El bien y el mail

 

 

Queridos todos:

Mañana me operan de almorranas. Estaré out unos días.

Atentamente, Yago Pemán.

 

Como la mitad de los contactos era de habla inglesa decidió hacer una traducción de andar por casa.

 

Dear All.

Tomorrow operation of almorraines. I´ll be out someday.

Yours, Yago Pemán.

 

Enviar a todos los grupos: 325 direcciones.

Clic.

Sonrió al imaginarse la cara de los destinatarios y cerró los ojos paladeando el momento. Se inclinó sobre el monitor y comenzó a escudriñar los correos entrantes: el primero era de una tal Edurne Capelastegui, del Guggenheim de Bilbao. Le pedía que confirmase su presencia en una exposición de la que le mandaba varias fotos.

Tanta gentileza merecía una respuesta cortés.

 

Estimada Edurne:

Con respecto a la exposición de Blumenthal el deconstructivista alemán del que me hablas, me gustaría saber si esos cuadros los pintó él o un macaco. Edu, estás buena y me caes simpática, pero lo de tu halitosis me echa para atrás. Háztelo mirar, anda.

Yago.

 

Del Centro Porsche Madrid Norte le enviaban unas fotos de la página de fans del Panamera. Ochenta usuarios en total: les contaría la última.

 

Queridos:

Me he hecho de los Kikos Neocatecumenales y dice mi director espiritual que con lo que cuesta la rueda de un Panamera, en Darfur comen cien familias. He visto la luz. A todos, un fraternal abrazo y que os den mucho por el culo.

 

Se llevó un pequeño susto al leer un correo de la semana anterior: la cátedra de Bellas Artes de la Complutense le informaba que Edurne Capelastegui formaría parte del tribunal que lo examinaría en pocos días.

Uyss.

Clicó sobre el mail que acababa de enviar y escribió.

 

Edurne querida:

Lo pensé mejor y Blumenthal me parece una apuesta segura. Las vanguardias siempre han sido incomprendidas, así que tú firme ahí.

José Antonio Primo de Rivera, ¡Presente!

 

Clic. Enviar.

Se acercó al Bang & Olufsen y puso un cd de Ella Fitzgerald. Una sinfonía a sudor y tabaco invadió la sala. Se fue a la cocina a ver qué había para mantenerse despierto. De la bodeguilla rescató un Rioja Marqués de Cáceres Gran Reserva 2001.

Mmmm.

Un aroma a roble francés envolvió el aire.

Se tomó el vaso del tirón, rellenó otro para no tener que volver y se fue con la botella al salón por si se arrepentía. La dejó a sus pies y siguió revisando los correos de su hermano listo.

A la media botella había leído los de la última semana. Encendió un cigarrillo y se sirvió otra copa.

Jobá pal Marqués.

Al terminar el vaso notó una especie de voz interior que le llamaba a la Yihad epistolar.

El Almuecín Justiciero.

La mujer de Yago le decía que se quedaría quince días más en Berlín en un curso de alemán, que lo echaba de menos y le enviaba un correo en flash con cachorritos de siamés y frases de Coelho.

Tanta ternura merecía una respuesta.

 

Nena, me tienes hasta los mismísimos huevos con tus mails de chorradas. Tienes menos luces que un barco pirata.

 

Clic. Enviar.

 

Una amiga común de Yago y su mujer, Malola MacMahón, le enviaba fotos de los cuadros que expondría en la Galería de Arte Puello. En la primera aparecía junto a uno de ellos, con toda su humanidad rebosando arrobas.

 

Malolita de mi vida/tú eres gorda como yo:

He visto las fotos. ¡Un crimen de Lesa Humanidad! Más que una exposición lo que piensas montar es una deposición.

Dedícate al bricolage, anda.

 

El siguiente era un mail encadenado que llevaba pegadas varias respuestas. Un tal Yusuff Ben Amarí, catedrático de Arte en Sevilla y presidente de la Cámara Hispano–Marroquí, invitaba a Trespalacios a una cena de gala en el Hotel Alfonso XIII. Leo ya había averiguado que el tal Trespalacios era su catedrático y mentor. En una cena de honor le concederían la medalla Avizena a su labor por acercar los dos mundos.

Ecumenismo en estado puro.

Cerró los ojos y sacudió las manos. Miró las luces que iluminaban los contornos del Retiro. No. Esta vez no dejaría que sus dedos explotaran en una bofetada de grosería.

 

Estimado Ben Amarí:

El señor Trespalacios se encuentra de viaje por razones que no son de su incumbencia. En calidad de secretario suyo, le transmito su curiosidad por saber si el acto lleva aparejado algún tipo de remuneración y/o emolumento.

Caso de ser así, le rogaría me explicitase la cantidad en euros, pues en España la moneda de su país, —el dinar o el dátil, no sé bien—, no goza de buena reputación.

Le recuerdo que el señor Trespalacios no tiene por costumbre alojarse en hoteles de medio pelo. Conocedor de su exquisita sensibilidad, le pido confirme check in de alguna suite del Hotel Casa Imperial de Sevilla, cuyos frescos y surtido minibar el señor Trespalacios admira con particular devoción.

Reciba un cordial saludo.

Yago Pemán.

P/p Arnaldo T.

 

 

Si Isabel y Boabdil hubieran tenido email aquellos dos mundos hoy serían uno.

Clic. Enviar.

 

Apuró otro vaso del rioja celestial. Un nosequé le recorrió el cuerpo y experimentó el olvidado placer de la travesura.

Clavó sus ojos en un correo de Montserrat Sert; la directora de la fundación Museo Picasso de Barcelona le invitaba a unas conferencias sobre la Época Azul. Según recordó por otro correo anterior, también formaría parte del tribunal a cátedra que examinaría a su hermano.

¡Más madera!

 

Monse:

Cuenta conmigo para lo que quieras, pero te cuento: hace dos meses rompí la botavara del yate y el astillero me cobra cinco mil euros de chapa y pintura. Si lo que me vas a pagar se acerca a eso, hablo de Picasso o del Calendario Maya; si no, siempre tendrás a mano algún robaperas de la Lleneralitat. Te dejo que ando con diarrea y no estoy para fiestas.

PD: Ni cheque ni transferencia, en sobre.

Yago.

 

Clic. Enviar.

Por si no había captado el mensaje, decidió recalcarle los conceptos básicos; no quería parecer precipitado.

 

Montseeeeeee:

¿Cuánto pagáis? Necesito saberlo ya. Yago.

 

Clic. Enviar.

No era un derroche de imaginación pero tenía un toque urbano: frío y a la yugular. Pura postpoesía.

 

Antonella Lotti, de la Biennale di Venezia, le reclamaba para un foro de expertos sobre El Alfa y el Omega del Impresionismo Adriático. Conocedor del diletantismo itálico, lo mejor sería cortar por lo sano.

 

Vafangulo, porca.

 

Dante no lo hubiera hecho mejor.

Clic. Enviar.

 

Ian Beaufourt, de Duncan & Fleet, le mandaba una reserva en British Airways, Barajas-Heathrow. Pensó ahondar en el lirismo del Big Ben como metáfora de supositorio. Demasiado obvio.

 

Ian,

I don’t go to London because the night.

Ps. ¡Gibraltar español!

Yago.

 

Clic. Enviar.

Notó como si el demoniejo que lo poseía abandonara su cuerpo y se tomó el último vaso para exorcizarlo del todo.

Se sentía radiante y feliz por tener abierto aquel correo justo en el momento preciso. De ahora en adelante dedicaría sus días a poner orden en el Universo, a perseguir al malvado donde quiera que se hallase y a ensalzar al pobre para devolverle la dignidad perdida.

El carillón dio las doce de la noche.

Se levantó y miró por la ventana. Estaba algo mareado.

Debe ser la altitud.

Se fue a la cocina, descorchó otra botella de Rioja y marcó el número de Breogán. Mientras contestaba miró el vaso a trasluz.

Mmmmm.

 

 

—Bdreoooooooo, las doce, ya podemos hablar.

—¿Dónde estás?

—En Madrid.

—¿En Madrííííí? ¿Tas loco o qué? ¿Ya has vuelto a beber?

—No sabes lo que es este vino.

—¡Estás medicado!

—Tengo la bodega llena.

—¿Qué bodeeega?

—La de mi casa, ¡cuál va a ser!

—¿Qué casa?

—¿Quécasa-quécasa? Un ático en pleno Madrí, de los que salen en las películas.

—¿Y de quién es?

—Mío ¿de quién va a ser?

—Joder, tú estás de atar.

—Bueno, de Yago… pero ahora es como si fuera mío.

Breogán temió que además de manía persecutoria ahora tuviera doble personalidad.

—¿¡Estás en casa de Yago!?

—Salió a por tabaco. Me quedo hasta que termine con los rusos y la mafia de Guinea.

—¿Quéée?

—Están por todas partes, tío.

—Escucha Leo,  ponme con Yago.

—Ha llegado mi hora.

—¡Leo!

—Los tengo rodeados.

—¿A quiénes?

—A todos.

—A ver, venga, ¿cuándo piensas volver?

Allá donde se cruzan los caminos…

—¡Leooo!

Piiiiiiii.

 

 

 

Una Transporter blanca aprovechó que un BMW plateado dejó un hueco libre y aparcó a veinte metros del 8 de Alfonso XII.

De la parte trasera, camuflada entre unas escaleras de aluminio, se desplegó una antena capaz de rastrear hasta el último microondas del edificio.

Trampa
titlepage.xhtml
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_000.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_001.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_002.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_003.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_004.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_005.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_006.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_007.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_008.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_009.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_010.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_011.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_012.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_013.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_014.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_015.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_016.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_017.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_018.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_019.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_020.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_021.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_022.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_023.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_024.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_025.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_026.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_027.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_028.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_029.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_030.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_031.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_032.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_033.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_034.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_035.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_036.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_037.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_038.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_039.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_040.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_041.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_042.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_043.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_044.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_045.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_046.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_047.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_048.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_049.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_050.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_051.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_052.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_053.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_054.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_055.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_056.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_057.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_058.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_059.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_060.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_061.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_062.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_063.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_064.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_065.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_066.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_067.html