10
El inspector jefe Francis Xavier Mologna (pronúnciese Maloney), del Departamento de Policía de la ciudad de Nueva York, y el agente Malcolm Zachary, del FBI, se amaban de manera imperfecta. Se hallaban, por supuesto, alineados de un mismo lado en la guerra entre las fuerzas del orden y las fuerzas del desorden, y estaban sin duda alguna dispuestos a cooperar plenamente entre sí siempre que dicha guerra viniera a colocarlos en el mismo campo de batalla. Incluso, admiraban profundamente las respectivas ramas del servicio que actuaban en esta guerra, tanto como se respetaban en cuanto profesionales con largos años de servicio. Pero, aparte de esto, cada uno de ellos pensaba del otro que era tonto del culo.
—Este tipo es tonto del culo —dijo Mologna a Leon, la loca negra que tenía por secretario, cuando éste entró en su oficina para anunciarle la llegada del antedicho.
—Tonta del culo y reina —concordó Leon—. Pero en este momento se encuentra en mi despacho y quiere entrar en el suyo, y yo también creo que mejor estaría aquí.
—¿Tonta del culo y reina? ¿También tiene tus asquerosos gustos de loca?
—Sí —dijo Leon—. ¿Puedo decirle que pase?
—Si es que aún está ahí —dijo Mologna con tono esperanzado.
Aún estaba allí. De hecho, en aquel mismo momento, en la antesala del jefe, el agente Zachary estaba diciendo:
—Este tipo es tonto del culo, Bob —a su colega, Freedly.
—Con todo tenemos que colaborar con él, Mac —dijo Freedly.
—Ya lo sé. Lo único que quiero es decírtelo a ti, decirte en privado que ese tío es tonto del culo.
—Estoy de acuerdo.
Leon abrió la puerta del despacho del jefe, sonrió coquetamente a los dos hombres del FBI y dijo:
—El inspector Mologna los recibirá ahora.
En su mesa, el inspector jefe Mologna gruñía: «Creo que no seré capaz de ver a ese tonto del culo», y a continuación sonrió, se alzó del asiento y tendió su mano, su barriga de bebedor de cerveza y su radiante cara en dirección de Zachary y Freedly que entraban en aquel momento. Chocaron las manos mientras Leon salía del despacho y cerraba la puerta.
Zachary señaló con un gesto las ventanas situadas a espaldas de Mologna.
—Magnífica vista.
Lo era.
—En efecto —dijo Mologna.
—El puente de Brooklyn, ¿no?
Lo era.
—En efecto —dijo Mologna.
Con esto terminó la charla de circunstancias. Zachary se arrellenó en una de las butacas colocadas frente a la mesa. Freedly se colocó en la otra y dijo:
—Hasta donde podemos saber, los griegos no lo tienen.
—Por supuesto que no lo tienen —dijo Mologna retrepándose en su silla giratoria de alto respaldo acolchado—. Ya lo dije esta mañana. Espere un minuto…
Y apretó un botón del interfono, quedándose con la vista puesta en la puerta.
Ésta se abrió. Y Leon dijo:
—¿Me llamaba?
—Creo que tendrás que tomar algunas notas.
—Voy a por mi bloc.
Zachary y Freedly intercambiaron una mirada. Había algo raro en aquel secretario.
Leon entró de nuevo, cerró la puerta, se deslizó hasta una pequeña butaca colocada en una esquina, cruzó coquetamente las piernas, apoyó su cuaderno de notas sobre la rodilla superior, preparó su pluma y se quedó mirando expectante a los tres.
—Estaba diciendo —dijo Mologna (Leon trazó unos rápidos signos taquigráficos)— que ya había dicho esta mañana…
Zachary dijo:
—Me guardará una copia para mí también, ¿verdad?
—… el… ¿Qué?
Zachary señaló con un gesto a Leon.
—Las notas de la conversación.
—Ciertamente. ¡Leon! Una copia para el FBI.
—Por supuesto que sí —dijo Leon.
Leon y Mologna intercambiaron una mirada.
Zachary y Freedly intercambiaron otra mirada.
Mologna dijo:
—Como estaba diciendo, ya dije esta mañana que el anillo del rubí no había sido robado por ninguno de sus agentes políticos extranjeros. Es…
—Eso parece ser cierto —dijo Zachary—, al menos en lo que respecta a los grupos grecochipriotas clandestinos. Hemos infiltrado buena parte de sus organizaciones, y tenemos la completa seguridad de que ellos no lo tienen.
—Eso es lo que yo estaba diciendo.
—Lo que nos deja aún abierta la posibilidad de los turcos y los rusos.
—Y los armenios —añadió Freedly.
—Gracias, Bob, tienes toda la razón.
—Y también deja abierta la posibilidad —dijo Mologna— de un vulgar ratero nacional, de antepasados aún por determinar.
—Por supuesto —dijo Zachary—, siempre cabe esa posibilidad. En el Buró —y también lo acabo de discutir ahora con Sede— tenemos la impresión de que…
Mologna dijo:
—¿Sede?
—Sede de Gobierno —explicó Zachary—. Es así como llamamos al cuartel general central del Buró en Washington.
—Sede —dijo Mologna, haciéndose eco. E intercambió una mirada con Leon.
—Una simple abreviatura. Y nuestra impresión es que parece muy verosímil la existencia de motivaciones políticas.
—Robo.
—Técnicamente, claro está, se trata de un robo.
—Con un ladrón —dijo Mologna.
—Francamente —dijo Zachary—, espero, y estoy seguro de que el Buró también lo espera, que tenga usted la razón.
—Todos los colegas de Sede juntos.
Zachary frunció el ceño por un instante. ¿Estaba Mologna mostrándose sardónico? No parecía posible, en un hombre con tan horrible acento de Long Island, y aquel terrible estómago.
—Eso es —dijo—. Y sería sin duda mucho más simple que se tratara de un simple ratero nacional. Ya que uno de nuestros problemas podría ser sin duda la inmunidad diplomática.
—¿Inmunidad diplomática? —Mologna meneó la cabeza, con expresión obstinada—. Esto no es un boleto para un parking, tío. No hay inmunidad para los grandes latrocinios.
Zachary y Freedly intercambiaron una mirada. Zachary explicó:
—La mayor parte de esas organizaciones —grupos terroristas, células nacionalistas, conciliábulos revolucionarios— tienen algún tipo de vínculo con instancias gubernamentales, lo que les da acceso a la valija diplomática. Suelen facturar su equipaje con alguna de las diversas misiones consulares o diplomáticas de Washington y Nueva York, lo que hace que pasen sin registro. Ésa es la inmunidad diplomática de que hablo. Todo lo que puede salir o entrar en este país en valija diplomática y sin que nadie se entere.
—Tuvimos mucha suerte —añadió Freedly— de que el primer grupo implicado en el asalto del Aeropuerto Kennedy fuera previamente desautorizado por el Gobierno griego, lo que les obligó a buscar un método alternativo para sacar el anillo del país.
—Y tienen suerte también —les dijo Mologna— de que lo que estemos buscando esta vez sea un simple caco local.
—Nos gustaría poder tener esa suerte —concedió Zachary—. ¿Tiene usted alguna prueba en este momento que avale su teoría?
—¿Prueba contundente? El trozo de cable que hacía de puente la alarma. ¿Le parece bastante? La puerta descerrajada que…
—Sí, sí —dijo Zachary, alzando la mano para detener la avalancha—. Lo recuerdo de esta mañana. Quiero decir, desde entonces.
Mologna y Leon intercambiaron una mirada. Mologna dijo:
—Han pasado dos horas desde entonces como mucho. Somos eficaces, señor Zachary, pero nadie es tan eficaz.
Zachary y Freedly intercambiaron una mirada. Zachary dijo:
—Pero sin duda ha dado usted ya los pasos precisos.
—Por supuesto que hemos dado ya los pasos precisos. Estamos al habla con nuestros soplones, estamos arrestando a todo criminal conocido que circule por los cinco barrios, y estamos presionando a todo el mundo del hampa —asintió Mologna con satisfacción—. No nos llevará mucho tiempo conseguir resultados.
—¿Más o menos cuánto? Porque si está usted en lo cierto parece cosa hecha.
—¿Que si estoy en lo cierto? —Mologna y Leon intercambiaron una mirada—. Dos o tres días. Les mantendré informados de nuestros adelantos.
—Gracias. Entretanto, nosotros seguiremos con la hipótesis alternativa de que el robo del anillo tiene una base política y, por supuesto, estaremos encantados de notificarle nuestros adelantos.
Mologna y Leon intercambiaron una mirada. Mologna dijo:
—Adelantos en el frente internacional.
Zachary y Freedly intercambiaron una mirada. Zachary dijo:
—Sí, claro. En el frente internacional.
—Los armenios —dijo Freedly— parecen particularmente interesantes.
Mologna pareció especialmente interesado:
—¿Ah, sí?
Zachary asintió.
—Bob está en lo cierto —dijo—. Los nacionalistas que carecen de una nación propiamente dicha suelen tender al extremismo. Los moluqueños, por ejemplo. O los palestinos.
—O los puertorriqueños —añadió Freedly.
—Hasta cierto punto —concedió Zachary.
Mologna y Leon cambiaron una mirada.
Zachary se puso en pie (Freedly hizo lo propio).
—Cooperación interpolicial —dijo Zachary—, es muy importante en materias de esta clase.
Mologna se alzó de su asiento, descansando su barriga de bebedor de cerveza sobre el escritorio.
—Sin duda. Difícilmente podríamos arreglárnosla sin ello —dijo—. Estoy muy contento, muchachos, de tenerles con nosotros en este pequeño caso de robo con escalo.
—Nosotros sentimos lo mismo —le aseguró Zachary—. En un caso internacional como éste, estamos encantados de poder disponer de su valiosa cooperación a nivel local.
Se dieron las manos. Leon dibujó una pequeña caricatura de Freedly, adornado con pendientes. Los agentes federales salieron del despacho, cerrando la puerta tras de sí.
—Ese tipo es tonto del culo —dijeron Zachary y Mologna a Freedly y Leon.