24
La imagen impresa que Tom había dejado sobre la mesa de la cocina causó en Sally más inquietud que euforia.
—Esto se pone cada vez peor —dijo.
—¡Dirás mejor! Es justo el tipo de información que necesitaba para identificar al muerto y encontrar a su hija.
Típico de Tom, pensó Sally: él siempre tan tozudo, inspirado por una convicción moral muy arraigada que siempre lo metía en líos. En Honduras casi le había costado la vida.
—Mira, Tom, el hombre que encontraste se dedicaba a buscar fósiles en territorio público, ilegalmente. Seguro que estaba metido en el mercado negro de fósiles. Puede que hasta en el crimen organizado. Era un delincuente, y lo asesinaron. Además, suponiendo que encontraras a su hija, el fósil no le pertenecería. Tú mismo has dicho que es del gobierno.
—Le hice una promesa a un moribundo. Con eso está todo dicho.
Sally suspiró de impaciencia.
Tom caminaba alrededor de la mesa cual una pantera al acecho.
—Aún no me has dicho qué te parece.
—Impresionante, desde luego, pero la cuestión no es esa.
—Precisamente, esa es la cuestión. Se trata del descubrimiento paleontológico más importante de la historia.
Sally no pudo evitar sentirse atraída por la extraña imagen. Aunque estuviera borrosa, se veía enseguida que no era un simple esqueleto, sino un dinosaurio entero incrustado en la roca. Estaba tumbado de lado, con la cabeza levantada, las mandíbulas abiertas y las dos patas delanteras en alto, como si intentara salir a zarpazos.
—¿Cómo se fosilizó tan bien?
—Supongo que por una combinación de circunstancias casi irrepetible, pero no me pidas que te lo explique.
—¿Podría quedar algún resto de materia orgánica? ¿El ADN?
—Es casi imposible. Como mínimo tiene sesenta y cinco millones de años.
—Parece mentira que se vea tan fresco. Te imaginas la peste y todo.
Tom se rio.
—No es el primer dinosaurio momificado que se descubre. A principios del siglo pasado, un buscador de dinosaurios que se llamaba Charles Sternberg encontró un dinosaurio pico de pato en Montana. Me acuerdo de haberlo visto de niño en el Museo de Historia Natural de Nueva York, pero no está ni la mitad de completo que este.
Sally cogió el papel.
—Con el cuello tan torcido y la boca tan abierta, da la impresión de que el pobre murió sufriendo mucho.
—La pobre.
—¿Puedes distinguirlo? —Sally se fijó—. Yo lo único que veo ahí abajo es una mancha.
—Es probable que las hembras de tiranosaurio fueran más grandes y feroces que los machos, y teniendo en cuenta que este tiranosaurio es el más grande que se ha encontrado nunca, casi puede afirmarse que es una hembra.
—La Gran Berta.
—Lo del cuello torcido es porque al secarse los tendones se contrajeron. La mayoría de los esqueletos de dinosaurio que se conocen lo tienen igual.
Sally silbó.
—¿Y ahora? ¿Tienes algún plan?
—Sí. Poca gente sabe que existe un mercado negro de fósiles de dinosaurio muy activo. Los fósiles de dinosaurio dan mucho dinero. Algunos dinosaurios valen millones, como este.
—¿Millones?
—El último Tyrannosaurus rex que salió al mercado se vendió por más de ocho millones, y ya han pasado diez años. Este como mínimo valdría ochenta.
—¿Ochenta millones?
—Por ahí andará.
—¿Quién pagaría tanto por un dinosaurio?
—¿Quién pagaría tanto por un cuadro? Yo, entre un Tiziano y un tiranosaurio, no me lo pensaría.
—También es verdad.
—He estado documentándome y hay un montón de coleccionistas dispuestos a pagar lo que sea por un fósil de dinosaurio espectacular, sobre todo en Extremo Oriente. En China sacaron tantos de contrabando para el mercado negro que el gobierno aprobó una ley que incorporaba los dinosaurios al patrimonio nacional, pero no ha servido de mucho. Hoy en día todo el mundo quiere su dinosaurio. La cuestión es que los de mayor tamaño y mejor conservados siguen estando en el Oeste de Estados Unidos, la mayoría en territorio público. Es decir, si quieres uno, tienes que ir a robarlo.
—Y eso es lo que hacía el hombre que encontraste.
—Exacto. Era un buscador profesional de dinosaurios. No creo que haya muchos en el mundo. Si pregunto a las personas indicadas, será fácil identificarlo. Solo tengo que buscarlas.
Sally miró a Tom con recelo.
—Y ¿cómo piensas encontrarlas?
Tom sonrió.
—Te presento a Tom Broadbent, agente del famoso y misterioso industrial y multimillonario coreano Kim. El señor Kim quiere comprar un dinosaurio espectacular, el dinero no es un problema.
—Oh, no…
Tom se guardó el papel en el bolsillo sin dejar de sonreír.
—Lo tengo todo pensado. El sábado dejaré a Shane a cargo de la clínica y nos iremos en avión a Tucson, la capital mundial de los fósiles.
—¿Iremos?
—No pienso dejarte aquí sola con un asesino suelto.
—Tom, el sábado tengo programada una gincana con los niños. No puedo irme.
—Me da igual. No pienso dejarte aquí sola.
—No estaré sola. Me pasaré el día rodeada de gente. Estaré protegidísima.
—Por la noche no.
—Por la noche está el señor Smith & Wesson. Ya sabes cómo se me dan las pistolas.
—Podrías ir un par de días a la casita del lago.
—Ni hablar, demasiado solitario. Estaría mucho más nerviosa.
—Entonces, lo mejor es que te vayas a un hotel.
—Tom, sabes que no soy una mujer indefensa que necesita que la cuiden. Tú vete a Tucson y haz el numerito del señor Kim, que a mí no me pasará nada.
—Me niego.
Sally le dio el último empujoncito.
—Si tanto te preocupa, no te quedes a dormir en Tucson. Sal temprano el sábado por la mañana y vuelve por la tarde. Tendrías todo el día. Porque nuestro picnic de los viernes sigue en pie, ¿no?
—Sí, claro; pero el sábado…
—¿Qué piensas hacer, montar guardia con una escopeta? No me agobies. Vete a Tucson y vuelve antes del anochecer, que una sabe cuidarse.