Pensión Almudena

 

 

El taxi paró en la esquina de Payo Gómez, en Coruña, en medio de una tromba de agua. Leo se bajó sorteando los charcos y corrió a refugiarse a un portal.

No eran horas para llamar a nadie, pero para eso estaban los amigos.

 

—Breeeeeo, ¡soy yooo! He salido pitando.

—¡Leo!

—Vienen por mí.

Breogán se temió un golpe de sobre medicación.

—¿A por ti quién?

—Me avisaron que venían y ¡joder si venían! Dos tipos con cara de rusos.

—¿Y qué cara tienen los rusos?

—Y van en serio, ¿eh?, son asesinos profesionales.

—A ver leche, ¿dónde estás?

—Anota, pensión Almudena, Payo Gómez, junto al Frac ese de los discos caros.

—Joder Leo. ¡Estás internado!

—Pero asesinos asesinos, ¿eh?

—Escucha…

Piiiiiiiii.

 

 

La pensión Almudena estaba en un edificio modernista de finales del XIX. Tenía el frente pintado de blanco, cristaleras simétricas y dos gárgolas de piedra que chorreaban borbotones sobre la acera. Junto a la recepción había un recibidor barroco estilo quieroynopuedo. En la pared un cuadro apastelado de una lozana escotada mirando su reflejo en un estanque que tenía más de cloaca de aguas servidas que de lago de los cisnes.

Tras el mostrador se acercó un joven con gafas Lennon y cara de lechuguino.

—Buenas, eeehh, ¿desea habitación?

No, vengo por si quieres un cupón de los ciegos.

Leo lo miró serio dejando que la obviedad cayera por su propio peso.

—… verá, es que estamos completos; nos queda libre una, pero... ehhh —se ruborizó—… es por horas.

Leo asintió con la cabeza.

—¿Cuántas horas le pongo?

—24 ó 48 depende.

—Es por horas, a doce la hora—. El chaval miró el libro de entradas—. La única libre essss, es para un viajante de Würth que llega tarde.

—Würth, división de Oncológicos —dijo pasándole la tarjeta de Carrefur por las narices—. ¿A quién mandan de la Central, a Collado o a Ginés?

El chico pasó el dedo por la hoja, nervioso.

—La reserva está hecha a nombre de un tal Montesinos. Yoo, verá, no puedo autorizar... son las cuatro y hasta...

Leo sacó el móvil y llamó a su amigo Breogán.

 

 

—Montiiiiiiiiiii, Montesinos querido.

—¿Qué pasa ahora Leo?

—Oye, ¿en qué piso está tu habitación?

—¿Me estás hablando en clave? Leo, di si es una clave.

—¡Sííí! ¿Segunda planta? —preguntó mirando la única llave con bolondrio de goma del casillero.

—Leo, ¡coño!, ¿dónde estás? ¡Diii!

—¿207?

—¿De qué leches me hablas?

—Y conduce despacio, ¿eeh?, chaito.

—¿Llamo a la policía Leo?

—Abrazo campeón.

 

El chico se giró y cogió la llave de la 207.

—Suerte, era la única.

Leo le clavó la mirada.

—Cuando venga el idiota de Monti lo mandas al picadero ese por horas, ¿vale?... y se las cobras todas, a doce la hora, una detrás de otra, ¿ta?

—Como usted diga.

—Por cierto, ¿sabías que atar a la rata se escribe igual al derecho que al revés?

—¿Quéé?

—A–tar–a–la–ra–ta. ¿Ves? Como ésa que hay en la esquina, porque… ¿eso es una rata, no?

El chico miró al suelo asustado. Cuando se incorporó no se dio cuenta de que le acababan de birlar el móvil que tenía en el mostrador.

 

 

 

Nada más entrar Leo echó un vistazo a la 207.

Lo que se dice una pensión de mala muerte.

Una mesa de tres patas, una silla de mimbre y una cama tan plana que las sábanas parecían de teflón, antiadherentes. Ni un mal cuadro en la pared, todo yermo estilo zen, pero zen total.

Esto lo pinta Antonio López en diez minutos.

Abrió la ventana para fumarse un pitillo. Una cortina de agua caía ante sus narices. Miró al cielo y vio un relámpago que tronó a los diez segundos.

Se metió en la cama y notó las sábanas frías. De la emoción se quedó dormido al momento con la lluvia de dulce nana.

 

 

 

Dos horas más tarde sonó el móvil. Miró a todos lados tratando de adivinar dónde estaba.

—Marcial Otamendi.

—¿Marqué?

—A partir de ahora tus días tienen diez horas.

—Oiga… usted me llamó ayer.

—De nada, ¿eh? Escucha: a las 8.00 irán a por ti; sal de ahí ahora mismo.

—¿Qué?

—¡Y apaga el puto móvil! Enciéndelo de 12 a 12.05.

—Oiga, me he comprado otro teléfono.

Piiiii.

Miró la hora: las tantas. Dudó si echarse un cabezadita o no.

Noooooo.

Saltó de la cama como un muelle.

Trampa
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