Capítulo 30

Cynna creyó que aquello era una de las bromitas de Dios. ¿Cómo, si no, podía explicar que la investigación la hubiera llevado hasta allí?

Mientras caminaba a toda velocidad por la acera agrietada, con los bajos de su larga y pesada gabardina golpeando contra sus tobillos, Cynna descubrió que la tienda de alimentación había desaparecido. Pero la lavandería seguía allí y los edificios tenían el mismo aspecto viejo, sucio y gris de siempre. Todo en aquella calle era gris. Cuando en aquel barrio hablabas de colores, te referías a la piel o a las bandas.

Había más rostros de piel blanca que cuando era joven: por fin la integración había llegado al gueto. Cynna recordaba que ella había destacado bastante cuando era niña en aquel barrio. Sin embargo, la mayoría de la gente seguía teniendo la piel de alguna tonalidad marrón.

Cynna notó que la calle había cambiado, pero no lo suficiente. Esperaba que aquello no pudiera aplicarse a ella.

El clima era tan desagradable como solo podía serlo en el invierno de Chicago. Aquello tenía gracia, porque Cynna había estado en lugares más fríos, pero había algo en el diciembre de Chicago se te calaba hasta los huesos.

Montones de nieve sucia y medio derretida hacían que cruzar la calle fuera toda una aventura. Cynna sobrevivió manteniendo las manos encajadas en los bolsillos del abrigo para no perder calor… y para no pensar más en el misterioso kilingo que Jiri le había tatuado en una de ellas. Todavía no se había activado, pero lo haría. Jiri no se lo había puesto allí solo para gastarle una broma.

Cynna tenía que quitárselo como fuera, aunque para eso necesitaría un poco de ayuda. La visión de Cullen, por ejemplo. Quitarse de encima un hechizo, uno que ella misma hubiera tatuado sobre su piel, ya era complicado; así que no tenía ni idea de cómo librarse de un hechizo misterioso como aquel.

Por supuesto, Cynna tendría que imbuir de magia el kilingo para que Cullen pudiera verlo. No debería ser excesivamente peligroso, porque un hechizo tan complejo como aquel necesitaba mucho más que un poquito de magia para funcionar. Así, Cullen podría ver cómo la magia se movía por el diseño y entre los dos averiguarían cómo deshacerlo.

Si es que Cullen se dignaba a aparecer en algún momento.

La primera vez que Cullen se había marchado, Cynna se había enfadado bastante. Tenía que admitirlo. Rule le había explicado que esa forma de desaparecer y cortar con todo era una habilidad de supervivencia que Cullen había adquirido en sus años como lobo solitario. Cuando su temperamento se volvía inflamable, simplemente se marchaba, en aquel mismo segundo, sin detenerse en discusiones ni nada. Desaparecía todo el tiempo que fuera necesario hasta que se calmaba. Ahora que Cullen era Nokolai probablemente no necesitaba hacerlo, porque formar parte de un clan moderaba bastante las cosas, pero el hábito ya estaba enraizado en él. Cuando se enfadaba, se largaba.

Al parecer, todavía seguía enfadado. En cuanto a Cynna, ya lo había superado. Sabía que no tenía que haberse dejado engatusar por él. Sí, estaba preparándose para dejarse llevar por el lado salvaje, pero ¿qué significaba aquello? El sexo era rápido. Todavía no había sucedido porque la vida no había dejado de interferir continuamente, pero ocurriría. Sin embargo, la amistad era algo que había que construir poco a poco. Empezabas dándote cuenta de que os caíais bien por la razón que fuera, después nacía el respeto y lo dejabas bullir hasta que daba lugar a cierta confianza.

Estaba claro que para ella, o para Cullen, lo de la confianza iba a tardar bastante en llegar.

Cynna se dispuso a cruzar la calle. Un coche aceleró al ver el semáforo en ámbar y la salpicó con la nieve helada y fangosa. Automáticamente Cynna le ofreció el tradicional saludo de un solo dedo… Vaya. El conductor era chino. No, probablemente vietnamita; a unas manzanas al este un grupo de inmigrantes de aquel país asiático estaba convirtiendo una auténtica alcantarilla en una lugar decente para vivir.

Aquello le hizo pensar en Lily. ¿Qué pensaría ella del clima de Chicago? Al parecer, ella pensaba que en Washington ya hacía frío.

Cynna rió, pero pensar en Lily mientras cruzaba la calle la deprimió bastante. La muñequita de porcelana quizá hubiera patrullado barrios como aquel, pero no había vivido en uno. Lily había crecido en un lugar limpio. Cullen, sin embargo… Cynna tenía la sensación de que el lupus conocía todos los barrios bajos de todas las ciudades en las que había vivido. Había ido bastante de acá para allá en su vida como lobo solitario. Sin embargo, estaba bastante segura de que ni siquiera Cullen había pasado su infancia en un sitio como aquel. Los lupi no dejaban que sus niños crecieran pobres y desesperados.

Cynna miró a la izquierda. Tres manzanas, pensó. Si caminaba tres manzanas hacia el oeste y dos al norte, Cynna llegaría al lugar en el que creció.

Pero no iba a ocurrir.

La dirección que Lily le había dado pertenecía a un viejo edificio de apartamentos que parecía apoyarse cansadamente en su vecino. Cynna comprobó los trozos de cartón que a veces hacían de placas para los nombres de los vecinos en el minúsculo vestíbulo.

H. Franklin vivía en el quinto piso. Se lo tenía que haber figurado. Aquel edificio no tenía nada que aspirara a tener cierto parecido con un sistema de seguridad, así que empezó a subir las escaleras directamente.

Las bombillas eran de cuarenta vatios y estaban desnudas, lo que estaba muy bien. Nadie en aquel lugar quería ver dónde estaba poniendo los pies. La basura se recogía cerca de la escalera en cada piso y la porquería que rezumaban de las bolsas hada que el suelo estuviera pegajoso. Y el olor… el olor se hundió directamente en la memoria de Cynna: repollo, orina, carne quemada, cebolla. Cierto toque a estofado al pasar por el segundo piso.

Mientras se retiraba el costado del abrigo para tener un acceso más rápido a su arma, Cynna pensó que cuando uno vive en un sitio como aquel no se da cuenta de los olores. La rutina mata los sentidos. En cierto sentido le alegraba descubrir que su nariz no era insensible al hedor.

Había gente discutiendo en un estridente español en la tercera planta. En la cuarta, un niño gritón competía con el rap puesto a todo volumen por un lado y con el zumbido de un televisor por el otro. Cynna estaba a punto de acometer el último tramo de escaleras cuando unos pasos rápidos le indicaron que alguien bajaba a toda velocidad.

Eran pasos rápidos y pesados y probablemente pertenecían a un hombre. Desde luego, no era un niño. Cynna preparó su hechizo de aturdir.

El hombre se detuvo cuando la vio: cuarentón, piel morena y pelo rizado. Probablemente fuera una mezcla de latino y blanco, pero él se llamaría a sí mismo negro. Lucía un pañuelo en la cabeza, y vestía unos tejanos demasiado grandes para su cuerpo delgado y una gastada chaqueta de cuero sobre una camiseta sucia. Todo era gris o negro. Nada de colores, ni relacionados con bandas ni de ninguna clase.

Los ojos del hombre se agrandaron por la sorpresa. Eso es lo que le dio la pista a Cynna: el hombre había visto su cara llena de tatuajes y se había asustado.

—¿Hamid Franklin? —preguntó mientras subía un escalón más.

—Estoy muerto —dijo el hombre con un hilo de voz—. Oh, Dios. Estoy muerto, joder.

—Cynna Weaver. —Echó mano de su placa—. Trabajo para el FBI.

El hombre ni se molestó en mirar la placa y negó con la cabeza.

—¿Eres del FBI? Sí, claro, tía, y yo trabajo en el Pentágono. Escucha. —Bajó un escalón y le mostró las manos a Cynna para que viera que no llevaba nada—. No he hablado con nadie. No me importa quién vaya por ahí diciendo lo contrario, no me he ido de la lengua, ¿vale? Dame una oportunidad, tía. Puedes lanzarme el hechizo que quieras para asegurarte de que estoy diciendo la verdad.

—No estoy con Jiri —dijo Cynna en voz baja—. Ya no. Ahora soy del FBI, como ya te he dicho. Escucha, tío, si Jiri te quisiera muerto, no enviaría a una persona a hacerlo, ¿entiendes? Tú ya lo sabes.

El hombre se quedó quieto y mudo durante unos segundos, y después asintió con la cabeza.

—Sí. Sí, tía, tienes razón. Me mandaría a una de sus mascotas, ¿eh? Pero tú… espera un segundo. ¿Cómo has dicho que te llamas? ¿Cynna? He oído hablar de ti. —Hamid miró a su alrededor, como si existiera la posibilidad de que hubiera alguien escondido en las sombras—. Tú eras su favorita, sí, hace tiempo. Te largaste.

—No era su favorita. Era su aprendiz. Pero me largué, sí.

El miedo empezó a desaparecer en el rostro del tipo y cedió su lugar a la agresividad.

—¿Qué quieres?

—Hablaremos en tu casa. No creo que te guste que nadie nos oiga hablar de esto, ¿eh?

Tuvo que persuadirlo, pero Cynna consiguió que Hamid subiera las escaleras hasta su apartamento. El piso era como Cynna se lo había imaginado: un colchón en el suelo, envoltorios y restos de comida tirados por todas partes y un par de sillas.

Hamid no la invitó a sentarse y a ella no le importó. Vete a saber qué sustancias habían dejado esas manchas en las sillas o qué clase de bichos vivirían en esos cojines asquerosos. El tipo estaba muy nervioso y Cynna pensó que probablemente estuviera dándole el bajón.

Sin embargo, la droga de Hamid era el tabaco. El piso apestaba a cigarrillos y se encendió uno nada más entrar en su casa.

—No sé nada —dijo mientras absorbía cierto valor junto con la nicotina.

—Hace un minuto me has dicho que no habías contado nada. ¿Qué es lo que ibas a contar si no sabes nada?

—Es que estoy paranoico. —Dejó escapar el humo con rapidez para poder dar otra calada inmediatamente—. Te veo a ti, pienso que Jiri cree que sé algo, pero no es cierto.

Cynna se le quedó mirando. Quizá se drogara, quizá no estuviera muy limpio, pero Hamid se cuidaba, de eso no cabía duda: tenía los hombros y el torso de alguien que se machaca en el gimnasio. Hamid tenía un cuerpo duro, pensó Cynna, y una cara que podía haber sido hermosa antes de consumirse de aquella forma. Era el tipo de Jiri y no precisamente para trabajar con hechizos.

Lily no había obtenido mucha información de su contacto, tan solo el nombre de aquel tipo, que había estado muy unido a Jiri. También le había dicho que a Jiri no le había sentado muy bien cuando él había decidido abandonar el movimiento. Cynna hizo una deducción y se arriesgó con ella.

—Según me han dicho sabes cosas, Hamid. Muchas cosas. Eras su favorito, ¿me equivoco?

—Durante una temporada. —Franklin expulsó el humo como si no pudiera esperar a dar la siguiente calada—. Ya conoces a Jiri. Le gusta la variedad.

—Sin embargo, estuviste cerca de ella un par de años. Justo hasta el momento en el que desapareció. Nadie la ha visto desde entonces.

—¿Quién te lo ha dicho? ¿Quién te ha dicho eso?

—Mira, esto funciona así: yo pregunto, tú contestas. ¿Te enfadaste mucho cuando te echó de tu cama por otro?

—Mmmm. ¿Es que se te ha olvidado cómo son las cosas con ella? No le importa tener a más de uno en la cama si está de humor.

—Pero ella te echó. No te fuiste porque estuvieras preparado. ¿Cuál era el problema? ¿Te exprimió tanto y te dejó tan seco que ya no le servías para nada?

—Puta —dijo Hamid sin rencor alguno.

Cynna necesitaba que aquel tipo se enfadara o se asustara o las dos cosas. Todavía no había dado con el botón correcto.

—¿Quién ocupó tu lugar?

Un tic, no muy llamativo, pero Cynna lo vio, justo debajo del ojo. Como un tic nervioso.

—¿Y yo qué sé? Ya me había largado.

Cynna lo presionó, pero Hamid sabía que no debía soltar ni una palabra. Así que decidió cambiar de táctica y empezó a pasearse desinteresada por la sucia habitación.

—Supongo que no echarás de menos aquello. ¿Has pensado en adonde quieres ir?

Hamid frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir, tía? No me voy ninguna parte.

—¿No? —Cynna se detuvo y se volvió hacia él con una expresión de sorpresa en el rostro—. Y yo que pensaba que eras un superviviente. ¿Te vas a quedar aquí a esperar a que ella envíe a una de sus mascotas?

—Jiri no va a hacer eso. No te he contado nada… porque no tengo nada que contar.

—Me pregunto si ella pensará lo mismo. Quiero decir que Jiri se enterará de que he venido a verte. Mi cara es difícil de olvidar. La gente me ha visto venir aquí y…

—No te he contado nada —insistió Hamid.

—Sí, y los dos sabemos que a Jiri le gusta conceder el beneficio de la duda, ¿verdad? —Cynna se acercó a Hamid y lo miró a los ojos. Eran casi de la misma altura—. Mira, el error que estás cometiendo, Hamid, es que es estás tan concentrado en Jiri y en lo que ella puede hacerte, que no ves lo que tienes delante de tus narices.

—¿Como qué? —Los labios de Hamid se curvaron—. ¿Tú? Tú te largaste. Las cosas se pusieron difíciles, te acojonaste y te largaste.

Cynna movió una mano y un envoltorio de Burger King que yacía cerca sus pies empezó a arder.

Observó complacida cómo Hamid emitía un gritito y agarraba una lata medio vacía de Coca-Cola para sofocar las llamas. Cynna había estado practicando ese truco. No podía convocar el fuego directamente como hacía Cullen; incluso unas pequeñas llamas exigían de ella tanta energía que no era práctico y tenía que utilizar un hechizo para conseguirlo. Pero el fuego impresionaba a la gente.

Hamid se volvió hacia ella.

—¡Tú estás loca, zorra! ¡Loca!

Estaba enfadado, pero había empezado a sudar. Cynna siguió paseándose y acercó su rostro al de él.

—Yo no era como tú, Hamid, no era su favorita. El sexo no es tan importante para ella. Pero el poder sí lo es, y compartió parte del suyo conmigo. Me enseñó cosas que no le enseña a nadie. Tienes razón al decir que yo no doy tanto miedo como ella… pero estoy aquí. Ella no. Y te aseguro que no quieres que me cabree.

—¡Joder! ¡Tu puta madre! ¡Ya sabes lo que me hará si te cuento lo que sea!

—No pierdes nada por hablar conmigo, porque Jiri va a dar por sentado que lo has hecho. Ella me conoce. Ella te conoce. Enseguida sabrá cuál de los dos se ha impuesto en esta situación.

Cuando Cynna salió de aquel apartamento asqueroso, Hamid estaba dando vueltas como loco recogiendo sus pocas pertenencias. Estaba tan asustado que iba a utilizar el dinero que Cynna le había dado para buscarse otro sitio en el que vivir en vez de metérselo por la nariz.

Cuando salió a la calle, Cynna inspiró profundamente. Oler el tubo de escape de los coches era estupendo después de haber estado en ese antro.

Mientras tomaba la calle por la que había llegado, Cynna se aseguró a sí misma que no había cruzado ninguna línea. Lo de quemar a la gente estaba muy mal, pero la intimidación estaba bien. Y había conseguido lo que había ido a buscar, ¿no?

Según Hamid, Tommy Córdoba había empezado en la cama de Jiri, pero había pasado a formar parte de un club más exclusivo. Ella lo había convertido en su aprendiz.

Después de todo, era posible que Jiri no tuviera nada que ver con los asesinatos. Si Córdoba había aprendido lo suficiente… aunque no era probable, se recordó. A Jiri no le gustaba mucho compartir. A Córdoba le habría resultado muy difícil aprender todo lo que tenía que saber para hacer múltiples vínculos con demonios. Era más probable que hubiera llegado un momento en el que Jiri había necesitado ayuda para lidiar con los demonios de más bajo nivel y por eso había elegido un nuevo aprendiz.

El paso de Cynna era más ligero ahora que se marchaba de su antiguo barrio.

El aire tenía esa textura pesada y húmeda que anunciaba la nieve y Cynna alargó las zancadas. Llegó al cruce Hampstead antes de que los primeros copos empezaran a caer. Estaba intentando parar un taxi cuando sintió una picazón en la mano. Sin detenerse a pensar sacó las manos de los bolsillos y se rascó el picor a través del guante…

¡Dios, eres idiota! Era la palma de la mano… donde estaba el hechizo de Jiri. Cynna intentó convocar un hechizo de protección, pero ya era demasiado tarde. Una bruma roja le cubrió los ojos.

Y de pronto, ya no estaba allí.

 

—Hay por lo menos mil personas aquí —susurró Lily.

—Algo así, sí. —Normalmente a Rule no le molestaban las multitudes, pero aquella situación no era muy agradable para un Nokolai. Especialmente para el heredero Nokolai. Y especialmente cuando, según Lily, Brady se había mostrado tan contento cuando Rule había ofrecido su deber de hijo a Roland Miller… y el primer deber que Miller le había requerido era que asistiera a las ceremonias que iban a tener lugar en memoria del hijo del Víctor y del suyo propio.

A la ceremonia de Paul había acudido mucha gente, pero no tanta como a la del hijo o de Víctor. Tras la ceremonia había tenido lugar una barbacoa a la que Rule, Lily, Benedict y Cullen no habían asistido, ya que se habían retirado a la parte de atrás de la casa. Al parecer, Víctor había almorzado en su habitación.

La ceremonia en memoria de Randall comenzó a la una. Para entonces, el claro de reuniones estaba atestado de lupus y Rule y los demás estaban codo con codo con los Leidolf. El olor de aquellos lupus hacía que Rule permaneciera muy quieto.

Lily susurró de nuevo.

—¿Es que los Leidolf no tienen más mujeres en el clan? Hay cinco lupi por cada mujer que veo.

—Las mujeres están cuidando de los niños —contestó Rule, secamente, en voz muy baja. Tradicionalmente a ceremonias como aquella acudían todos los miembros del clan, incluyendo mujeres y niños. Pero los Leidolf habían abandonado esa tradición a principios del siglo XVI para adoptar un comportamiento más humano. De hecho, todo lo que a Rule le disgustaba de los Leidolf había sido adoptado de la cultura mayoritaria que los rodeaba: la humana. Sin embargo, aunque las costumbres humanas habían cambiado mucho, los Leidolf seguían anclados en una sociedad en la que el hombre era el centro de todo.

Aquello podía cambiar pronto. Normalmente un clan adoptaba las características de su rho y Víctor había sido rho durante demasiado tiempo.

En alguna parte del extremo este del claro, alguien estaba contando una historia de la infancia de Randall. Era un alivio, porque eso significaba que la ceremonia estaba llegando a su fin. En las ceremonias lupus en memoria de difuntos se recorría la vida del fallecido hacia atrás: los primeros en hablar eran los que habían estado presentes en su muerte.

Pero no fue Rule el que tuvo que hablar de la muerte de Paul, fue Lily.

Aquello había sido un calculado desprecio hacia Rule, pero si eso era lo peor que iba a suceder aquel día, estaba dispuesto a pasar por ello. Y Lily había estado muy bien. Tras unos segundos de profundo horror porque no estaba acostumbrada a hablar delante de tanta gente, Lily había manejado la situación con su típico sentido común. Probablemente había ayudado bastante que la costumbre consintiera que cada uno hablara desde donde estuviera y no hubiera que salir a ningún escenario o plataforma. Rule le sugirió que se imaginara que estaba dando su informe a un capitán de policía prácticamente sordo.

Y quizá lo había hecho. Su discurso había sido quizá demasiado escueto según los estándares lupi, pero por eso había sido también un poco conmovedor. Lily había terminado diciendo:

—Actuó con gran valor. Lo honraré siempre.

Un trueno resonó en el este, lejos. Rule miró en aquella dirección y vio las nubes que se apilaban y se preparaban para la lluvia. Mientras observaba, un relámpago trazó una línea desde el cielo hasta el suelo.

Miró a Lily y casi sonrió. En San Diego la gente se emocionaba mucho cuando llovía. Dejaban de trabajar para mirar por la ventana, hablaban de sus céspedes y quizá incluso querían llevarse el mérito por el comportamiento de la naturaleza por la misteriosa alquimia que existía entre la lluvia y el lavado del coche. Pero Lily no había necesitado mucho tiempo para deshacerse de esa actitud. Ahora tanta lluvia le resultaba incluso ofensiva, igual que a su gato.

Detrás de él, Rule oyó la voz grave de Benedict, que subvocalizaba tan suavemente que el hombre Leidolf más cercano no habría podido oírlo.

—Brady viene hacia aquí. Se acerca por detrás.

Ya que Benedict había elegido permanecer con Rule espalda contra espalda, contrariando todas las normas aceptadas, Rule sabía que estaba seguro.

—¿Te ha visto? —preguntó Rule. —Sí.

—Entonces no creo que intente nada. Cullen…

—Ya lo he oído —dijo Cullen—. Y de verdad espero que intente algo.

—Estás loco. —Rule no dijo nada más, pero lo último que necesitaba ahora era que Cullen y Brady intentaran matarse allí mismo. De hecho, Rule habría preferido dejar a Cullen en su habitación, porque sabía que la multitud y tener que permanecer quieto tanto tiempo acabaría con la poca paciencia de su amigo. Pero Cullen había decidido protegerlo.

Como si un hombre, lupus o hechicero, pudiera detener a miles de lupi si estos decidieran que los Nokolai podían vivir sin su heredero.

Y esa idea era tremendamente paranoica, por no decir estúpida. La mayoría de los Leidolf eran honorables. El rho le había concedido el estatus de invitado y su juramento hacia el padre de Paul lo convertía en un Leidolf ad littera durante el tiempo que durara la ceremonia. Eso de ad littera era un formulismo legal, por supuesto, como cuando se le da el nombre de una persona a una empresa; pero Rule sería un invitado y un Leidolf ad littera durante la próxima hora más o menos, porque todo aquello acabaría pronto; y solo debía temer el ataque de tipos como Brady. De las balas perdidas, no del clan entero.

El portavoz terminó. Hubo un silencio y después resonó la voz de Víctor. Estaba en el centro del claro, por supuesto, rodeado de la rhej y de dos de sus consejeros.

—Estoy agradecido con todos los que habéis venido y habéis compartido la vida de mi hijo conmigo. Estoy agradecido con todos los que habéis compartido con todos los recuerdos que tenéis de él. Lo recordamos.

—Le recordamos —repitieron miles de voces.

—Cuando Randall murió no solo perdimos a un amigo, a un hijo, a un amante —continuó Víctor—. También perdimos a nuestro lu nuncio y a nuestro heredero. Deseo convocar el nombramiento.

Una voz femenina se alzó: la rhej.

—¿Cuándo deseas que tenga lugar el nombramiento?

—Ahora.

Rule pasó de estar aburrido y nervioso a dejar de respirar. Todos los que le rodeaban exclamaban, hablaban, reaccionaban.

—Rule. —Lily habló en voz baja, pero ya no susurraba—. ¿Qué pretende? ¿Qué quiere decir?

Rule solamente veía dos posibilidades. O bien Víctor tenía la esperanza de nombrar a Brady sin que hubiera tiempo de preparar un Desafío… o se estaba muriendo.

Y Rule no podía hablar en voz alta de ninguna de esas dos posibilidades.

—No lo sé. Será mejor que empecemos a caminar lentamente para salir de esta multitud… por si acaso. —Quizá fuera su ligera claustrofobia o una corazonada de verdad, pero de pronto sintió la imperiosa necesidad de estar en otro sitio. Cogió la mano de Lily, captó la mirada de Cullen y le indicó con la cabeza que lo siguiera hacia la carretera.

—Rule —dijo Benedict.

Rule se detuvo mientras intentaba pasar por entre los dos hombres más cercanos a él y miró a su hermano. Benedict señaló hacia un lado con la cabeza para indicar a Rule que mirara en aquella dirección.

Brady estaba a unos tres metros y tan solo un par de personas le separaban de ellos. Sonreía triunfal y en una mano sostenía un arma.

—No os vayáis todavía —dijo—. La fiesta acaba de empezar.

El Mundo de los Lupi 03 - Líneas de sangre
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