6

La llamada fue a las once en punto. Melodie, aunque la esperaba, dio un respingo cuando el teléfono rompió el silencio del laboratorio vacío.

—¿Melodie? ¿Cómo va la investigación?

—Muy bien, doctor Corvus.

Tragó saliva al darse cuenta de que respiraba demasiado en el teléfono.

—¿Aún está trabajando?

—Sí, sí.

—¿Y los resultados? ¿Salen o no salen?

—Sí, son… increíbles.

—Cuéntemelo todo.

—El espécimen contiene muchísimo iridio, justo del tipo enriquecido que se encuentra en el límite KT, pero en mayor cantidad. Lo que quiero decir es que este espécimen está saturado de iridio.

—¿Qué tipo de iridio, y cuántas partes por mil millones?

—Adopta varias formas hexaoctaédricas isométricas, con una concentración de más de cuatrocientas partes por mil millones. Como sabe, es justo el tipo asociado al impacto del asteroide Chicxulub.

Melodie esperó la respuesta, pero no se produjo.

—Este fósil… —se atrevió a preguntar— ¿por casualidad está situado en el límite Cretácico-Terciario?

—Podría ser.

Otro largo silencio. Melodie siguió hablando.

—En la matriz externa que rodea el espécimen he encontrado una abundancia tremenda de micropartículas de hollín, del tipo que dejan los incendios forestales. Según un artículo reciente del Journal of Geophysical Research, una de las consecuencias del impacto del asteroide Chicxulub fue que ardiesen más de un tercio de los bosques del planeta.

—Sí, conozco el artículo —dijo Corvus.

—Entonces también sabe que el límite KT se compone de dos capas: primero los escombros enriquecidos con iridio del impacto propiamente dicho, y luego una capa de hollín depositada por los incendios forestales que asolaron el mundo.

Melodie volvió a guardar silencio en espera de alguna reacción, pero el otro lado de la línea permaneció en silencio. No parecía haberla entendido. ¿O sí?

—A mí me parece que… —Se calló. Casi le daba miedo decirlo—. Mejor dicho: mi conclusión es que a este dinosaurio lo mató el impacto del asteroide, o bien el desastre ecológico provocado por él.

La conclusión era pura dinamita, pero cayó en saco roto. Corvus seguía sin hablar.

—Sospecho que esta teoría también da cuenta del estado de conservación del fósil, que es extraordinario.

La respuesta fue cauta:

—¿En qué sentido?

—Cuando leí el artículo me llamó la atención que el impacto del asteroide, los incendios y el calentamiento de la atmósfera crearan condiciones excepcionales para la fosilización. Para empezar, no había carroñeros que destrozaran el cuerpo y dispersaran los huesos. El impacto calentó todo el planeta, la temperatura subió hasta alcanzar niveles propios del Sahara. En muchas zonas el aire alcanzó los cien o los ciento cincuenta grados, temperatura ideal para que un animal muerto se secara bruscamente. Por si fuera poco, la abundancia de polvo desencadenó inundaciones colosales y rapidísimas, capaces de enterrar los restos en cuestión de segundos.

Melodie respiró hondo, esperaba alguna reacción: entusiasmo, sorpresa, escepticismo. Nada.

—¿Algo más? —preguntó Corvus.

—Sí, las partículas Venus.

—¿Partículas Venus?

—Es el nombre que he puesto a las partículas negras que vio usted, porque en el microscopio se parecen un poco al símbolo de Venus, un círculo del que sale una cruz. Ya sabe, el símbolo feminista.

—El símbolo feminista —repitió Corvus.

—Les he hecho algunas pruebas y no son una formación microcristalina, ni un resultado de la fosilización. La partícula es una esfera de carbón inorgánico con una proyección. Dentro hay muchos elementos traza que aún no he analizado.

—Ya veo.

—Todas coinciden en tamaño y forma, señal de que su origen es biológico. Parece que estaban presentes en el momento de la muerte del dinosaurio y que permanecieron en el mismo sitio durante sesenta y cinco millones de años, sin cambios. Son muy raras… Aún tendré que trabajar mucho para identificarlas, pero me pregunto si no podría tratarse de alguna especie de partícula infecciosa.

Otra vez un extraño silencio telefónico. Cuando Corvus se decidió a hablar, lo hizo en voz baja, como si le pasara algo.

—¿Algo más, Melodie?

—No, eso es todo.

Como si no fuera bastante. ¿Qué mosca le había picado? ¿No la creía?

De tan serena, la voz del conservador casi daba miedo.

—Has hecho un trabajo excelente, Melodie. Te felicito. Ahora presta toda tu atención: voy a decirte lo que quiero que hagas. Quiero que cojas todos los CD, todos los trozos del espécimen y todo lo que haya en el laboratorio relacionado con este trabajo y que lo guardes bajo llave en tu armario de especímenes. Si por casualidad queda algo en el ordenador, bórralo con la utilidad que elimina permanentemente archivos del disco duro. Luego quiero que te vayas a casa y que duermas un poco.

Melodie reaccionó con incredulidad. ¿Eso es todo lo que tenía que decir, que necesitaba dormir?

—¿Lo harás, Melodie? —dijo la misma voz suave—. Guárdalo todo bien, apaga el ordenador, vete a casa, duerme un poco y come bien. Hablaremos por la mañana.

—De acuerdo.

—Muy bien. —Una pausa—. Hasta mañana.

Después de colgar el teléfono, Melodie permaneció sentada en el laboratorio, completamente atónita. Después de tanto trabajar, después de haber realizado unos descubrimientos tan extraordinarios, Corvus actuaba como si le diera igual, o como si no la creyera. «Te felicito». ¿Había hecho uno de los descubrimientos paleontológicos de la historia y a él lo único que se le ocurría era felicitarla? ¿Y aconsejarle que durmiera?

Miró el reloj. El minutero hizo «clac». Las once y cuarto. Se miró el brazo. Se miró la pulsera que relucía en la muñeca. Se miró sus tristes pechos, sus manos delgadas, sus uñas mordidas, sus brazos, tan feos y pecosos… Melodie Crookshank, simple ayudante sin opción a titularidad a los treinta y tres años cumplidos. Un cero científico a la izquierda. Sintió crecer el rencor. Se acordó de su padre, el severo profesor universitario que siempre decía que su objetivo era que su hija no fuera «una tonta del bote más». Pensó en lo mucho que se había esforzado por contentarlo. También pensó en su madre, un ama de casa insatisfecha que aspiraba a otra vida por delegación a través del éxito de su hija. A ella también había intentado contentarla. Se acordó del colegio, de todos los profesores a quienes había procurado satisfacer, de los de la universidad, de su director de tesis…

Y ahora Corvus.

¿Y de qué le había servido ser tan dócil? Paseó la mirada por el laboratorio, agobiante, sin ventanas.

Hasta entonces no se había preguntado qué planes tenía Corvus para su común descubrimiento. Porque era de los dos; él solo no podría haberlo hecho. No sabía manejar correctamente los aparatos. Informáticamente era casi analfabeto, y como mineralogista era un patán. Los análisis los había hecho ella. Era Melodie quien había formulado las preguntas indicadas sobre el espécimen y quien había orientado las respuestas. Ella quien había establecido las relaciones. Ella quien había extrapolado los datos y desarrollado las teorías.

Empezó a comprender la razón de que Corvus quisiera que fuera todo tan confidencial. Un descubrimiento de esa espectacularidad pondría en marcha un torbellino de rivalidades, intrigas y prisas por obtener el resto del fósil. El riesgo de que a Corvus se le fuera de las manos, y con él todo el mérito, era muy alto, y Corvus conocía muy bien el valor del concepto de mérito, principal moneda de cambio del mundo científico.

El mérito. Bien pensado era un concepto ambiguo.

Hacía meses, tal vez años, que Melodie no se sentía tan lúcida. Quizá fuera el cansancio, cansancio de querer agradar, de trabajar para otros, de un laboratorio que era como una tumba. Su mirada recayó en la pulsera de zafiros. Se la quitó para ponérsela delante de los ojos y contemplar los reflejos seductores de las piedras preciosas. Corvus había hecho uno de los mejores negocios de su carrera: regalarle una joya pensando que con ello compraba su silencio, así como una complacencia femenina, apocada. Se la guardó con repugnancia en el bolsillo.

Empezaba a entender la reacción de Corvus, y que por teléfono hubiera estado tan lacónico, por no decir nervioso. Melodie había hecho demasiado bien los deberes, y ahora a él le preocupaba que pudiera haber descubierto demasiadas cosas y reclamar la paternidad de los hallazgos.

Melodie Crookshank supo lo que tenía que hacer como si acabara de tener una revelación.

Tiranosaurio
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
prologo.xhtml
primera_p.xhtml
cap01.xhtml
cap02.xhtml
cap03.xhtml
cap04.xhtml
cap05.xhtml
cap06.xhtml
cap07.xhtml
cap08.xhtml
cap09.xhtml
cap10.xhtml
cap11.xhtml
cap12.xhtml
cap13.xhtml
cap14.xhtml
cap15.xhtml
cap16.xhtml
cap17.xhtml
cap18.xhtml
cap19.xhtml
cap20.xhtml
cap21.xhtml
cap22.xhtml
cap23.xhtml
cap24.xhtml
segunda_p.xhtml
cita.xhtml
sp_cap01.xhtml
sp_cap02.xhtml
sp_cap03.xhtml
sp_cap04.xhtml
sp_cap05.xhtml
sp_cap06.xhtml
sp_cap07.xhtml
sp_cap08.xhtml
sp_cap09.xhtml
sp_cap10.xhtml
sp_cap11.xhtml
sp_cap12.xhtml
sp_cap13.xhtml
sp_cap14.xhtml
sp_cap15.xhtml
sp_cap16.xhtml
sp_cap17.xhtml
sp_cap18.xhtml
sp_cap19.xhtml
tercera_p.xhtml
cita2.xhtml
tp_cap01.xhtml
tp_cap02.xhtml
tp_cap03.xhtml
tp_cap04.xhtml
tp_cap05.xhtml
tp_cap06.xhtml
tp_cap07.xhtml
tp_cap08.xhtml
tp_cap09.xhtml
tp_cap10.xhtml
tp_cap11.xhtml
tp_cap12.xhtml
tp_cap13.xhtml
tp_cap14.xhtml
tp_cap15.xhtml
tp_cap16.xhtml
tp_cap17.xhtml
tp_cap18.xhtml
tp_cap19.xhtml
tp_cap20.xhtml
tp_cap21.xhtml
tp_cap22.xhtml
tp_cap23.xhtml
tp_cap24.xhtml
tp_cap25.xhtml
cuarta_p.xhtml
cita3.xhtml
cp_cap01.xhtml
cp_cap02.xhtml
cp_cap03.xhtml
cp_cap04.xhtml
cp_cap05.xhtml
cp_cap06.xhtml
cp_cap07.xhtml
cp_cap08.xhtml
cp_cap09.xhtml
quinta_p.xhtml
cita4.xhtml
qp_cap01.xhtml
qp_cap02.xhtml
qp_cap03.xhtml
qp_cap04.xhtml
qp_cap05.xhtml
qp_cap06.xhtml
qp_cap07.xhtml
qp_cap08.xhtml
qp_cap09.xhtml
qp_cap10.xhtml
qp_cap11.xhtml
qp_cap12.xhtml
qp_cap13.xhtml
sexta_p.xhtml
cita5.xhtml
xp_cap01.xhtml
xp_cap02.xhtml
xp_cap03.xhtml
xp_cap04.xhtml
xp_cap05.xhtml
xp_cap06.xhtml
xp_cap07.xhtml
epilogo.xhtml
cita_epi.xhtml
epi01.xhtml
agradecimientos.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml