Mayday

 

 

Leo sacó el termo y se sirvió un café espeso. Cuando anochecía se entretenía oyendo la onda corta del centro de Control Marítimo de Coruña. Aquellas charlas metálicas aliviaban su soledad.

—Aquí Trespalacios a Torre, ¿me recibe?, cambio.

 

 

 

El corredor de las costas gallegas es uno de los más transitados del mundo. Todos los años 50.000 buques bordean sus faros. Los que se dirigen al Norte de Europa tienen marcado un carril de navegación que bordea la costa; hacia el Sur navegan por otro paralelo y en sentido contrario separado por una distancia de seguridad.

Los domingueros y los gilipollas por donde les da la gana.

En caso emergencia se activan las balizas de a bordo, estaciones de radio de alta frecuencia que indican la posición exacta.

La del Trespalacios se activó a las 20.47 y su alarma fue detectada por un Geosar orbitando a 36.000 kilómetros que identificó el buque pero no su posición exacta; ésta fue determinada minutos más tarde por un segundo satélite de órbita polar.

—Aquí Trespalacios a Torre, ¿me recibe?, cambio.

Leo se sirvió otra taza de café y levantó la vista. Como no vio nada se puso a ojear el último número del Boletín de la Real Sociedad Ornitológica Española. El doctor Belarmino Suances contaba que las manchas del cormorán moñudo cruzan su cuerpo en forma longitudinal, no al revés, como siempre había pensado.

—Aquí Trespalacios, confirmación rumbo 3–5–3.

Leo se rascó la nuca. Estaba claro que las manchas eran en sentido longitudinal, pero ¿de adelante a atrás o al revés? No es lo mismo.

—Por favor, ¿confirma rumbo 3–5–3?

—5–3–3 confirmado —dijo sorbiendo el café sin apartar la vista del cormorán.

Después de tantos años le fastidiaba no distinguir esas motas grises que distinguían al cormorán moñudo del común. Además, según Suances, no hace falta ser ornitólogo para distinguir los moteados, que en los cormoranes son grises mientras en las gaviotas son parduzcos.

—Aquí Trespalacios, ¡vía de agua en popa!

Le sorprendió la sencillez de la exposición. Ahora resulta que era posible distinguir aquellas pecas en las alas, así, a simple vista.

—Aquí torre —dijo pasando página.

—¡Entra agua por todos lados!

Le escamó lo de no hace falta ser ornitólogo... Una de dos: o se estaba echando un farol, o… ¿sería cierto que el moteado se distinguía a simple vista?

Le entró la duda.

—Torre, ¡por Dios!

Leo resopló y cogió una lupa para ver de cerca al cormorán.

A ver si va a tener razón.

—¡Torre joder!

Notó una gota de sudor cayéndole por la sien. Siempre que se le acumulaban dos tareas simultáneas su cerebro le mandaba impulsos cruzados a la cabeza.

Bfff.

La cosa estaba clara: o el capitán del Trespalacios no sabía leer una carta de navegación o Suances era un fantasma.

—Dos metros de profundidad, ¡por Dios torre! ¿3–5–3 ó 5–3–3?

—Afirmativo.

 

 

 

Eran las doce y cinco de la noche y la lluvia ametrallaba las ventanas del faro.

Leo anotó en su diario: día 07. Max.22º, min. 16º. V. Oeste 18 nudos.

Gil. pide ayuda fuera de horario laboral.

Cerró la libreta y sorbió los restos del café. Dejó la taza sobre la repisa y al levantar la vista le dio un vuelco el corazón: varios haces de luz le iluminaban intermitentemente. Alguien desde tierra le estaba haciendo señales por destellos. Como recordaba el Morse lumínico de sus años de Náutica, cogió lápiz y papel y fue anotando.

—.—..—.. —.. . —.—.

Cuando iba por la mitad intuyó el resto:

T–o–r–r–e d–e C–a–r–a–m–e–l–o. .– .–. .– —. .–.. —

¡Leches!

La broma de las lucecitas comenzaba a cansarle. Desde hacía más de quince años, todos los ochos de abril, algún capitidisminuido se adentraba entre los matorrales y le incordiaba con la misma gracieta.

Las primeras veces había pensado que era una broma de su amigo Breogán. El año en que aquel mismo día estaba en el Bernabéu viendo al Madrid se dio cuenta de que no.

Torre de Caramelo.

En Google había descubierto que así llamaba Picasso a la Torre de Hércules. La única relación que encontró era ésa: un faro como el suyo, en su misma provincia, nada más.

Desde la primera vez, al día siguiente aparecían en la puerta del faro unos exvotos de cera negra: un radio, un cúbito y una falange envueltos en una fotocopia de La Torre de Caramelo.

Entre el vendaval y la vaina de las luces, le dio nosequé volver en bicicleta a Corme. Sí, se quedaría a dormir ahí. Nunca había sido un valiente y aquella noche no haría una excepción.

Cogió de nuevo los prismáticos y rastreó los alrededores. Sin luna apenas vio más que sombras y piedras negras. Desplegó la cama que tenía bajo el escritorio y apagó la luz de la mesita. Acurrucado entre las mantas se quedó pensando en todo aquello.

Al rato notó que se le paraba el corazón; un eco sordo llegaba de la base del faro.

Estaban llamando a la puerta.

Trampa
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