RUIDOS Y CÓLICOS

EL mes de enero de 1934 lo pasa relativamente bien, trabajando sobre todo en su libro “Verso desnudo”, que cree que podrá acabar en el próximo mes de abril. Pero en febrero vuelve a sentirse mal, mostrándose muy preocupado por su salud, sobre todo porque los médicos no se ponen de acuerdo sobre lo que le pasa: Carrasco cree que se trata de un estado prediabético; Hernando no opina lo mismo, aunque cree que puede ser algo de nutrición, y Calandre cree que todo es nervioso. Se muestra cada vez más susceptible, creyendo que las críticas que Bergamín ha hecho a un reciente libro de Pedro Salinas no es sino un ataque en contra suya. Vuelve a dormir mal, aunque se esfuerza en llevar adelante su trabajo. Y de nuevo, accede a recibir en su casa a escritores jóvenes: Francisco Valdés, Burgos Lecea, Leopoldo Panero, García Fernández, etc., y acude, con Zenobia y Juan Guerrero, al recital de la cubana Dalia Iñiguez, cuyo repertorio incluye varios poemas suyos. Lo que sirve de inicio de una corta relación con la recitadora y su marido, que pronto resulta agobiante para Juan Ramón, que, de nuevo, decide volver a su aislamiento y no recibir sino a contadísimas personas.

Zenobia no quiere que Juan Ramón sepa de las dificultades económicas que padecen y que cuenta confidencialmente a Juan Guerrero: la tienda no produce nada, y lo que les dejan los pisos amueblados lo destinan íntegramente a pagar los estudios de Juanito Ramón, el hijo de Eustaquio y sobrino preferido de Juan Ramón; la rentas de su madre y de una tía americana han quedado reducidas a la mitad por la actual política económica de Estados Unidos. —Toda mi vida y mi propósito ha sido que Juan Ramón no tuviera preocupaciones económicas, y no las ha tenido; pero ahora, de vez en cuando, le hablo de estas cosas porque creo que esto le puede servir de estímulo para dar sus libros… Ahora no quisiera dejar la casa, porque al fin, después de varios años en que ha tenido perdidos sus manuscritos, los hemos encontrado, y no se puede usted imaginar la cantidad fabulosa de ellos que tiene; no sólo los que ha llevado a su despacho, sino muchos más que hay en otras habitaciones, repletas de libros, revistas y papeles. Y no hay duda de que trabaja. Todos los días me dicta tres, cuatro o cinco cosas, y dejando un promedio de tres solamente son más de mil originales al año.

Pero Juan Ramón sigue sin encontrarse bien, y muy susceptible, rayando a veces en la paranoia. Cuando Guerrero le cuenta que Pedro Salinas le ha mostrado, en el Centro de Estudios Históricos, un retrato de Juan Ramón Jiménez a los diecisiete años publicado en una antigua revista, se muestra muy contrariado: Eso está llevado allí desde la Hemeroteca o la Biblioteca Nacional para enseñar Salinas a sus amigos las poesías espantosas, escritas por mí a los dieciséis y diecisiete años… Eso no es más que un aspecto de la campaña que Salinas, Guillén y sus amigos han emprendido para echarme abajo; ya verá usted como en futuros artículos de Bergamín —o de otros— se mencionan esas poesías que están buscando ahora… En cambio no se fijan en que ellos han dado su labor primera, tan mala como aquélla, a los treinta años, cuando ya estaba renovada totalmente la poesía española y el camino estaba abierto de un modo claro y abierto. Nosotros, Antonio Machado y yo, tuvimos que limpiarlo todo y crear la poesía moderna; ellos lo han encontrado todo hecho.

En marzo Juan Ramón retira su colaboración de la segunda edición de la “Antología poética” de Gerardo Diego, próxima a publicarse. Pretende cortar toda relación con este grupo, por la campaña que se ha iniciado en contra suya, e incluso quiere aplazar la publicación de dos libros suyos, para que no den pie a ningún comentario malévolo. Yo deseo —declara a “El Heraldo” de Madrid— quedar solo en mi vida poética y dejando a ellos esa vida político-literaria en la cual yo no tengo nada que hacer. Ellos que se preparen su ingreso en la Academia, lleguen a presidirla, presidente del consejo, etc., ahora, lo que no podrán ser es lo que quieren, figurar haciéndose ellos mismos la historia literaria, eso no lo serán. Yo quedo muy a gusto con mi obra, que está ahí para el que quiera encontrarl[295] Por entonces Juan Ramón hace una nueva ordenación de su obra poética por libros orgánicos. En su afán de aislamiento, rompe definitivamente con la recitadora cubana Dalia Iñiguez, con cuyo tono nunca estuvo de acuerdo. Para mí las mujeres han de ser buenas, o de no serlo, tienen que ser idealistas —le dice a Juan Guerrero—. Marga, por ejemplo, se salvaba porque sabía que dentro de esta casa tenía que ser siempre lo mejor de ella misma, y en realidad el convivir con nosotros le sirvió de mucho para ser buena. El caso de Margarita Pedroso fue distinto, porque era una muchacha intelijente, ideal, fina, que tuvo una idea imposible en la cabeza, un absurdo, y aunque yo la quería mucho, lo mismo que a su hermana Mercedes, fue preciso también alejarse de ella[296]. Incluso ha dejado de ir a los conciertos, para evitar encontrarse con cualquiera de sus jóvenes admiradoras.

Repasando sus papeles, en abril encuentra el artículo que escribiera Bergamín para la revista belga “Le Mouton Blanc”. Piensa devolvérselo, pues se lo había reclamado varias veces cuando no sabía dónde lo tenía guardado, y de hecho, se lo envía a Bergamín, en sobre cerrado y sin referencia alguna. Juan Ramón pretende seguir en su aislamiento, y les ruega a los jóvenes poetas que hacen la revista “Frente Literario” que desistan de hacerle cualquier homenaje público. Mal que bien, sigue trabajando, entre cólicos y enfriamientos, y eventualmente recibe en su casa a escritores nuevos: Modesto Blanco, Serrano Plaja, Leopoldo Eulogio Palacios y Luis Rosales, además de Juan Guerrero, que le visita diariamente, y de Juan Palazón, su editor, con el que comienza a disentir: — He vuelto a perder el sueño, y como no descanso estoy sin fuerzas para nada. Además, esta mañana tuve una conversación de una hora por teléfono con Palazón y quedé rendido; al terminar, tuve que sentarme en el sofá. Le dije por fin, con amabilidad, pero con crudeza, todo cuanto tenía que decirle… Haremos un contrato por escrito y ya no hablaremos de lo pasada[297]. Pero cada día está más preocupado por su enfermedad, que ahora cree debida a su vida sedentaria y al trabajo intelectual, lo que acrecienta su tendencia a la arterioesclerosis. Pese a todo, no deja de trabajar, obsesionado con la elaboración de su obra perfecta.

En junio y tras haberle insistido varias veces, Juan Ramón recibe a Isabelita García Lorca, que le expone su propósito de hacer una antología poética para niños y le pide orientación. ¿Cómo decirle que no? Pocos días después se explaya con Juan Guerrero: Ahora, cuando usted ha llegado, estaba viendo esta nueva medicación que he pedido, a ver si me da resultado, aunque todo lo que lleva belladona, opio, me deja adormilado, medio idiotizado y no quiero tomarlo. En realidad, he dormido bien el tiempo en que ha estado desalquilado el piso de arriba, y desde enero, que se marcharon los vecinos del piso contiguo a Buenos Aires, he trabajado mucho… Pero la dueña de la casa, que no se resigna a tener los pisos desalquilados, ha buscado unas amigas suyas, muchachas jóvenes muy agradables, pero que salen todas las noches, y cuando vuelven, a la una o a las dos, se bañan, hacen ruido, se despiertan, etc. Escojí la habitación más pequeña de la casa para mi dormitorio, creyendo que no pondrían una alcoba encima, y da la fatalidad que tanto estos vecinos como los otros la han puesto. Lo que a mí me ocurre no es cosa singular, estraordinaria, le pasa a todo el mundo que quiere trabajar de un modo serio y continuo… Si yo hubiera podido trabajar a gusto, en un sitio tranquilo, con todos los elementos precisos, mi obra ya estaría acabada y publicada. Sólo quedaría la creación de cada día, que es constante, inagotable[298]. Era clara la simplificación del problema…

El 25 de junio Juan Ramón tiene un cólico terrible, que logra calmar Calandre, pero que le obliga a permanecer varios días en cama y sometido a una dieta rigurosa. Cuando su buen confidente, Guerrero, retorna a Alicante, se lo deja enfermo y con el trabajo interrumpido, y así continuará casi todo el verano. En septiembre se siente bastante disgustado por la lectura de un ensayo sobre “Lo cursi”, publicado por Ramón Gómez de la Serna en “Cruz y Raya”: Juan Ramón quedará por su amarilla cursilería de los primeros versos o los que en los últimos repiten las cosas de los primeros[299]. Y le replica por carta:… y en tus ensayos sobre lo cursi, has recogido unas estrofas de mis “Elejías” publicadas hace treinta años y retiradas por mí en lo posible de la circulación. Tú no ignoras que yo no he reeditado ningún libro anterior a 1912 (mis treinta años), y que considero toda mi obra antigua como borradores silvestres. Tú sabes que hasta esa fecha estuve bajo los efectos de mi enfermedad nerviosa y cuanto escribí en esa época está tocado por ella. Tú sabrás por qué exhumas, contra mi voluntad, lo retirado por mí. Sin duda tendrás tus motivos para hacer esa incorrección.[300]

Empeora en su enfermedad cuando, en noviembre de 1934, Zenobia se marcha con unas amigas de viaje por Italia. Se le duermen los brazos, que se le quedan como muertos durante la noche y le duelen en la madrugada. Se levanta muy cansado, no puede trabajar por la mañana y debe tenderse en el sofá porque se le va la cabeza: —Estoy triste, muy triste, porque mi vida ya va a ser siempre así, y en tanto ahí está el trabajo para cojerlo. Como en estos días está muy solo, a veces vienen a hacerle compañía algunas amigas de Zenobia, e Isabelita García Lorca, que prepara su antología poética para niños. Pero, aunque vive muy apartado de la política, ha firmado un documento a favor de Manuel Azaña, encarcelado tras la fallida Revolución de Asturias.