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El sistema de procesamiento en paralelo MLogos 455 era el ordenador más potente salido de las manos del hombre. Estaba en un sótano con aire acondicionado las veinticuatro horas, limpio de polvo y estática, dentro del cuartel general de la National Securíty Agency, en Fort Mead, Maryland. No lo habían construido para predecir el tiempo, simular una explosión termonuclear de quince megatones o encontrar el milbillonésimo dígito de pi, sino para un objetivo mucho más prosaico: escuchar.

Una infinidad de nodos distribuidos por todo el planeta encauzaban un río gigantesco de información digital que interceptaba más del cuarenta por ciento del tráfico mundial de internet, más del noventa por ciento de las conversaciones por telefonía móvil, prácticamente todas las emisiones radiofónicas y televisivas, muchas conversaciones por telefonía terrestre y una parte considerable de los flujos de datos procedentes de las LAN del gobierno y las empresas, así como de las redes privadas.

Este torrente digital alimentaba en tiempo real el M455 a una velocidad de dieciséis terabits por segundo.

El ordenador se limitaba a escuchar.

Escuchaba prácticamente todos los idiomas, dialectos y protocolos de la Tierra, y casi todos los algoritmos informáticos que se hubieran escrito para analizar el lenguaje, pero aún iba más lejos: era el primer ordenador que usaba una nueva modalidad de análisis de datos, bautizada como Strutterlogic y guardada en el mayor de los secretos. Strutterlogic había sido concebido por una serie de primeras espadas de la teoría cibernética y de expertísimos programadores de los servicios secretos del ejército, la DIA, con el objetivo de poder circundar el gran escollo de la inteligencia artificial, destructor de las esperanzas de tantos programadores de las últimas décadas. Strutterlogic representaba una manera totalmente novedosa de abordar la información. En vez de intentar simular la inteligencia humana, como había pretendido en vano la IA, Strutterlogic se basaba en un tipo de lógica completamente nueva, ajena a las premisas de aquella.

Sin embargo, ni siquiera la presencia de Strutterlogic permitía afirmar que el ordenador «entendía» todo lo que oía. Su misión se limitaba a identificar una «comunicación interesante» (una CI, en la jerga de sus operadores) y someterla al examen de un ser humano.

La mayoría de las CI salidas del M455 eran e-mails y conversaciones entre móviles. Las segundas se distribuían entre ciento veinticinco oyentes humanos, cuyo trabajo requería muchísima cultura general, un gran dominio del idioma o dialecto en cuestión y una intuición casi mágica. Ser un buen «oyente» no era una ciencia, sino un arte.

A las 11:04.34.94, hora de la costa oriental, al principio del quinto de los once minutos de una llamada entre móviles, el módulo 3656070 del M455 identificó la conversación como una posible CI, y el ordenador, que la estaba registrando desde el principio, volvió atrás y empezó a analizarla aunque aún no hubiera terminado. Cuando la CI concluyó a las 11:16.04.58, ya había pasado por una serie de filtros algorítmicos que la habían analizado lingüística y conceptualmente, examinando las inflexiones vocales en busca de varias decenas de marcadores psicológicos, entre los que se contaba el estrés, el entusiasmo, el enfado, la seguridad y el miedo. Tras identificar al autor y al receptor de la llamada, los programas procedieron a examinar miles de bases de datos en busca de cualquier partícula de información personal sobre los interlocutores existente en cualquier lugar del mundo en formato electrónico.

La CI «dio verde» (es decir, superó) la primera tanda de pruebas, recibiendo una nota de 0,003. A continuación cruzó un cortafuegos y accedió a un subsistema del M455 en el que fue sometida a un potente análisis de Strutterlogic, el cual incrementó su nota hasta 0,56 y la transmitió al módulo principal de base de datos con «preguntas» adjuntas. La CI fue devuelta al módulo Strutterlogic con las «respuestas» a las «preguntas», y el módulo, basándose en aquellas, elevó la nota de la CI hasta 1,20.

Los CI con nota por encima de 1 eran remitidos a un oyente humano.

Eran las 11:22.06.31

Rick Muzinsky había empezado a vivir a través de los demás desde pequeño, cuando se pasaba horas y horas en la puerta del dormitorio de sus padres escuchando cuanto hacían con una fascinación enfermiza. Rick, hijo de un miembro del cuerpo diplomático, había vivido en todo el mundo, de resultas de lo cual dominaba tres idiomas además del inglés. Su infancia había sido la de un mero espectador, un niño sin amigos y sin un hogar digno de ese nombre. Era un ser humano que vivía por delegación, y que había encontrado una manera de sacarle provecho a esa característica trabajando para la Homeland Security, donde le pagaban estupendamente. En total trabajaba cuatro horas al día en un entorno donde no había jefes tontos, colegas subnormales, ayudantes incompetentes ni secretarias deficientes. No tenía que charlar con nadie delante de la máquina de café ni de la fotocopiadora. Podía distribuir sus cuatro horas a lo largo de las veinticuatro del día a su albedrío. Pero lo mejor de todo era que trabajaba solo. Es más, se lo exigían. No le estaba permitido hablar con nadie de su trabajo, absolutamente con nadie; es decir, que si le hacían la típica e inevitable y detestable pregunta de «¿Tú a qué te dedicas?», podía contestar lo que le apeteciera menos la verdad.

A algunos les habría parecido mortalmente aburrido escuchar una CI tras otra, la mayoría eran conversaciones necias entre idiotas, llenas de amenazas sin sustancia, peroratas psicológicas, exabruptos políticos, opiniones absurdas e ilusiones infundadas —desvaríos, en suma, de algunas de las personas más lerdas e infelices de las que Muzinsky tenía noticia—, pero a él le encantaba.

De vez en cuando surgía una conversación que parecía diferente. La mayoría de las veces era difícil decir por qué; tal vez por cierta seriedad, por cierta gravitas en las intervenciones; tal vez por la sensación de que detrás de lo dicho se escondía algo no dicho. Si esa sensación persistía después de varias escuchas, Muzinsky consultaba la información adjunta para ver quiénes eran los interlocutores. Solía ser muy revelador.

Muzinsky no participaba en el seguimiento de las CI identificadas por él como posibles amenazas. Su papel se limitaba a transmitirlas a un organismo capaz de analizarlas a fondo. A veces era el propio ordenador el que le daba el nombre del organismo más indicado, ya que parecía existir cierta vinculación entre determinados organismos y determinadas alusiones crípticas. De todos modos, Muzinsky solo dejaba pasar aproximadamente una CI por cada dos o tres mil conversaciones escuchadas. La mayoría iban a parar a alguno de los muchos departamentos de la NSA o la Homeland Security. Otras iban al Pentágono, al Departamento de Estado, al FBI, a la CIA, al ATF, al INS y a una larga lista de acrónimos cuya existencia misma, en algunos casos, era materia secreta. Muzinsky no podía equivocarse, ni tardar demasiado en elegir el organismo indicado para cada CI. No se podía permitir que una CI rebotara de un lugar a otro en busca de su sitio. Era lo que había desembocado en el 11S. Ahora los organismos receptores estaban preparados para saber qué hacer con la información secreta que se les facilitaba (si era necesario, a los pocos minutos de su recepción). Otra enseñanza del 11-S.

Pero en esa fase del proceso, Muzlnsky ya no tenía nada que ver. Cuando una CI salía de su cubículo, no volvía más.

Sentado ante su terminal con la puerta del cubículo cerrada con llave y los auriculares puestos, pulsó el botón de Ready, señal de que estaba listo para recibir la siguiente CI. El ordenador nunca le enviaba ninguna información preliminar, ningún historial que pudiera crearle prejuicios sobre lo que estaba a punto de escuchar. El primer paso siempre era la CI al desnudo.

Todo a punto. Primero un poco de estática. Luego el teléfono sonando, alguien que contestaba, un golpe, la respiración del que llamaba, y finalmente la conversación.

«—¿Melodie? ¿Cómo va la investigación?

»—Muy bien, doctor Corvus».

Tiranosaurio
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