Retrato de Señor con Bigote, 1943
Nada más despertarse Otamendi se enfundó una sudadera y un chándal gris y salió al trote por Recoletos. Le despejaba correr al fresco, dejando volar las piernas con la mente en blanco.
Cuando llegó a la Comisaría, se pegó una ducha, dejó sus cosas en la taquilla y se fue al despacho. Durante una hora estuvo emborronando una pizarra con las piezas del rompecabezas. Cuando terminó de anotar docenas de nombres, fechas y flechas, coronó el croquis con la misma foto que Padín le había enseñado a Leo. Al lado, una ampliación borrosa de un pequeño cuadro: un rostro apenas perfilado con un punto negro sobre los labios.
Retrato de Señor con Bigote. (1943).
Óleo sobre lienzo, 27,6x35. Retrato de Adolf Hitler. Col. actual desconocida. Firmado, fechado y dedicado abajo, a la izquierda: A mi querida Dora/de su P.Ruiz Picasso/43.
Gustav Zerner da noticias de este cuadro en Picasso at War. Último propietario conocido D. Julián Pemán. En enero de 1958, en un certificado para Kahnweiler, Picasso confirmó su autoría.
Otamendi conocía al dedillo el modus operandi de Trespalacios: una telaraña internacional de expertos que autentificaban cuadros de autoría probable… pero incierta.
Sabía que en ocasiones ni las propias fundaciones de los autores tienen un catálogo actualizado de los mismos. Además, muchos artistas no registraron todo lo que hacían y otros pintaron tantos cuadros que resultaba imposible catalogarlos todos.
Como policía sabía que hoy en día es imposible colar un cuadro falso. Sí lo era en la época de los grandes falsificadores, hasta los 50 del siglo pasado, pero ahora, con Rayos X, estéreo microscopio y fluorescencia ultravioleta, es imposible dar gato por liebre. Las autentificaciones las hacen los propios museos o se encargan a unos pocos laboratorios acreditados. En caso de duda, se pagan auditorías externas a un limitadísimo círculo de expertos. Dependiendo de dictamen, el cuadro puede catalogarse como auténtico, o degradarse a la categoría de tercerón y sucedáneo.
Pero si falsificar el cuadro de un maestro es imposible, no lo es hacer pasar por original el de un discípulo. Hasta donde había podido averiguar ése era el resquicio por el que se colaba Trespalacios.
El negocio saltaba a la vista: pasar de ser de la escuela de a ser de a secas, era saltar de trescientos mil a treinta millones de euros.
Las polémicas sobre el tema eran infinitas: hacía pocas semanas el Prado había tenido que retirar la cartela de Goya de El Coloso. Los especialistas dictaminaron que era probable que fuera de Asensio Juliá, su principal ayudante.
Le hizo gracia recordar que aquel informe llevaba la firma de Trespalacios.