CAPÍTULO QUINCE
ME despierto aturdida y con un dolor de cabeza insoportable. Alguien ha metido una taladradora en mi cerebro, y ésta hace mucho ruido. Me echo las manos a ambos lados de la cabeza tratando de apagar aquel sonido.
Nunca voy a volver a beber alcohol.
Tengo la boca seca, por lo que me acerco a la cocina de manera tambaleante y bebo un vaso de agua.
El agua me produce un sensación de asqueo cuando la pruebo. Busco una pastilla para el dolor de cabeza y me siento en el taburete, dispuesta a quedarme aquí sentada hasta que las paredes de la cabaña se estén quietas . Entonces lo veo sobre la mesa del salón, una nota escrita con una caligrafía pulcra y de trazo seguro.
Me levanto de manera abrupta y me acerco dando trompicones. Sostengo el papel con dedos temblorosos.
No puede ser. Los sucesos de la noche anterior pasan por mi memoria a cámara lenta, como la imagen de un proyector. La patética escenita del otro día: Yo cantando, yo en bragas y camiseta, yo riendo como una histérica...Héctor Brown...
Ha sido un sueño, ¿No? Tiene que serlo. O una pesadilla.
Leo la nota.
“He salido a una reunión de negocios. Estás preciosa dormida. Y cantas muy bien. Héctor”
Me echo sobre el sofá, tan avergonzada que sólo deseo desaparecer de este mundo. He hecho el ridículo más espantoso de toda mi vida. Y créeme, cuando has llevado una vida como la mía, eso es muy difícil. Quizás esto sea un poco mejor que aquella vez que vomité en cuarto curso al dar el discurso de graduación. O aquella otra en la que el vestido se descosió dejando mis glúteos al aire en la boda de mi prima. No, definitivamente esto es mil veces peor. Él me ha escuchado cantar. Él me ha visto borracha. Y para colmo, llevando como atuendo una camiseta hortera y unas espantosas bragas de lunares rosas.
Bueno, no pasa nada—me digo a mí misma—después de esto él ya no querrá verme. No tendré que verlo más, por lo que puedo ir olvidándome de él Mi teléfono móvil suena en ese mismo instante. Me tropiezo con la mesita de noche antes de encontrar el móvil, que suena como si fuera el último día en la tierra. Aunque he de admitir que beber media botella de Whisky te agudiza los sentidos. Todo es más borroso, todo es más ruidoso y todo huele peor.
—¡Señor Ramírez!—saludo con una falsa efusividad.
Yo estoy segura de que él me llama para encargarme un nuevo trabajo, lo cual no me vendrá nada mal, dado mis nulos ingresos y mis ahorros decadentes.
—Tengo una buena notica—me dice con su habitual tono cortante, el que parece enviarme al infierno casa vez que me habla—he despedido a un inútil en la redacción de moda. Sé que no era lo que esperabas, pero tendrás un puesto fijo en el periódico. El trabajo es en Madrid, allí es donde está la vacante. Con suerte, podrías volver a Sevilla en un par de años. Empiezas este jueves.
No puede ser, ahora no, en este momento...
—¿No dices nada?
—Eh, yo...es que....verá, sé que siempre le he estado dando la lata para conseguir un puesto pero ahora...no...puedo, mi hermana ha muerto y yo..necesito arreglar unos asuntos.
—En ese caso tómate un par de días, hasta el sábado. Más no.
¿Un par de días? Necesitaré semanas para arreglar todo este lío...
Yo suspiro, mudarme en aquel momento implica desistir la búsqueda del asesino de mi hermana. Yo simplemente no puedo. No voy a abandonarla cuando más me necesita. No después de todos esos años.
Ella merece que le hagan justicia. Yo necesito conocer la verdad.
Miro hacia la urna con cierto acuse de culpa.
—No puedo—respondo al fin—no voy a mudarme a Madrid. Si pudiera esperar un par de semanas...
—En absoluto. Es una gran oportunidad. O la tomas o la dejas.
—La dejo.
Ya está, la decisión está tomada. Cuelgo el teléfono y miro hacia mi hermana. Puedo ver su rostro con claridad; sus ojos oscuros, su cabello negro y una sonrisa de agradecimiento en la cara. Ahora estamos juntas.
Erik me llama a la hora del almuerzo. No hace alusión a que yo me haya marchado sola en mitad de la noche por el bosque, si bien, por su tono de voz puedo deducir que está enfadado. La conversación es educada y seca hasta que él dice la frase mágica que lo cambia todo, aquella que exculpa a Adriana y termina de amargarme el día.
—¿Cómo que no ha sido ella?—exclamo alterada.
—No ha sido. Su coartada es segura. Su vecina la vio entrar en casa a las ocho, y estuvo hablando con ella a las diez acerca de unas humedades del piso de arriba. No ha sido ella.
Me cuelga sin darme tiempo a rebatir su explicación. Y de todas formas, no hay nada que yo pueda alegar. Mi hermana falleció a las diez de la noche según el forense, y si la vecina dice la verdad, Adriana no pudo cometer el crimen.
Por tanto, yo tengo que hablar con la vecina.
Me doy una ducha rápida y me visto de manera informal. Cuando salgo por la puerta me encuentro a Héctor, tan elegante como siempre, vestido con un traje negro que hace brillar aún más su cabello.
—Hola—lo saludo, esbozando una sonrisa tímida.
Él me devuelve la sonrisa.
—¿Qué tal te encuentras?
—Bien—aseguro—siento lo de anoche.
—No tienes por qué disculparte.
—Yo sí que tengo—protesto avergonzada—verme borracha debió de ser un espectáculo horrible.
—Divertido—me corrige.
—En ese caso, no pretendí ser tu payaso particular—replico irritada.
Héctor hace caso omiso de mis palabras.
—Y muy sexy
Él me rodea por la cintura y me estrecha hacia sí. Acerca sus labios a los míos y los roza levemente.
Yo separo los labios de manera instintiva, deseando el beso, pero él se separa de mí.
—Aunque...hay algo que no me dijiste.
Oh, vamos ¡No pares!
Me agarro a sus antebrazos, y puedo sentir la calidez que emana su piel por encima de la tela. Héctor se mantiene inflexible en su convicción, me sujeta por los hombros y me separa de él, hasta que nuestras caras quedan a la misma altura y sus ojos reclaman mi atención.
—¿Qué paso aquella tarde, cuando te vi en las escaleras, por qué estabas tan rara?—sujeta mi barbilla entre sus dedos para que yo no pueda escapar de su mirada—¿Y por qué no quieres nada de mí, Sara?
Su acento sureño acaricia mi nombre, y aunque él es amable en sus palabras, hay un deje de posesividad en ellas. Algo que me hace temblar de la cabeza a los pies.
—No tiene importancia—musito.
—Para mí sí—asegura.
—Te vi con esa mujer del brazo—digo de manera apresurada, antes de que pueda medir mis palabras.
Su rostro, antes tenso, se relaja, como si él esperara que yo fuera a decirle otra cosa.
—Es sólo una amiga.
—Es igual, no tienes que darme explicaciones. A mí no me importa. No es asunto mío—respondo con una falsa alegría.
Antes muerta que admitir ante él todo lo que me gusta.
Quiero escabullirme sin éxito, y Héctor aprieta su cuerpo contra el mío, sin dejarme escapatoria, sin permitir que yo desee escapar de él.
—Yo sí quiero darte una explicación—dice roncamente. Aparta mi cabello del cuello y planta un beso cálido y suave sobre mi piel—a mí sí me importa lo que pienses de mí.
—Pues no deberías. Apenas nos conocemos.
Mis palabras suenas demasiado duras, pero llenas de un recelo que yo siento de verdad.
—¿Y eso qué importa? Cuando algo me interesa no hace falta que lo conozca por completo. Tú me interesas, Sara, y quiero conocerlo todo de ti. Con eso basta.
—Importa mucho. No creo que te interese tanto como aparentas, Héctor.
Me separo de él pero su mano me agarra la muñeca y me la aprieta con fuerza. Durante un momento siento miedo. Miedo de que él pueda hacerme daño. Miedo de caer en sus brazos tanto como deseo.
—¿Confías en mí?—pregunta, contra todo pronóstico, y me suelta para liberarme.
Yo niego, incapaz de mantener el control sobre mí misma. Estoy aturdida, tengo el juicio nublado. O
simplemente carezco de juicio. Todo lo que mi cuerpo desea es el suyo; su piel, su calor, sus besos, sus caricias...
Héctor se separa de mí, dejando sus manos a cada lado de mi cabeza sobre la pared. Estoy atrapada por la barrera que ha formado, y un nudo de tensión nos separa.
—Sara...¿Confías en mí?
Me mira con dureza, esperando una respuesta.
—Yo...no.
Él se separa de mí, se sienta en un banco cercano y mira hacia el lago.
—¿Por qué no?—pregunta sin mirarme.
—¿Por qué estás tan enfadado? No creo que lo que yo pueda pensar de ti te...
—Me molesta—me corta—no tengo ni idea de por qué tus reacciones me afectan tanto, pero lo hacen.
Cuando intento tocarte y tú te tensas, cuando te miro y tú apartas la mirada....
Héctor se levanta, se da media vuelta y me mira a la cara. Yo me impresiono al notar que por primera vez lo he visto perder la compostura. Casi parece...desesperado.
—Nunca he conocido a una persona que me afectara de esa manera.
Quiero decirle que yo tampoco, pero mi desconfianza me impide creerme lo que él me dice. Un hombre como Héctor...atraído por una chica simple como yo...
—¿Ni siquiera a mi hermana?
Héctor enarca una ceja.
—¿Qué tiene que ver tu hermana contigo?
—Todo. Héctor, la verdad es que no confío en ti...
Y eso me afecta más a mí que a él.
Me acerco a él y coloco una mano sobre la suya. Sus mano, antes cálida y activa, luce ahora fría e inerte bajo mi piel, como si ahora él rechazara mi contacto.
—Podrías explicármelo—él me agarra de los hombros y me sienta sobre sus caderas—empieza por la verdad. Soy bueno escuchando.
—No te va a gustar lo que voy a contarte—lo aviso.
—Déjame que yo lo decida.
—Mi hermana se fue de casa hace cuatro años, cuando yo tenía veinte.
—¿Qué tiene que ver eso con...?
—Tiene que ver. Has dicho la verdad, pues bien, voy a contártela—inspiro, no es fácil para mí recordar aquel momento de mi pasado que yo he enterrado—mi hermana había decidido dejar el conservatorio, le faltaba menos de un año para graduarse. Mi madre puso el grito en el cielo. Yo estaba estudiando periodismo, porque nunca había logrado entrar al conservatorio. Mi hermana era la verdadera artista de las dos, por eso, cuando tomó aquella decisión, ni mi madre ni yo la entendimos.
¿Cómo iba a dejar el conservatorio después de tantos años, cuando sólo le faltaba uno para graduarse?
Pero ella ya había tomado una decisión. Decía que no amaba la música, que odiaba a sus compañeros y que ella no quería dedicarse a dar clases. Mi madre le dijo que estaba loca y era egoísta, que siempre hacía lo que le daba la gana y que nunca tomaba en consideración los sentimientos de los demás, que se había gastado una fortuna en sus clases. Erika me pidió que la hiciera entrar en razón, me dijo que yo debía entenderla. Eres mi hermana, decía, tienes que comprenderme. Pero yo no lo hice. Mi hermana se fue de casa aquella tarde. Aprovechó que mi madre y yo no estábamos en casa para dejar una nota. En ella explicaba que no podía vivir junto a unas personas que no la entendían, y decía que no quería hacernos daños. Aquel fue el último día que la vi.
Mis ojos reflejan el dolor que yo siento. Héctor me abraza, sin decir nada. Solo escuchando.
—A decir verdad, yo no comprendí a mi hermana ni aquel día ni nunca. Ella era demasiado distinta a mí. Alguien talentoso que disfrutaba desaprovechando el talento. Nunca sentía interés por nada durante un largo período de tiempo. De niñas solíamos jugar. Con el paso del tiempo nos distanciamos. Mis amigos no le caían bien. Ella prefería estar sola. Mis intereses le aburrían. Llego un punto en el que yo sentí indiferencia hacia ella. Éramos dos extrañas viviendo bajo el mismo techo.
Luego se marchó, y hace unas semanas ella...—mi voz se quiebra —Tranquila—Héctor me abraza por detrás y me da un beso en la nuca.
—Yo sólo quiero saber la verdad. Todos esos años de indiferencia cayeron sobre mí con gran culpabilidad cuando ella murió. Necesito saber quién la mató.
—Sara—dice con suavidad—la policía dijo que se suicidó.
—No—niego, sorbiéndome los mocos—a ella le daba miedo el agua. Ella no se suicidó.
—Y tú intentas saber quién ha sido el culpable.
Asiento.
—Debes dejar eso a la policía. Es su trabajo.
—El policía que lleva el caso es un...—trato de buscar las palabras correctas, pero todo lo que pude decir es—un idiota. Él también está convencido de que no se suicidó, pero no ha conseguido nada. Y
yo no puedo quedarme parada. Cuando miro a la gente de este pueblo todo lo que veo son posibles culpables.
Héctor se tensa, sus manos se apartan de mí y me mira con gesto inescrutable.
—Sara, ¿Qué tratas de decirme?
Me levanto al mismo tiempo que él.
—Héctor...—comienzo—aquel día en el tren, tú dijiste que volveríamos a vernos. Y luego sucedió, en el centro. El mismo centro en el que estaba mi hermana, ¿Cómo es posible? ¿Cómo lo sabías?
—¡Crees que yo puedo tener algo que ver en la muerte de tu hermana!—exclama indignado.
Da un paso hacia atrás cuando yo intento tocarlo.
—¿Cómo puedes pensar tal cosa?—replica enfadado.
—Yo no es que lo piense, solo es que estoy confundida. Todo esto es raro, y luego está...—saco el colgante del bolsillo de mi pantalón y se lo muestro— es caro, y alguien se lo regaló. Alguien con mucho dinero. Y, bueno, tú pareces interesado en mí, y alguien estaba interesado en ella, y nosotras nos parecemos.
—¡Sara!—exclama—yo no maté a tu hermana, ¡Por el amor de Dios!—se pasa las manos por el pelo, furioso. Yo nunca lo había visto así—aquella tarde en el tren, cuando te vi, estabas encantadora tratando de zafarte de la bufanda. Yo fui a ayudarte, y tu cara me resultó familiar. Entonces recordé que la había visto hacía un año en el centro, en una de las visitas. Decidí ir al centro para conocerte, y entonces la policía me informó de la muerte de tu hermana. Tú apareciste en mi despacho, y te reconocí de inmediato. Supe porque no me había sentido atraído el día que vi a tu hermana en el centro, ¡Porque no erais la misma persona! Por eso ella no había llamado mi atención, porque eras tú, sólo tú, aquel día en el tren. La única mujer que podría haber llamado mi atención entre un tumulto de caras anodinas.
Me quedo sin habla. El parece perturbado ante mi acusación y...lo más extraño aún, casi resulta vulnerable, como si en realidad mi acusación le doliera.
Echa una mirada despectiva al colgante.
—No he visto ese colgante en mi vida, pero créeme, yo jamás regalo joyas a una mujer, y si lo hiciera, definitivamente puedo permitirme algo mejor.
—Lo siento.
—No lo sientas. No tengo ni idea porque me importa tanto lo que pienses de mí—dice de mala gana— di que me crees.
—Te creo.
Héctor esboza una mueca sarcástica.
—¿Y por qué puedo ver que hay duda en tus ojos?
—Porque la hay, pero quiero creerte. Llevo queriendo confiar en ti desde el día en que te conocí, Héctor Brown.
—No me jodas Sara, hemos estado a punto de acostarnos cuando tú crees que yo he matado a tu hermana. No me equivocaba, eres increíble...—comenta de manera despectiva.
Héctor sale de la cabaña y me deja allí, tan sola y confundida que no sé lo que hacer.