PIEDRA Y CIELO

LOS conflictos internos de Juan Ramón no sólo se sublimaban poéticamente, sino que además se somatizaban neuróticamente. Y así cayó enfermo durante el verano de 1917, sufriendo de molestias cervicales y musculares que los médicos calificaron de gota. Era un verano que habían pasado en Madrid, porque Zenobia no quería separarse de su madre, que estaba enferma. También la madre de Juan Ramón, en Moguer, padecía de diversos achaques. Por eso, él no le dijo nada de su enfermedad, limitándose a enviarle el giro mensual que había sido acordado por la familia, y a interesarse por su sobrino Juanito Ramón, hijo de su hermano Eustaquio, que se había quedado sin madre y vivía con la abuela y con su padre. De cualquier modo, Juan Ramón seguía trabajando, dando forma literaria a las traducciones que Zenobia continuaba haciendo de Rabindranath Tagore, de quien en ese mismo año salieron cuatro obras publicadas. Con Zenobia se compenetraba bien, aunque sexualmente estaban, tal vez, bastante distanciados: De la cintura para abajo son la madrastra, la prostituta, la querida. La esposa es el difícil equilibrio, con su platillo de alegría y su platillo de tristeza[202].

No era voluntad de Juan Ramón el permanecer por completo aislado del medio exterior. Por este tiempo, concibió, junto con Ramón Pérez de Ayala y otros, el proyecto de hacer una revista, “Actualidad y Futuro”, que tendría por objeto hacer desde la literatura algo por la vida mejor de España. La revista no salió, entre otras razones, porque Ortega y Gasset rechazó la oferta de participación, dejando un tanto ofendido al propio Juan Ramón: Yo, a mi vez, no estoy de acuerdo con su carta, que en nada, como no sea a la inversa, tiene que ver con cuanto le digo de “Actualidad y Futuro”. ¿Cómo se le ocurre a usted, querido Ortega, la palabra “capillita”, ahora y conmigo? No, ni capilla, ni secreto, ni soledad. La revista irá al público en general, no se limitará a “intelectuales”, ¡qué palabrita! Será plaza. ¿Juvenil? ¡Eso sí, y siempre![203] Pensaba Juan Ramón cómo concentrar a dos docenas de personas “actuales y futuras”, para que escribieran en la revista que él seguía empeñado en sacar. La revista, finalmente, no salió, pero él no abandonó ni el título ni la idea general de la fallida publicación. Muy al contrario, agrupó bajo tal título una serie de textos en prosa escritos en sus tiempos de la Residencia, “La colina de los chopos”, y todo lo que fue escribiendo en años sucesivos relacionado con Madrid: “Madrid posible e imposible”, “Disciplina y oasis”, “El sanatorio del retraído” y “Un andaluz de fuego”. En sus planteamientos. “Actualidad y Futuro” figuraba al frente del segundo tomo de su obra en prosa, que se propondría hacer por los años veinte. El primer tomo respondería al título de “Elejías andaluzas”, que además de “Platero y yo”, incluiría otras series más breves como “Moguer”, “Josefito Figuraciones”, “Entes y sombras de mi infancia”, “Sevilla”, “Olvidos de Granada “, etc. El proyecto no llegó a materializarse en ediciones concretas, pero los textos demostraban que Juan Ramón no quería vivir en su torre de marfil, sino que le interesaba mucho el mundo que le rodeaba, y sobre todo, la gente que más sufría.

En abril de 1918 murió su entrañable amigo el neuropsiquiatra Nicolás Achúcarro. Así se lo contaba a su madre: Achúcarro, mi amigo, murió hace días, después de un año de terrible enfermedad. Es una pérdida inmensa, porque era uno de los primeros hombres de ciencia de España. No tenía más que treinta y siete años. Yo, estos días, estoy visitando todos sus amigos y compañeros, que significan algo, para hacer luego un libro… Yo le quería mucho, y es un trabajo gustoso, que me creo en el deber de hacer por tan gran amigo… Con este motivo, ayer salí por la mañana y no volví hasta las nueve de la noche. Visité a Simarro, Madinaveitia, Sandoval, Marañón, Ortega y Gasset, Menéndez Pidal y Cossío. El lunes veré a otros cuantos hasta completar la lista… La dejo a usted, porque quiero aprovechar la tarde, mientras espero unas visitas, que han de venir luego[204]. El libro no llegó a hacerse, pero Juan Ramón escribió una serie de textos dedicados a Achúcarro, para su proyecto general de “Actualidad y Futuro”, que tituló “La flauta y el ciprés” (Arcoiris in memorian de Nicolas Achúcarro).

Juan Ramón y Zenobia vivían de lo que ganaban, pero no podían descuidarse porque enseguida se le acumulaban los atrasos y las deudas. En 1918 salió publicado su libro “Eternidades”, y acabó otro que había iniciado el año anterior, “Piedra y cielo”. Este libro está dedicado a Ortega y Gasset, “voluble en lo permanente”, y entra de lleno en la plenitud poética del autor, siguiendo la linea de “Diario de un poeta reciencasado” y “Eternidades”[205]. En el umbral de la primera parte del libro, “Piedra y cielo I”, aparece el famoso díptico que intenta definir el poema: No le toques ya más,/ que así es la rosa. Diríase que la perfección que busca Juan Ramón está encarnada en la rosa simplemente: no se le puede añadir nada para hacerla más perfecta, porque, pese a su sencillez, el poema ha sido revisado y depurado hasta el máximo. Y esa es la tónica de los siguientes poemas, en los que la anécdota desaparece y se supera el paisaje, porque sólo interesa la subjetividad transcendente. De nuevo, aparecen imágenes y obsesiones del pasado que acosan al poeta, con la existencia simultánea de muchos yos[206]. De hecho, siete de los catorce primeros poemas tratan del “recuerdo” e inciden sobre la resolución del conflicto interior del poeta. El poeta se dirige directamente al momento presente, queriendo retenerlo en la memoria:

 

Instante, sigue, sé recuerdo

—recuerdo, tú eres más, porque tú pasas

sin fin, la muerte con tu flecha—,

se recuerdo, conmigo ya lejano…..

¡Oh, sí, pasar, no ser instante,

sino perennidad en el recuerdo!

(Piedra y cielo I, 8)

 

Tan pronto como el instante presente pasa a la memoria y pierde su dependencia del mundo exterior, llega a ser parte del poeta, es él mismo; se hace eterno y siempre puede ser evocado. En el poema diez el poeta es más explícito con el contenido del recuerdo: es una imagen de una antigua amante, que amenaza con borrarse ante sus ojos:

 

¡No te vayas, recuerdo, no te vayas!

¡Rostro no te deshagas, así,

como la muerte!

Seguid mirándome, ojos grandes, fijos,

como un momento me mirasteis

(Piedra y cielo I, 10)

 

Le ruega a su propia mente que retenga las imágenes y las interiorice, aunque se olvide de sí mismo y tome su rostro, perdiendo así su propia identidad, borrándola: —ellasé recuerdo de todo y sólo. A veces los recuerdos son como imágenes del sueño: ¡recuerdo, que una noche, / de pronto, resurjí, para aliviar la aridez del día. Imágenes que se refieren al tema del amor, tan vital en el mundo onírico del poeta: ¡Recuerdo, amor que nunca muere, / con un encanto casi en sueños; / amor que nunca muere, en un amanecer! que dura tan real como el ensueño (Piedra y cielo I, 13). Riqueza de la noche con los secretos arrancados. La actividad onírica de la noche choca con la realidad del nuevo día. Y es mi cuerpo, contigo, / como una larga galería májica, / que sale a un soleado mar sin nadie (Piedra y cielo, I, 26). El acto amoroso es grotescamente corto:

 

¡Mis piernas cojen, recias,

la desnudez magnífica —redonda, fresca, suave—

de la yegua parada de la vida!

 

—¡Ya la he clavado bajo mí!

¡Ya me está dando lo que yo anhelaba!—

 

Mas, de pronto mis ojos se vuelven tristes….

(Piedra y cielo, I, 31)

 

Después, qué contento siempre cuando el poeta se queda consigo mismo. Lo que iba a ser un minuto, fue un infinito. El poeta siente cómo ha dominado su vida interior, cómo su mundo ha sido reemplazado por otro:

 

¡Afán triste de niño, aquel

afán de poseerlo

todo, de recrearme en todo, inmensamente,

gozando, en falso, mundos que creía de otros!

—… ¡Y qué desidia mía, sin el mundo de otros!—

Poco a poco, mi vida

fue adueñándose

del mundo que creía de los otros…

(Piedra y cielo, I, 33)

 

El poeta no puede comprender por qué, después de haber conquistado un nuevo mundo de experiencias, ha de querer retornar a los primeros días de sueños y fantasías. Y prefiere el amanecer dichoso, con luz para adorar las cumbres y las simas de los males, en que la realidad supera al sueño. Tiene pasión por lo futuro, aunque sus recuerdos andan vivos, igual que mariposas tristes. ¡Sí, cada vez más vivo/ —más profundo y más alto—, / más enredadas las raíces, y más sueltas las alas! (Piedra y cielo, I, 54).

Con un lenguaje simbólico muy elaborado, la segunda sección del libro, “Nostalgia de mar”, ofrece una secuencia onírica que reproduce el primer viaje del “Diario de un poeta reciencasado”, reflejando la duda y la ansiedad por una aventura que aún no ha concluido. De nuevo, el pasado surge, en imágenes de sueño, para acosar la mente del poeta. El poeta es soñador y soñado: Yo, en mí, soñando! más, más, más. Más, más, más soñado / en las tierras estrañas, tras el mar (Piedra y cielo, II, 58). Su personalidad se desdobla, sintiéndose dueño del barco que sigue, raudo y majestuoso, en medio de la armonía plena de los mares, mientras su otro yo —tú— se queda atrás, como un náufrago. El afán triste del niño que fue, parece estar borrándose del recuerdo: Todos duermen, abajo / Arriba, alertas, / el timonel y yo (Piedra y cielo, II, 60). Pero el soñador pierde el control, resucita el pasado infantil, y el poeta se ve, una vez más, reducido por la poderosa atracción de la noche de las estrellas, creyendo el viaje del mar semejante al de la muerte. Hasta que, por fin, se percata de la vuelta de su antigua locura:

 

Y yo, juguete y triste, voy soñando, niño grande

—en este nuevo juego, que, hace una hora,

creía realidad definitiva

de hombre que recuerda riendo sus juguetes

de niño, sus barquitos—,

juguete oscuro y triste, voy soñando

en unas cosas altas,

de las que son juguetes

el mar, la tierra, las estrellas…

(Piedra y cielo, II, 65)

 

Se evidencia la oscilación entre los dos polos contrapuestos del conflicto interior del poeta, sin que este segundo viaje, soñado, alcance la resolución final: El barco entra, opaco y negro, / en la negrura transparente / del puerto inmenso (Piedra y cielo, II, 69). Silencio y paz. Silencio que al romperse, con el alba, hablará de otro modo…

Tras el paréntesis de la segunda parte, comienza la tercera parte del libro, “Piedra y cielo II”. El poeta se recluye gustosamente en su casa:

 

¡Qué gusto

este volver a nuestra casa, a nuestra alma,

a nuestra historia, de nuestro cuerpo,

de la calle, de la vida;

encontrarnos aquí sentadas, dulces,

como mujeres propias,

las ideas de luz de la mañana!

(Piedra y cielo, III, 74)

 

Goza, desde uno sólo, como el dueño callado, verdadero e ignorado del mundo, aunque habla con los demás de otras cosas. A veces se olvida de que no está solo:

 

Me olvido —meditando—,

y, de pronto, estas grandes rosas granas

son tú —unas cuantas tus frescas, desnudas—,

que andas por mi cuarto

alrededor de mí

(Piedra y cielo, II, 36)

 

¡Qué descanso —tan lleno de trabajo! Un sol de dentro alumbra ahora el mediodía del poeta, hombre adulto y maduro: —El niño ya no tiene / miedo a la sombra. El niño, poco a poco superado por el hombre, no teme ya a la inmadurez que antes ha impedido al poeta crecer y desarrollarse. Un nuevo sentido de realidad, de unidad con la realidad presente llena los poemas finales del libro:

Ahora ya están en mi granero / todos mis frutos (Piedra y cielo, III. 96). ¡Hagamos grande sólo la verdad presente! El cielo, por ser perenne, será testigo de la eterna fama del poeta: una ocurrencia narcisista del autor, que deja a un lado a la mujer desnuda, a la amada, y se deleita en su propia desnudez, dando gracias al destino. Aunque todo puede escapársele en un momento:

 

¡Que se me va, que se me va, que se me va! …

¡Se me fue!

 

¡Y en el momento,

se me fue la eternidad!

(Piedra y cielo, III, 101)

 

La idea del poeta, de pronto, le dilata, y le hace mayor que el universo. Entonces todo se le queda dentro. Se dilata la conciencia del poeta, interiorizando el universo entero, fecundando el cuerpo de la realidad visible con su “alma invisible y eterna”. El “corazón de niño” ha muerto, y ha sido reemplazado por una “nueva madurez de la frente”, desapareciendo tanta duda, ansiedad y sufrimiento. El poeta puede ya, por vez primera, pensar con gusto en la muerte:

 

Ha sido igual que otro

nacer, como un entrenacer,

entre el nacer primero

y el último, morir.

Y los recuerdos

de mi vida de antes, se han quemado

en el sol grande del olvido

(Piedra y cielo, III, 109)

 

Con el olvido de ciertos recuerdos, de ciertas imágenes del ayer, el poeta se libera al fin, para entregarse al presente, para reconocer, de nuevo, su senda con un sentimiento de seguridad y de aventura: Todo lo vivo y por vivir en mí. Y el libro termina con una afirmación de la palabra poética, en un eterno presente contra el que nada puede el tiempo ni la muerte.