A LA INTEMPERIE

MIENTRAS tanto, Juan Ramón ha finalizado su sexto libro de poemas, “Pastorales”, que no publicará hasta 1911. El tono del libro es bucólico, acorde con el paisaje que ha impregnado al poeta en la siena de Guadarrama y con su reciente estancia en Moguer, fundiendo lo natural con lo intelectual, tal como predica la Institución Libre de Enseñanza. Está dedicado a Gregorio Martínez Sierra: El campo tiene una melancolía serena, como de mirada, como de reproche, en el verdor tierno y triste de sus valles y en los remansos dormidos de los ríos. Hay en la Naturaleza un secreto de la melodía, un suave secreto de llanto, que se nos aparece de vez en cuando, súbitamente, si volvemos a la tarde por los senderos floridos, detrás de los rebaños, frente a la claridad de oro de la luna nueva128. Y se divide en tres partes, con un apéndice de nueve poemas que en 1905 son incluidos en la obra “Teatro de ensueño” de los Martínez Sierra. La primera parte, titulada “Tristeza en el campo”, va precedida de una partitura de Schumann. Los versos que la componen son nostálgicos y tristes: los campos muertos de pena a la caída de la tarde; los árboles de las aldeas dormidas bajo el cielo; las campanas bajo la luna de enero; las carretas cargadas de troncos muertos, que lloran camino del pueblo; los pájaros que no cantan porque tienen miedo al ocaso; la música que tocan en la velada del pueblo y llega hasta el cementerio; la novia de mejillas blancas y de pobres ojos negros; las novias que se despiden llorando, y en silencio, de los muchachos que se van del pueblo; el hombre que se aleja, mirando atrás, con un mirar amenazante; la alegría del río cuando la noche se va; las praderas que huelen a madreselva; el invierno que amanece triste; etc. Todo parece escrito bajo la inspiración del campo castellano, de un paisaje humanizado, sentimentalizado incluso, y mínimamente dramatizado por la presencia de la música, el silencio y vagas figuras femeninas.

 

La segunda parte del libro, titulada “El valle”, va precedida de la sinfonía Pastoral de Beethoven y está dedicada a Estrellita, “que murió en mayo”. La Estrella de sus poemas es una niña andaluza, que se integra muy naturalmente en el espacio moguereño: ¡Ay! Si viniese Estrellita/ por su caminito blanco… ¡Yo voy al campo, Estrellita, / por claveles para ti, etc. Da la impresión de que el autor no puede hablar de la naturaleza sin asociarla a las mujeres que le hacen vibrar y a la música que le hace llorar. Sin la mujer, la soledad le alarma y no puede conjurar sus miedos. La mujer puede ser Estrellita, María del Rocío o la madre que duerme a un niño en sus brazos hablándole de la Virgen y el Niño. Pero siempre le es precisa: Mujer, perfúmame el campo; / da a mi malestar tu aroma.

La tercera parte, titulada “La estrella del pastor”, va precedida de una partitura de Schumann y está dedicada a María del Rocío. Es la mujer que más aparece en estos poemas, pero no es la única que endulza el paisaje:

 

María, ¿verdad que es triste

no tener por la campiña

un corazón tibio y bueno

que nos haga compañía?

 

Yo pensaba que, ayer tarde,

me iba a encontrar a Estrellita

bajando con un rebaño

de alguna verde colina…

 

María, ¿verdad que es triste

no tener quien nos sonría

cuando se abre una rosa

en la paz de nuestra vida?

 

Yo pensaba, esta mañana,

encontrarme a Florecita

buscando rosas del campo

por una senda florida…

 

María, ¿verdad que es triste

ver la estrella, oír la esquila,

volver solo, volver siempre

solo, a la tarde caída?

 

Yo pensaba que, a la vuelta

del sendero de la ermita,

me iba a encontrar una tarde

rosa a la Virgen María…

 

María, ¿verdad que es triste

oír la alondra matutina

sin que una boca de flor

nos bese los “buenos días”?

 

Yo pensaba que en la aldea

vivía siempre Francina,

la bella de los rizos de oro

y carne de margarita…

 

La Virgen… ya no me quiere,

¿en dónde estará Francina?

Estrellita no ha venido,

no ha venido Florecita

 

Y tú sueñas con un novio

que labre bien tu campiña,

y yo no la sé labrar…

Qué pena…, ¿verdad, María?

(Pastorales, 3, XIII)

 

 

 

Pero la más blanca de las mujeres sigue siendo Blanca, cuyo doble fue la primera novia del poeta: ¡Blanca, Blanca! Tú me abriste / la flor de tu juventud, / bien sé que por mí tu habrías / clavado a Cristo en la cruz (Pastorales, 3, XVI).

 

Cuando el doctor Simarro acaba la construcción de su nueva vivienda, los familiares de su difunta esposa se fueron a vivir con él, porque su estado de salud reclamaba sus solícitos cuidados. De modo que Juan Ramón se quedó desplazado, a la intemperie, debiendo acomodarse provisionalmente en casa de los Martínez Sierra. Y eso, junto con las noticias que recibía de Moguer sobre la eminente ruina económica de la familia, acentuó la precariedad de su estado de ánimo. Cansinos-Assens contó lo que, por entonces, se decía de Juan Ramón en los corrillos literarios: Juan Ramón, cuya familia ha venido muy a menos…, había caído últimamente en una bohemia espantosa. Gregorio, que es buen amigo de sus amigos, lo hospedó en su casa y una temporada se portó con él como un hermano, a mesa y mantel… Pero, por lo visto, no le bastaba con eso y ese delicado poeta cometía actos de verdadera hamponería… Le sacaba Gregorio libros de la editorial, con el filantrópico pretexto de regalarlos para bibliotecas públicas, y los vendía a un librero de viejo[123]. Y el propio Juan Ramón dijo: La preocupación de la muerte me lleva de las casas de socorro a los médicos, de las clínicas al laboratorio. Frío, cansancio, inclinación al suicidio[124].

A esa época corresponden diversos textos en prosa, de inmenso pesimismo y centrados en su preocupación por la muerte, que ahora cree inmediata, tales como el siguiente: Como la muerte va siempre dentro de nosotros, no hay más que volver los ojos hacia dentro para ver su cuerpo de reina trájica: no hay más que detener el paso un momento en el camino de la vida para escuchar el ir y venir de sus cadenas. Ella está en las olas rojas de nuestra sangre, esperando el momento en que un dique se abra, intentando romper todas las puertas. Está en el centro del mismo corazón, con la garra de hueso abierta, amenazando apartar y descomponer a cada instante la máquina divina de la vida. Por eso el que la siente da un grito a cada dolor del cuerpo, que es un desgarramiento que ella hace… ¿Y para qué llamar a nadie, ni para qué creer en nadie, si la caída nada ni nadie podrá evitarla? Sólo hay que pedirle al sol que no luzca, porque es demasiado alegre… Al que llegó a estas riberas que lo dejen solo… Ni padre, ni madre, ni hermanos, ni hermanas, ni amigos, ni amigas… Que lo dejen solo. Porque, además, siente vergüenza y siente ira. ¡Por Dios, no acariciarlo! ¡No tenerle compasión! ¡Dejarlo solo![125] Por este tiempo, los Martínez Sierra se marchan al extranjero, y él no tiene otra opción que la de retornar a Moguer.