DIOS DESEADO Y DESEANTE
DE vuelta a Estados Unidos y durante la travesía marítima, Juan Ramón escribe la mayor parte de la “Sección 4: mar arriba” de su libro “Animal de fondo”. Comienza así: En esta abierta estela vuelan hacia mi fijo estar y me distienden el corazón tan lleno de verdades, los pasos de la entraña que encontré con mi conciencia deseante del dios bello. Para el poeta, tiene rojo ardor la noche de luna llena con su dios, y las olas son llamas sin ser rojas. Bien penetrado vengo del cariño de lo que yo prendí con mi presencia. Yo le puse en su flor una vehemencia tan grande, mi conciencia de niño; y ello me tiene y quiere con fulgor también de niño; fulgor de niño en seno grande, sol, conversión del amor impetuoso en fuente de mirifica inocencia (Animal de fondo, IV, 4). El poeta se encuentra con dios, es dios, que no es sino un eterno niñodios:
Tú, mi dios deseado, me guiaste
porque tú lo soñaste también; tú, niñodios,
eterno niñodios;
soñaste que por ti yo fuera dios del niño
y niño me dejaste
para que siempre el niño fuera mío
(Animal de fondo, IV, 7)
La inmensidad del mar favorece la regresión narcisística del poeta que es como un niño megalomaniaco, que sobrestima sus deseos y cree en la omnipotencia de sus ideas, en la fe mágica de sus palabras. Se trata de un estado potenciado por la creación poética, psicológicamente próximo, en su polo opuesto, a la psicosis o a la hipocondría. Enriquecido por los suministros narcisísticos recibidos en Buenos Aires, el poeta se siente pleno en su autoerotismo. Por eso, quiere quedarse en “lo desnudo de este hermoso fondo”, en lo estático del inmenso espacio: Quiero quedarme aquí, no quiero irme /a ningún otro sitio (Animal de fondo, IV, 8). Yo fui y vine contigo, dios entre aquella pleamar unánime de manos, el olear unánime de brazos; brazos, manos, las ramas del tronco con raíz de venas del corazón de todo el cuerpo que tú recojes en tu tierra; y todo en llama, en sombra, en luz, también en frío; en verde y pardo, en blanco y negro, en oler, en mirar, en saber, en tocar y en oír de tantas razas confundidas (Animal de fondo, IV, 13). Los dos, dios deseado y deseante, han de ser un área de plenitud, un ascua de conciencia y de valor.
Tras el desembarco en Nueva York, el poeta continúa en plenitud, escribiendo la “Sección 5: ciudades” de “Animal de fondo”. Vuelve a sus olmos de Riverdale, que hay que vivir en oro todo el día, en ese día que es toda la vida. Y retorna a la cotidianidad de su casa: No, dios, no me deslumbres con relumbres, que yo no quiero que esta costumbre recargada de historia acumulada dé relumbre. Déjame con mis ojos en lo mío, déjame con mi fuego del sol, mi sol de cada día, carbón y luz de cada hora; con la luz de mi hierba verde; con el ansia de lo que quiero contener y retener en mi mirada… Quiero tu nombre, dios, orden nada más y fin; y no fin como término, sino como propósito. Quiero, nombrado dios, que tú te hagas por mi amor esto que soy, un ente, un ser, un hombre, y en una atmósfera de hombre, de lo que el nombre significa (hombre con la mujer que significa el nombre de mujer; los dos en uno, en una; y tu conciencia hermosa en uno de los dos entre los dos) (Animal de fondo, V, 9)… Vuelto a la cotidianidad, Juan Ramón tuvo una intensa vivencia donde el narcisismo se tornaba en masoquismo, precisamente en la alta noche del 31 de diciembre de 1948 y estando solo frente a la chimenea: Yo estaba imantado contra boca de la chimenea por aquel derrame rodador de ascuas disgregadas. Me dieron ganas de cojerlas. El corto leño prieto y rondo, ¿un muslo de condenada de bosque?, que ardía todo, consumiéndose sensualmente en retenida ascua, abrió de pronto su entraña fuljidente en raja de terciopelo acariciable y se rebosó en un ascuear del granado de piedras preciosas de no sé qué granada de mina… Me dio ganas de cojer con las manos, con los dedos, con las yemas de los dedos, los granates, las gotas, lágrima o sonrisa de fuego o yelo quemante, y bebérmelos. Creí que no me quemarían desagradablemente los dedos ni los labios ni la lengua. Pocas veces he sentido atracción semejante, sólo parecida, quizás, a la espuma áljida de los conos engreídos de la mar[415]. Y es que el estancamiento narcisista termina por convertirse en displacer, en tanto que la sublimación poética no implica la represión de los impulsos libidinosos.
Tras las Navidades, Juan Ramón volvió a la Universidad y al “trabajo gustoso”, tratando de cumplir los compromisos editoriales adquiridos en su reciente estancia en la Argentina. Pero, a mediados de febrero de 1949, tuvo una depresión brusca que le obligó a dejar el trabajo “más gustoso”, tal como le solía suceder después de una etapa de intenso dinamismo creativo… Por otra parte, su estancia triunfal en Buenos Aires había exacerbado los ánimos de sus “contrarios”, tal como se apreciaba en la carta que, el 8 de marzo, escribía Jorge Guillén a Pedro Salinas: J.R.J., el hombre en desacuerdo consigo mismo. ¡Trágica situación! Un Narciso que no se ama. Situación lógica: Narciso, a la larga, tiene que hastiarse de sí mismo, precisamente porque no puede salir de su propia contemplación. Me has hablado, en una de tus cartas, de la actual etapa metafísica de Platero y él. Ahora resulta que todo eso es… religioso… Juan Ramón tiene una obra verdadera, que es como es, importante. Pero eso no basta. Y pretende falsificar moneda falsa en oro y plata que no son de verdad. ¿Por qué? El cansado de su nombre, el disimulador de la obra antigua, Narciso se siente a sí mismo (gran poeta), pero que se prefiere a sus hijos, o los niega, o los presenta embusteramente. ¡Qué caso, Dios mío, de insuficiencia religiosa y moral![416] Ciertamente, la figura de Juan Ramón seguía siendo un referente casi obligado para Salinas y Guillén.
En julio de 1949, Juan Ramón se encuentra bastante recuperado, a lo que no es ajena la estancia en su casa de la poeta argentina María Elena Walsh, o las cartas que llegan de otras jóvenes encantadoras, tales como Ana Gándara, a la que escribe: El mismo día que llegamos de Buenos Aires a Riverdale, empezamos a trabajar en esta Universidad de Maryland; y, hacia mediados de febrero una depresión brusca me obligó a abandonar todo el trabajo mío más gustoso. Con frecuencia tengo esas caídas morales… Siempre me acuerdo, Ana, de los ratos tan agradables que pasé a su lado en su casa y en el Alvear y hablo de usted con frecuencia a mis amigos. Me da mucha pena no poder ver a ustedes este año. Creo que el año próximo será más fácil que vayamos a ese tentador Buenos Aires[417]. Por ese tiempo, Juan Ramón está contento y hasta hace una cierta vida social, acudiendo con Zenobia a los principales clubs de la ciudad, de los que son socios. Pero deben dejar definitivamente el apartamento de Dochester House, que se había hecho insoportable desde que construyeron una enorme cúpula negra frente a su gran ventanal, para residir permanentemente en su casa de Riverdale. Así, además, ahorran gastos y equilibran su presupuesto, reducido desde que en Argentina han congelado sus derechos de autor… Desde Buenos Aires, a primeros de agosto le llegan ejemplares del libro “Animal de fondo”, publicado por la Editorial Pleamar, al cuidado de Rafael Alberti.
El libro se abre con un prólogo del autor: Para mí la poesía ha estado siempre íntimamente fundida con toda mi existencia y no ha sido poesía objetiva casi nunca. Y ¿cómo no habría de estarlo en lo místico panteísta la forma suprema de lo bello para mí? No es que yo haga poesía relijiosa usual; al revés, lo poético lo considero como profundamente relijioso, esa relijión inmanente sin credo absoluto que yo siempre he profesado… La evolución, la sucesión, el devenir de lo poético mío ha sido y es una sucesión de encuentro con una idea de dios. Al final de mi primera época, hacia mis veintiocho años, dios se me apareció como una entrega sensitiva; al final de la segunda, cuando yo tenía unos cuarenta, pasó dios por mí como un fenómeno intelectual, con acento de conquista mutua; ahora que entro en lo penúltimo de mi destinada época tercera, que supone las otras dos, se me ha atesorado dios como un hallazgo, como una realidad de lo verdadero suficiente y justo. Si en la primera época fue éstasis de amor, y en la segunda avidez de eternidad, en esta tercera es necesidad de conciencia interior y ambiente en lo limitado de nuestra morada de hombre. Hoy concreto yo lo divino como una conciencia única, justa, universal de la belleza que está dentro de nosotros y fuera también y al mismo tiempo… Estos poemas los escribí yo mientras pensaba, ya en estas penúltimas de mi vida, repito, en lo que había yo hecho en este mundo para encontrar un dios posible por la poesía. Y pensé entonces que el camino hacia un dios era el mismo que cualquier camino vocativo, el mío de escritor poético, en este caso; que todo mi avance poético en la poesía era avance hacia dios, porque estaba creando un mundo del cual había de ser el fin en dios. Y comprendí que el fin de mi vocación y de mi vida era esta aludida conciencia mejor bella, es decir, jeneral, puesto que para mí todo es o puede ser belleza y poesía, espresión de la belleza… Mis tres normas vocativas de toda mi vida: la mujer, la obra, la muerte, se me resolvían en conciencia, en comprensión del “hasta qué ” punto divino podía llegar lo humano de la gracia del hombre; qué era lo divino que podía venir por el cultivo; cómo el hombre puede ser hombre último en los dones que hemos supuesto a la divinidad encarnada, es decir, enformada[418].
Aunque Juan Ramón se encuentra bien, siente, como siempre nostalgia de España. El 10 de octubre le escribe a José Luis Cano, crítico de la revista madrileña “Insula”, anunciándole el envío de dos libros inéditos suyos y un artículo para la revista, “El español perdido”, que se publicará en el número de enero de 1950: Hoy creo que ningún español de lo que conozco fuera de España, habla en español, el español que yo voy perdiendo… Y si yo analizo esto y revivo aquello, decido que la única que habla español, en español, el español que yo creo español, era mi madre tan natural, tan directa y tan sencilla, cuya voz vengo oyendo debajo de la mía. Y sufro más que nunca que ella esté lejos de mí, tan callado y tan oculto el español de hoy bajo nuestra tierra andaluza, Osuna. Cádiz, Moguer… Si yo fuera a España ahora, seguramente hablaría, oiría y hablaría, con duda primero, y luego un español diferente del que estoy hablando. ¿Yo estraño o el español estraño? Igual yo que esos judíos que he oído hablar por aquí que hablan español del siglo XV… En todo caso, mi español se ha detenido, hace doce años, en mí[419]. Ahora, en Estado Unidos, se encuentra mejor que nunca, sobre todo en su “nido” de Riverdale. La llegada del otoño le hace feliz, y así lo constata Zenobia en su diario el 23 de octubre: J.R. ha estado feliz, asomándose loco de contento a todas la ventanas y diciendo: “¡Esto es una gloria, Zenobia hija!” y llamándome constantemente para que viera algún aspecto nuevo de la belleza exterior. Viéndole tan contento me consuelo de lo poco que me gusta este barrio y menos la idea de envejecer en él, porque está tan lejos de mi ambiente natural o tal vez debiera decir acostumbrado, la gente que aquí conozco, que me da un poco de pánico pensar en tener las fuerzas disminuidas y verme encerrada aquí. Sin embargo, es absurdo estar preocupándose del porvenir con las vueltas y cambios del mundo y lo que debe uno es estar agradecido a Dios de tener una casa calentita en invierno y fresca en verano, tan rodeada de árboles hermosos que le hacen a uno tener buena compañía. Y lo único que pido a Dios fervorosamente es vivir con fuerzas suficientes hasta la edad del retiro forzoso de la universidad que es a los setenta años. J.R. está en época de plena y regocijada creación y quiere hacerlo todo.
Juan Ramón regala un cuadro suyo a la Biblioteca del Congreso, y en octubre es nombrado presidente honorario del Ateneo Americano de Washington, en cuya inauguración pronuncia unas palabras: El día de la inauguración del Ateneo estuvo estupendo —escribe Zenobia—. Estaba en voz y en forma y hablaba con una energía extraordinaria. Luego, desde mi silla, lo veía en el estrado y me parecía el mejor tipo de caballero español lleno de dignidad sobria… La verdad es que J.R. ha ido depurándose de modo que me parece mucho mejor ahora que a los treinta años. Que Dios le guarde mucho tiempo. Y el poeta le escribe con satisfacción a su queridísima hermana
Victoria: Acabo de recibir la carta de Paco contándonos del ataquillo que tuviste en la iglesia. Estos ataques cerebrales son a veces convenientes, porque alivian una conjestión cerebral. Si pasó como cuenta Paco, tuvo que ser leve, gracias a Dios. Todos nosotros tenemos esa propensión… Pero tú eres muy fuerte, cuando puedes pasar tanto ataque sin consecuencias graves. Y lo que deseo es que si esos ataques se repiten sean siempre de la misma naturaleza. Además tienes la suerte de estar rodeada de una gran familia que tanto te quiere y te cuida… Ahora me encuentro bien y trabajo todo el día. Me levanto a las cinco y media o las seis de la mañana y me acuesto a la una de la noche. Aparte de mis libros, tengo la Universidad; ahora me han nombrado presidente del Ateneo Americano de Washington, y esto me obliga a ir a una serie de actos, que se celebrarán en las embajadas americanas o en la Unión Panamericana. Yo hablé en la inauguración y leeré el 15 de diciembre. También estoy grabando discos de poemas míos y de poetas muertos españoles, en la Biblioteca del Congreso de Washington; luego harán álbumes de ellos… Para julio pensamos volver a la Argentina. Los pesos que allí tenemos acumulados de mis libros no los puedo sacar de allí, por la baja del cambio, y la única solución es ir allí y gastarlo allí también. Estoy invitado también a Puerto Rico, Chile, Brasil, Perú, Guatemala, Colombia, Méjico, etc.[420]
Juan Ramón lee reconfortado el “Aleph” que Jorge Luis Borges le ha enviado y a quien escribe en noviembre de 1949: Hace mucho tiempo que estoy queriendo decirle, mi querido Jorge Luis Borges (y lo hago por gusto mío), lo que me maravilla la cantidad de la calidad poética literaria que viene usted acumulando, hace años y con tanta selección, y su escritura jeneral… ¡Cómo me alegra poder decir todo esto a aquel Jorge Luis Borges a quien un día fui a ver a la pensión de Madrid, cuando ya había huido con su hermana N orah para Buenos Aires de los jarrones, las barandas, los patios y las verjas; aquel muchacho que me dejó un libro de versos (hoy robado, ojalá por un deseoso) lleno de felicidades hacia un punto lejanísimo al que yo, en mi puesto de entonces, quería también llegar cada día!…[421] Y escribe poesía, completando tres series: “Azares de otro resentimiento”, “Los olmos de Riverdale” y “Canciones de Queensbury”. A esta última serie pertenece el poema “Ser completo”:
Debajo de ti, olmo,
echas tu sombra;
debajo de ti, olmo,
caes tu hoja;
debajo de ti, olmo,
vives tu copa;
debajo de ti, olmo,
fuljes tu gloria[422].