El nadismo

 

 

Nadismo. 1. Corriente pictórica del periodo de entreguerras basada en la simplicidad de su ejecución y en el uso de colores primarios. 2. Nadista (o nadaísta). Seguidor del nadismo.

 

 

 

Había llegado el momento. Leo chascó los dedos, respiró hondo y encendió el portátil.

Mientras crujían las tripas del Toshiba, se rascó la entrepierna y se fue a la bodeguilla de la cocina. Con un Marqués de Cáceres seguro que todo sería más fácil.

Hidratado se piensa mejor.

Se metió dos vasos seguidos, volvió al salón y comenzó a darle vueltas a la biografía del Kodama Demondé. A pesar de que sólo tenía una foto, vislumbró su vida con todo lujo de detalles.

Lo que hace el Marqués.

Además, ahora que era catedrático, desde su púlpito podría armar una patraña que hiciera que aquellas lonas de paint-ball valieran su peso en oro. Se acordó de Blumenthal y su Sinfonía al Infinito: si el arte contemporáneo resulta que es un funambulismo entre la belleza y la gansada, ¿quién mejor que él para hacer equilibrios en la cuerda floja de lo subjetivo? Como Dorgelès con el excesivismo, el nadismo clamaría ahora por sus fueros perdidos.

Eso sí, si quería rescatar del olvido a Kodama, tenía que hundir los cimientos sobre roca firme; escribiría una biografía como Dios manda, algo serio, documentado, científico, un material sin fisuras que sirviera de base para el estudio del genio que fulminó siglos de bodegones y escorzos e hizo que el arte abstracto sea tal y como lo conocemos hoy en día.

Apagó las lámparas y corrió las cortinas.

Se metió otro vaso de Marqués y empezó a teclear.

 

 

 

Kodama Demondé, hijo de Miroslav y Borodina, nació en Rijeka, Croacia, el 23 de marzo de 1918. Tras una infancia sin mucho que contar, a los quince años su familia se traslada a la pequeña aldea de Vela Učka. Acuciados por las deudas de juego de su padre, allá viven tranquilos lejos del ruido y los acreedores.

Nada más llegar al pueblo sale a recibirlos su escultural vecina, Eva Armanski, esposa de un vendedor de crecepelos que pasaba todo el año fuera.

La Armanski, a quien por su carácter llamaban La Corajuda, subyuga al frágil Kodama, al que apodaban Pansinsal por la ópera de Wagner.

A la semana, para evitar que el chico sucumbiera a los encantos a los que ya había sucumbido su padre, mamá Demondé lo mete en el internado de los Padres Templarios de Poljane, de donde escapa a los dos días aprovechando un cambio de guardia.

Del reencuentro con La Corajuda aquel tórrido verano macedonio da cuenta la obra Instante de Luz: un manchón negro sobre fondo blanco que plasma la fugacidad del placer mundano. Kodama resume en ese lienzo la esencia del nadismo: puro fondo, cero forma.

A los dieciocho, espoleado por su rival y progenitor, decide buscar fortuna en la gran ciudad. Como Viena le quedaba lejos, prueba en Rijeka, pero nada más llegar advierte que acaba de aterrizar en una ciudad convulsa. Entre barricadas y carreras delante de la policía, Kodama conoce al proletario Jiri Karamazov, hijo de una familia ortodoxa y numerosa. Los dos jóvenes congenian desde la primera noche en comisaría y tras ganarse la confianza del entorno familiar, Kodama se empeña en perfeccionar sus destrezas de anatomía y le propone pintar una serie de desnudos bajo el título, Las Hermanas de Karamazov.

Desde entonces dejan de hablarse[1].

La hambruna de 1938 lo arroja en brazos de la hija de un charcutero, Liliana Cecic, de la que se enamora perdidamente[2]. Pero no todo es amor en su vida; por las noches escribe arengas para el ambicioso proyecto editorial que acaricia: El faro del Imperio Austro Húngaro. Tras una fuerte discusión ideológica con papá Cecic por los gastos de imprenta, primero abandona el proyecto y luego es conminado a abandonar la casa. Errabundo y solitario, se dedica a la mala vida.

A los dos días, cansado de dar tumbos y sin un dinar en el bolsillo, visita al monje Dom Armenio de Dobrinj, que le aconseja ingresar en el monasterio de Karajovelica.

La estrechez del convento y un régimen a base de col hervida, levantan airadas protestas de los novicios, que no soportan las expansiones del recién llegado. Dom Armenio —que le quiere bien—, le recomienda un cambio de aires y de régimen alimenticio.

Este no es tu sitio.

Desnortado, el joven Kodama empeña los pocos candelabros que había podido llevarse de recuerdo. Esa misma noche la fortuna le sonríe en el casino de Rijeka, pero al salir es detenido por la Policía que le notifica una denuncia anónima por los gastos de imprenta de El Faro. Kodama siempre vería detrás de aquella denuncia la mano negra de la Iglesia.

Tras varias noches de calabozo vuelve a su Vela Učka natal, pero se encuentra a su padre agonizando de cirrosis; a pesar del trance, en un momento de sobriedad le da un postrer consejo:

—¡Pinta!

Quiso el destino que no entendiera que le estaba pidiendo otra cerveza.

Desde aquel día, no deja de pintar.

En el invierno de 1939 fallece su madre. La Corajuda, profundamente abatida, aprovecha que Kodama va a Rijeka a poner la esquela y entierra a su vecina boca abajo, según el rito ortodoxo, aunque la difunta había dejado bien claro que prefería el rito normal.

Golpeado por el destino, las desgracias le llegan por pares y al mes fallece su padre.

Solos en el pueblo, Kodama y Eva pasan los días segando heno, pastoreando ovejas y leyendo a Virgilio. Su cercanía le turba, pero recuerda los consejos de Dom Armenio y trata de alejarse de los motivos carnales como eje de su obra.

De esa época data Maja Vestida, que según el testimonio de su hija Draguta, fue captada en un descuido de la volátil Armanski.

En primavera retoma los pinceles y pinta Invierno en Vela Učka y un segundo cuadro con variaciones sobre el anterior, Cosecha del Heno en Vela Učka… con campesina agachada al fondo.

De nuevo se asoma al precipicio.

Al mes entra en una profunda depresión y a esa época oscura corresponde la serie Sansacabó, tres tristes y trágicos trípticos: Puntofinal, Paso y Hasta aquí hemos llegado.

Pasan los días y pasan los meses, uno detrás de otro. Perdido en las montañas, sin radio ni periódicos, la noticia del estallido de la Segunda Guerra Mundial llega a Vela Učka con cinco años de retraso.

Nada más enterarse, se despide de Eva y prepara una emboscada a las tropas alemanas acurrucado al fondo de una mina de sal abandonada.

Cuando sale, Berlín había caído, hacía tiempo.

De vuelta al pueblo se propone a escribir sus experiencias bélicas, pero se decanta por un ensayo de tintes autobiográficos: Las Confusiones.

Revuelve recuerdos y busca sus raíces, pero no encuentra nada; desconcertado, se va a ver al monje Dom Armenio, pero no está. Pregunta por Liliana, pero tampoco. Visita Chacinados Cecic, pero menos.

Lo malo de las guerras modernas es que lo cambian todo de sitio, se queja amargamente en su diario.

Al que sí encuentra es a su fiel amigo Karamazov, que había abandonado la causa obrera y se había convertido en censor del régimen de Tito y exitoso editor de El Yugo Eslavo. Tras los chupitos de una cena recordando viejos tiempos, Kodama le pide un adelanto de mil dinares para la edición del libro. Jiri le dice que se lo pensará, pero al día siguiente lee el manuscrito y tras varias meriendas en el río, le da el sí quiero y le presta el dinero.

Kodama siempre tuvo le sensación de que su amigo se había vuelto algo rarito. Para mí que se dio vuelta, escribe.

Eufórico y aliviado, esa misma noche retoma los pinceles, abre una cuenta en el Dardánelo´s y comienza le época Tinta, de la que destacan El Libador de Absenta y Macedonia Patria querida.

Cuando se le termina el dinero, se acuerda de los sabios consejos de su madre y deja la bebida. En su honor pinta dos cuadros de continuidad temática innegable: Madre no hay más que una I y Madre no hay más que una II.

Sin un dinar en el bolsillo, vuelve al pueblo, pero sólo le visita su fiel Karamazov, que con una inoportunidad exasperante le reclama el dinero del adelanto. A la semana siguiente vuelve con un notario para embargarle la casa, pero Kodama enferma y tras dos días delirando, suspira:

—¡Kalininskaya!

Pensando que llamaba a alguna antigua novia ortodoxa, para distraerle a Jiri se le ocurre leerle Guerra y Paz. Al tercer capítulo le dan ardores de estómago[3] y comienza a apagarse.

Una noche, cegado por la fiebre y pensando que era agua, toma de la mesita un frasco de crecepelo que papá Armanski había olvidado en casa.

—Aggghh.

Y expira.

Al día siguiente Karamazov lo encuentra tieso, pero con el gesto sereno de los que mueren en paz.

Quince días después su cuerpo sigue incorrupto y un olor a estragón con notas de cardamomo perfuma toda la estancia. El pelo le había crecido hasta caer de la cama y extenderse graciosamente por el suelo, como una ninfa inerte.

Esa misma mañana Karamazov fue fusilado por el Ejército Rojo por sostener que el pelo de su difunto amigo crecía, tesis contraria a uno de los postulados básicos del Materialismo Dialéctico: el pelo de los difuntos no crece.

Las tropas de Tito arrojaron su cuerpo y el de Kodama al estercolero municipal de Vela Učka, donde hoy se levanta un Starbucks.

Lux Aeterna luceat ei.

Descansa en paz amigo Kodama.

 

 

 

Al día siguiente Leo se despertó a las once. Echó un pis, se miró al espejo y se quitó dos legañas como dos garbanzos. Se tocó los parietales y notó un destornillador atravesándole el cráneo.

Say Cheeese.

Se fue a la cocina y preparó un café cargado. Mientras esperaba puso un dedo de sal en un vaso de agua Bezoya y se lo bebió de un trago.

—¡Agggh!

Cuando entró al salón vio tres botellas en el suelo y un cenicero lleno de colillas. El cursor del ordenador parpadeaba junto a Lux Aeterna luceat ei.

Miró la pantalla y sintió vergüenza al recordar lo que había escrito ayer.

Menuda estupidez.

No tenía la menor intención de leerlo.

Se metió de nuevo en cama apesadumbrado por tanto desvarío. Era un títere de su imaginación.

Si quería ser un hombre de bien tenía que dejar la bebida y ponerle coto a su fantasía. Nada mejor que dormir para no caer en la tentación.

Trampa
titlepage.xhtml
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_000.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_001.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_002.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_003.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_004.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_005.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_006.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_007.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_008.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_009.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_010.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_011.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_012.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_013.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_014.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_015.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_016.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_017.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_018.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_019.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_020.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_021.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_022.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_023.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_024.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_025.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_026.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_027.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_028.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_029.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_030.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_031.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_032.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_033.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_034.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_035.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_036.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_037.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_038.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_039.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_040.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_041.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_042.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_043.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_044.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_045.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_046.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_047.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_048.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_049.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_050.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_051.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_052.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_053.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_054.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_055.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_056.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_057.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_058.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_059.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_060.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_061.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_062.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_063.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_064.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_065.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_066.html
CR!BE907W0D3N4AD4C7DYX9WHMMWCVS_split_067.html