Capítulo 23

—Vete más despacio —dijo Cynna.

—No. —Cullen sabía que iba muy rápido. No le importaba. Estaba de nuevo metido en aquel maldito coche cuando lo que necesitaba era correr.

La sanadora wiccan, que pertenecía a la asamblea de Sherry y por lo tanto era una de las mejores, había examinado a Rule aquella misma tarde. Había dicho que no se podía hacer nada, ni siquiera con la ayuda de la asamblea. No era cuestión de poder, sino de conocimiento.

Contaban con un arzobispo católico en la unidad. Él tampoco había podido hacer nada. Fuera lo que fuera lo que le estuviera ocurriendo a Rule, no era una posesión. No era nada que nadie hubiera visto antes. Maldita sea.

Ni siquiera era algo que hubiera visto Cullen. Tomaron una curva a la velocidad de un cohete y las ruedas chirriaron.

—Es como un déja vu. Cada vez que dejo que conduzca un hombre, va demasiado rápido. Ve más despacio, Cullen, hazlo ya.

Cullen la miró… y soltó un gritito.

—¡Me estás apuntando con un arma!

El cañón chato de un revólver estaba fijo en él. Al igual que dos ojos cansados y decididos.

—No estoy de humor para quedar hecha papilla en el asfalto. No estoy de humor para aguantar a hombres que no quieren escuchar. Y no estoy de humor para discutir. Así que ve-más-despacio.

Cullen soltó una breve carcajada y quitó el pie del acelerador hasta reducir a unos tranquilos sesenta kilómetros por hora.

—¿Mejor? —preguntó suavemente.

—Mejor. —Cynna enfundó su arma—. Eh… Pareces muy contento de que alguien te apunte con un arma.

—Necesitaba reírme.

—¿Te parece divertido que alguien quiera pegarte un tiro?

—No ibas a hacerlo. Es un poco peligroso disparar al conductor en un coche que va a ciento quince kilómetros por hora; peligro incluso para ti. —Cullen sonrió—. Es la cosa más estúpida que he visto en mi vida. Es imposible no querer a una mujer que sabe cómo exagerar las cosas.

—Me alegro de que te haya puesto de buen humor. ¿Quieres que te alegre aún más pegándote un tiro en la pierna?

Cullen rió.

—Estás enfadada.

—Vaya, qué intuitivo. Ese es mi hotel.

—Muy bien. —Cullen aminoró aún más la velocidad y entró en el aparcamiento—. ¿Y ahora qué?

—Por la entrada lateral, está más cerca de mi habitación. —Cynna se giró para comprobar cómo estaba el otro pasajero.

—¿Nuestro Bello Durmiente sigue frito?

Cynna asintió. Esta vez Cynna se había acomodado en el asiento delantero y Timms se había echado en el trasero. Se había quedado dormido inmediatamente y no tenía aspecto de que fuera a despertar por algo menos que una trompeta sonando en su oído. Cullen se maravilló por la habilidad del agente de dormir tan profundamente a pesar de su reciente fractura de brazo, ya que él mismo había sufrido ese tipo de heridas alguna vez y sabía lo que dolían. Quizá Timms tuviera menos receptores del dolor que la mayoría de la gente.

Estaba claro que el cuerpo de Timms no se deshacía de los calmantes con tanta rapidez como el de Cullen. Cullen aceptó que había algunas ventajas en eso de ser humano. No muchas, pero algunas.

Cullen se detuvo en la entrada lateral y apagó el motor.

—Cullen. —La mano de Cynna sobre su brazo lo sorprendió casi tanto como cuando le había apuntado con su arma—. Conseguiremos curar a Rule. Que ahora mismo no sepamos cómo hacerlo no significa que no lo consigamos.

—Muy bien. —Cullen inspiró profundamente y luego dejó salir el aire. Era demasiado mayor para creer en cuentos de hadas y la determinación no siempre era suficiente para salir airoso de los problemas.

Aunque tampoco se podía llegar muy lejos sin ella.

—Muy bien —repitió, y esta vez lo dijo en serio. Abrió la puerta del coche.

—Por Dios. No creo que me pase nada de aquí a la entrada del hotel, sabes.

—Voy a besarte. Podría hacerlo aquí, pero…

—Si te pones más sentimental me van a dar ganas de llorar. —Pero a Cynna no le pareció mala idea lo del beso. Tampoco le pareció mala idea que Cullen la cogiera de la mano.

Era extraño. Estaban cogiéndose de la mano. Cullen se preguntó si es que estaba sufriendo una segunda adolescencia, aunque en la primera tampoco se había sentido muy inclinado a coger de la mano a las chicas. Ni siquiera iba a irse a la cama con aquella mujer… aún. Tan solo quería un pequeño anticipo. Un beso.

¿Cuándo había sido la última vez en la que Cullen se había conformado con un solo beso?

Pero se sentía bien cogiéndole la mano. Cullen había olvidado lo beneficioso que era tocar a alguien. Se había entrenado para no sentir esa necesidad: un lobo sin clan como él no podía permitírselo, porque los humanos no podían comprenderlo. Si tocabas a uno de ellos, fuera hombre o mujer, siempre creían que querías sexo.

O, en su caso, siempre deseaban que él quisiera sexo. Sus labios se curvaron en una sonrisa.

Cynna retiró la mano para buscar la llave, porque la necesitaba para abrir la puerta exterior que solía estar cerrada a aquellas horas.

—¿Cómo puedes permitirte alojarte aquí?

—Oye, sé negociar. Consigo tarifas de temporada baja todo el año y solo pago por las noches en las que duermo aquí, que son como unas diez al mes. —Metió la tarjeta en la cerradura—. Hay mucha demanda de buenos localizadores. Me paso la vida viajando por todo el país, pero cuando vuelvo tengo servicio de habitaciones y de lavandería, gimnasio, piscina, televisión por cable, Internet…

—Ya lo pillo. Te gusta estar aquí.

—¿Acaso hay algo que lo haga desagradable? Supongo que para alguien a quien le guste tener cosas no es un buen plan, pero para mí está bien.

La cerradura hizo clic. Cullen se inclinó sobre Cynna para abrirle la puerta y sujetarla para que pasara.

Cynna lo miró sorprendida.

—Tengo modales, sabes. No siempre me molesto en ponerlos en práctica, pero están ahí para cuando los necesito. —Cullen estaba cerca de Cynna, lo suficientemente cerca como para que el olor de la mujer agitara algo dentro de él. Sintió que la cálida, familiar y bienvenida excitación tensaba su cuerpo.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había disfrutado con la idea de irse a la cama con una mujer en vez de simplemente hacerlo. Decidió que le gustaba la sensación. Acarició el cuello de Cynna con su mano libre.

—Además, eso de las mujeres primero ha sido siempre mi lema. —Y no se refería a las puertas.

Cynna ya lo había captado. Sus ojos sonrieron; unos ojos bonitos, pensó Cullen. Del color del güisqui. El resto de la cara de Cynna siguió con su expresión solemne.

—Es un buen lema, pero hay mujeres a las que les gusta ir segundas o terceras.

—Eres avariciosa, ¿eh?

—Cuando no me duele la cabeza. —Cynna entró y Cullen cerró la puerta tras ellos—. Ya veo que sabes cómo flirtear.

—¿Qué quieres decir?

Cynna se encogió de hombros.

—No creía que estuvieras interesado. Hasta que te he sugerido que te acostaras conmigo no has intentado ligar conmigo ni me has dado ninguna señal… ya sabes.

Cullen había herido los sentimientos de Cynna. Pensó en ello mientras caminaban por el pasillo hacia su habitación; un típico pasillo de hotel de moqueta y paredes color beis. ¿Cynna prefería vivir en un sitio que no revelara nada sobre ella?

—Vas a acusarme de ser un cerdo arrogante.

—Lo he hecho, varias veces. Y no siempre estabas presente.

—Has estado pensando en mí, ¿eh? —Su sonrisa iluminó el lugar—. Muchas mujeres lo hacen.

—Al parecer ya estamos llegando a la parte arrogante.

Cullen se encogió de hombros. El sabía el aspecto que tenía. Eso no era arrogancia, era ser realista.

—Mi aspecto normalmente me pone las cosas muy fáciles. Así que tengo una norma: nada de flirtear, ni seducir ni nada hasta que una mujer me da luz verde.

Cynna se detuvo.

—¿Me estás diciendo que eres un caballero?

—Dios, no. La caballerosidad es una chorrada: hombres que cortejan castamente a las mujeres cuando todos sabemos que la castidad no existe.

—Bueno, tu propia versión retorcida de la caballerosidad, entonces. —Cynna se lo estaba pasando bien—. ¿Por eso has dejado que Timms se quede con nosotros?

—Te prometo que Timms no tiene sus miras puestas en mi cuerpo, ni yo en el suyo.

Cynna desechó el comentario con un gesto de la mano.

—No, me refiero a que es como tener a un cachorrito que te sigue a todas partes. No lo entiendo. Antes no podía ni verte.

—Timms no es consciente de ello, pero está buscando una manada a la que pertenecer. Me ha aceptado como al macho dominante. No quiero decir que piense en esos términos, pero Timms no es capaz de pensar en otros hombres como en sus iguales. Trata mal a los que están por debajo de él y piensa que los que están por encima son amigos suyos.

Al parecer había llegado a la puerta de la habitación, porque Cynna se había detenido allí: habitación 1014. Cynna rió.

—Timms no es un lupus.

—Los humanos también necesitáis vivir en manadas, aunque creéis que no debéis; y por eso estáis siempre tan confusos, sobre todo vuestra parte XY. Alcohol, drogas, pandillas, intentar tener más y mejores cosas que los vecinos… Son síntomas de la necesidad de pertenecer a una manada y de tener un estatus definido dentro de ella. El trasnochado culto americano al individualismo hace que los hombres crean que deben ser todos alfas, pero las cosas no funcionan así.

Cynna se apoyó en la puerta, cruzó los brazos y arqueó las cejas. Totalmente escéptica. Cullen no pudo evitar sonreír.

—¿Trasnochado culto al individualismo?

—Sí. Es un mito, una historia que la gente se cuenta para que la soledad moderna sea más tolerable. América no fue fundada por individualistas trasnochados, sino por gente a la que no le gustaban las manadas que existían en su tierra y querían formar otras por su cuenta: manadas religiosas en las colonias del norte y manadas basadas en la riqueza en las del sur. No eran un puñado de solitarios. No podían serlo, se necesitaban los unos a los otros para sobrevivir.

—¿Y qué hay de los tipos del Oeste? Los cowboys, los que vivían en la frontera o trabajaban en el ferrocarril…

—Los colonos también dependían los unos de los otros para sobrevivir. Y los cowboy… me río yo de su individualismo. Son el perfecto ejemplo de una manada de humanos. Los que trabajaban en los ranchos podían ser inadaptados sociales, pero allí no había hombres solitarios. Se agrupaban en bandas bajo el liderazgo de un hombre fuerte para cuidar del ganado, de los caballos y de los pertrechos, y para pelear.

—Los pistoleros…

—Eran parias, pero ansiaban tener un estatus en la sociedad, que es otra manera de decir que querían un puesto dentro de la manada, aunque estuviera basado en el miedo. Los tramperos eran una excepción. Algunos se volvían nativos y se unían a alguna tribu, pero otros vivían completamente solos durante meses. Y en la mayoría de los casos estaban un poco locos. —Cullen negó con la cabeza—. Los humanos no son solitarios por naturaleza.

—Tampoco los lupi. —Cynna ladeó la cabeza. Sus ojos se encontraron con los de Cullen. La fría curiosidad que él vio en ella era menos humillante que la compasión que ella podría haber sentido. Eso no le gustaba nada—. Tú viviste solo durante mucho tiempo, ¿no? Como un lobo solitario.

—Cállate, Cynna.

Cynna compuso esa sonrisa suya un poco esquinada: no se había ofendido, pero tampoco estaba dispuesta a obedecer a Cullen. Más tarde retomaría el tema. Cullen tomó el rostro de Cynna entre sus manos y acarició la parte más sensible de su mandíbula con un dedo. La piel de Cynna era muy suave y resultó ser una sorpresa. Las filigranas que la cubrían por completo eran evidentes para la vista, pero no para el tacto.

Cullen inclinó la cabeza lentamente y se detuvo brevemente para ver cómo Cynna dejaba caer los párpados y su cuerpo se preparaba para recibir el beso. A Cullen le gustó el olor a almizcle, aunque no podía decir lo mismo de los productos que ella usaba para el pelo: cierto toque a lejía impregnaba su cabello corto y despeinado, enmascarando el olor de algún gel de tipo industrial. Y otro olor…

Sangre. Al acercarse, Cullen vio manchas de sangre en el pelo de Cynna. No era su sangre, porque su piel no se había rasgado al fracturarse el cráneo, pero no había sangre suficiente como para que Cullen pudiera distinguir a su dueño, al menos no en forma humana.

Sin embargo, le sirvió como recordatorio. Cynna estaba herida y aunque Cullen estaba disfrutando de aquel jueguecito, no estaba acostumbrado a esperar.

Sus alientos se mezclaron. Sus bocas se encontraron.

La intención de Cullen había sido la de dar un beso sereno; una pequeña prueba, un experimento. Dejar que el fuego ardiera, pero sin llegar a quemar. Nada que los impulsara a hacer nada más. Había olvidado que sentía la imperiosa necesidad de correr.

El primer chispazo cuando sus labios se encontraron hizo sonreír a Cullen. Su lengua pidió permiso para entrar en la boca de Cynna y ella se lo concedió; y Cullen descubrió que ella sabía mejor que olía. Cynna apoyó las manos en la cintura de Cullen y su boca se cerró en torno a la lengua de él.

Cullen empujó el cuerpo de Cynna contra la pared. Era una mujer muy alta y a él le gustó. Podía sentir todo el cuerpo de Cynna pegado al de él, fuerte, suave y cálido. Después, ella hizo polvo las buenas intenciones de Cullen: Cynna sujetó sus nalgas con ambas manos y apretó el cuerpo contra el de él mientras movía las caderas.

La urgencia surgió de la nada e invadió el cerebro de Cullen. Olvidó todo lo referente a pedir permiso, a disfrutar con la anticipación y todas esas chorradas. Cynna estaba allí y la deseaba.

Cullen se dejó llevar. Sus manos necesitaban saber cómo era ella al tacto… la curva de la cadera, la redondez de los senos, la calidez entre las piernas. Su boca quería conocer el sabor de la piel del cuello de Cynna, de la mandíbula. Y el resto de su cuerpo…

Pero una mano de Cynna estaba empujándolo. Le había retirado la mano de la cremallera de sus téjanos. Cynna separó su boca de la de él.

—En el pasillo, Cullen. Estamos en el pasillo.

—Cierto. —Lentamente, Cullen se retiró. Esperaba ver satisfacción en el rostro de Cynna. Mezclada con placer, porque ella había estado allí con él, al cien por cien. Pero ella lo había devorado por completo, lo había atraído hacia él y lo había devorado, y ella lo sabía—. Lo siento. Quiero decir… tu cabeza. ¿Qué tal la cabeza?

—¿Mi cabeza? —Cynna parpadeó sorprendida, sus ojos brillaban… ¿por placer o por dolor? —¡Ah!, duele, pero…

Pero no le importaba. Durante unos segundos no había sentido dolor o no le había importado sentirlo. Cullen sonrió, primero tímidamente, pero luego la sonrisa creció.

—Oh, pronto lo vamos a pasar muy bien, shetanni rakibu. —Cullen acarició la mandíbula de Cynna con los nudillos—. Pronto. Pero ahora… —Cullen inspiró profundamente y se irguió. Sentía que los pantalones le resultaban demasiado estrechos. Dios, la piel estaba muy tensa también.

—Que duermas bien —dijo tras acariciar la mejilla de Cynna por última vez.

Cynna se lamió los labios.

—Tú también.

Pero eso no iba a suceder, al menos no inmediatamente. Cullen se moría de ganas de leer el informe de Lily, pero lo primero era lo primero. En cuanto dejara a su cachorrito bien acomodado en su casa, iba a salir a correr.

—Te he dicho antes que puedo ser paciente si tengo que serlo —dijo Cullen tras separarse de ella—. Te he mentido. No soy un hombre paciente.

El Mundo de los Lupi 03 - Líneas de sangre
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