Capítulo 5
—¿Qué vas a hacer qué?
—Contactar con Gan, si puedo. Traerla aquí, si puede venir.
Era la una y media de la mañana. Iban camino del coche de Rule, que estaba aparcado a una manzana de la acera manchada de sangre donde había muerto Paul. Rule intentó respirar profundamente. Necesitaba tranquilizarse un poco.
—Y supongo que no se te ha ocurrido preguntarme qué opino yo al respecto.
—No he creído que fuera necesario —dijo ella, seca—. Ya sabía cuál iba a ser tu respuesta.
—¿Después de lo que nos hizo? Tú no lo recuerdas, pero esa cosa…
—Ella —dijo Lily con frialdad—. No es una cosa. Y quizá yo no recuerde los detalles, pero sé lo suficiente. Sé lo que tengo que hacer. Piénsalo, Rule. ¿Quién puede enseñarme lo que necesito saber sobre demonios mejor uno de ellos?
El alma de Lily se había dividido en dos y Gan había intentado poseerla. Rule no podía comprender por qué Lily estaba dispuesta a perdonar al demonio, aunque no recordara lo que había ocurrido después, en el infierno. Mejor dicho, lo que le había ocurrido a una de ellas, aquella que ella no podía recordar.
Rule sí la recordaba. Lo recordaba todo sobre esa otra Lily… lo que había dicho y hecho, su valor, la compañía y el cariño. Lo único que no podía recordar era su muerte. Él no había podido ver cómo ella se había sacrificado por él.
Rule sintió un dolor en la cadera. Lo ignoró.
—No sabes cómo ponerte en contacto con ella.
—Pero Max sí. Abre el maletero, ¿quieres? Necesito mi portátil.
Rule hizo un gesto de disgusto y abrió la cerradura.
Max era un amigo de Rule… y un gnomo. Medio gnomo, para ser exactos, aunque Rule creía que él era el único ajeno al pueblo de Max que estaba al corriente de ese detalle. Cuando habían regresado del infierno con un inesperado miembro nuevo en el grupo, Max había estado de acuerdo en cuidar del pequeño demonio mientras pensaban qué hacer con él.
Max había encontrado una solución. Dos semanas atrás, había llamado a Rule para decirle que Gan iba a «irse abajo» durante una temporada; un término que Rule entendió que quería decir que Gan se iría a vivir con los gnomos.
—No puede seguir siendo un demonio, ¿no? —Dijo Max—. Poco a poco irá teniendo alma y su pequeña cabecita tendrá que decidir qué es lo que quiere ser.
Y nada más decir eso, había colgado el teléfono. Típico de Max.
—Que ahora vaya a tener un alma no significa que ahora sea de los buenos —dijo Rule mientras cerraba la puerta con un golpe fuerte.
—No hace falta que tenga el sentido moral muy desarrollado para serme útil.
—Te engañará. —Los demonios no podían mentir, pero se enorgullecían de su habilidad para el engaño.
—Se me da muy bien interrogar a gente que quiere engañarme. Aunque tampoco creo que ella lo intente. Le gusto. —Lily abrió su ordenador portátil y lo encendió—. Voy a escribir mí informe.
La irritación se convirtió en ira.
—¿Así que no te interesa comentar conmigo el hecho de que pretendes que un demonio te ayude en tu investigación?
Lily miró a Rule fijamente.
—Quieres decir discutir, no comentar, y estoy demasiado cansada para eso.
Lo había pillado. Rule inspiró lenta y profundamente. Sentía que todo tipo de necesidades se acumulaban en su estómago, como una serpiente impaciente que lo hubiera envenenado con el más dulce de los venenos. El vello de los brazos se movía al ritmo de la respiración de esa serpiente y la cola se enrollaba alrededor de su corazón, controlando el ritmo de sus latidos.
Necesitaba cambiar. Aún. Otra vez.
En el infierno no había luna. Rule había llegado en forma de lobo y así se había quedado. Los lupi que permanecían demasiado tiempo en forma de lobo corrían el peligro de perder su parte humana devorados por la simplicidad de la bestia. Rule no se había perdido, no del todo; pero al regresar a la Tierra y a su forma humana, se había dado cuenta enseguida de que no era el hombre que solía ser. El difícil equilibrio entre hombre y bestia se había trastocado y el control que le había llevado dominar toda su vida se había reducido tanto que podía perderlo con facilidad.
Y aquella noche lo había perdido.
El demonio se había acercado a ellos en contra del viento y silencioso como nadie. Rule no había sentido su presencia hasta que lo había visto y, al verlo, había perdido el privilegio de elegir. Lo había dominado el instinto, y el instinto requería colmillos y garras para enfrentarse a aquel enemigo; cuatro patas para ganar velocidad; y sentidos agudizados hasta un punto que ningún humano podría comprender. Ni siquiera un humano a tiempo parcial.
Veinte minutos, se dijo a sí mismo mientras se incorporaba al tráfico de la 1-295. No le llevaría más de veinte minutos llegar a su hogar temporal, pero para entonces ya habría podido recuperar el control.
El padre de Rule había mostrado su satisfacción cuando supo que el FBI enviaba a Lily a Washington. Después de que el Tribunal Supremo pusiera fin a siglos de discriminación y persecución legal de los lupi, los Nokolai se habían unido con otros dos clanes para comprar una casa adosada en Georgetown. Isen quería que hubiera presencia lupi en la capital, tanto como espectáculo como para hacer presión política.
La mayoría de las veces, Rule era el protagonista de ese espectáculo; la fachada pública de una raza acostumbrada a vivir en la sombra. Para expresarlo de otra manera, tal como Lily lo había dicho una vez, Rule era el chico de póster de los lupi, la imagen segura y casi domada que preferían presentar al público. Rule comprendía el poder de la imagen y cómo manejarlo, sabía qué era lo que había que hacer. Cierto toque a peligro le daba un aire exótico, lo suficientemente intrigante como para que le invitaran a las mejores fiestas.
Y a las mejores camas también, aunque ya no solía aceptar ese tipo de invitaciones.
Rule miró a la mujer sentada a su lado. Tenía la cabeza inclinada sobre la pantalla del ordenador y el pelo le tapaba la cara. Ese pelo hermoso, negro y lustroso de día, y que escondía tantos secretos por la noche. Distraída, Lily se colocó el mechón de pelo rebelde detrás de la oreja y Rule pudo ver su perfil. El brillo de la piel de Lily, iluminada por el reflejo de la pantalla, le recordaba a la luna, pálida y fría.
Ella olía a sangre. A la sangre de Paul.
Rule volvió a concentrarse en la carretera.
Aquella noche Lily había luchado por él. El demonio había llegado para matarlo, un hecho que ella había comprendido antes que él. Rule pensó en cómo se había movido Lily, arma en mano, concentrada y lista para disparar. Si había sentido miedo, había hecho un buen trabajo ignorándolo.
No era la primera vez que él la había visto pelear. Y no sería la última. El simple pensamiento aterrorizaba a Rule. Lily era menuda, fácil de herir y no se curaba tan rápido como los lupi. Sin embargo, el orgullo se mezclaba con ese miedo. Rule nunca había imaginado que pudiera sentir eso.
¿Quién hubiera creído que el destino hubiera elegido una guerrera para alguien como él?
Lily apagó el ordenador.
—¿Estás bien?
—¿A qué te refieres?
—No te has saltado el límite de velocidad. Tienes que estar tremendamente preocupado o tremendamente cansado.
Rule sonrió porque era lo que ella esperaba que hiciera.
—Las dos cosas, creo. ¿Cuándo…?
—Hay algo que… —dijo ella al mismo tiempo.
Los dos se detuvieron e intercambiaron una sonrisa. Esta vez la de Rule fue más genuina.
—Las mujeres y los agentes federales primero… Tienes preguntas. —Hacer preguntas era la forma que tenía Lily de enfrentarse a las crueldades y confusiones del mundo.
—Sí —dijo Lily—, y lo primero que quiero saber es qué era lo que me ibas a preguntar.
—Debería haberlo visto venir. Muy bien. ¿Cuándo terminarán con el cuerpo de Paul?
—Es difícil saberlo. No creo que el laboratorio vaya a descubrir gran cosa, pero tienen que seguir el procedimiento.
Rule asintió. Aquellos que pertenecían a la Estirpe, lupi, gnomos y otros, tenían la magia integrada en sus células, lo que provocaba que las pruebas de laboratorio no ofrecieran ningún tipo de resultados. A pesar de eso las autoridades parecía incapaces de saltarse algunos pasos de su maldito procedimiento.
—Cuando terminen, iré a recoger el cuerpo y se lo devolveré a su gente.
—Pero… ¿tú? No te lo entregarán a ti. Tiene que ser su familia la que reclame el cadáver.
—Isen está arreglando las cosas con el rho de los Leidolf. Se ocupará de que se cumplan vuestras normas y yo llevaré el cuerpo de Paul a su hogar del clan. Tendrás que venir conmigo, pero no correrás ningún peligro. El rho de los Leidolf es peor que un perro callejero, pero ni siquiera a él se le ocurriría atacar a una mujer.
—Menos mal, esa era justo mi primera preocupación. —Lily se retiró el pelo de la cara con ambas manos—. ¿Por qué? ¿Por qué quieres hacer eso?
—Es la susmussio. —Aquello era parte de la serpiente que se retorcía en su estómago, la necesidad, la ira y los cabos sueltos—. Paul ha muerto por la susmussio. Por mi culpa.
—No puedes estar seguro de eso. Quizá nos habría ayudado aunque no hubiera, eh, susmussio de por medio. O quizá habría pensado que no quería perderse una buena pelea, o quizá el demonio habría ido a por él de todas maneras. Quizá se habría sentido obligado a defenderme por ser mujer. Tu gente tiende a hacer eso.
Rule negó con la cabeza.
—No importa. Aunque esté equivocado sobre sus motivos, sus actos fueron los de un lupus honorable que había aceptado la sumisión en combate. Estaba cansado, no había recibido entrenamiento para luchar contra un demonio, ni tenía experiencia en ello; y sin embargo, acudió en mi ayuda. —A Rule le costó decir las palabras que siguieron—. Se sentía responsable de mí.
—Pero… —Lily guardó silencio durante un largo instante. Rule sabía qué estaba pensado Lily: la investigación, la enemistad entre los Nokolai y los Leidolf, el enemigo que al parecer había venido del infierno para atacarlos.
Para atacarlo a él. Que ella estuviera cerca no era más que mala suerte… pero eso no era algo que pudiera cambiar ninguno de los dos.
Lily habló en voz baja.
—No crees que tengas otra opción.
—Igual que tú crees que no la tienes respecto a buscar y detener a quien sea que envió a ese demonio que ha matado a Paul.
—Está bien. —Lily respiró profundamente—. Ya nos las arreglaremos.
Rule tocó la mano de Lily brevemente, como agradecimiento.
—Por lo menos estás de suerte. El viaje no será muy largo. El Hogar del Clan de los Leidolf está en Virginia.
—¿Está lejos de Halo?
Halo, Carolina del Norte… donde vivía el hijo de Rule.
—Eso no importa. Sabes que no puedo ir allí.
—Eso es lo que dices tú. De todas maneras tenemos que librarnos de la prensa para que no nos sigan al Hogar del Clan de los Leidolf.
—La prensa es solo parte del problema. Ninguno de sus amigos o vecinos tiene que saber quién soy. Su abuela está de acuerdo. No me quiere allí.
—Pero Toby sí quiere.
Un músculo se tensó en la mandíbula de Rule. Nada más llegar a Washington, Toby había venido a pasar un fin de semana con ellos. No habían podido salir de la casa y no habían podido ir juntos a ver monumentos. A Toby no le había gustado nada.
—Todavía es un niño. No entiende las consecuencias de que se sepa que es hijo mío.
—Los clanes no hacen daño a los niños.
—Pero sus vecinos sí podrían. Algunos de los que él cree que son sus amigos podrían dejar de serlo, o los padres de esos niños no les dejarían ver a Toby. Su vida nunca sería la misma. Sería diferente si… —Si Toby viviera en el Hogar del Clan, rodeado de los suyos.
Rule cerró la puerta a ese pensamiento. La madre de Toby nunca aceptaría eso. Quizá no quería que su hijo creciera sin padre, pero eso no significaba que estuviera dispuesta a entregárselo a Rule.
—De todas maneras, su vida no será la misma —dijo Lily suavemente—, una vez alcance la pubertad.
—Faltan muchos años para eso. No sigas con el tema.
Lily no dijo nada, pero le ofreció su mano. Tras un instante de duda, Rule la aceptó. Guardaron silencio durante unos minutos.
Lily habló de nuevo después de que dejaran atrás la salida de Arlington.
—Sobre esa susmussio… No habéis tenido tiempo de deshacerlo. ¿Qué consecuencias tendrá para ti y para el clan?
Lily estaba aprendiendo, pensó Rule con cierto deleite. Lily había empezado a pensar en el clan. Era su elegida y por eso era una Nokolai, pero a veces ella solía olvidarlo.
—Aunque las cosas nunca han sido sencillas entre los Nokolai y los Leidolf, no debería haber grandes consecuencias para el clan. —Siempre y cuando todo se hiciera como tenía que hacerse, claro está—. En cuanto a mí… Hay dos rituales que debo tener en cuenta. Uno es parte de la ceremonia funeral. Normalmente esperarían que yo hiciera un discurso sobre la muerte de Paul, como respuesta formal a las preguntas del clan.
—¿Normalmente?
—La gente de Paul quizá no quiera que un Nokolai esté presente.
—Quieres decir que su clan no querrá que estés allí.
—No es eso. El rho de los Leidolf estaría encantado de prohibirme asistir a la ceremonia, pero la decisión corresponde al padre de Paul, si vive. Si no, la responsabilidad pasa al pariente masculino más cercano.
—¿Masculino? —intervino Lily molesta—. ¿Y qué pasa con su madre? ¿Con sus hermanas, si es que tiene?
—Las costumbres de los Leidolf son distintas de las de los Nokolai y la mayoría de los clanes. —Se detuvo para buscar las palabras adecuadas—. Algunas de sus costumbres no te gustarían nada.
—Con esta ya son dos.
—¿Dos?
—Dos cosas de las que me tienes que hablar más tarde. Has dicho que debes tener en cuenta dos rituales. ¿Cuál es el otro?
—Si el padre de Paul está vivo, le debo un deber de hijo. Yo se lo ofreceré. Quizá no lo acepte. Quizá el orgullo se lo impida o el deseo de avergonzar a los Nokolai. O el pragmatismo. Si acepta, él también se verá obligado a asumir cierta responsabilidad sobre mí.
—¿Qué quieres decir con «deber de hijo»? ¿Qué tipo de deber?
—Nada raro, lo que se espera que un hijo sienta que le debe a su padre. Obediencia no, pero sí respeto, ayuda financiera si la necesita. Mi presencia en ciertas ocasiones, si él lo desea.
—Ya que tu presencia significa también la mía, me gustaría saber… —Se detuvo y miró hacia su bolso. El móvil sonaba desde sus profundidades. Lily lo sacó, miró la pantalla y suspiró—. El que faltaba. —Lily respondió—. Hola, papá. ¿Sabes que aquí son casi las dos de la mañana?
Rule sonrió ligeramente. El padre de Lily sabía perfectamente cuál era la diferencia horaria. Al fin y al cabo, trabajaba en Bolsa y Wall Street estaba en la misma zona horaria en la que vivían ellos actualmente.
—Dile que intentaremos estar allí para Navidad.
Lily lo miró con el ceño fruncido.
—Sí, ese era Rule. El… Ya sé que ella está enfadada, pero con lo que ha ocurrido esta noche…
Casi habían llegado a casa. La calle estaba tranquila. El barrio estaba en plena ciudad, pero era un poco más exclusivo que el de Paul. Aquí, las casas adosadas eran de ladrillo, madera o piedra; las jardineras estaban inmaculadas y las luces de Navidad eran de buen gusto. El pequeño restaurante en la esquina de la calle servía decorativos entrantes de marisco con chutney de mango y alioli de azafrán.
En cierta manera, Rule prefería el barrio de Paul.
—Dile a madre que lo intentaremos. Es lo máximo que puedo prometer. —Lily hizo una pausa—. Bueno, ¿y cómo quieres que lo haga? Si no me habla.
Mientras Rule estaba atrapado en el infierno con la otra Lily, algo había ocurrido entre esta Lily y su madre. Ella apenas le había hablado de ello. Rule había sido paciente, creía que su regreso a San Diego arreglaría un poco las cosas, pero si al final resultaba que no volvían a casa por Navidad…
—Sabes que no puedo hablar de eso —estaba diciendo Lily—. Ya lo leerás en los periódicos. Hay un demonio involucrado y… no, no, estoy bien. —Una pausa—. Él también está bien, pero han matado a alguien. Por eso… no. Nadie que tú conozcas.
Rule pasó por delante del elegante hotelito donde había pasado unas cuantas noches placenteras en sus anteriores viajes a Washington. Ya fuera allí o en San Diego, a Rule no le gustaba llevar a las mujeres a su casa. A algunas pocas sí, pero solo a aquellas que además de amantes, también se habían convertido en amigas.
Esa vida había terminado. Ahora solo existía Lily. No querría cambiar eso ni aunque fuera posible hacerlo, pero aquella noche…
Todavía la sentía. La llamada de la luna latiendo en su interior, como el redoble de un tambor que retumbara en sus huesos y en su sangre.
No debería ser así. La luna no estaba llena y aún le faltaba mucho para esa fase; y aunque Rule había luchado contra el cambio una vez y había ganado, por un margen vergonzosamente pequeño, al final, había cambiado. Aquello tenía que haber reducido la urgencia de la llamada. Sin embargo, la necesidad seguía acumulándose en su estómago, mezclada con otros deseos. Y el lobo estaba cerca. Muy cerca.
Rule quería sexo.
La casa en la que se alojaban tenía un garaje separado en la parte de atrás del estrecho jardín. Rule no miró a su compañera mientras entraba en el callejón. Lo que necesitaba ahora no tenía nada que ver con el amor o la ternura. Lo que quería era un cuerpo en el que perderse y el olor de una hembra excitada invadiendo sus sentidos; el desahogo sin implicaciones emocionales.
El sexo disipaba la fuerza de la necesidad de cambiar. Nettie lo llamaba la «evolución en acción», ya que fomentaba un comportamiento encaminado a la procreación. Teniendo en cuenta la baja tasa de natalidad de su raza, Rule suponía que aquello podía ser cierto, aunque estaba muy seguro de que la evolución no era algo que se pudiera aplicar a los de la Estirpe. Fuera la que fuera la razón, el sexo funcionaba. Incluso en la adolescencia, cuando el control era casi inexistente, una buena sesión de sexo apasionado y sudoroso podía ayudar a un lupus a asentarse firmemente en su forma humana.
Pero era peligroso si el lobo estaba demasiado cerca. Un lobo en celo no se preocupaba del bienestar ni del placer de la hembra… ni siquiera esperaba a obtener su consentimiento. En los lobos de verdad, una hembra no dispuesta podía hacer desistir al macho de montarla. Sin embargo, los hombres llevaban violando mujeres desde el origen de la especie.
No quería poner en peligro a Lily. Tenía que mantener el control por sí mismo.
—Claro —dijo Lily al teléfono—. Te mantendré informado. —Colgó y suspiró. Debería haberme imaginado que llamaría. Al contrario que madre, padre sí que suele leer sus correos electrónicos y sus mensajes de texto.
—Le disgusta que no vayamos a volver por Navidad.
—Pues él dice que es madre la que está disgustada. No importa lo que tenga entre manos, se supone que es mi deber presentarme allí para que ella pueda negarse a hablar conmigo en persona. Dios sabe que el trabajo no es excusa.
Había mucha amargura en la voz de Lily… y aquella noche Rule era más una maza que un escalpelo fino. Tenía que admitir que estaba tan preocupado por sus necesidades que no podía ocuparse de las de Lily con la delicadeza necesaria.
—Ese es uno —dijo mientras estiraba la mano para darle al botón de apertura de la puerta del garaje.
—¿Uno?
—Un tema del que me tienes que hablar más tarde.
—Ah. —Lily asintió lentamente—. Me parece justo.
La puerta del garaje se abrió, las luces se encendieron y Rule metió el coche.
El garaje olía como todos: a aceite, metal caliente del coche y tubo de escape. También había ratones, cosa que hacía muy feliz a Harry el Sucio. El gato pasaba mucho tiempo en aquel garaje.
Rule respiró más profundamente cuando salieron del garaje y caminaron hacia la casa. Aunque los olores de la ciudad todavía dominaban el ambiente, ciertas notas a mantillo y cedro endulzaban el aire; al igual que la suave brisa traía la esencia del viejo gato con el que Harry había estado disputándose el territorio. También olió al pastor alemán del vecino. El perro les estaba siguiendo desde el otro lado de la valla.
Rule también sentía deseos de caminar por la oscuridad a cuatro patas. Quería alzar su hocico hacia la luna y unirse a su canción, llorar la pérdida da una vida segada demasiado pronto. Tan joven.
—¿Vienes?
Hasta que Lily le habló desde la puerta, Rule no se dio cuenta de que se había detenido. Mentalmente maldijo su distracción.
—Claro.
—No tienes que venir, sabes.
Rule no pudo leer la expresión de Lily. ¿Tristeza? ¿Lástima? Algo solemne pero molesto a la vez, decidió finalmente. Se movió con brusquedad y entró en la casa.
Lily no se hizo a un lado cuando Rule llegó a la puerta. Rule se detuvo y frunció el ceño.
—Creía que me estabas invitando a entrar, pero si prefieres obstaculizar la puerta…
—Yo diría que es más bien al revés. Eres tú el que me está dejando fuera.
—¿Ahora resulta que todos mis pensamientos son propiedad común? Hazte a un lado, Lily. No estoy de humor para hacer manitas.
—Bien, porque hace un rato que se me ha acabado la compasión. ¿Por qué te molestas tanto en darme de lado?
—No estoy…
—Sobre todo teniendo en cuenta que estás deseando arrojarme al suelo y arrancarme toda la ropa.
Su franqueza dejó a Rule sin palabras.
Lily le miró fastidiada.
—Por Dios, Rule, ¿crees que estoy ciega? No eres tan diferente, ¿sabes?
—Salvo por el hecho de que de repente me pueden crecer los colmillos y todos los apetitos que van con ellos.
—Así que podemos añadir lo de volverte peludo como forma de hacer frente al estrés.
—¿Estrés? —repitió Rule sin poder creérselo—. ¿En serio crees que se trata de eso?
—Vale, tienes razón. Discutir ahora no es una buena idea. —Lily se acercó a él, le cogió la cara con las manos y acercó la cabeza de Rule a la suya. No lo besó. En vez de eso, se limitó a acariciar la mejilla de Rule con la suya.
Rule se quedó inmóvil. El aroma de Lily llegó hasta él: el olor a limón de su champú, el ligero toque de sus cosméticos. Sangre. Excitación. Lily. Rule sintió un escalofrío.
—No soy… —Seguro, quiso decir. No soy seguro, no soy yo, no tengo el control…
—Está bien —susurró Lily mientras hundía los dedos en el cabello de Rule—. Está bien.
No, no estaba bien. Nada estaba… Nada menos aquello. Rule atrajo a Lily hacia sí mientras un hilo de sensatez le advertía de que tuviera cuidado con su fuerza. Ella era menuda, frágil…
Feroz. Las manos de Lily recorrían todo su cuerpo. La boca de Lily reclamaba la suya.
Él se la dio. Y a cambio tomó la de Lily.
El sabor se unió al olor, se mezcló con el tacto y la calidez que lo invadía se agitó en su interior como un remolino. El mismo empezó a dar vueltas con Lily entre sus brazos, una vez, dos, girando sin parar hasta entrar en la casa en penumbra. Golpeó la puerta, que se cerró dando un portazo. La cerradura hizo clic. El bolso de Lily se deslizó desde su hombro. El abrigo se desparramó por el suelo.
En cuestión de segundos, Rule olvidó todo lo que sabía sobre las necesidades de una mujer, cómo cuidarlas y provocarles placer. El aliento de Lily, sus manos… Todo le decía a Rule que Lily no necesitaba que la cuidaran, ni que estuvieran pendientes de ella. Ella lo necesitaba a él.
Y él la necesitaba a ella. Necesitaba estar en su interior. Lily llevaba medias debajo de su vestido negro. Malditas medias. Menos mal que se rompían con facilidad.
El sonido de los pantis al rasgarse casi hizo que Lily perdiera el control, pero Rule la sostuvo. Echó la cabeza hacia atrás, abrió las aletas de la nariz y examinó el rostro de Lily. No, en su rostro se leía el deseo, no el miedo. Bien, sí, bien… Rule la besó de nuevo como agradecimiento. Las manos de Lily se apoyaron en los hombros de Rule y los dedos se clavaron en su espalda.
Rule sintió la sacudida de un escalofrío. Allí. Podían hacerlo allí mismo, de pie. El peso de Lily significaba muy poco comparado con la fuerza del deseo de Rule. Pero él tenía también la necesidad de sentirla debajo de él, y para eso tenían que tumbarse en un sitio blando.
Rule abarcó las nalgas de Lily con las manos y la elevó de modo que su calidez se encontró con la de ella.
La sala de estar. El sofá era blando. Rule creía que podía conseguirlo. Podía llegar hasta allí. Echó a andar. Lily perdió el equilibrio y se sujetó a Rule rodeando su cintura con las piernas. Rule consiguió salir de la cocina. Guiado por el tacto, la memoria y la suerte, atravesó el comedor sin ventanas y entró en el salón en penumbra, donde una rendija en las cortinas filtraba la luz de la ciudad.
El sofá estaba a cinco pasos. Cuatro.
Sonó el móvil de Rule. Sin dejar de avanzar ni tropezar, Rule cogió el teléfono que colgaba de su cinturón y lo tiró al suelo. Supo por el sonido del plástico al chocar contra una pared de ladrillo que el móvil había ido a parar a la chimenea.
Rule dejó caer a Lily en el sofá suavemente y después se tumbó sobre ella mientras con una mano intentaba quitarse el cinturón. Pero su mano temblaba. Lily alargó una mano para ayudarlo con el botón y la cremallera. Rule la besó y encontró cierto alivio en la unión de sus bocas, sus alientos, sus lenguas…
—Ma fleur —susurró Rule mientras buscaba a Lily con los dedos—. Eres tan hermosa… tes pétales, comme une rose, tan suave…
Y de pronto Rule estaba dentro, se movía y sentía que le faltaba el aire y que su cerebro no era capaz de pronunciar dos palabras seguidas. Fue breve, rudo e intenso, sin ápice de delicadeza o ternura, pero estaban unidos como uno solo y como uno solo los dos respondían a las embestidas del otro.
Rule deslizó su mano entre los dos cuerpos y alcanzó el capullo que se escondía entre los pétalos de Lily. Y ella gritó. Su cuerpo se arqueó y las oleadas del clímax de Lily hicieron que Rule se perdiera detrás de ella.
Casi un siglo después, cuando el mundo había vuelto a la normalidad y mientras Rule sentía el cálido y denso aliento de Lily en su pecho, ella dijo:
—¿Qué… qué es eso… que me has dicho? Era francés.
—Estaba hablando de tu flor. —Y Rule la tocó para que ella supiera de qué estaba hablando.
—Ah. —Lily suspiró entre feliz y medio dormida—. Suena mejor en… mierda.
Ahora era su móvil el que sonaba.
—Querrán venderte algo —dijo Rule.
—¿A las dos de la mañana? Venga, quita. —Lily empujó a Rule.
—Yo lo cojo. —Rule se obligó a moverse.
—Ya voy yo. O es mi padre otra vez, o algo relacionado con el caso. —Lily rodó por el sofá, se levantó y frunció el ceño—. No puedo utilizar las piernas ahora que me has deshecho los huesos.
A Rule le resultaba ahora más fácil sonreír, así que lo hizo. Lily caminó torpemente hasta la cocina, desnuda y sin avergonzarse por ello. El la siguió. La cicatriz dejada por la garra del demonio le dolía de nuevo, pero por lo demás, sus músculos estaban bien, relajados. Volvía a sentirse a gusto en su propio cuerpo.
Lily se agachó para recoger su bolso ofreciendo a Rule una vista muy placentera. Rule se preguntó si ella sabía hasta qué punto él podía ver en la oscuridad.
—Miau —dijo Harry.
El enorme gato estaba sentado al pie de la nevera y miraba fijamente a Rule. Harry disfrutaba culpando a Rule de cualquier molestia: la lluvia, las puertas cerradas, el plato de comida vacío. Sin embargo, esta vez Rule tenía que admitir que el gato tenía razón. Lily se había retrasado por su culpa.
—Ya me ocupo yo de tu bestia. —Rule abrió la nevera y pequeños haces de luz se derramaron por el suelo.
Lily sonrió.
—Ya lo has hecho. —Y descolgó el teléfono—. ¿Diga?
Rule sintió que algo húmedo y cálido se deslizaba por su pierna y miró hacia abajo. Vio un hilo de sangre que goteaba desde su herida. Frunció el ceño sorprendido porque la herida había cicatrizado ya. ¿Por qué sangraba?
Lily estaba muy cerca de Rule y él pudo oír a su padre al otro lado de la línea.
—Bien. No estás dormida. Supongo que mi hijo anda por ahí.
Lily arqueó las cejas.
—Sí. Un momento. Tranquilízate, Harry —le dijo al gato que se frotaba contra su pierna y ronroneaba como una motosierra peluda. Le pasó el móvil a Rule.
—¿Sí? —dijo él mientras sacaba un cartón de leche.
Una voz grave y sonora retumbó en su tímpano.
—¿Qué pasa? ¿Ahora eliges a qué llamadas responder o es que le pasa algo a tu móvil?
—Tengo que hacerme con otro. —Las piezas del suyo no parecía que fueran a encajar de nuevo.
—Maldita tecnología. O se rompe o falla continuamente. Antes que nada, cómprate otro teléfono, es importante que estemos en contacto. He hablado con los Leidolf.
—¿Y? —preguntó Rule sorprendido. ¿De qué habría hablado su padre con los Leidolf para que le llamara a esas horas de la noche?
—También he hablado con Jos Szós, los Kyffin, los Etorri y los Ybirra; y he mandado avisar a los otros clanes. Pronto sabré algo de ellos. No eres el único heredero al que han atacado esta noche.