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El nombre de «Stoon» no aparecía ni en los timbres del 21 ni en los del 23 de Perry St. Acababa de revisar este último número y se hallaba detenido en el borde de la acera meditando sobre la perfidia de la vida cuando Dortmunder captó cierta actividad al otro lado de la calle, en diagonal. Tres hombres aparecían saliendo de un edificio, dos de ellos conduciendo al tercero, que iba en medio, cada uno de un codo. El de la izquierda, además, llevaba en la mano una gran bolsa de lona azul, que parecía ir bastante cargada. Los tres hombres apresuraron el paso hasta llegar a un castigado Ford de color azul claro, que se hallaba aparcado cerca de donde estaba Dortmunder, quien pudo observar que el tipo de en medio —bajo, de cara redonda— parecía mucho menos feliz que sus dos acompañantes, que eran por igual altos, más bien entrados en carnes, y parecían muy satisfechos. Mientras embutían al bajito en el asiento trasero del Ford y colocaban la pesada bolsa de lona en el asiento delantero, uno de ellos le dijo:
—Esto te va a tener dentro por una buena temporada.
Lo que le respondió el tipo bajito, si acaso fue algo, Dortmunder no lo oyó.
Los dos tipos altos y autosatisfechos entraron también en el coche, uno en la parte trasera y otro en el asiento del conductor, y el coche arrancó. Dortmunder vio cómo se alejaba. Al llegar a la esquina, giró y se perdió de vista.
Dortmunder exhaló un suspiro. No había duda alguna para él, pero aún así quería asegurarse. Cruzó la calle en diagonal, penetró en el vestíbulo de donde el trío acababa de salir y revisó los nombres colocados al lado de cada timbre.
—Stoon.
—¿Busca usted a alguien?
Dortmunder se giró y vio a un tremendo y forzudo portorriqueño, armado con un gran cepillo de barrer. El portero. Dortmunder dijo:
—Liebowitz.
—Se ha mudado —dijo el portero.
—Vaya.
Dortmunder salió a la calle. En la esquina, un policía lo miró con fijeza. Para entonces estaba ya tan cabreado que, olvidándose de la bolsa de plástico que llevaba en el bolsillo de su chaqueta, devolvió la mirada al bofia casi con tanta fijeza. El policía se encogió de hombros y siguió haciendo su trabajo.
Dortmunder se fue a casa.