5
Tom abrió los ojos. El sol dibujaba rayas sobre su cama. Al fondo, un monitor pitaba suavemente, mientras se oía el tictac de un reloj de pared. Vio a Sally a través de un velo de dolor. La tenía delante, en una silla.
—¡Estás despierto!
Sally se levantó como un resorte y le cogió la mano.
Tom ni siquiera se planteó la posibilidad de levantar la cabeza, le dolía una barbaridad.
—¿Qué…?
—Estás en el hospital.
Lo recordó todo de golpe: la persecución en los cañones, el accidente de helicóptero, el incendio…
—¿Tú cómo estás, Sally?
—Bastante mejor que tú.
Tom se miró, y se dio un susto al verse tan vendado.
—¿Qué tengo, dime?
—Nada; una quemadura grave, fractura de muñeca y de costillas, conmoción cerebral, problemas de riñón y quemaduras pulmonares. Aparte de eso, estás bien.
—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
—Dos días.
—¿Y Ford? ¿Cómo está?
—Subirá a verte en cualquier momento. Solo tenía el brazo roto y algunos cortes. Es un tío duro. El peor parado has sido tú.
Tom gruñó. Seguía teniendo la cabeza como un bombo. Al recuperar del todo la visión, vio a alguien corpulento sentado en el rincón. Era el detective Willer.
—¿Qué hace él aquí?
Willer se levantó, se tocó la frente a guisa de saludo y se volvió a sentar.
—Me alegro de verlo despierto, Broadbent. Tranquilo, no lo queremos para nada, aunque se lo merecería.
Tom no supo muy bien qué decir.
—He llegado hace nada. Quería ver cómo estaba.
—Se lo agradezco.
—Me he imaginado que querría saber un par de cosas, como qué hemos averiguado sobre el asesino de Marston Weathers, que es la misma persona que secuestró a su mujer.
—Pues la verdad es que sí.
—A cambio, cuando esté preparado, me gustaría tomarle una declaración completa.
—Me parece justo.
—Perfecto. Se llamaba Maddox, Jimson Alvin Maddox; había cumplido condena por asesinato, y parece que trabajaba para un tal Iain Corvus, conservador en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. Corvus consiguió sacarlo pronto de la cárcel. Murió la misma noche del secuestro de Sally, parece que de un infarto, aunque, dada la coincidencia, lo está investigando el FBI.
Tom asintió. ¡Qué dolor de cabeza, por Dios!
—Y ese Corvus… ¿Cómo se enteró de lo del dinosaurio?
—Oyó rumores de que Weathers seguía el rastro de algo muy importante, y envió a Maddox en su persecución. Maddox al final se cargó a Weathers, y parece que se llevó una muestra que Corvus hizo analizar en el museo. Acaba de salir algo al respecto en internet, y se ha armado la de Dios es Cristo. Sale en todos los periódicos. —Willer sacudió la cabeza—. Un fósil de dinosaurio… Yo había pensado de todo, desde cocaína hasta oro enterrado, pero nunca se me habría ocurrido que se trataba de un tiranosaurio.
—¿Qué están haciendo con el fósil?
Quien contestó fue Sally.
—El gobierno ha precintado la región de las mesas y lo está desenterrando. Dicen que quizá construyan un laboratorio especial para estudiarlo. Puede que lo hagan aquí mismo, en Nuevo México.
—¿Y Maddox? ¿Seguro que está muerto?
—Encontramos el cadáver donde lo dejaron ustedes —dijo Willer—. Lo que dejaron los coyotes, vaya.
—¿Y todo el tema del Predator?
Willer se apoyó en el respaldo.
—Eso aún lo estamos esclareciendo. Parece que era algún organismo medio clandestino del gobierno.
—Ford te lo contará cuando venga —dijo Sally.
Dicho y hecho: justo en ese momento entró la enfermera y Tom vio tras ella el rostro curtido de Ford, con media mandíbula vendada y un brazo enyesado, en cabestrillo. Llevaba vaqueros y camisa a rayas.
—¡Hombre, Tom! ¡Qué alegría que se haya despertado! —Ford se acercó y se apoyó en el reposapiés de la cama—. ¿Qué, cómo está?
—He estado mejor.
Descansó con precaución su cuerpo de gigante en una silla de plástico barato del hospital.
—He estado hablando con algunos antiguos compañeros de la CIA y parece que se han cargado a más de uno por su manera de llevarlo todo y por su falta de sensibilidad ante la vida humana, por no hablar de la cagada de la operación. El organismo secreto que se encargó de ella ya no existe. Ahora hay una comisión gubernamental que está investigándolo todo, pero ya sabes que estos temas…
—Ya, ya.
—Hay algo más, algo increíble. Una científica del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York consiguió un trozo del dinosaurio, lo estudió y ahora ha sacado un artículo que es una bomba. El tiranosaurio murió de una infección que llegó con el asteroide causante de la extinción masiva. ¡En serio! El dinosaurio murió de una infección extraterrestre. Al menos eso es lo que dicen. —Ford contó a Tom que el Apolo 17 había traído algunas partículas en una roca lunar—. Al ver que la roca estaba impregnada de un microbio extraterrestre, se la pasaron a la inteligencia militar, que a su vez montó un destacamento negro para estudiarla. Los de la inteligencia militar bautizaron al destacamento LS480, que son las siglas de Lunar Sample 480, el número de la muestra lunar. Hace treinta años que estudian las partículas y que vigilan por si aparece alguna más.
—Bueno, pero eso no explica que se enteraran de lo del dinosaurio.
—La NSA tiene una potencia de espionaje brutal. Los detalles nunca los sabremos, pero parece que interceptaron una llamada telefónica y que reaccionaron enseguida. Imagínate si estaban preparados, que llevaban treinta años esperando que se encontraran más partículas.
Tom asintió con la cabeza.
—¿Y Hitt? ¿Cómo está?
—Sigue arriba, ingresado, pero evoluciona bien. Los que murieron fueron el piloto y el copiloto, aparte de Masago y de varios soldados. Una tragedia.
—¿Y el cuaderno?
Willer se levantó, se lo sacó del bolsillo y lo dejó en la cama.
—Tenga. Me ha dicho Sally que usted siempre cumple sus promesas.