Ella
Me llamaba todos los días por teléfono:
—¿Dónde vamos hoy? Hay nieve en el puerto… Podemos subir hasta media altura. ¿Quieres?
—¡Claro que quiero! Contigo voy al polo…
Risa burlona al otro lado.
—Entonces no hay más que hablar… iré a buscarte temprano… porque tenemos que volver temprano también.
—Sí, mujer, sí… ya sé…
Todos los paseos terminan invariablemente en el bar, porque a las seis comienza el concierto… y además porque, ¿hubiera sido posible pasarse una tarde sin Leonarda?
Sin embargo, me quiere ya… así me lo dice cuantas veces se lo pregunto que son unas cincuenta todas las tardes.
—¿Me quieres?
—Sí, claro que sí… No estaría yo aquí si no te quisiera…
Aquí es el estudio, donde viene a verme no tantas veces como yo deseo… siempre con sonrisa complaciente y de burlona expectación…
—¡Hermosa mía… Eres morena como la Sulamita! –y el Cantar de los Cantares acude a mis labios como una oración fervorosa.
Lupe nunca contesta… me mira y deja escapar de su garganta un ruido mitad aquiescente mitad burlón… A veces me siento cortada ante estos ojos que me observan, siempre por encima del amor y del momento… Un día los he visto cubrirse de lágrimas oyendo unas palabras mías.
—A estas horas está Leonarda con su nueva amiga… Me dijo ayer que la había citado en su casa…
Lupe llora silenciosa en mis brazos… y yo lloro desgarrándome el pecho de pena… apoyada en este hombro que no tiembla por mí…
Al quedarme sola reflexiono amargamente… ¡Qué estupidez la mía! Ir a enamorarme de la única de quien no debía… la que nunca me querrá de verdad… Lo razonable, lo digno es dejar esto… Mañana, vida nueva… Le diré que no puedo salir todas las tardes, que tengo que pintar mientras haya luz… y luego no iré al bar…
Pero al día siguiente suena el teléfono y llega hasta mí su voz pastosa y serena:
—¿Dónde vamos hoy?
¡Paseos del Pardo, carreteras de la sierra, caminos de Alcalá y Aranjuez… casi siempre os vi a través de mis lágrimas…! Lupe conduce y habla despacio, sin prisa de decir… como recordando para ella misma…
—Una vez… ella me dijo, «no saldré mañana, no vengas que esperamos visita». Pero yo no pude pasar todo el día sin verla… y fui a su casa… ¡Se había ido con una amiga! Nada, un capricho nuevo… Volví deshecha, llorando por la calle… Otra vez, era en Viena y tocábamos aquella noche en un palacio… y ella llegó tarde porque en el mismo hotel…
Y sigue contando una infidelidad más, que es otra espina en su corazón…
—¡No sé cómo la quieres!
—Porque otras veces me quería a mí más que a todas –contesta, triunfal–. A mí me ha engañado con veinte, pero a las veinte las ha engañado conmigo… ¡Y hemos sido tan felices algunas temporadas! Al volver de los conciertos, ya tarde, cogidas del brazo, camino de la pensión, veíamos los novios muy pegados a las esquinas y decíamos: «eso es lo normal… pero ¡qué felices somos nosotras!».
Hasta que un sollozo mal contenido estalla en mi pecho, Lupe no se da cuenta del martirio a que me está sometiendo… Un día, el dolor se hace tan intolerable que grito:
—¡Para el coche! ¡Para, por Dios… y déjame aquí… no puedo más, no quiero verte más…! ¡Déjame aquí!
No lo hace porque Lupe es buena ante todo, pero no hay tortura celosa por que yo no haya de cruzar en un pasado que es presente y renueva las heridas a diario…
Y no puedo odiar a Leonarda, que es la simpatía misma, y no puedo dejar de querer a Lupe, porque todos los átomos de mi cuerpo y de mi alma están vueltos hacia ella… Ella, que a veces me mira con inquietud maternal…
—¿Por qué adelgazas? ¿Es que te alimentas poco? ¿Estás bien? ¿No te duele nada…? Me parece que me ocultas algo…
Es que yo quiero olvidarla… hacer un esfuerzo para dejarla de querer… mis noches y mis días están ocupados en un programa de vida que nunca llego a realizar…
Un día discuto con Leonarda por una cuestión social… es una discusión que se resuelve en dos palabras, porque las dos somos bien educadas y sabemos que la cuestión tomaría un sesgo personal y agrio… Me contento con una suave indirecta delante de todos a la que contesta con otra.
Lupe me dice al día siguiente:
—Me ha dicho Leonarda que te advierta que no te consentirá otra alusión como la de anoche.
—Ella no tiene por qué consentirme o dejarme de consentir… Lo mejor será no volver por el bar… ¿Sabes que he observado a Leonarda y es una terrible egoísta?
Lupe, un poco herida, dice:
—Ella es la primera en decirlo… Sí, es egoísta, muy egoísta… ¡Es grande en todo! –y en su voz apasionada vibra la admiración más absoluta.
La exclamación me hiere de frente. Callo y me quedo triste… ¡Tengo que curarme de este amor!
Ha llegado la primavera y la temporada de conciertos del bar se ha terminado. Las tardes son muy largas y podríamos pasar en el campo hasta que salen las estrellas, si Lupe no tuviera siempre prisa por volver…
—Lupe –le digo por teléfono–. Esta tarde me volveré directamente a casa… Para evitar cuestiones no iré por el bar.
—Bueno –contesta tranquila.
Paseamos por la carretera de la sierra, bajamos a coger amapolas y acianos, merendamos pasteles, que Lupe, siempre maternal conmigo, lleva a prevención…
—¿Ya sabes que hoy me vuelvo a casa?
—Sí, por eso he querido que meriendes…
—Merienda tú también…
—No. Yo iré al bar un rato.
He tenido la esperanza de que renunciara hoy a ir… pero no me atrevo a rogárselo. Sé que iría de todas maneras.
Me deja en la puerta de mi casa y aún hay sol por las calles… No subo y me voy andando despacio camino del bar Dublín. ¡Qué amarga es la soledad! Paso por la puerta y no me atrevo a mirar dentro… paso otra vez y miro. Lupe está sentada, como siempre, junto a Leonarda, y un poco más allá hay una muchacha preciosa…
Al otro día me cuenta Lupe.
—Ayer vino al bar Rosa María, esa pianista amiga de Leonarda… ¡Qué guapa es! Me gustaría que la vieras…
Y lo dice sin odio, sin envidia; tal vez, en el fondo, orgullosa de que una belleza semejante se haya sometido al amor de la violinista…
La peña se ha trasladado a un puesto de la Castellana. No voy casi nunca. Ignoro cómo pasa las tardes Lupe, y solo la veo de noche, un instante… Se queja siempre de calor. Hasta que pase el verano y se acorten las tardes no se puede salir al campo… ¡Triste verano inolvidable, que deja en mi alma un amargo sedimento de humillaciones…!
A Lupe le gusta salir por la mañana a tomar el aperitivo… Esas son justamente mis horas de trabajo… Sin embargo…
—Voy a salir hoy por la mañana –le digo en el teléfono–. ¿Has oído, Lupe? Voy a salir ahora…
—¡Ah!
—¿Y tú?
—Estamos citadas en Chicote con José Juan y un amigo suyo…
Se hace un silencio… Lupe piensa, tal vez, que debiera salir conmigo… ¡Pero Leonarda la espera! Su pensamiento llega al mío por el hilo de alambre: «¡No puedo sacrificar una mañana que va a ser tan feliz!».
Mi voz se ha debilitado en la larga espera de una palabra que no llegará y digo tristemente:
—Bueno… ¡hasta la tarde!
Es muy pequeño el lugar que yo ocupo en la vida de Lupe… Su corazón como su teléfono funciona casi constantemente… He conocido a su familia y esta me invita un día a almorzar… Entonces descubro que la comunicación con Leonarda es casi constante, por teléfono. Se llaman para todo y para nada. Entonces me lamento dolida:
—¡Casi nunca necesitas de mí! Una llamada por la mañana, y ya has cumplido para todo el día…
—¡Puedes quejarte! –me contesta, admirada–. Pues tengo amigas a quienes nunca llamo… Ya ves, Ángeles, amigas de toda la vida… pues hace un mes que no hablo con ella…
—Creí que yo era para ti algo más que Ángeles…
—Y lo eres… Por eso te llamo todos los días…
¡Si yo pudiera arrancarme este amor! Adelgazo, me entristezco, estoy siempre irritada contra mí, contra ella, contra todos… Le hago escenas de las que las dos salimos disgustadas…
Ha llegado septiembre, los días comienzan a acortar, y las noches refrescan. El coche está en el taller de reparaciones y Lupe y yo paseamos del brazo por la Castellana esperando el tranvía que ha de llevarme a mi casa. Hace casi frío y temblamos un poco bajo los vestidos de telas livianas, aún de verano:
—Vete –le digo–. Vete a tu casa que te vas a enfriar y me has dicho que no te encuentras bien… –y luego haciendo un esfuerzo sobre mí–. A no ser que prefieras ir a la horchatería donde está Leonarda.
—No –dice enseguida–, hoy no están allí… Han ido al café de Roma… aquí cerca.
—Pues vete… anda, vete… si tienes frío.
Yo espero que no vaya… Tengo la vaga esperanza de que prefiera esperar a mi lado el tranvía… ¡Oh!
En aquel momento una gentil silueta cruza la avenida. Es Rosa María que también va al café a reunirse con Leonarda… Lupe se suelta de mi brazo y corre hacia ella fascinada… irresistiblemente atraída… olvidando que me deja atrás…
Veo desaparecer a las dos mujeres y siento que a mi alrededor el aire se hace denso y frío como si se hubiera cuajado dejándome encerrada en un bloque de hielo… Doy algunos pasos y repito varias veces sin saber lo que digo:
«¡Qué barbaridad! ¡Qué barbaridad! ¡Qué barbaridad!».
¿Qué es la barbaridad? Luego he pensado en ello. La barbaridad es la seducción de aquel amor que se la lleva…, es el abandono en que me deja sin volver los ojos…, es todo el amor que he puesto en ella y que no ha logrado traspasar su alma impermeabilizada por el recuerdo…
Comienzo a andar hacia el café… y antes de llegar a la esquina me paro… He visto la escena que voy a representar, paseando ante la puerta… atisbando entre los visillos la peña donde Leonarda estará sentada entre Lupe y Rosa María y la sangre remonta a mis sienes haciéndolas latir y cubriendo de vergüenza mi frente… ¡No, no iré! ¿Hasta dónde estoy cayendo…? Pienso en otros amores; en una vocecita que llega a mí algunos días a través del teléfono. «María Luisa, ¿estás bien? No te pido nada, solo quiero saber que estás bien, que eres feliz…».
Es preciso por dignidad, por rehacerme a mis propios ojos, por encontrarme a mí misma, buscar otro interés a la vida… ¡y no verla más! Necesito el remedio enseguida… golpe sobre golpe, la herida va siendo incurable…
He llegado a Colón y vuelvo a esperar el tranvía en el borde de la acera… ¡Qué triste y desoladora la noche de verano con ráfagas de otoño! ¿Por qué tarda tanto el tranvía? De la sombra de la calle se destaca una figura que baja la cuesta de Goya casi corriendo. ¡Es Lupe!
Me busca con los ojos y corre a mi encuentro.
—¡Creí que te habías ido! Fue que… Rosa María me dijo…, y yo entonces…, subimos juntas porque Leonarda tenía que decirme… Salían ya del café… Yo dije: «Me está esperando María Luisa» aunque no sabía…, porque como no dije nada al irme… Tampoco de ella me he despedido…
Está pálida, enferma, con círculos morados en torno de los ojos… La caminata alocada la ha fatigado mucho…
—¡Pobre Lupe! –le digo con amarga ternura–. ¡Qué malos ratos te da el amor de Leonarda…!
—¿Amor? No sé por qué dices eso… Precisamente me dijo Leonarda: «Acompáñame», y no he querido.
—No valía la pena… ¡Iba con Rosa María…!
—No lo creas… Rosa María iba delante con Jaimito… y nosotras detrás… ya ves…
Lupe no podrá sospechar nunca la punta afilada que tienen siempre las razones con que disculpa sus actos, y el dolor agudísimo que me producen…
—Bueno… Has vuelto porque te remordía la conciencia… Te lo agradezco…
Se pone fosca y no admite que esté disgustada por lo sucedido…, luego me llama vida suya dos veces… Ya en el tranvía reflexiono fríamente, y me siento rebajada, pisoteada ante una rival que no puedo odiar…, y lloro de humillación y de vergüenza…
Al llegar a casa, la doncella me advierte.
—El señor ha dicho que pase usted a su despacho que tiene que hablarle…
Sin quitarme la boina, entro en su habitación. Jorge, sentado a su mesa, se levanta al verme.
—Siéntate. Tenía que decirte… ¿Tienes mucha prisa?
—No… di lo que quieras.
—Pues tenía que preguntarte si no has pensado nunca en que yo algún día… ¡no es que haya pasado! Pero…, que yo algún día encontrara una mujer…
Comprendo lo que quiere decirme.
—Sí, he pensado en ello y me ha parecido natural.
—¡Ah!
Callamos un momento. Yo sigo revolviendo en mi alma la humillación y la amargura de la tarde y casi olvido que estoy delante de Jorge.
—Pues figúrate que hubiera encontrado a esa mujer… ¿Qué te parecería?
—Muy bien –digo, dándolo por hecho–. Me parece muy bien… Solo deseo que te haga feliz… que sea buena y honrada…
—Lo es –dice Jorge–. Es muy buena.
—Me alegro… Supongo que querrás casarte… Por fortuna la República nos da resuelta esa cuestión… Yo me ocuparé de ello y te diré lo que haya… Hablaré con Rosarito Alonso, mi amiga, la abogada…
—No, no te precipites… Hay tiempo.
—¿No querías nada más?
—Nada más…
Me levanto y doy por terminada la entrevista. Al pasar por el aparato del teléfono descuelgo el auricular. No quiero que me llame Lupe… no quiero verla más. Esto se ha concluido.
Al otro día pinto desde muy temprano, sin pensar, casi feliz, porque el arte tiene la facultad de hacer olvidar todo lo personal, como si para crear fuera preciso que el alma se diluyera en el alma eterna e infinita del universo…
Después del almuerzo llega Lupe al estudio. Está pálida, trastornada.
—¿Qué le pasa a tu teléfono? Está estropeado… Hoy tenía que hablarte…
—¿Qué ocurre?
Ante mi aspecto que la humillación del día anterior ha modificado, Lupe se queda admirada.
—Y a ti… ¿qué te ha pasado?
—A mí nada… Ya no me pasará nunca nada…
—¡Vaya! ¿Estás enfadada aún por lo de anoche? Pues te aseguro que no tienes motivo en absoluto… Yo tenía que decir a Leonarda…
—Para decir está el teléfono… ¿No la llamas veinte veces al día? Pues una más y está dicho todo…
—¿Al teléfono? Sí, buenos están los teléfonos…
—Podías habérselo dicho hoy por la mañana… Habréis salido juntas como siempre.
—¡Quia! ¿No sabes lo que pasa? Pues que le han propuesto un contrato por veinte conciertos…, que luego siempre son más…, y se van.
—¿Se van? ¿Quiénes se van?
—Ella y Rosa María… Es buena pianista… No sé cómo se arreglarán porque como Leonarda está acostumbrada a que siempre sea yo la que la acompañe en los conciertos… Creo que están ensayando ya hace unos días… Porque ellas ya lo sabían, pero no me lo han dicho hasta… hasta anoche… Hoy ni siquiera las he visto…
—Pero ya habréis hablado por teléfono diez veces…
—Ni siquiera una… ¡Cómo eres! Te creerás que en vísperas de viaje tienen tiempo para nada… Van a Suecia y Noruega, Alemania, Bélgica… En fin, el recorrido de casi siempre…
—¿Está contenta?
—Figúrate… Eso es algo mejor que dar lecciones en Madrid y el sexteto del bar… Se traerán dinero para vivir dos años tranquilamente…
Quien no estaba contenta era ella, aunque trataba de disimularlo… Por mi parte, lo estaba mucho, porque esto hacía variar todas las decisiones que yo había tomado desde la noche anterior… La larga ausencia de Leonarda me daría la norma de lo que podía esperar de Lupe…, se acababan las incertidumbres, la inquietud celosa y constante, el vivir siempre en acecho…
—¿Está contenta también Rosa María?
—Sí… pero dice que no ha dormido en toda la noche…
Enseguida salta a mi vista que si Lupe no ha hablado con ellas en toda la mañana no puede saber si ha dormido o no, pero guardo mis observaciones… ¿Para qué más disgustos si esto se acaba?
—No comprendo por qué esta noche no ha dormido y otras sí…
—Es que hoy por la mañana firmaban el contrato…
—¡Ah!
Seguimos charlando. Lupe tiene una inmensa tristeza que le sale a los ojos y al gesto de su boca más amarga que nunca… Se aprieta contra mí buscando un amparo a su desventura… La acaricio como a un niño desgraciado… y ella, sin mirarme, comienza a hablar, pensando en voz alta, olvidada del dolor que puede causarme con sus palabras…
—Algún día… cuando pasen años… ella dejará de mariposear, se encontrará sola y cansada… ¡no tiene a nadie…! y entonces volverá a mí…
—¿Qué dices?
—Eso…
—¿Por qué va a volver a ti precisamente?
—Y ¿a quién va a volver? No será a Juana… ni a Rosa María, que está casada, ni a otras que la han querido, pero que están también casadas y tienen hijos… o un montón de hermanos y sobrinos… Volverá a mí… a que la cuide y la mime. ¡Estoy segura!
A sus palabras, tan atrozmente insufribles para mí, no he sabido qué contestar…