Quid pro quo

La Venta del Buscón, Victoria 7, es una vieja taberna con delicias de cocina castiza. A su lado varios turistas despachaban suculentos judiones de La Granja, lomo de buey y rabo de toro.

¡Olé!

Leo se había pedido una caña con tapa de albóndigas y hacía tiempo mirando cómo la espuma bajaba en el vaso de tubo. Cuando entró Otamendi, el poli le tendió la mano, serio.

—Se nos fue Padín —soltó mientras colocaba su chaqueta en el respaldo.

Leo asintió, triste. Le acercó su caña y señaló con la vista las albóndigas.

—¿Se sabe…

El poli negó con la cabeza.

—Esto se está yendo de madre. Escucha Leo… por el viejo, ¿vale? —chocaron los vasos—. Necesito tu ayuda.

Leo se zampó una albóndiga.

—¿Mi ayuda, tú?

—Llevo meses con esto… y no tengo nada. Bueno, te tengo a ti cogido por los huevos, pero quiero la cabeza de Trespalacios y la de tu hermano.

Leo fingió tranquilidad pero lo único que le salió fue una risa nerviosa. Si el poli le pedía ayuda, aquello era una negociación en toda regla.

—¿A cambio de qué?

Otamendi sonrió y se metió otra albóndiga en la boca. Le pegó un sorbo a la cerveza y cruzó los brazos.

—Puedo pararle los pies a la Agencia Tributaria y dejarte las manos libres para que encuentres el cuadro. La mitad de las coordenadas ya las tienes.

—¿Cómo lo sabes? —se delató Leo.

Otamendi le dio diez euros al camarero y sonrió mientras esperaba el cambio.

—Padín las tenía hace veinte años. Me hubieras preguntado y te ahorrabas el viaje a Coruña, listo.