Breo al aparato

—Breo, soy yooo.

—¡Leooo!

—¡Esto es alucinante, tío! No sabes lo que es Madrid.

—¿Sí?             

—Creo que vi a Cristiano Ronaldo por la calle.

—¿En serio?

—Hace diez minutos. Es más alto que en la tele. ¡Y a Ángel Cristo!

—¿El domador?

—¡Síí!

—¿Pero no había muerto?

—Pues se parecía mucho.

—¿Le pediste un autógrafo?

—Aquí no se piden autógrafos, joder.

—¡Ah, claro! ¿Y tu novia qué, le diste recuerdos?

Leo encendió un cigarrillo e hinchó pecho.

—Tiene ganas de conocerte, ¿sabes? Hoy no hablé con ella. Esto no es como allá, nos vemos los fines de semana.

—¿En serio?

—Pero tenemos tarifa plana y hablamos todo el día. Cuelga tú, no, cuelga tú. Me meo. Oye, ¿has oído lo del Fórum?

—¿Lo de los sellos?

—¡Estoy metido hasta las cachas!

—¿Te estafaron?

—¡Noooo! Al revés, yo soy el que está arriba de la pirámide, con Ponzi.

—¿Fonsi Nieto, el piloto?

—No joder, Ponzi, el de la pi-rá-mi-de.

—¿Qué piráámide?

—Coño Breo, lo de Madoff, el de Scorpions. Pues eso y mucho más.

—¿El qué?

—Lo mío.

—¿Lo mío de qué?

—Están todos metidos, Breo, todos: los rusos, los guineanos, Madoff, el Ponzi de los cojones, mi hermano, el de Scorpions. ¡Todos!

—Pero a ver Leo, ¿en qué meandros andas?

—La culpa de todo la tiene Madoff.

—¿Madoff?

—¡Menudo hijo de puta! Creo que es uno de los rusos. Por lo visto mi hermano se quedó con la guita del cuadro de Picasso… pero para mí que el dinero era de Ponzi.

—¿El de la pirámide?

—Creo que es egipcio, sí.

—¡Ah!

—El muy cabrón se quedó con mi parte del cuadro. ¡Un millón!

—¿De euros?

—No, de gominolas no te jode.

—Leo, a ver, ¿por qué no vuelves al pueblo?

—¿Al pueblo? Pero, pero… ¡pero si el palacio de mi hermano vale más que todo el pueblo!

—¿El palacio de quiéén?

—El problema es que Yago no tiene el cuadro y ahora le debe un kilo la mafia.

—¿A la mafia?

—Oye Breo, ahora que lo pienso, si un kilo son mil gramos, ¿por qué un kilo de euros es más que un kilo de pesetas?

—¿¡A la maafia!? —exclamó Breogán.

—¡Joder, a la mafia siciliana no, a la otra!

—¿A qué otra?

—A los rusos y la mafia guineana.

—¿Pero en África tienen mafia?

—No sabes en la que se ha metido Yago. ¡Buáá! Le van a caer por todos laos.

—Leo, escucha: el que te has metido en un lío eres tú.

—¿¡Yooo!?

—Si me dices que la mafia anda detrás de Yago y ahora resulta que tú eres Yago…

—¡Coño!

Piiiii

Cuando colgó se dio cuenta de que había descubierto una paradoja que le daría para un ensayo. Si Einstein demostró que el espacio era curvo y el tiempo relativo, acababa de descubrir que los kilos no pesan igual en pesetas que en euros. Si mil gramos no son lo mismo en dos puntos de la Tierra, ¡estaba en cuestión la validez del Sistema Métrico Decimal!

¡Buááá!

Se imaginó dando una conferencia en el Círculo de Bellas Artes. Del abarrote habían tenido que poner sillas en los pasillos. Sonia estaba en primera fila, con un vestido lila de cuello redondo, escuchándole embobada.

El kilogramo, pasado, presente y futuro.

Por Leopoldo Pemán et. al., Instituto Max Planck. Múnich.

Al terminar la conferencia bajaría del estrado entre un mar de aplausos y le firmaría el primer ejemplar. La dedicatoria ya la tenía.

A Sonia, mi todo, mi kilo y mis 900 gramos.