Capítulo 20

Cullen sacó a Cynna de la casa en brazos.

Ella protestó, por supuesto. Quizá se hubiera sentido ligeramente mareada al ponerse en pie, pero eso no significaba que no fuera perfectamente capaz de andar por sí misma.

—Esto es ridículo. ¿Acaso no te he dicho que…?

—Cállate.

—Ja, claro, perdona, pero eso no va a pasar. —Cynna se sentía un poco rara al ser transportada en brazos por un hombre. También era un poco vergonzoso, pero Cullen producía cierta sensación de calidez en ella y su cuerpo estaba firme en todos aquellos lugares en los que se supone que un hombre tiene que estar firme… Aunque Cynna solo podía dejar volar la imaginación en lo referente a un lugar concreto. Esa parte podía estar poniéndose firme, o no. Cynna no podía saberlo sin palpar, aunque eso habría sido de muy mal gusto.

Sobre todo porque llevaban escolta. Alex había enviado al lobo grande de pelaje rojizo con ellos, bien para asegurarse de que no robaban la cubertería de plata o bien para impedir que nadie se metiera con ellos al marcharse. Alguien como Brady, por ejemplo.

Cynna percibió el esfuerzo de los músculos de Cullen cuando empezaron a bajar las escaleras. Era una sensación tan interesante que Cynna decidió descansar el lado intacto de su cabeza en el hombro del lupus. Cullen olía bien. Ella probablemente apestaba, pero no podía hacer nada para remediarlo.

Cynna se había enganchado el bolso en el brazo izquierdo que, a su vez, rodeaba el cuello de Cullen. El bolsón golpeaba suavemente la espalda del lupus a medida que descendían.

—¿Por qué has intentado que Brady le pidiera disculpas a la rhej?

—Creo haberte dicho que te calles.

Grosero como él solo y todavía seguía muy enfadado. Pero a pesar de todo, Cullen estaba bajando las escaleras con tanta delicadeza que Cynna apenas lo sentía en su cabeza dolorida. Eso resultaba tan interesante como el torso firme en el que estaba apoyada.

—No te gustan las rhejes, pero querías quemar a Brady. Puedo entender que quisieras hacer eso, pero ¿por qué no te gustan las rhejes?

—No es asunto tuyo.

Cierto, pero eso no hacía que desapareciera su curiosidad. Quizá Cullen no quería que el lobo que los seguía escuchara ciertas cosas.

—¿Has visto al demonio que poseía a Merilee como creías que sucedería?

—Sí.

Por lo menos había respondido. Aleluya. Cynna rebuscó entre su pila de preguntas hasta encontrar una que no pudiera contestarse con sí o no.

—Antes has mencionado que te había seguido un demonio. ¿Cuándo? ¿Y dónde? ¿Cómo lograste escapar?

—Lo quemé. En México. Ayer. Y no me detuve a preguntar nombres, pero tu vieja amiga Jiri iba dentro de él en su forma astral.

—¿Jiri?

Joder.

—¿Cómo sabes que era ella?

—¿No recuerdas que Lily tiene una descripción? Vi una mujer alta, genes africanos, sin tetas y de espaldas anchas. Muy buena con los demonios. Oh, y sus ojos eran rojos y brillaban. ¿Te suena de algo?

Llegaron al pie de las escaleras. Tres hombres, lupi, supuso Cynna, aunque estuvieran en forma humana, esperaban en la sala de estar. Los tres los observaron en silencio y de forma poco amistosa, y el lobo que les seguía los escoltó hasta la puerta.

Cullen se detuvo allí.

—¿Alguien me abrirá la puerta? O quizá simplemente deba dejar a Cynna en el suelo y hacerlo yo mismo.

—Ya lo hago yo. —Cynna alargó el brazo libre y giró el picaporte.

Fuera ya era completamente de noche y la oscuridad se volvió un poco tétrica cuando la puerta se cerró tras ellos. Cynna ya no podía ver al lobo, pero podía oír el golpeteo de sus pezuñas en el porche de madera.

—¿Es que los lupi no conocen la existencia de las luces de porche?

—Yo puedo ver. —Y lo demostró bajando el escalón del porche.

El cielo debía estar cubierto porque solo se veían unas pocas estrellas. En la ciudad la noche nunca era así de oscura.

—¿Cuánto tiempo he estado sin conocimiento?

—Unos cuarenta minutos. Voy a bajarte ahora —dijo Cullen cuando llegaron al coche, y lo hizo inmediatamente. Tan pronto como Cynna oyó el clic de la cerradura, abrió la puerta. Con la luz que se encendió dentro del coche, no vio a nadie salvo a tres lobos tumbados en el porche que los observaban atentamente.

Cynna entró en el vehículo. Los rápidos latidos de su corazón repercutían en su cabeza dolorida. Cualquiera diría que había llegado allí corriendo en vez de en los brazos de un hombre guapo, pero quizá la velocidad de su pulso tuviera que ver con esos lobos del tamaño de un poni que no dejaban de mirarlos.

Cynna cerró la puerta.

—Tengo que llamar a Lily.

Cullen ya estaba tras el volante.

—Ya he llamado a Rule, ¿recuerdas?

—Rule no es mi jefe. ¿Y a qué ha venido todo eso? Se han puesto muy raros cuando has dicho que lo habías llamado.

—Hubieran preferido que nadie supiera lo que le ocurre a Víctor. —Cullen encendió el motor.

—¿Y se supone que eso lo aclara todo?

Cullen suspiró.

—Es que hay que explicártelo todo, por Dios. Está bien. A ti no pueden matarte. A mí, podrían, pero no aquí porque soy un invitado de Víctor. Pero una vez abandone estas tierras, ya no estoy protegido.

—Sin embargo, nos marchamos.

Cullen maniobró el coche hasta hacer un gran círculo para tomar el sendero que salía de aquel lugar.

—Si no me voy ahora son capaces de retenerme aquí hasta después del nombramiento.

—El secuestro es ilegal, aunque parece ser que ellos no han oído hablar de las leyes.

Cullen se encogió de hombros.

—Los lupi no solemos informar a las autoridades sobre lo que hacemos y lo que dejamos de hacer.

—Yo soy «las autoridades». —Por extraño que pareciera.

—Que es una de las razones por las que no nos han retenido. La otra es que ya me he comunicado con Rule. No están seguros de lo que le he podido contar y les gustaría no dejarme marchar para descubrirlo, pero probablemente no intenten hacer nada mientras estés conmigo. —Cullen le lanzó una sonrisa que Cynna apenas pudo ver en la oscuridad—. Eres mi guardaespaldas.

La política de los lupus habría hecho que a Cynna le doliera la cabeza aunque no hubiera sufrido una fractura de cráneo.

—Aun así tengo que hacer mi informe.

—No tienes por qué. También he hablado con Lily. Sabe que hemos encontrado el demonio y que nos hemos librado de él. Lo demás puede esperar hasta mañana.

O hasta llegar al hospital. Cynna apoyó la cabeza en el cabecero del asiento. La noche era muy oscura. Daba la impresión de que el cielo estaba muy bajo y las nubes cargadas de lluvia anunciaban el tiempo del día siguiente. No había manera de evitar que la carretera estuviera llena de baches y a Cullen le gustaba conducir rápido. Cynna apretó los dientes al sentir en su cabeza cómo tropezaban con dos baches y trató de adoptar una actitud zen concentrándose en las luces delanteras que subían y bajan al igual que la carretera. No se le daba muy bien todo eso del zen, pero a pesar de todo empezó a sentirse más relajada. Y cansada. Cansada de verdad. Dejó que se le cerraran los ojos y alejó de su mente aquellos árboles tétricos que se abalanzaban sobre ellos; pero todavía estaba despierta cuando llegaron a la superficie plana y lisa de la autopista.

—¿Dónde está tu hotel? —preguntó Cullen, seco.

—En Harrisonburg, pero recuerda que primero tengo que ir al hospital.

—Más bien al manicomio.

—¿Por qué estás tan enfadado conmigo?

—¿Tú qué demonios crees? —replicó él—. Habías empezado a gustarme. En general no me gusta la gente, así que me cabrea mucho cuando alguien que empieza a gustarme se expone de esa manera a la muerte.

—¡Ah! —Si la amistad pensó Cynna. ¿No había decidido ya que Cullen era un hombre que valoraba mucho la amistad?

Las ruedas se deslizaban por el asfalto con un sonido sordo. Cullen no había encendido la radio ni había puesto un CD y Cynna se preguntó por qué. Los lupi estaban locos por la música. Unos segundos después, el tranquilizador sonido de la lluvia cayó sobre ellos. Esto es mejor que cualquier CD, aceptó Cynna y sintió que una buena cantidad de músculos se rebelaban contra la incertidumbre de lo que depararía el nuevo día y se relajaron.

Quizá a Cullen también le gustara el sonido de la lluvia. Cynna escuchó las gotas que caían y rebotaban en el coche e intentó recordar… ¿Cuáles eran aquellas razones por las que se suponía que no estaba interesada en Cullen?

Ah, sí. Las hormonas. Que él era un imbécil. Y que tenía una larga lista de mujeres a sus espaldas. Eran buenas razones, pero las hormonas de Cynna no estaban muy de acuerdo en ese momento… O si lo estaban, el deseo se veía sobrepasado con creces por el dolor de su cabeza.

Amistad. Cynna podía aceptar eso.

—Así que… ¿Quieres tener sexo conmigo cuando deje de dolerme la cabeza?

—Dios, sí. ¿Te enfadarás mucho cuando te recuerde que fuiste tú la que lo propuso?

Cynna cerró los ojos y sintió las punzadas de dolor en su cabeza. A pesar de todo sonrió y dijo:

—Probablemente sí.

El Mundo de los Lupi 03 - Líneas de sangre
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