RESURRECCIÓN

DESDE NUEVA York primero y desde Boston después, Zenobia escribió extensas cartas a Juan Ramón. El 31 de diciembre fue operada en el Massachussets Memorial Hospital de Boston, de cuyo buen resultado fue informado el poeta por Inés Muñoz, que la acompañaba. Juan Ramón, profundamente afectado por la enfermedad y la ausencia de su esposa, había iniciado a finales de diciembre su último libro de poemas, “De ríos que se van”, que terminaría en 1954. Se lo anunció a ella misma por carta: Estoy desesperado pensando que no lleguen estas cartas que te he escrito con el corazón lleno y tanto esfuerzo de mis pobres dedos, a ratos y tembloroso, Zenobia de mi vida: ¿Cómo puedes tú ser/estrella de la tarde /y del amanecer? Ya ves que sólo escribo versos para ti ahora. Cada tarde y cada mañana lo he pensado antes. Pero hoy lo escribo. Vino sólo el cantar[437]. En otra carta le confiesa que el poema “Perdida en la noche oscura” (incluido en su libro “La estación total”) lo hizo en Madrid cuando ella se marchó de excursión a Baleares, y añade: Siempre que te vas pienso en el peligro inminente, Zenobia querida. No lo puedo evitar. La noche inmensa de la “perdida” en aquel poema es ahora el “todo negro” que cruza Zenobia con el trágico presentimiento de Juan Ramón. El poema lo tituló “Dijo él sólo en 19xx (como presentimiento de lo dichosamente incumplido)”:

 

¿Yo con mis alas grandes (¿grandes?)

guardándote, aguardándote, en el nido nuestro?

………………………………………

¿Este huevo vacío, esta blancura huera

de nuestro nido mío sólo y ya no nuestro?

Y ¿tú con tus alas eternamente tiernas

cruzando sola y blanca el todo negro sólo verdadero?

¡Quién te viera la luz que llevas en tu vuelo![438]

 

El 10 de enero de 1952 Zenobia fue trasladada a la casa de convalecientes del hospital, y desde allí continuó escribiendo largas cartas a Juan Ramón: Estoy en el sitio más lindo que puedas imaginar porque después de la nevada de ayer ha salido el sol y el mundo está limpio y reluciente. Lo que hace que Juan Ramón escriba el poema en prosa “Sobre una nieve”: Ni su esbeltez de peso exacto, tendida aquí, mi mundo, y cómo para siempre ya; ni su a veces verde mirar de fuentes ya con agua de sol solo; ni el descenso sutil de su mejilla a la callada claridad oscura de la boca; ni su hombro pulido, tan rozado ahora de camelias diferentes; ni su pelo de oro gris un tiempo, luego negro, ya absorbido en valor único; ni sus manos menudas que tanto trajinaron en todo lo del día y de la noche, y sobre todo en máquina y en lápiz y en pluma para mí; ni…, me dijeron, por suerte mía: “Mi encanto decisivo residía, ¡acuérdate tú bien, acuérdate tú bien!, en algo negativo que yo de mí tenía; como un aura de sombra que exhalara luces de un gris, sonidos de un silencio (y que ahora será de la armonía eterna), incógnita fatal de una belleza libertada; residente, sin duda y más visible quizás en los eclipses ”. Por mi suerte, quedó la eternidad para más tarde; y ella salió, como después me dijo, por la otra boca del pensado túnel y vio salir también el rojo sol sobre la nieve[439]. El 12 de enero Juan Ramón vuelve a escribir a Zenobia: Hoy he escrito un soneto que empieza así: “Descansaba en mi hombro, tu cabeza/funde palpitación, calor, aroma: /y a tus ojos de paz llenan, se asoma! el amor con su más noble franqueza”. Lo he terminado, pero dudo un poco de algunos versos, y espero dejarlo a mi gusto, por lo menos[440] Mientras tanto, a finales de 1951 había muerto, también en Boston, Pedro Salinas, lo que había pasado desapercibido a Juan Ramón.

El 1 de febrero de 1952 regresa Zenobia a continuar la vida en Puerto Rico. Superada la enfermedad, o sintiéndola alejada, goza con Juan Ramón la alegría de su resurrección. Talle escribe Zenobia a Juan Guerrero: Como J.R. había dejado de escribir me encontré a los amigos de aquí muy alborozados porque J.R. había escrito para “Los Juglares” unos versos de circunstancias ágiles y buenos[441]. Y en su diario anota el 26 de febrero: Estamos en una etapa completamente distinta de nuestra vida. J.R. y yo hemos pasado, cada uno, por una fuerte crisis. Él de locura, lo mío cáncer. Pero creo que el sufrimiento por lo de él fue infinitamente mayor:… El domingo estuvimos reunidos alrededor del piano con una docena de amigos de J.R. (a pesar de sus constantes protestas contra reunir más de dos o tres personas), estaba radiante y actuando de maestro de ceremonias para que no decayera la animación, estaba jubiloso[442].

Pero Zenobia no olvidaba la posibilidad de su muerte, y la acongojaba la idea de dejar a Juan Ramón en un lugar donde no pudiera ser bien atendido. Pensaba que en ningún sitio podía estar mejor que en España, al lado de sus familiares, pero él se oponía a ello. El 2 de marzo de 1952, aniversario de su boda, escribió en su diario: ¡Treinta y seis años! Ojalá fueran treinta y seis años, unidos, lo que nos espera. Anoche eran más de las doce cuando J.R. me dio las buenas noches. Y me dijo: “Ya es hoy el día 2” y me dormí con esa caricia fervorosa que me hizo. Dios mío, ¿por qué tenemos que separarnos nunca? ¿Y qué será lo mejor que podemos decidir para el porvenir cuando yo termine…? Tal vez lo mejor es vivir en marcha y no pensar en acomodarse en ningún lado esperando la muerte. Pero no debo olvidar la primera alerta y tener la congoja de pensar al irme que no he dejado a J.R. en el mejor lugar para que lo acompañen quienes más lo quieran. España no sólo me ahoga a mí sino a él también. Juntos, en cualquier parte[443]. Zenobia seguía dando clases —aunque la Universidad le había rebajado algunas horas sin disminuirle el sueldo—, atendía a Juan Ramón y a la casa, y cultivaba las relaciones sociales, con o sin Juan Ramón. Y el poeta parecía cada vez menos enfermo.

En abril de 1952 nombraron director del manicomio insular al doctor García Madrid, y con él se instalaron los Jiménez en el más amplio pabellón de la dirección del centro, permaneciendo allí hasta finales del año siguiente, en contra de la opinión de Zenobia, que pretendía liberar a Juan Ramón de la tutela de los médicos y vivir ella más libremente. En su interior, Zenobia se sentía desesperada: La vida es a veces exasperante —escribía en su diario—; sobre todo cuando se va envejeciendo. Precisamente cuando el tiempo resulta más valioso a causa de su brevedad uno se siente frustrado con la imposibilidad de acabar lo que más se quería hacer. Mientras, Juan Ramón se iba recuperando. Seguía escribiendo poesía, y desde mediados de agosto atendía normalmente su correspondencia, mostrándose muy interesado por todo lo relacionado con la creación poética. Luego, se propuso salir a diario con Zenobia, para fortalecerse: paseos frecuentes, visitas a la universidad, a las escuelas infantiles, a casa de amigos, etc. E inició una labor de recuperación de su obra, “reviviendo” todo lo escrito, completándolo, con la ayuda de Zenobia.

El 1 de octubre de 1952 Juan Ramón escribe una larguísima carta al crítico español José Luis Cano: Sí, yo le prometí a usted un libro para el “Adonais” y otro para “Insula”. El de “ínsula” lo estaba terminando cuando caí enfermo en el otoño de 1950; el de “Adonais ” estaba casi terminado y también el complemento de “Animal de fondo”. Esos libros son inéditos como libros y tienen muchos poemas que no he publicado tampoco en revistas, así es que no sé por qué me dice usted que no se atreve a pedirme un libro inédito… Mi deseo sería publicar un volumen de tres libros con los versos que he escrito desde 1936; hay unos doscientos cincuenta poemas. Veremos si puedo ocuparme de esto ya que todavía no he podido volver a mi trabajo normal… Mi enfermedad ha sido una descompensación del bloqueo cardiaco que padezco desde niño y que tantas malas temporadas me ha hecho pasar en mi vida. Los hospitales norteamericanos, que son, en sí mismos, bastante para descompensar a cualquiera, me debilitaron mucho con sus tratamientos improvisados; entre ellos y la alimentación impropia, ya que la vida es colectiva, perdí mucha fuerza… Aquí nos vinimos y estamos conviviendo, en república casera con el doctor García Madrid, médico español que no tiene familia y que es Director del Instituto Insular de Psiquiatría. Aunque soy un enfermo cardiaco y por lo tanto el calor es agotante para mí, estoy mejor, pero no como antes de caer enfermo, ni mucho menos[444].

En noviembre Juan Ramón visitó la Escuela Modelo de la Universidad, y el rector, Jaime Benítez, le persuadió para que pronunciara una conferencia, que preparó, redactó y leyó el 3 de diciembre con el título de “Poesía abierta y cerrada”. Continuó poniéndose al día de su correspondencia atrasada. Y así le escribió a Gerardo Diego, agradeciéndole “sus hermosas adhesiones en los saludos de esa Radio Nacional por mis sucesivos cumpleaños, mis nochebuenas”. A Germán Bleiberg, agradeciéndole todo lo que había escrito sobre él y por sus muchas cartas de aliento. A Francisco Aguilera: La última vez que le vi a usted fue en aquel horrible hospital de la Universidad de Washington donde estaban tratándome una descompensación cardiaca real por un imajinado trastorno nervioso. Mi escitación nerviosa dependía de la equivocada medicación que me prodigaban sin escucharme, según la costumbre de los Estados Unidos. Yo sabía que esa medicación era contraproducente y llegué a insultar a médicos y enfermeras ignorantes… Desde hace meses he mejorado tanto que puedo trabajar todo el día y parte de la noche con la misma fe y el mismo entusiasmo que en mis mejores tiempos. Llevo adelante el primer volumen grande de mi obra completa, mi colaboración interrumpida en revistas y periódicos. Mi trabajo universitario y algunas cosas más. Para enero comenzaré un seminario de seis meses sobre el modernismo en la poesía española e hispanoamericana. A Ramón de Garciasol, por haber abogado tres años antes, en la revista “Ínsula”, para que le concediesen el Premio Nobel. A Dámaso Alonso, por lo bien que le había tratado en su libro sobre poesía española contemporánea. A su amigo mexicano, Alfonso Reyes, etc.[445]

Juan Ramón está en plan de dinamismo extraordinario, con gran vigor intelectual, capaz de trabajar todo el día y recuperar todo lo atrasado. Envía diversos trabajos a revistas de España, Puerto Rico, Argentina, Cuba, Méjico, etc.; prepara un seminario universitario y el tercer tomo grande de su obra completa, que ahora titula “Destino” y cuyo “prologuillo autobiográfico” tiene redactado: Para ordenar el mundo, vida y muerte, yo lo hice así desde niño, hay que empezar por un rinconcillo cualquiera, el más cercano: romper un papel, desprenderse de algo, escribir un telegrama, una esquela, una carta quizás, un poema, etc… Cojeré cada día del montón terrible de mis papeles, uno cercano, lo separaré, lo ordenaré y lo publicaré en sucesión lójica, haré un verdadero inventario de mi vida y de mi muerte… Lo único que yo sé es que he empezado muchas veces las cosas y no las he podido terminar, porque al rehacerme, después de una mala fase, ya tenía en la cabeza otras cosas. Por eso titulo estos libros “Destino ”[446]. Por primera vez en mucho tiempo, parece sosegado y puede pensar con serenidad en el futuro, mirar cara a cara a la muerte. En una hoja de papel escribe y dibuja la inscripción para su propia sepultura. Quiere ser enterrado en Puerto Rico, a ser posible en la parte extrema de la isla, en el punto más cercano a España. La muerte se le presenta ahora como la entrada a una paz duradera, a la armonía eterna, una idea de su platonismo manifiesto en casi toda su obra.