HACIA EL HOSPITAL

CUANDO, por fin, retoman a Miami el 24 de octubre de 1939, se encuentran con que no tienen casa, debiendo alojarse provisionalmente en un pequeño apartamento de Coral Gables, el barrio de la Universidad. Zenobia pasa días buscando casa, y la encuentra en el piso alto del 140 de la calle Alhambra Circle de Coral Gables, donde se instalan el 7 de noviembre. Tres días después. J.R. está completamente exultante y lleno de inspiración Se levanta a las cuatro o las cinco y comienza a escribir Las casas blancas, los tejados de tejas y los pinos le recuerdan Moguer y sus ansias fluyen en verso. Zenobia ha recibido una efusiva carta del cubano Chacón y Calvo, que va destinado a Madrid, prometiéndole rescatar los manuscritos originales de Juan Ramón. Más tranquilo, el poeta puede trabajar ininterrumpidamente, enviando poemas a las revistas “Taller” de México, “Sur”, y “Nosotros” de Buenos Aires, y “Repertorio Americano” de Costa Rica. Según escribe Zenobia en su diario, J.R. está en efervescencia con la creación, lo que a menudo es el resultado de estar rodeado de cosas nuevas sumamente compatibles con él. J.R. escribe cuando está sosegado y feliz. Las circunstancias poco favorables, lo desagradable, las malas épocas, la falta de comida, le secan la vena creadora. La muerte de Juanito (Jiménez Bayo) lo ha dejado absolutamente estéril por casi año y medio.

Las relaciones entre Zenobia y Juan Ramón se sosiegan: trabajan juntos, leen, pasean y escuchan los conciertos radiofónicos. Y mientras él escribe, ella tiene más tiempo para sus múltiples actividades y contactos sociales. Pero Juan Ramón no se olvida de sus libros madrileños, y en ese sentido escribe a Pedro Bilbao: Gracias por cuanto me ha enviado. Le ruego siga teniéndome al corriente de lo que se publique en nuestra querida España… Yo necesito aquí, para mi trabajo, nuestros manuscritos, la biblioteca y todos mis papeles, que hoy me parecen más nuestros… También le envío una carta para C.M.B. (Carlos Martínez Barbeito). No sé sus señas. Usted me dice en su última carta que F.R. (Félix Ros) ha publicado un libro en “Azor ”, que debe dirijir, como antes, Luis Santamarina, un amigo mío de siempre. Pues F.R. es compañero de C.M.B. Los dos fueron a Padilla, 38378. La carta que le envía a Carlos Martínez Barbeito no está exenta de ira contenida e ironía: Una carta de España me dice que, en la visita que usted y otros compañeros hicieron a nuestro piso de Padilla, 38, la intervención de C.M.B. fue favorable. Recuerdo otra visita que usted hizo a nuestra casa, estando yo en ella, con Manuel Altolaguirre. ¡Cuántos cambios desde entonces ¿verdad? y no por mi culpa!… Cuanto ustedes han traslado de mi piso, bien trasladado está. Al fin y al cabo, es natural que otros disfruten de ello cuando, además, yo no lo disfruto. Pero desearía, y lo espero de usted, amigo mío, una lista de lo que usted conserva. Se trata sólo de volver a reunir, como yo pueda, lo que había reunido (manuscritos, libros propios y ajenos) y que ahora más que antes necesito para mi trabajo… Nunca he ofendido a F.R. (Félix Ros) de nada. Le ruego le envíe una copia de esta carta. No guardo rencor a ninguno de los que fueron a mi casa[350].

Juan Ramón se hace algo más sociable, frecuentando al doctor Owre y a otros profesores universitarios. El 11 de diciembre va, con Zenobia, a su primer concierto: El teatro estaba repleto y brillante para un lugar como éste —escribe Zenobia—. Todo el profesorado iba de etiqueta; pero a J.R. ni siquiera se le ocurre tal cosa. Cuando lo vi a lo lejos caminando por los pasillos, parecía más viejo; me di cuenta que la guerra y el exilio, que han ampliado su horizonte, también lo han envejecido. Próximamente cumplirá los 58 años, y prepara unas conferencias para dar en la Universidad de Miami el próximo mes de enero. Trabaja diariamente en varios libros, según le escribe a Guillermo de Torre, vinculado a la Editorial Losada de Buenos Aires: Yo no quiero ni puedo volver a España ahora. Pero sí tengo un sueño diario, porque creo que los que “imperan” allí, no conseguirán llegar a esa profundidad eterna de tierra y jente que yo amo… En cuanto a esos amigos de otros días, a que usted se refiere, no siento rencor hacia ninguno de ellos, y es bastante… Si les puedo “servir” en algo, lo olvidaré todo[351]. Ciertamente, Juan Ramón se refiere a Guillén, Salinas, Diego, etc.

A comienzos de 1940, Juan Ramón se siente inspirado y entusiasmado por el mucho trabajo que le espera. Es como un regreso en la madurez a los días de juventud: El paisaje y la tranquilidad lo hacen regresar a Andalucía con gran anhelo y nostalgia —escribe Zenobia en su diario—. Sin embargo, España le sigue doliendo como una llaga: Yo, aunque he aprendido ahora a dominarme, no tengo más pasado, presente y futuro que España ¿Cómo podría ser de otro modo? España es día y noche mi sueño más vivo, que me hace gritar cuando estoy dormido, según me dice Zenobia. Y cuanto escribo está velado por el manto de mi nostaljia… Me duele tanto el instante, la eternidad, digo, que canto más que nunca para ahuyentar y espantar mi fantasma. Me ando en la llaga con ilusión. Esta llaga no se cerrará ya nunca, ni aun en España, si un día puedo besarla en presencia y figura, en la misma casa. Se dice que las llagas de los viejos tienen mala encarnadura; y yo acabo de cumplir cincuenta y ocho años y tres siglos[352].

Tras haber dictado tres conferencias en la Universidad de Miami, Juan Ramón prepara un seminario sobre la literatura española actual para el próximo mes de febrero. Está aparentemente tranquilo, al tiempo que mejora la situación económica del matrimonio, y Zenobia se compra un coche de segunda mano, en el que harán frecuentes excursiones por los alrededores… El 11 de febrero comienza su seminario, con una charla semanal, hasta un total de nueve: Me preguntaba cómo saldría —escribe Zenobia en su diario—, dado que era su primera clase, pero desde el momento que empezó fue un éxito. Su dominio de la situación fue total y dio la sensación de que, acerca de cualquier aspecto sobre el que le interrogaran, tenía un inmenso caudal de conocimientos. El poeta parece satisfecho, escribe, lee, escucha a Zenobia; oyen música juntos, pasean y hacen excursiones en coche: J.R. es como un niño en estos casos, mientras conduzco me acaricia la pierna más cercana a su mano izquierda para decirme qué maravillosos son para él estos paseos al atardecer, lo agradecido que me está y cuánto lo está disfrutando. Trato de llevarlo siempre por rutas diferentes y bonitas, y dice que cada día le gusta más Coral Gables[353]. Y está de un talante extraordinario para el trabajo de creación, que no para de dictar a Zenobia.

No dura mucho el bienestar. El 14 de febrero recibe una carta de Pedro Bilbao incluyendo otra de Martínez Barbeito y tres paquetes de libros y revistas españoles. Y se inquieta al constatar que muchos de sus papeles siguen en manos de desconocidos, y no se siente bien, quejándose de dolor en el pecho y en la nuca. Le perturba más otra carta de Juan Guerrero, fechada el 18 de febrero, contándole que Carlos Martínez le ha enviado una caja blanca repleta de papelitos de varias clases, la cartera de piel de Margarita, y los veinticinco volúmenes que conservaba en su poder: Seguiré viendo si es posible ir recobrando algunas otras cosas, de las que fueron “requisadas” por los rojos[354]. De nuevo, se le va agriando el carácter, rehuyendo los compromisos sociales a los que la convivencia con Zenobia le obligan en cierto modo. Y así, el 12 de marzo Zenobia anota en su diario una larga diatriba de Juan Ramón sobre el comer fuera, echarse a perder el estómago y envenenarse en una semana: Empezó a quejarse constantemente del ruido que se oía cada vez que yo trataba de volver la página del periódico, lo que hacía con el mayor cuidado. Luego, cuando estábamos escribiendo a máquina, una vecina vino un momento, para invitarnos a un concierto y J.R. estuvo a punto de ponerse furioso por la interrupción. Después de escribir a máquina, mencioné que quería oír a Kaltsborn y J.R. dijo: ¿Ahora? Esto fue el colmo; así es que me monté en el coche y me fui a un lugar tranquilo donde pudiera pensar en un plan para no pasarme toda la vida como si estuviera en la sala de espera de una estación: esperando a cocinar o escribir a máquina para J.R.

De nuevo, Juan Ramón se siente enfermo. Sigue latiendo el “asunto” de los papeles madrileños, tras recibir otra carta de Juan Guerrero: Yo no sé qué irían buscando Ros y compañía, pero parece —como si hubieran perseguido encontrar algo, de tal modo que estaba todo revuelto después de su visita[355] El 28 de marzo Juan Ramón y Zenobia salen en excursión automovilística hacia Orlando, donde él debe pronunciar una conferencia a dos mil maestros de español reunidos en un congreso, de la que no quedará satisfecho… Poco después acuerdan viajar a Nueva York, hacia donde salen bien temprano el 30 de abril, con estupenda disposición. Fue un viaje automovilístico gratificante, aunque discutían violentamente cada vez que Zenobia pretendía visitar a algún familiar o conocido… Nuestra llegada, cuando Jo estaba en su casa, fue emocionante. Teníamos tantas cosas que contarnos —escribe Zenobia—,…y me acosté radiante, sintiéndome acogida bajo el techo de Jo. No así J.R., que peroró largamente sobre la contaminación de Nueva York y lo difícil que le sería mantener un régimen durante nuestra estancia. No obstante, disfrutó mucho la noche del concierto de Toscanini, en que J.R. perdió la cabeza y gritaba ¡¡bravo!!, como si estuviera tratando de captar la atención del gran director: Nunca lo había visto —escribe Zenobia— en tal estado de agitación, lo que me hizo darme cuenta de lo aislado y reprimido que había estado en Coral Gables; y lo que la comunicación con el espíritu de otro artista significaba para él.

En Nueva York se compran un coche nuevo, cuyo modelo eligió Juan Ramón, que, después del concierto se mostraba intranquilo, receloso por todo, exageradamente susceptible. Cambió radicalmente cuando iniciaron el regreso a casa, a donde llegaron el 20 de mayo… Mientras tanto, en la revista “Nosotros” de Buenos Aires se había publicado la transcripción de una conferencia que Juan Ramón pronunciara en Cuba, “Crisis del espíritu en la poesía contemporánea española”, que causaría ampollas. Hacía Juan Ramón en aquella conferencia claras alusiones a los poetas nuevos, a los que Antonio Machado y él mismo habían abierto el camino: De ahí que la literatura poética de los escritores españoles, profesores siguientes a Moreno Villa, el diamantino Jorge Guillén, el plateado Pedro Salinas, y otros de su edad… sea una escritura unilateral, repetida, parecida siempre a un modelo, como lo es el encaje, hecho a máquina, precioso de antipática perfección, o los odiosos frisos escayolados de molde fijo. Los escritores de esta fase pierden en línea, en grupo, para su creación y crítica. No existen como individualidad entrañable[356]. El disgusto de algunos debió ser tremendo, a juzgar por la carta fechada el 20 de junio de 1940 que Jorge Guillén, por entonces profesor en Montreal, escribió a Pedro Salinas: Ya habrás leído en el número 47 − 48 de “Nosotros” de Buenos Aires, la conferencia de J.O.J. (en verdadero nombre: Juan Onan Jiménez, o dicho más completamente: Narciso Onan Jiménez). ¡Qué inmundicia! No he leído nunca nada más pérfido, envidioso, miserable… Yo tengo manía antipersecutoria. Pero esta vez reconozco que esa “conferencia” está escrita principalmente con el fin de atacarnos a ti y a mí… ¡Miserable! Hasta convierte en acusación que nosotros vivamos de nuestro trabajo como profesores en Mc Gill o en Wellesley College —mientras él vive de su ocio como marido de ZenobiaHouse—. Pero no quiero descender hasta su nivel[357].

Juan Ramón pasa el mes de junio trabajando, mientras Zenobia parece sumida en el pantano de una ociosidad activa, por falta de una ocupación habitual y por el calor. Se queja de que J.R. se excita sin causa aparente y que a veces se pone de un humor feroz. Se ha maliciado mucho cuando ha leído, en la “Revista de las Indias” de Bogotá, los primeros capítulos de la vida de Juan Ramón Jiménez escrita por Ramón Gómez de la Serna, replicándole por sus muchas inexactitudes. El 14 de julio le escribe a su amigo, el poeta cubano Eugenio Florit, que ahora vive en Nueva York: Nosotros pensamos estar en esa en los primeros días de agosto. Zenobia se irá con la familia y yo me quedaré en Nueva York… Chacón me escribió lamentando no haberle podido entregar a usted tres paquetes de manuscritos míos que tiene en su poder. ¡Yo sí que lo he sentido![358] Efectivamente, Juan Ramón y Zenobia salen en coche hacia Nueva York, desde donde ella parte de viaje a Nueva Inglaterra y Connecticut, para visitar a su amiga Inés Muñoz y a su prima Hannah Crooke. El 23 de agosto se reúne en Nueva York con Juan Ramón, que se aloja en la pensión de las Garmendia, haciendo una vida similar a la de anteriores estancias. Y el 10 de septiembre salen para Miami, llevando consigo un voluminoso paquete que han recogido en el consulado cubano: son los manuscritos originales que el poeta había dejado en Madrid.

Zenobia vuelve con el decidido propósito de estudiar, y de hecho, se ha matriculado en la Facultad de Artes de la Universidad de Miami, para comenzar en el mismo mes de octubre un programa completo de cuatro cursos. Al principio él estaba completamente en contra —escribe Zenobia el 21 de noviembre—, así es que tuvimos una de nuestras pocas confrontaciones. Luego, entendió que después de estos cuatro años de emigrantes, había llegado a la conclusión de que me tocaba a mí encontrar un modo de ganar dinero. De modo que Zenobia comenzó a ir a la universidad, y disfrutaba tanto de las clases que el camino le hubiera parecido de rosas si J.R. no hubiera estado casi todo el tiempo enfermo. Aunque faltaba mucho a clase, él tampoco tenía la atención que necesitaba de ella, ni siquiera en el aspecto alimenticio. Cuando vio lo mucho que ella disfrutaba con los estudios, él cambió y se interesó por lo que hacía. Pero eso no fue suficiente compensación, y en vez de mejorar, Juan Ramón empeoraba. Una noche en que se enteró de que su amigo Cipriano Rivas Cherif había sido sentenciado a muerte —no llegaría a ser ejecutado— en España, se puso malísimo, vomitando sin cesar, hasta el punto en que fue preciso llevarle en ambulancia al hospital de la Universidad. Aquella noche, la del 16 de octubre, se sintió morir:

 

Ese acaso que se apaga

¿que es lo que tiene detrás?

¿lo que yo perdí en el cielo,

lo que yo perdí en el mar,

lo que yo perdí en la tierra?[359]

 

En el hospital se sintió como muerto: Me morí. Me desnudaron de mi ropa de vivo, me lavaron, me untaron de ungüentos, me embalsamaron, me envolvieron en paños de muerto, me pintaron mi cara sobre la mía y me dejaron en la tumba, en mi casa de invitación a los dioses para mi eternidad… Luego me han llevado con esmero a no sé dónde, me han quitado esta cara pintada, me han quitado los paños que me envolvieron, me han lavado el bálsamo seco y duro, me han dejado desnudo otra vez. Luego me han sometido a una serie de manipulaciones delicadas, me han puesto a poner todo, lo más parecido a como estaba y me han puesto aquí, en esta vitrina donde estoy, espectáculo de todos en este museo del pasado. De modo que no cabe duda que esto era la resurrección[360] El 10 de noviembre el poeta volvió a casa, y con los cuidados de Zenobia, se fue recuperando paulatinamente, y once días después escribió su primera carta, al cubano Miguel A. Campa, agradeciéndole la recuperación de sus manuscritos.

Al volver del hospital, Juan Ramón estaba feliz como un niño. Había perdido mucho peso y todavía estaba débil, pero se sentía relajado y libre de la gran tensión nerviosa de las semanas anteriores a su ingreso. Y le inundó una fase febril de energía creadora, que le llevó a trabajar todo el día, escribiendo y dictando a su mujer.