XII. EL POETA EN WASHINGTON
EN noviembre de 1942 los Jiménez se instalaron en un apartamento del Dochester House, en la calle 16 de Washington, frente al Meridiana Hills, uno de los más bellos parques de la ciudad. Por entonces contaba Washington con una importante colonia española e hispanoamericana, compuesta en su mayor parte por diplomáticos, profesores, intelectuales, escritores y artistas, a los que Juan Ramón pudo conocer y tratar, convirtiendo su casa en un cierto referente cultural para muchos. Fue una buena época para el poeta, que escribía mucho, leía, recibía a amigos y admiradores, y mantenía una importante correspondencia literaria. Sin embargo, no quería intervenir en política, y cuando recibió una carta de Enrique R. Ramos proponiéndole integrarse en la Unión Latina Pro Democracia y Libertad, respondió tardía y negativamente: Los mayores de edad, saber y gobierno me parece que no tenemos ya gran cosa que hacer en la solución del mundo en marcha, y que nuestra obligación, nuestro deber, y si ustedes quieren, nuestro derecho, es espera[370].
Lo que sí le preocupa, y mucho, es la edición de sus libros. Se queja de la cuarta edición de “Sonetos espirituales” realizada por Losada y sin intervención suya, y de las varias ediciones clandestinas de “Platero y yo” y otros libros suyos: Para mí lo peor de estas ediciones de osadía… es que vuelven a poner en circulación vergonzante libros antiguos míos con una forma que yo no los acepto ahora[371]. Polemiza con el escritor mexicano José Revueltas sobre la poesía de Pablo Neruda, y con Luis Cernuda, exiliado en México, que ha publicado un trabajo sobre su obra. Le agradece su estudio, pero debe hacerle algunas precisiones: Creo que en la escritura poética, como en la pintura o la música, el asunto es la retórica, “lo que queda”, la poesía. Mi ilusión ha sido siempre ser más cada vez el poeta de lo que queda; hasta llegar un día a no escribir Escribir no es sino la preparación para no escribir, para el estado de gracia poético, intelectual o sensitivo. Ser uno poesía, no poeta. Eso era precisamente lo que Cernuda le había reprochado, el que nunca había sabido preferir su vida a su obra… Lo importante en poesía, para mí, es la calidad de eternidad que pueda un poema dejar en el que lo lee sin idea de tiempo, calidad concentrada que le será al gustoso como un inacabable y amante ideal, breve, hecho con una aura dura inmensa. El poema es semilla más que fruto, alma secreta de una vida cualquiera… Y, en resumen, ¿qué influencia en la actual juventud poética española es por mi estética más que por mi obra? Según la crítica sucesiva de hace cuarenta años, hace cuarenta años que vengo influyendo con mi obra sucesiva en la juventud sucesiva de habla española[372].
A finales del mes de julio le ofrecen a Juan Ramón un trabajo de carácter permanente en la Biblioteca del Congreso, según le escribe a Enrique Díez-Canedo: Ayer se me ha ofrecido, con tanteo, un cargo que considero escepcionalmente deseable por lo fértil y lo grato. Nada en los Estados Unidos me gustaría más. Pero yo, que en este momento he aceptado un compromiso con la División de Radio de la Oficina del Coordinador, y que estoy preparando varios libros para Losada, aparte de otras empresas menores, he pensado en usted y he propuesto condicionalmente su nombre[373]. Cinco días después le escribe otra carta, dándole cuenta de su actividad literaria: prepara una serie de lecturas para la radio, va a iniciar de inmediato con Losada la publicación de catorce libros, y tiene casi listos otros más, entre ellos “Política poética” y “Guerra en España”. Trabaja desde el amanecer, yendo de un lado a otro de su obra, intentando mucho a un mismo tiempo.
Juan Ramón comenzó sus charlas radiofónicas, transmitidas a toda América, en septiembre de
1943. Aunque tenía preparadas las noventa charlas programadas, sólo dio unas pocas, porque no logró que le avisaran de antemano de los cambios que luego introducía la censura. El 10 de octubre le escribió a Henry Sodeberg, de la Oficina del Coordinador: Hace ahora trece meses, fui invitado por esa División a un programa de lecturas de radio para Hispanoamérica. Durante este tiempo, esperando cada día la resolución oficial del asunto después de mi aceptación, dejé de aceptar diversas proposiciones de universidades y casas editoriales, algunas de las cuales me hubiesen convenido mucho en su momento. Se lamenta de las muchas dificultades que surgen en la realización del programa, de las diferencias y discusiones que se suscitan en los distintos grupos de la División a propósito de aquella u otra idea suya, y del intervencionismo de la censura. Se queja también de la escasa remuneración que recibe, y de la escasez de tiempo de que dispone: Así pues he decidido sin nueva discusión dejar a ustedes en la libertad absoluta para que inviten, si lo desean, en este programa cultural y en lugar mío a otra persona de más conveniencia de esa División y de la persona misma[374].
Poco antes ha aparecido en “Cuadernos Americanos” de México el fragmento 1 del larguísimo poema “Espacio” de Juan Ramón, atrayendo la atención de Jorge Guillén, que escribe a Pedro Salinas: Hay algunos trozos buenos en ese “Espacio ” incontenido. Pero no falta el violeta: “un sexo rojo para el glorioso, sexo blanco para la novicia, sexo violeta para la yacente ” (sexo igual a flor) ¡Perfecta putrefacción decadente! A lo que replica Salinas: El poema o lo que sea publicado en “Cuadernos americanos” es muy significativo. Como tú, leo algunos pasajes buenos. ¡Pero cómo se le ve la antena! Para mí revela su falta de seguridad, su inquietud por su posición en la poesía eterna (como él dice). Propósito: mojarle las orejas a Rilke y a Neruda, al mismo tiempo. Demostrar que él también es capaz de escribir poemas extensos y con un poquito de filosofía. El resultado es abigarrado y pretencioso. Y lo de las flores y los sexos, ¡increíble! ¿Es que no se da cuenta de la indecencia literal, poética, de lo que dice? ¿O es un reto a nosotros, los burgueses?[375].