarse, pero era uno de esos momentos desagradables en los que toda la voluntad que tuvieras en el mundo real no podía afectar a tu cuerpo en tus sueños, y no podía moverse.

—Guárdame esto. —Jiri colocó algo en la palma de la mano de Cynna.

Cynna lo miró. Una hoja muerta. Jiri le había dado una hoja seca y marrón. Cynna cerró la mano y la estrujó hasta convertirla en pedacitos, consiguió liberar su brazo y…

Abrió los ojos a la oscuridad.

Le dolía la cabeza y también el costado; y en aquellos primeros instantes confusos, Cynna no supo distinguir qué dolor era real y qué dolor no era más que reminiscencia del sueño. Se destapó y bajó las piernas por el costado de la cama. Se quedó allí sentada con la cabeza apoyada en sus manos.

Dios. Hacía tiempo que no soñaba con aquello.

Por lo menos se las había arreglado para despertarse antes del final… Antes de volver a casa corriendo con el costado dolorido, preguntándose si tenía algo roto dentro de ella, y al llegar encontrarse con una ambulancia aparcada en la puerta de casa y unos camilleros que transportaban a su madre inconsciente.

Cynna se levantó. Su cabeza no estaba muy bien, pero por lo menos ya no le dolía el costado. No había sido más que un recuerdo, por supuesto, y su cabeza no estaba tan mal después de todo. La rhej había hecho un buen trabajo, y aunque Cynna todavía se sentía incómoda con la idea de tomar magia prestada de los demás, no podía negar que daba buenos resultados. Un par de ibuprofenos harían el resto del trabajo bastante bien.

La luz que se colaba por las cortinas cerradas era de color gris sucio. O bien todavía era muy pronto, o el día había amanecido del mismo mal humor que ella. Sea como fuere, decidió que sería mejor no volver a meterse en la cama.

Cynna se acercó a la ventana y miró hacia el exterior. Había luz de día, pero no demasiada. Parecía que iba a ser uno de esos días brumosos cuando la madre naturaleza se levanta con dolor de huesos y se pasa todo el día enfadada por ello.

Cynna sintió otra clase de molestia y se dirigió al baño; no llevaba encima nada de ropa, pero no se sentía desnuda. La magia cubría su piel como un pelaje invisible y los intrincados diseños que la mantenían allí también eran una especie de escudo.

Cynna no se molestó en encender la luz, conocía muy bien su pequeña habitación. Vació la vejiga, se lavó las manos y luego se refrescó la cara. No sirvió para nada. El sueño seguía pegado a ella como una tela de araña: pegajosas hebras de recuerdos y emociones.

Cuantas más cosas cambian… En la actualidad, Cynna no dejaba que le pateara nadie, pero su yo adulto todavía solía reaccionar demasiado rápidamente en un intento por detener una paliza que había tenido lugar veinticinco años atrás. Y no había sido capaz de salvar a su madre. Tras unos cuantos años de terapia había podido aceptar que no había sido culpa suya, pero la ira solía resurgir de vez en cuando, como un rugido.

Todo aquello no eran más que hechos antiguos. Cynna no entendía por qué seguía recordándolos una y otra vez.

En cuanto a Jiri… su subconsciente no era muy sutil, después de todo. Cynna tenía miedo de su antigua maestra, pero iba a tener que tragárselo e ir tras ella igualmente. No le sorprendía que sus miedos antiguos y nuevos se hubieran mezclado en un sueño.

¿Qué hora era?

Iba de vuelta hacia la cama para consultar el reloj de la mesita de noche cuando sonó su móvil. Cynna cambió de rumbo y se agachó para rebuscar en el bolsón que había dejado caer al suelo. Estaba enterrado debajo de la ropa que se había quitado antes de caer rendida en la cama.

El identificador de llamada le informó de quién estaba llamando.

—Hola —dijo Cynna—. Oye, si llego tarde lo siento, yo…

—Son las 8.42 y es sábado. No quería despertarte —respondió Lily.

—Ah, no, ya estaba despierta. Vamos, todavía no estoy al cien por cien, pero ya me he levantado de la cama. —En tres pasos Cynna llegó a la mesita de noche. Encendió la lámpara y parpadeó ante la luz repentina.

—¿Qué tal la cabeza? ¿Crees que podrás conducir? La abuela quiere contarnos algo…

Cynna frunció el ceño. Todavía estaba un poco dormida, pero…

—¿Me has llamado porque quieres que conozca a tu abuela?

—Lo siento. He olvidado que todavía no la conoces, así que puede que esto te suene raro, pero es difícil explicar lo que es la abuela. Sin embargo, si dice que tiene algo importante que decirnos, será mejor que prestemos atención. Ya le he informado de lo que ha ocurrido hasta hoy y…

—Has informado a tu abuela.

—A Rubén no le parecería mal. La abuela trabajó con la Unidad en otro caso, de forma extraoficial. Ella… eh, prefiere no llamar mucho la atención. ¿Podrías estar aquí en una hora o así?

—Claro, supongo. —La mandíbula de Cynna crujió con un gran bostezo. La curiosidad estaba despertando algunas células de su cerebro—. Mi cabeza está mucho mejor, así que podría conducir, pero no tengo coche. Cullen tiene el tuyo.

—¿Cullen no está ahí? Vaya, ayer tenía la impresión de que… —Educadamente, Lily dejó la frase sin terminar.

—Estamos trabajando en ello.

—Entonces le diré que vaya a recogerte. Eh, Rule dice que no desayunéis, está cocinando huevos o algo así. Ya tenemos tanta gente a la que alimentar que dos más no suponen ninguna diferencia.

Se despidieron y Cynna colgó pensando en esa abuela que era difícil de explicar y que trabajaba con la Unidad de forma extraoficial. Se pasó una mano por la cara. Y se quedó helada. Mirándola.

Su mano sin tatuajes… o al menos así debía ser. Pero no lo era. En la zona carnosa justo debajo del pulgar había un nuevo kilingo, un delicado diseño que parecía representar las venas de una hoja seca. Un diseño que Cynna no había colocado allí. Había sido Jiri.

El Mundo de los Lupi 03 - Líneas de sangre
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