LA GENERACIÓN DEL 27

EN enero de 1926 Juan Ramón, Zenobia y su madre se cambian a un nuevo piso en la calle Velázquez, 96, una casa moderna, espaciosa y con magníficas vistas al Guadarrama. Ahora disponen de más dinero, porque Zenobia ha heredado de una tía americana y se ha lanzado a los negocios de exportación de productos de artesanía, proyectando instalar una tienda de arte popular en Madrid. Zenobia se muestra satisfecha, pero Juan Ramón pasa todo el mes de enero enfermo, sin apenas poder trabajar, echándose y levantándose constantemente. Lo que no le impide escribir una carta a Valle Inclán, criticándole duramente su última novela, “Tirano banderas”, demasiado mosaico, demasiado ladrillo, y atacar aún más agresivamente a Azorín “por la necedad de haber escrito una novela erótica, que no vale la pena” de discutirse ni aún de leerse. Y proyecta sacar otra revista “Ley”, con la colaboración de Dámaso Alonso, Benjamín Palencia, Aleixandre y Bores, figurando José Bergamín como el administrador y principal accionista. Sólo saldrá un solo número.

Mientras Juan Ramón y Zenobia viajan, en la primavera, por Andalucía, Pedro Salinas. Melchor Fernández Almagro, Gerardo Diego y Rafael Alberti, reunidos en un café, convocan una asamblea de escritores jóvenes para reivindicar definitivamente la figura de don Luis de Góngora, cuyo centenario se celebrará el próximo año. A esa asamblea acuden, además de los ya citados, Antonio Marichalar, Federico García Lorca, Moreno Villa, Bergamín, Hinojosa, Gustavo Durán y Dámaso Alonso, que deciden publicar toda la obra de Góngora, así como todos los escritos que en su homenaje se hicieran, a ser posible, en la “Revista de Occidente”. En sucesivas reuniones se planifican todos los actos del centenario (auto de fe y desagravio a Góngora, conciertos, exposiciones de grabados y dibujos, conferencias, lecturas, etc.), pero llegado el verano, el grupo se deshace, quedando en reunirse en el otoño próximo. Juan Ramón ha sido llamado, pero voluntariamente ha querido y quiere mantenerse al margen de todo.

En ese verano Juan Ramón y Zenobia se ocupan sobre todo de atender a José Camprubí, el hermano mayor de Zenobia, que ha venido desde Estados Unidos, para ver a la madre. El 24 de agosto los tres inician un viaje por el Norte de España, recorriendo en coche Soria, La Rioja — donde Juan Ramón busca sus orígenes paternos—, Viana (Navarra), Pamplona, San Sebastián, Bilbao, Santander, Luarca, Santiago de Compostela y Vigo, donde José Camprubí embarcará. En el viaje de vuelta, Juan Ramón y Zenobia se detienen en León, donde cogen mucho frío y caen enfermos. Según testimonio del propio Juan Ramón, desde entonces estará más o menos enfermo siempre, no llegando a recuperarse del todo nunca. No obstante, en los últimos meses de 1926 prepara la edición de la revista “Ley”, que aparecerá a primeros del año siguiente. En el primer y único número de “Ley” Juan Ramón, a los cuarenta y cinco años de edad y tras más de treinta años haciendo poesía, dice estar “cansado de su nombre” (sólo firma con sus iniciales), y protesta contra el “absurdo centralismo intelectual y triste” de Madrid: Obligado a desertar de Andalucía, por eso, y nostáljico habitante simultáneo de mi tierna España, detesto cada día más nuestra ridícula necesidad madrileña. En mi movimiento interno, toda idea de capitalidad la relaciono siempre con una Sevilla posible o con una jeneralidad imposible. Como contenido, la revista trae poemas de Manuel Altolaguirre y Rafael Alberti; prosa poética de Joaquín Ramírez Cabañas y Carmen Conde, y prosa de Bergamín. Incluye seis suplementos, con dibujos y reproducciones de W. Yahl, Salvador Dalí, Solita Salinas —la hija de Pedro Salinas—, Benjamín Palencia, un retrato de Pedro Salinas dedicado a Juan Ramón, y finalmente, un poema de Jorge Guillén.

Por otra parte, Juan Ramón se desmarca claramente de los eventos que se preparan para el Centenario de Góngora, con una “esquela en contra”, dirigida a Alberti y firmada por las iniciales K.Q.X.: Bergamín me habló ayer de lo de Góngora. El carácter y la extensión que Gerardo Diego pretende dar a este asunto en la “Revista de Occidente”, me quita las ganas de entrar en él. Góngora pide director más apretado y severo, sin claudicaciones gratuitas ni ideas fijas provincianas… Usted y Bergamín me entienden sin duda. Sin embargo, nadie conoció esta esquela hasta que salió publicada en el número uno de los nuevos cuadernos de Juan Ramón, “Obra en marcha”, en noviembre de 1927. Juan Ramón, aburrido en este tiempo de vivir solo en su azotea barajando y desbarajando su obra, sin apenas contacto con la calle y recibiendo sólo sus rumores a través de las idas y venidas de unos pocos, comenzaba a cansarse de todo y de todos, incluido su propio nombre.

A mediados de mayo de 1927 se aceleraban los preparativos para el homenaje a Góngora. Ya se sabía el nombre de los invitados a colaborar en el número extraordinario que la revista “Litoral”, fundada el año anterior en Málaga, iba a publicar para conmemorar tal evento: Aleixandre, Altolaguirre, Adriano del Valle, Cernuda, Pedro Garfias, Romero Morube, Moreno Villa, Juan Larrea, Hinojosa, Emilio Prados, Quiroga Pla, Rafael Alberti, Gerardo Diego, Pedro Salinas, etc. Tres grandes poetas se habían negado a participar: Juan Ramón Jiménez, Unamuno y Antonio Machado; y otros no se habían dignado contestar siquiera a la invitación: Manuel Machado, Basterra, Pérez de Ayala, Ortega, Vela y Eugenio d'Ors. En cambio habían contribuido con trabajos plásticos Picasso, Juan Gris, Togores, Dalí, Palencia, Cossío, Ángeles Ortiz, Gregorio Prieto, etc., y Falla y Óscar Esplá con sendas partituras… El día 23 de mayo se celebró un “auto de fe” en un solar de Madrid, en que se condenaron a la hoguera obras de los más conspicuos enemigos de Góngora, antiguos y contemporáneos: Lope de Vega, Quevedo, Menéndez y Pelayo, Luzán, Moratín, Campoamor, Galdós, Rodríguez Marín, Eugenio d'Ors, Pérez de Ayala, Valle Inclán, Ortega y Gasset, etc.[243] Tras la quema simbólica, se leyeron adhesiones y “hubo juegos de agua contra las paredes de la Real Academia, e indelebles guirnaldas de ácido úrico la decoraron de amarillo”[244]. Todo aquello, que simbolizaba el inicio de la llamada “Generación del 27”, suponía la ruptura con todo lo anterior: No queríamos santones — escribió más tarde Alberti—. Y, aunque Juan Ramón Jiménez, con su barba, en cierto modo lo era, la admiración por él nunca llegó a la idolatría… No nos sometíamos a nada, ni al propio Góngora, una vez ganada la batalla[245].

Rafael Alberti se había hecho amigo del torero-mecenas, Ignacio Sánchez-Mejías, que incluso quiso hacerlo de su cuadrilla: Los rumores de mis andanzas taurinas fueron llevados a la azotea de Juan Ramón, que ya, desde Góngora, comenzaba a afilar su navaja, lanzando aquí y allá sus primeras puntadas. Alguien me trajo el cuento: “me he enterado —había dicho— que Alberti anda con gitanos, banderilleros y otras gentes de mal vivir[246]. También consideraba perdido a Federico García Lorca por escribir para el teatro. Acababa de estrenar “Mariana Pineda”, con gran éxito de crítica y público, y Juan Ramón lo lamentaba en la azotea: ¡Lorca! ¡Pobre Lorca! ¡Está perdido! No le gustaba nada que los jóvenes poetas nacidos a su clara sombra hicieran teatro. Aquel 1927, el Andaluz Universal, K.Q.X. o el cansado de su nombre, comenzó a dar señales evidentes de que estaba cansándose de algunos de nosotros, diría después Alberti. Y comenzaron las peleas, a veces por nimiedades.

Juan Ramón estaba seriamente disgustado por la evolución efectuada por algunos jóvenes poetas, especialmente Alberti y García Lorca, con los que antes se había identificado: La poesía española… raras veces ha alcanzado las sétimas órbitas de la gran poesía… En los últimos tiempos —Góngora sólo pudo sublimar la forma—, algún orgulloso poeta descontento había tenido la fortuna de ascenderla totalmente, con ansia y fervor al suelo universal de la estabilidad y el ejemplo. Otros tres, cuatro, cinco, cojieron después, con más o menos decisión, el camino firme. Ahora, de pronto, desgraciadamente, y como si esto no hubiera sido nada, parte de una juventud asobrinadita casi toda ella, y desganada, tonta, pobre de espíritu, vana, inculta, en jeneral pretende limitarla, en nombre de lo populista o lo injenioso, a la arenilla fácil, al azulillo bajo del aro y el globo infantil… Pero cuidadito, injeniosillos, popularistas, que esas lijeras gracias aisladas y a todo tiempo, cansan y terminan, como las gracias repetidas de los niños. Recuerdo a ciertos jóvenes actuales que puedan y quieran todavía entenderme —a riesgo de su enemistad y con la evidente ilusión de que no queden adormilados para siempre contra el olé y el ay del arbolé, contra al acróstico y la charada…—, la hermosa galería secreta de la frente reflexiva[247]. Cuando en noviembre de 1927 Juan Ramón sacó en uno de sus cuadernos “Obra en marcha” la “esquela en contra” ya citada, Gerardo Diego se sintió muy aludido y le replicó en la revista “Lola”, llamándole Kuan Qamon Ximénez y proponiendo quemar un ejemplar del cuaderno juanramoniano.

Entre tanto, el torero Sánchez-Mejías había intimado con varios de los jóvenes poetas, a los que pretendía apoyar cuanto podía. Con quien Ignacio se encontraba realmente bien era con nosotros —escribió más tarde José Bergamín— tanto que un día nos metió a todos en un tren y nos llevó a Sevilla. Al Ateneo. Había arreglado con su presidente, don Eusebio Blasco Guzmán, una serie de lecturas y conferencias a cargo de los siete literatos madrileños de vanguardia[248]. Tales fueron el propio Bergamín, Alberti, Chabás, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Jorge Guillén y García Lorca. Aquellas veladas nocturnas en el Ateneo sevillano tuvieron un éxito inusitado, y fueron seguidas de una gran fiesta flamenca en la residencia de Ignacio Sánchez-Mejías, acabando la fiesta en la venta de Antequera con la jocosa coronación de Dámaso Alonso. A la vuelta a Madrid, en diciembre de 1927, Bergamín, a quien se consideraba como una especie de secretario de Juan Ramón, rompió definitivamente con él. La ruptura la contó el propio Bergamín así: Yo rompí con él por un acto que promovió en Sevilla SánchezMejías. Juan Ramón atacó duramente a Lorca, Alberti, Guillén y Salinas; yo le dije que cambiara de conversación, pues eran mis amigos, pero él insistió, añadiendo a Prados, Altolaguirre y Cernuda, calificándolos de mariconcillos de playa. Le dije que no podía escuchar una cosa así, ya que en Andalucía era una injuria muy despectiva, a lo que me respondió: “Y además se lo diré a ellos”. Zenobia intervino, intentando apaciguar los ánimos, pero Juan Ramón replicó: “Cerraré mi puerta y ya no tendremos nada que ver”, a lo que respondí: “Voy a sentirlo mucho porque ya no podré oír todo lo malo que diga usted de mí”. Todo el mundo me felicitó por mi rompimiento[249].

Años después, Juan Ramón contó el incidente a su manera: Posteriormente, al ocurrir hechos como el viaje a Sevilla, en diciembre de 1927, de un grupo de jóvenes, bajo los auspicios de Sánchez-Mejías que yo censuré vivamente al propio Bergamín, que era quien lo había organizado de acuerdo con Alberti, tuvimos una conversación, la última en mi casa, en la cual Bergamín llegó a decirme que Sánchez-Mejías le interesaba mucho más que Ortega o yo, porque tenía mucho más que aprender de él que de nosotros y entonces, como nuestra amistad no procedía de razones familiares, ni venía de la infancia, sino que había nacido de una afinidad en cuestiones de estética que ya no existía, formé el propósito definido de no mantener amistad con Bergamín, no recibiéndole en lo sucesivo[250]. Luego, Bergamín le pidió insistentemente varios escritos suyos que Juan Ramón conservaba, y se los fue devolviendo todos, a excepción de uno que Bergamín había escrito para la revista belga “Le Mounton Blanc”, elogiando excesivamente al poeta. Tiempo después, el poeta malagueño Manolo Altolaguirre visitó a Juan Ramón y, medio en broma, le pidió que devolviese el citado artículo a Bergamín, y J.R. sonriendo le dijo que lo guardaba para cualquier día darle un susto, publicándolo. Altolaguirre se lo contó a Bergamín, que escribió una violenta carta a Juan Ramón. Éste habló por teléfono con Rodrigáñez, amigo de ambos, para que mediase y pudiese aclararse la cuestión. Alguna frase que Juan Ramón dijo a Rodrigáñez en relación con la conducta literaria de Bergamín, fue mal interpretada por éste, que pidió explicaciones por escrito a Juan Ramón. Y éste le respondió: Soy apasionado y a veces brusco. Pero usted sabe también que mi pensamiento me hace volver al sitio noble. El daño práctico que usted ha podido hacerme —injustamente—, hecho está… Reconozco que fui injusto con usted la tarde de 1927 en que nos vimos por última vez. Estuve injusto por esceso de afecto. Después creo no haber sido injusto en ningún caso; tal vez escesivo o esaltado, pero no injusto… Nada más, Bergamín. Quiero tener bien limpia mi conciencia, con usted… Prefiero no tener respuesta suya. Me quedo contento con escribirle yo[251].