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Jack Mackenzie se llevaba bien con los polis porque todos creían que era irlandés. De hecho, sus antepasados eran escoceses, secreto que ni una manada de potros salvajes hubiera sido capaz de sonsacarle.
Siendo como era reportero de una gran cadena de televisión, resultaba muy ventajoso para Mackenzie mantener tan estrecho contacto con los hombres de azul —sin ello le hubiera resultado difícil conservar su puesto mucho tiempo. Pero los polis sabían que el bueno de Jack siempre daba sus nombres correctamente y los situaba ante las cámaras siempre que podía, tomaba siempre como buena su versión de que el sospechoso se había caído él solo del tejado y jamás criticaba sus pequeños e inevitables fallos. Ésa fue la razón de que cuando el inspector jefe Mologna (que Jack Mackenzie pronunciaba siempre Maloney) decidió sacar a la luz pública el problema del Fuego Bizantino, fuera el pelirrojo, pecoso, jovial, duro bebedor y seudoirlandés Jack Mackenzie quien recibiera el visto bueno para la exclusiva.
La entrevista tuvo lugar en la sala de conferencias del cuartel general, varios pisos por debajo del despacho de Mologna. Con sus luces indirectas, sus paredes sin ventanas totalmente recubiertas por grandes cortinones anti-ruidos de color zapatillas de la Virgen, esta sala había sido designada como el lugar adecuado para la entrevista televisiva. Un portavoz de la policía sentado tras aquella mesa, con semejantes cortinones de fondo, y sosteniendo un viejo rifle de calibre 22, que anunciara que el arresto de cuatro principiantes acababa de salvar a la República, hubiera resultado absolutamente creíble.
La entrevista estaba programada para las cuatro de la tarde, con suficiente tiempo como para permitir pasar un avance de la misma en el noticiario de las seis (el resto de la prensa recibiría la noticia un poco más tarde, también a tiempo para las noticias de las seis, pero más bien al fin del programa y no antes. La amistad es algo maravilloso). Mackenzie llegó un tanto pronto acompañado de los tres hombres de su equipo (uno para la cámara, otro para el equipo de sonido, y nadie hubiera podido decir para qué servía el tercero) y se estuvo bromeando un rato con el oficial de guardia en el vestíbulo, mientras sus muchachos instalaban el material y comprobaban el nivel de las luces en cada milímetro cuadrado de la sala.
Mologna mismo, con un uniforme tan lleno de charreteras que parecía un navío de línea con todas las luces encendidas, salió del ascensor al vestíbulo exactamente a las cuatro y tres minutos, acompañado de su secretario, el sargento Leon Windrift, y de dos anónimos detectives vestidos de paisano, que llevaban portafolios cargados de anotaciones y estadísticas. Mologna y Mackenzie se saludaron en medio del vestíbulo dándose la mano y congratulándose mutuamente del encuentro.
—Encantado de verte, Jack —dijo Mologna.
—¿Qué tal está usted, inspector jefe? Se le ve muy bien. Ha debido adelgazar como unas dos libras, ¿no?
De hecho Mologna había engordado unas cuantas libras más. Con una sonrisa aún más amplia y satisfecha que antes, palmeó sobre su barriga de bebedor de cerveza —zup, zup— y dijo:
—Resulta duro tener que estar en la brecha todo el día, pegado al escritorio día y noche.
—De todos modos, se le ve estupendo —repitió Mackenzie, que no daba más de sí ante tal pamema.
Ambos se dirigieron a la sala de conferencias, seguidos por la corte de Mologna, y el equipo de Mackenzie apagó sus cigarrillos y se prepararon para empezar a trabajar. Dado que se trataba de una entrevista más que de una rueda de prensa —que estaba convocada en la misma sala para las cuatro y media— Mologna se sentó tras la mesa (donde su tripa de bebedor de cerveza no se veía), en vez de quedarse en pie, mientras Mackenzie tomaba asiento a su derecha. Se hicieron nuevas mediciones de luz y el técnico de sonido les pidió que hablaran un poco para medir el nivel de sonido. Ambos intervinientes eran veteranos en estas lides y se pusieron a hablar de béisbol —que la Liga acababa de comenzar en Florida, y si Mackenzie fuera periodista deportivo podría estar allá abajo tumbado al sol, etcétera, etc. —hasta que el técnico les dijo que pararan el carro. Seguidamente, se pusieron al fin manos a la obra.
Mackenzie:
—Tal vez será mejor que me diga usted el tema conductor. No tengo mucha idea de lo que quiere anunciar usted aquí exactamente.
Mologna:
—Quiero explicar los progresos que hemos hecho hasta ahora en el puñetero asunto ése del anillo del rubí. ¿Por qué no empiezas diciendo que sabes que yo estoy llevando el asunto y qué tal marcha?
Mackenzie:
—Muy bien, perfecto. Inspector jefe Mologna, ha sido colocado usted al frente de la investigación sobre el robo del Fuego Bizantino. ¿Ha habido algún progreso en el caso hasta el momento?
Mologna:
—Sí y no, Jack. Tenemos al grupito que llevó a cabo lo del Aeropuerto Kennedy, pero desgraciadamente aún no hemos recuperado el anillo.
Mackenzie:
—¿Pero se han efectuado detenciones?
Mologna:
—Por supuesto. Habíamos retenido la noticia, esperando poder cerrar pronto el caso. Los supuestos autores son extranjeros, al parecer implicados en diversos hechos delictivos en Chipre. Les hemos echado el guante a los cuatro esta mañana.
Mackenzie:
—Así que el robo del Fuego Bizantino fue un acto de intencionalidad política.
Mologna (riendo por lo bajo):
—Bueno, Jack, digamos que así es como ellos lo ven. Yo soy un simple policía de Nueva York, y para mí un atraco es un atraco.
Mackenzie:
—¿Entonces esos tipos serán tratados como criminales comunes?
Mologna:
—Eso ya es competencia de los tribunales.
Mackenzie:
—Sí, claro. Inspector jefe, si se siente usted satisfecho de haber aprehendido a los criminales, ¿cómo es que el Fuego Bizantino aún no ha sido encontrado?
Mologna:
—Bueno, Jack, ésa es la razón de que quiera hacer una llamada a la opinión pública. El caso es, y de ahí el que no hayamos querido informar sobre el caso hasta este momento, que el anillo fue robado dos veces.
Mackenzie:
—¿Dos veces?
Mologna:
—Así es, Jack. Los autores originales del atraco intentaban sacar la joya del país, y para llevar a cabo este propósito la dejaron guardada en una joyería de Rockaway Boulevard, en el sector de South Ozono Park de Queens.
Mackenzie:
—Esto fuera de grabación. ¿Tiene usted por casualidad una foto en color de la tienda? Si no tendré que llamar a los estudios para que manden de inmediato a alguien allí.
Mologna:
—Esto, Jack, es para que veas que me preocupo por ti. Turnbull tiene aquí todo lo que necesitas.
Mackenzie:
—Fantástico. Volvemos a grabar. Inspector jefe, ¿dice usted que el anillo fue dejado en una joyería?
Mologna:
—Así es, Jack. Gracias a una magnífica actuación policial —y debo decir que el FBI nos fue de gran ayuda en esta parte del caso— pudimos coger a toda la banda, antes de salir el sol esta mañana. Desgraciadamente, durante ese tiempo la joyería sufrió un robo vulgar y corriente, sin conexión alguna con lo anterior. Un caco aún por detener se llevó el Fuego Bizantino junto con el restante botín que consiguió en la tienda. Éste es el hombre tras el cual andamos en estos momentos.
Mackenzie:
—¿Quiere usted decir, inspector jefe, que un vulgar ratero de nuestra ciudad se halla actualmente en posesión de una joya valorada en varios millones de dólares?
Mologna:
—Ésa es precisamente la cuestión, Jack.
Mackenzie:
—¿Y puedo preguntarle, inspector jefe, qué es lo que se está haciendo por el momento?
Mologna:
—Estamos haciéndolo todo. Desde el momento en que descubrimos el robo he puesto en marcha un plan de interrogatorios de todos los criminales fichados del área de Nueva York.
Mackenzie:
—Una labor ciertamente amplia, inspector jefe.
Mologna:
—Estamos dedicando a ella todos nuestros efectivos, Jack (desde fuera de cámara, el sargento Leon Windrift deslizó un pedazo de papel sobre la mesa, que Mologna miró con disimulo). En estos momentos, a las tres en punto de la tarde, y en los cinco barrios que forman esta ciudad, diecisiete mil trescientos cincuenta y cuatro individuos han sido detenidos e interrogados. El resultado hasta el momento de esta redada relámpago han sido seiscientas noventa y un detenciones por crímenes y faltas no relacionados con el caso del Fuego Bizantino.
Mackenzie:
—Inspector jefe, ¿quiere usted decir que hasta este momento, en el día de hoy, han quedado resueltos seiscientos noventa y un casos de crímenes pendientes?
Mologna:
—Eso, Jack, depende de los tribunales de justicia. Todo lo que yo puedo decir es que estamos satisfechos con los resultados hasta ahora obtenidos.
Mackenzie:
—Así pues, ocurra lo que ocurra, la redada relámpago de la policía en el día de hoy ha supuesto una clara mejora para los honestos ciudadanos de Nueva York.
Mologna:
—Me atrevería a decir que así es, Jack. Pero ahora, nos gustaría pedir a esos mismos honestos ciudadanos que nos presten su ayuda (mirando directamente a las cámaras). El Fuego Bizantino es un muy valioso anillo de rubí. Pero es también más que eso. Como americanos, pensábamos regalar ese valioso anillo, todos por igual, a una nación amiga. Como neoyorquinos, creo que todos nos sentimos un poco avergonzados de que tal cosa haya ocurrido en nuestra ciudad. Les mostraré ahora una foto del Fuego Bizantino. Si por casualidad han llegado a ver este anillo, o pueden proporcionarnos alguna información que nos sea de ayuda en esta investigación, llamen por favor al número especial de policía que estarán viendo sobreimpreso en sus pantallas (volviéndose a Mackenzie).
Mackenzie:
—Y entretanto, inspector jefe Mologna, ¿piensa continuar la policía con la redada?
Mologna:
—Por supuesto que sí, Jack.
Mackenzie:
—Hasta que aparezca el Fuego Bizantino.
Mologna:
—Puedo decirte, Jack, que el elemento criminal de esta ciudad va a lamentar la existencia misma del Fuego Bizantino.
Mackenzie:
—Muchas gracias, inspector jefe Francis Mologna.
Con esto se dio por terminada la entrevista. Mackenzie y Mologna se dieron la mano una vez más e intercambiaron unas pocas palabras mientras el equipo de Mackenzie empaquetaba sus trastos. A continuación, Mologna se sentó de nuevo detrás de la mesa para aguardar a la rueda de prensa —cuyo comienzo estaba previsto que tuviera lugar en diez minutos—, mientras Mackenzie se apresuraba a volver a la emisora, para posar allí de nuevo frente a unos cortinones color zapatillas de la Virgen, grabar los intercalados explicativos y retocar un poco sus propias preguntas. Estos planos irían alternados con trozos de la entrevista grabada, más una hermosa foto en color de la fachada de Skoukakis Credit Jewelers, junto con otra magnífica y clara foto del Fuego Bizantino sobre un fondo de terciopelo negro, sobre la que debía aparecer sobreimpreso el número especial de la policía (que no pocos niños de doce años se dedicarían a marcar) y todo ello tenía que quedar listo para el telediario de las seis.
Una pequeña y seductora exclusiva.