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Melodie Crookshank acabó de organizar los datos en formato HTML en la pantalla de su ordenador, recortando imágenes, escribiendo pies e introduciendo las últimas correcciones en el breve artículo que había redactado en un arrebato de actividad frenética. Tenía puesto el piloto automático —sesenta horas sin dormir—, pero se sentía fuerte. Sería uno de los artículos más importantes de la historia de la paleontología de los vertebrados, un auténtico bombazo. Algunas reacciones serían escépticas, otras rotundamente negativas, y más de una voz la acusaría de fraude, pero los datos eran sólidos. Resistiría. Además, las imágenes eran impecables, y por si fuera poco a Melodie aún le quedaba una lámina sin pulir del espécimen. Pensaba cedérsela al Smithsonian o a Harvard, para que sus paleontólogos realizasen un examen independiente.

El pandemónium empezaría en cuanto enviara el artículo a la versión electrónica del Journal of VP. Bastaba con que lo leyera una persona para que todo el mundo quisiera leerlo, y a partir de ese momento el mundo de Melodie no volvería a ser el mismo.

Ya había terminado. Bueno, casi. Tenía el dedo sobre la tecla ENTER, a punto de enviar el artículo por correo electrónico.

Llamaron a la puerta. Dio un respingo y se volvió. Aún estaba atrancada con la silla. Miró el reloj: las cinco.

—¿Quién es?

—Mantenimiento.

Se levantó con un suspiro y fue a quitar la silla de debajo del pomo. Justo cuando iba a abrir la puerta, se paró.

—¿Mantenimiento?

—Sí, eso he dicho.

—¿Frankie?

—¿Quién va a ser?

Abrió la puerta y comprobó aliviada que era el Frankie de siempre, con sus cuarenta y cinco kilos de peso: un saco de huesos mal afeitado que apestaba a cigarrillos baratos y a whisky aún más infumable. Frankie entró arrastrando los pies. Melodie volvió a atrancar la puerta. Frankie empezó a vaciar las papeleras del laboratorio en una bolsa enorme de plástico, silbando sin melodía. Metió la cabeza debajo de una mesa para coger una papelera rebosante de latas de refrescos y de envoltorios de Mars. Al sacarla se dio un golpe en la cabeza y se le cayeron algunas latas de Dr. Pepper por la mesa, salpicando el microscopio stereozoom.

—Lo siento.

—No pasa nada.

Melodie esperó con impaciencia a que terminase. Frankie vació la papelera y pasó la manga por la mesa, empujando el microscopio de cincuenta mil dólares. Melodie se preguntó fugazmente cómo era posible que algunas personas fueran capaces de inventar el análisis matemático mientras que otras no sabían ni vaciar una papelera. Se reprochó haberlo pensado. Era una falta de consideración. Estaba decidida a no convertirse en una científica arrogante como los que trataba desde hacía unos años. Siempre sería amable con los técnicos de baja graduación, los empleados incompetentes de mantenimiento y los estudiantes de doctorado.

—Gracias, Frankie.

—Hasta otra.

Frankie se fue, no sin darle a la puerta un golpe con la bolsa de basura, y el silencio reinó de nuevo.

Melodie miró suspirando el stereozoom. Tenía un lado salpicado de gotitas de Dr. Pepper. Observó que algunas habían caído en el portaobjetos húmedo.

Miró por el ocular para cerciorarse de que no hubiera pasado nada grave. Quedaba tan poco del espécimen que no podía prescindirse de ningún trocito, y menos de las seis o siete partículas que tanto esfuerzo le había costado desprender de la matriz.

La lámina estaba en perfecto estado. El Dr. Pepper no tendría ninguna influencia. Unas pocas moléculas de azúcar no podían deteriorar una partícula que había sobrevivido a un entierro de sesenta y cinco millones de años y a un baño de ácido fluorhídrico al doce por ciento.

De repente se quedó muy quieta. Si no la engañaba la vista, el travesaño del brazo de una partícula se había movido.

Siguió observando las partículas magnificadas por los oculares, mientras un hormigueo invadía su nuca. De pronto vio moverse otro brazo de otra partícula, como una máquina minúscula cambiando de posición. Al mismo tiempo la partícula avanzó. Con una mezcla de fascinación y alarma, Melodie vio que las otras empezaban a moverse de la misma manera, como a saltos. Ahora se movían todas, impulsándose con los brazos.

Las partículas aún estaban vivas.

Tenía que deberse a la incorporación de azúcar a la solución. Melodie metió la mano debajo de la mesa y sacó el último Dr. Pepper. Lo abrió y extrajo un poco de líquido con una micropipeta para depositarlo en una punta del portaobjetos húmedo, formando una pendiente de glucosa.

La actividad de las partículas aumentó. Ahora sus bracitos giraban de una manera que las hacía subir por la pendiente en dirección a la mayor concentración de azúcar.

Melodie sintió crecer el cosquilleo de aprensión. Ni siquiera se había planteado que aún pudieran ser infecciosas, pero si estaban vivas tenían que serlo, al menos para un dinosaurio.

En otro laboratorio del mismo pasillo, el de herpetología, uno de los conservadores había criado lagartijas partenogenéticas para un experimento a largo plazo. El laboratorio contenía un incubador de cultivos de células in vitro. Un cultivo celular sería una excelente manera de comprobar si la partícula era capaz de infectar a una lagartija actual.

Melodie salió de su laboratorio. El pasillo estaba vacío. Los domingos a las cinco había pocas posibilidades de encontrarse a algún colega. El laboratorio de herpetología estaba cerrado con llave, pero Melodie lo abrió con su tarjeta y no tardó más de cinco minutos en conseguir una placa de Petri llena de células de lagartija en crecimiento. Se lo llevó a su laboratorio, donde desprendió algunas células con un chorrito de solución salina y las trasladó al portaobjetos.

A continuación puso los ojos en los oculares.

Las partículas Venus dejaron de avanzar por la pendiente de azúcar, se giraron todas al mismo tiempo y se lanzaron hacia las células como una manada de lobos rastreando a su presa. Melodie sintió un nudo en la garganta. Las partículas llegaron rápidamente al grupo de células y las rodearon, trabándose a las membranas con sus extremidades. Acto seguido, con un rápido movimiento de corte, cada una penetró en una célula.

Melodie, hipnotizada, esperó a ver qué pasaba.

Tiranosaurio
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