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Willer levantó la vista del montón de papeles para ver qué hora era. Las nueve y cuarto. Miró a Hernández, bajo la desagradable y cruda luz del fluorescente del despacho parecía casi verde.
—Nos ha dado esquinazo —dijo Hernández—. Así de claro.
—Así de claro.
Willer dio un golpe de bolígrafo en el fajo de papeles. Un tipo que tenía tanto que perder… no tenía sentido. La gente como Broadbent podía evitar una entrevista con la policía de un millón de maneras legales.
—¿Se las habrá pirado?
—Su coche, el Chevrolet antiguo que conduce, estaba aparcado en el aeropuerto. El avión ha aterrizado a las ocho, y ahora el coche ya no está.
Hernández se encogió de hombros.
—¿Una avería?
—Está jugando con nosotros.
—¿Qué pretende?
—Ni puta idea.
El silencio era pesado. Finalmente, Willer tosió, salió de su apatía, sintió que tenía que hacer algo para reafirmar su autoridad. El hecho de que Broadbent hubiera pasado de él lo sorprendía y lo irritaba a partes iguales.
—Lo único que tenemos claro es lo siguiente: hay sangre fresca en la alfombra del salón de Broadbent, y una bala reciente en la pared. También sabemos que ha faltado a una entrevista con la policía. Puede que le haya pasado algo, o que esté muerto. Quizá tenía tanto miedo que se ha escapado. Quizá se peleó con su mujer, se le fue la mano… y ahora ella está enterrada en el quinto pino. Quizá solo es un cabrón arrogante que se cree que no pintamos nada. Al final, la conclusión es la misma: tenemos que encontrarlo.
—Exacto.
—Quiero que se avise a todas las unidades del norte de Nuevo México. Que pongan controles en la nacional 84 a la altura de Chama, en la 96 a la altura de Coyote, en la 285 al sur de Española, en la interestatal 40 a la altura de Wagon Mound y de la frontera con Arizona, en la interestatal 25 a la altura de Belén y en la nacional 44 a la altura de la comisaría de Cuba State. —Hizo una pausa y rebuscó entre los papeles de su mesa—. Aquí está: conduce una camioneta Chevrolet 3100 del 57 de color turquesa y blanca con matrícula de Nuevo México 346 EWE. Nuestra ventaja es que con una camioneta así canta más que una almeja.