CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

EL desayuno, como ya había imagino, ya está preparado en una bonita bandeja de plata en una mesa junto a la ventana. Harta de estar apartada del resto de mujeres, cojo mi bandeja y me dirijo hacia un rostro que me resulta familiar. Esa es María, la chica a la que Diana tachó de rara y que descubrí en el funeral de mi hermana. La saludo y me siento en frente de ella. La chica me echa una mirada furtiva y titubea un tímido “Hola”. No obstante, yo, dispuesta a confraternizar de una vez por todas con el resto de mujeres del centro, me pongo a hablar con ella.

—¿Tú eres María, no?

La chica parece sorprendida de que yo sepa su nombre.

—Sí, así es.

—Yo soy Sara— me presento y extiendo la mano en señal de amistad. Ella parece algo recelosa de aceptarla pero finalmente me aprieta la mano en señal de aceptación.

—En realidad, todas aquí te conocemos.

—Oh, ya, por mi parecido a mi hermana, supongo—digo, restándole importancia. Aunque lo cierto es que el dolor que siento cada vez que hablo de ella no ha desaparecido aún.

—Bueno, por eso y por ser la novia de nuestro benefactor—explica con una sonrisa de agrado.

Sin apenas conocerla, la chica me cae bien de inmediato.

—Sí, nos estamos conociendo—digo, y no puedo evitar que una sonrisa de boba enamorada cruce mi rostro.

María parece entender mi reacción.

—Es un hombre extraordinario, todo lo que hace por nosotras...simplemente no sé que habría sido de mi si no existiese este lugar.

Yo la entiendo. O al menos, la entiendo todo lo que me permite la empatía que siento por ella.

—Se nota que le gustas, aunque eso ha roto mucho corazones por aquí—me dice, bastante divertida por ello.

Yo no me lo tomo a mal. Entiendo que Héctor es un hombre joven, atractivo e inteligente. Lo normal es que guste a otras mujeres. Por suerte para mí, ahora es mi novio.

—Pero apenas viene por aquí, ¿No?

María se encoge de hombros.

—Supongo que eso lo hace más interesante para las chicas. Lo tienen idolatrado, y aquí se crea una expectación increíble cada vez que el viene un par de veces al año. Casi parece que va a llegar una superestrella. Aunque en el fondo tienen algo de razón; es rico, famoso y está considerado uno de los solteros de oro.

María me contempla con ojos pensativos.

—Le tienes que gustar mucho para que haya decidido pasar aquí una temporada.

Yo me ruborizo. Nunca había pensado en ello.

—Cambiando de tema...—trato de desviar la conversación hacia la parte que me interesa —te vi en el funeral de mi hermana. Fuiste la única, junto con Diana, que estuvo presente, ¿Conocías a mi hermana?

La cara de María palidece de inmediato.

—Bueno...como todas aquí. No era muy habladora y apenas cruzamos un par de palabras.

—¿Y entonces por qué fuiste?—trato de sonar lo más amigable posible, si bien, es difícil ocultar la ansiedad que me provoca todo lo relacionado con mi hermana.

—No sé cómo explicarlo...aquí es como si todas fuéramos una familia. Es difícil no sentir comprensión hacia el resto de chicas cuando todas hemos pasado más o menos por lo mismo.

—Entiendo. Lo siento si te he incomodado con mi pregunta.

El rostro de María se relaja, y por alguna razón que no logro entender, creo que no me ha contado toda la verdad.

—¡Qué perro tan bonito!—exclama, señalando a Leo—¿Puedo darle un paseo por el jardín?

Miro a Leo, quien parece encantado de ser el centro de atención en estos momentos.

—No veo por qué no. Estaré fuera unas horas, así que es todo tuyo.

María coge la correa de Leo y se lleva al cachorro a dar un paseo. Yo, mientras tanto, termino mi desayuno y me quedo pensativa, dándole vueltas a la cabeza. No tengo razones para sospechar nada raro acerca de la chica, no obstante, me atrevo a decir que parecía incluso asustada al hablar de Erika.

Me despido de la empleada que hay en recepción y le agradezco su atención, aunque le pido que no sea tan excesiva en ellas, puesto que con toda seguridad tiene trabajo más importante que hacer. Me sorprendo con su respuesta, pues ella contesta con naturalidad al explicarme que está encantada de que Héctor se haya echado novia, y que por eso, está encanta de atenderme.

—¿Eres una buena amiga de Héctor?—pregunto, aunque ya sé la respuesta.

—Sí, la verdad es que le estoy muy agradecida. Llegué al centro hace doce años y al final, Héctor me ofreció este trabajo. Yo y su madre éramos buenas amigas y es imposible que no le tenga aprecio.

—¿Conociste a su madre?—le pregunto con gran interés.

El rostro de la mujer se ensombrece repentinamente.

—Sí...una mujer maravillosa.

—¿Qué le pasó? Héctor me explicó que falleció pero no me dijo el motivo.

—Querida, será mejor que eso te lo explique él. Yo no soy quien para hurgar en el pasado ajeno.

—Oh...claro...

Me despido de Sole, la recepcionista, y me encamino hacia la salida del centro. Para mi irritación, un hombre alto y de complexión fuerte me está esperando a la salida y ya me ha abierto la puerta de un flamante Audi de color negro. Yo paso por delante sin inmutarme.

—¡Señorita Santa!—me llama el hombre. Tiene un acento americano que me indica que es compatriota de Héctor, y un ligero aire a Jason Stathan. No es necesario que nadie me explique que se trata de un escolta.

—¿Sí?

Me hago la despistada, como si la cosa no fuera conmigo.

—El señor Brown me ha pedido que la lleve donde usted quiera y que no me separe de su lado hasta que él vuelva.

—Qué amable por su parte—siseo sarcásticamente.

Él doble de Jason Stathan señala la puerta abierta del coche, y yo, sin ganas de discutir, me monto en el vehículo. Principalmente por dos razones; la primera, porque entiendo que el pobre hombre no tiene culpa de que yo tenga un novio tan autoritario, y la segunda, porque no tengo ganas de hacer tres kilómetros andando hacia el pueblo.

—¿A dónde vamos?—me pregunta.

—Todavía no lo sé. Por el momento, puedes conducir hacia el pueblo.

El hombre pone el coche en marcha de inmediato.

—Por cierto, soy Sara-le explico, aunque supongo que eso ya lo sabe—¿Y tú cómo te llamas?

—Me llamo Jason, señorita.

Ahogo una risilla. Sólo le falta apellidarse Stathan para terminar de parecerse al famoso actor de películas de acción.

—Encantada Jason. Y por favor, tutéame

Jason me dedica una sonrisa formal.

—Encantado Sara.

Cojo el teléfono móvil y marco un número de teléfono. Pasados unos segundos, una voz distante me responde.

—¿Qué quieres?

—¿Qué maneras son esas de saludar?—replico de buen humor.

A Erik no parece hacerle tanta gracia.

—¿Se puede saber para qué me llamas?

—Quería hablar contigo. Así que si no estás muy ocupado podríamos tomar un café y charlar.

—Detesto el café.

Yo pongo los ojos en blanco.

—¿Qué tal una coca cola?—sugiero animada.

—Sara...¿Qué es lo que quieres?

—Ya te lo he dicho, hablar contigo.

—Tú no hablas. Tú solo discutes—me replica.

—Hoy podría hacer una excepción, ¿Estás en la ciudad? Puedo pasar a recogerte.

Lo oigo suspirar al otro lado del teléfono.

—A ver, parece que no he sido lo suficiente tajante contigo. No quiero verte. Siempre consigues sacarme de quicio.

—Vale, vale...ya lo he captado, ¿Y qué tal si te digo que tengo que pedirte perdón?

Se produce un corto silencio seguido de una profunda carcajada.

—Sería algo totalmente nuevo para mí. Estoy acostumbrado a tus insultos.

—Mira, ya me estás hartando, ¿Dónde estás? Que sepas que si te quiero pedir perdón, te pido perdón.

Y punto. Aunque tú no quieras.

Erik me da su dirección sin objetar nada más.

—Apuesto a que no sólo vienes a pedirme perdón—me dice algo divertido. Al parecer, su enfado se ha evaporado.

—Lo averiguarás cuando llegue.

Le cuelgo y le digo a Jason la dirección. Por suerte, se trata de la zona céntrica de la ciudad y a Jason le costará encontrar un aparcamiento, razón por la que se verá obligado a dejarme sola. Mientras que Jason conduce, le mando un mensaje a Héctor carente de diversión alguna.

“Se te ha olvidado comentar que has contratado a Jason Stathan para que sea mi guardaespaldas.

Ya hablaremos.

Por si no he sido lo suficiente directa: ESTOY ENFADADA”

La respuesta no se hace esperar.

“Te aseguro que puedo oler tu enfado a kilómetros de distancia.

¿Jason Stathan?

En cualquier caso, Jason es como de la familia”

Yo aprieto los dientes al leer su respuesta y tecleo furiosa en el teclado de mi blackberry.

“Será de la tuya porque yo no lo conozco. Pero claro, eso a ti te da igual. Lo importante es que me tengas controlada, ¿No?”

Mi blackberry suena de inmediato.

“¿Qué puedo hacer para que dejes de estar enfadada?”

Le contesto desde el asiento trasero del coche.

“Devolver a Jason a Nueva York”

Leo la respuesta de Héctor y comienzo a echar chispas por los ojos.

“Eso es algo sobre lo que no voy a discutir.

Jason se queda”

Aprieto el teléfono móvil entre mis manos. Furiosa.

Escribo lo primero que se me viene a la mente, sin pensar.

“Eres un imbécil. Por mí puedes quedarte un año entero en Nueva York. Te aseguro que cuando vuelvas no tendré ganas de verte”

En vez de un mensaje, recibo una llamada. Oh, debe de estar muy enfadado para llamarme. Genial.

Estoy segura de que Jason no quiere escuchar esta conversación. Seguro que su salud mental me lo agradece, así que pulso el botón que insonoriza la parte de atrás con la del conductor y descuelgo la llamada.

—Te aseguro que voy a coger el próximo vuelo a España si no me explicas lo que acabas de escribir— dice una voz furiosa.

Su voz parece arder, como las rocas de un volcán en erupción fundiéndose con la lava. Yo no me amilano.

—No hay nada que explicar, ¿Tú quien te crees que eres? Te juro que si Jason sigue siendo mi escolta tú y yo vamos a tener un serio problema.

—Que así sea.

Héctor me cuelga el teléfono, y yo miro el aparato anonada. No me puedo creer que me haya colgado.

Con que esas tenemos...

Apago mi teléfono móvil, para que, si por alguna razón divina él se arrepiente, no pueda contactar conmigo de ninguna forma. Le está bien merecido.

Guardo el teléfono en mi bolsillo dispuesta a cumplir con mi venganza y me fundo en unos pensamientos sobre yo golpeando a Héctor y él pidiéndome perdón. Eso me reconforta. Para cuando me doy cuenta, ya hemos llegado a nuestro destino. La avenida de la constitución está en el centro de la ciudad. Se trata de una calle peatonal por la que sólo pueden circular peatones, ciclistas, el tranvía y los coches de caballo. Repleta de terrazas, establecimientos de toda índole, músicos callejeros, personajes disfrazados y un sinfín de turistas; es mi parte preferida de la ciudad. Siempre he querido vivir en este sitio pero mi sueldo como reportera a temporadas no me da para pagar los alquileres tan excesivos que se pagan. No tengo ni idea cuánto gana un inspector de policía, seguro que más que yo, después de todo.

—Señorita...digo, Sara, no puedo llegar a la avenida. Es peatonal.

Nos encontramos en una de las bocacalles contiguas que sí están abiertas al tráfico.

—Ah, no te preocupes, ¿Por qué no buscas aparcamiento mientras yo voy a mi cita?

Jason parece incómodo.

—¿Por qué no me dice el número de la casa y luego la encuentro?

—El número diez—digo, sin pensármelo.

En ese momento el pobre Jason me da un poco de pena. No quiero ni imaginarme la que le caerá cuando descubra que no es ese el número al que voy. En realidad, ni siquiera sé si el número diez se trata de una casa. Pero esta es la única solución que tengo si quiero separarme de Jason, pues dudo que él me pierda de vista si yo se lo pido.

Me bajo del coche y me dirijo hasta un bonito edificio blanco que hace esquina. Erik vive en el tercer piso, y apuesto que tiene que tener unas vistas preciosas de la ciudad desde la terraza. Subo por las escaleras y llamo a su puerta. Erik me recibe vestido de manera informal y con una cara que dista mucho de que se alegre de verme.